Rodolfo y Armando se conocen hace 29 años. Viven en el mismo edificio de la Recoleta, bien cerca de la plaza Vicente López. Caminan juntos por la avenida Callao con rumbo a la Plaza de los Dos Congresos. Rodolfo es doctor en Economía, está especializado en política monetaria. A sus hijos les heredó parte la vocación, aunque uno es actuario y el otro, administrador de empresas. Armando es riojano y encargado en el edificio de la calle Juncal en el que vive Armando. Su hijo es odontólogo y su hija es politóloga: son los primeros universitarios de la familia, del lado paterno y del materno también.
Marchan juntos este miércoles en el que las 57 universidades nacionales convocaron a concentraciones en todo el país para repudiar el veto presidencial a la Ley de Financiamiento Educativo y exigir un presupuesto que garantice sostener el funcionamiento habitual durante 2025.
“Armando no se animaba a venir. No había venido a la marcha del 23 de abril y no suele participar de movilizaciones, pero yo le hinché, le hinché, y le gané por cansancio”, dice Rodolfo, de 76 años. “Es que siempre coinciden con el horario de trabajo de la tarde, pero esta vez organicé todo y pedí permiso al consejo de propietarios”, suma Armando. “Es que ando preocupado por mi nieta, su futuro”.
Denise camina levantando sobre su cabeza el cartón en el que escribió que ella es la primera universitaria de su familia. Llegó desde Wilde junto a una amiga. Estudia Nutrición y cursa varias materias en modalidad virtual: “Es porque hay aulas que no están en condiciones de recibirnos. A la vez, los docentes siempre nos cuentan que su escenario salarial es crítico”.
Hija de un tornero y de una profesora de Educación Física, no tiene dudas: sin la universidad pública no tendría ninguna chance de formarse y obtener un título de grado. “En mi familia sería imposible cualquier otra instancia que no fuera gratuita”, cuenta. Su historia en 2024 se parece a la de los hijos de Armando, el encargado de Recoleta, hace un cuarto de siglo, y puede parecerse a la de otra familia argentina en 25 años o 50 si la universidad pública sigue disponible como ese trampolín desde el que saltaron y crecieron varias generaciones.
Mercedes tiene 18 años y cursa el CBC de Veterinaria, un destino que descubrió para sí misma cuando era una nena y obligaba a Pacho, el perro familiar a ser su paciente todas las tardes. “Mi nieta acaba de empezar la facultad. Nosotros somos trabajadores del llano, mis hijos fueron los primeros en poder ir a la universidad y si se complica la pública no hay salida para muchos chicos porque no hay chances de pagar la privada”, describe Armando, más angustiado que indignado.
Esa convicción, la de la defensa de la universidad pública y gratuita como una oportunidad irremplazable de movilidad social en un país donde el 52,9% de la población es pobre, atraviesa esta marcha federal con epicentro en la Plaza de los Dos Congresos. Aquí montaron su escenario principal los rectores, docentes, no docentes y referentes estudiantiles de las universidades nacionales para instar a los legisladores nacionales a rechazar el veto de Javier Milei y a establecer un presupuesto acorde a sus necesidades para el año que viene. La ley que el Presidente puede vetar hasta este jueves reconoce la recomposición salarial vinculada a la escalada inflacionaria de diciembre 2023 y enero 2024, cuando el IPC acumulado superó el 51%.
Con esa convicción es que Sandra organiza a los suyos a lo largo de la marcha. Los suyos son uno de sus tres hijos, una de sus nietas -que recién se inicia en Ingeniería Informática-, su marido odontólogo, una amiga de su nieta que estudia Economía, y una amiga de su hija, ginecóloga en el Hospital de Clínicas, el mayor centro de salud de la UBA.
“Vine en abril, vengo hoy y voy a venir todas las veces que sea necesario”, levanta la voz Sandra, que es psicóloga y vive en Ramos Mejía. “En mi casa somos todos UBA y no hubiéramos sido nada de todo lo que pudimos ser sin esa formación pública. Quiero lo mismo para mis nietos, para los nietos de mis amigas, para cualquier argentino, ¿cómo no vamos a defender esto?”, dice, con la voz firme con la que ordena a su rebaño.
Por esta marcha en la que se venden pañuelos azules que le hacen el aguante a la educación pública y en la que Milei, la vicepresidenta Victoria Villarruel y el vocero presidencial Manuel Adorni son los funcionarios más criticados en los carteles de los manifestantes, hay guardapolvos blancos de estudiantes de primaria que llegaron con sus mamás, hay uniformes de colegios privados de estudiantes secundarios que vinieron en grupos, y más guardapolvos blancos: son de médicos y veterinarios que en algún lado de su uniforme llevan el pin de la facultad en la que se formaron o en la que dan clases.
Rolando es uno de ellos. Veterinario del hospital especializado que la UBA tiene en el barrio de Agronomía, camina abrazado a Haydeé, la mujer de la que se enamoró hace 45 años y por la que no volvió a su Jujuy natal. Ya no atiende a los perros y gatos de jubilados ni de habitantes del Conurbano: “La consulta pasó de 800 pesos a 15.600 a principios de este año y dejó de venir muchísima gente que no puede pagar, o que incluso no puede pagar el transporte público. Además, nos faltan los insumos más básicos: alcohol, papel para limpiar una camilla. Es horrible lo que estamos viviendo”, cuenta.
Haydeé, su esposa, también es veterinaria, aunque ejerce de manera privada. “Este es el futuro de nuestros hijos, de nuestros nietos. Si no salimos de esta crisis no hay futuro”, dice ella. Esa otra convicción, la de que la educación universitaria pública construye el provenir, es otra de las columnas vertebrales que sostienen esta movilización.
Por geografía, la UBA es la casa de estudios con mayor representación en esta marcha. Pero también desfilan docentes, estudiantes y graduados de varias universidades nacionales del Conurbano: Avellaneda, Quilmes, Lomas de Zamora, La Matanza y Tres de Febrero son algunas de las que lucen en sus remeras decenas de manifestantes. Otros, pero sobre todo otras, eligieron otro símbolo para vestirse para la ocasión: Lali Espósito. La artista estrenó hace algunos días su canción “Fanático”, cuyo video abunda en alusiones a las descalificaciones que en varias ocasiones le dedicó el Presidente.
En los bares que rodean a la Plaza de los Dos Congresos, algunos manifestantes se reúnen con los amigos con los que organizaron cruzarse esta tarde. Toman café, miran la convocatoria por la ventana, descansan de la muchedumbre de la que fueron parte hasta hace cinco minutos. Se paran de a uno cuando empieza a sonar el himno, y para la estrofa de “sean eternos los laureles” no queda nadie sentado ni callado. Adentro de los locales y en el medio de la calle se cantan a los gritos los versos que hacen de la Argentina una nación.
Silvia, una bióloga que se jubiló hace tres años, llora en silencio. Fue investigadora, enseñó en escuelas secundarias y también en la universidad. Llora un poco más y dice: “Vengo porque no se puede arrasar con lo que nos hizo grandes. Tenemos que cuidar lo que da oportunidad, lo que nos hizo mejores, lo que puede hacer que en una familia donde parece no haber manera de crecer, de repente haya. ¿Cómo no vamos a defender eso?”.
A su alrededor, con remeras, banderas, guardapolvos o buzos que los identifican con sus instituciones, o con un libro, no paran de llegar miles de personas que quieren hacer de esta convocatoria una de las grandes. Por las escaleras del subte sube una canción. Dice: “Universidad de los trabajadores, y al que no le gusta, se jode, se jode”.