Los Pelicot, antes y después de ser noticia: las vidas del monstruo “normal” y la mujer maltrecha que no baja la mirada

Dominique y Gisèle se casaron en abril de 1973 en Azay-le-Ferron, Francia, cuando tenían 21 años. Se habían conocido dos años antes cuando trabajaban en la misma empresa. La pareja atravesó sospechas de infidelidades, rupturas y reconciliaciones hasta que en 2020 un hecho fortuito develó la macabra razón del malestar físico de la mujer: una década de violaciones mientras ella dormía anestesiada

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El marido amable, el padre colaborador, el abuelo cariñoso, encarna hoy al monstruo más temido por la sociedad: esos que portan el aspecto de “persona normal”. Mientras ella intenta cambiar de lado la vergüenza (Christophe Simon/AFP)
El marido amable, el padre colaborador, el abuelo cariñoso, encarna hoy al monstruo más temido por la sociedad: esos que portan el aspecto de “persona normal”. Mientras ella intenta cambiar de lado la vergüenza (Christophe Simon/AFP)

Era un sábado otoñal por la tarde, más precisamente el 12 de septiembre de 2020, cuando Dominique Pelicot (67) paseaba por el centro comercial de Carpentras, una ciudad cercana a Mazan, Francia, donde vivía con su familia. Manipulando su celular deambulaba entre las góndolas como un cliente más. Pero, en realidad, este sujeto fortachón, con espesas canas y pinta de abuelo macanudo, mira otra cosa. Va con barbijo, todavía se usan, una remera celeste y se mueve confiado. Domina la escena y sabe jugar con la distracción del resto. Hace años que vuela fuera del radar de todos. Está filmando por debajo de la falda de una joven. Dominique Pelicot a estas alturas ya se cree inatrapable y se cuida poco, pero hoy no tiene la suerte habitual.

Un agente de seguridad del shopping lo está observando y de pronto se sorprende al verlo actuar con total impunidad. El custodio le sale al paso, lo intercepta y le dice con ironía: “Tu teléfono hace buenas fotos…”. Sin perder un segundo le avisa a esa mujer que mira extrañada la escena: “Él estaba filmando debajo tu vestido. ¿Vas a presentar cargos?”. Pelicot se queda mudo por la sorpresa. El guardia le pide su teléfono celular y le insiste a la víctima: “¿Quiere presentar una denuncia?”. Una empleada del local que está atenta a lo que ocurre acota que es la cuarta clienta que es filmada por este sujeto. El guardia es terminante: “No estoy aquí para bromear señor, ¿es la cuarta vez? Venga a la policía, ¡a la policía directamente! Si llegara a ser mi madre le arranco la cabeza aquí mismo. Aquí no toleramos este tipo de comportamientos”. Tiene carácter el empleado y terminará siendo el héroe anónimo de esta historia. Inmediatamente llama a la policía. Dominique Pelicot queda detenido y le avisan a su esposa Gisèle, quien no puede creer las acusaciones que le hacen a su marido. ¿Grabando la ropa interior de las mujeres? ¡No lo cree!

Si solo fuera eso…

Este hecho, en apariencia menor, fue solo el principio del megajuicio que sacude hoy a Francia y al mundo y que involucra violaciones seriales, sumisión química y abusos aberrantes. También constituyó el final para la “feliz familia Pelicot”. Porque su mujer, sus tres hijos, sus nueras y siete nietos, cayeron en una centrifugadora emocional que los dejó secos de espanto y con los huesos expuestos al sol de la verdad.

Gisèle, ya divorciada, afirma que “hasta el final de este proceso, seré Madame Pelicot, por solidaridad con mis hijos que llevan este apellido”. “Este juicio será para mí una página que definitivamente pasaré. Hoy empiezo de cero", prometió (REUTERS/Manon Cruz)
Gisèle, ya divorciada, afirma que “hasta el final de este proceso, seré Madame Pelicot, por solidaridad con mis hijos que llevan este apellido”. “Este juicio será para mí una página que definitivamente pasaré. Hoy empiezo de cero", prometió (REUTERS/Manon Cruz)

El velo que se corre

Tras su detención a plena luz del día, Dominique Pelicot fue puesto bajo custodia policial. Esta vez podría zafar aunque Gisèle andaba convencida todavía de que el mal trago era fruto de algún malentendido. Su marido era “formidable”, adorado por todos. La policía desconfió de tanta perfección e investigó. Armaron un equipo de peritos que examinó su teléfono y fueron a su casa para incautar su computadora. No demoraron en descubrir una carpeta titulada “ABUSO”. Ningún eufemismo para catalogar lo que contenía. Dentro hallaron más de veinte mil imágenes entre fotografías y videos prolijamente detallados con fecha, nombre, edad, número de teléfono y naturaleza de los actos cometidos. Eran horas y horas de grabaciones que empezaban en julio de 2011 hasta la fecha de su repentina detención.

Ver el material los escandalizó, pero la gran sorpresa fue descubrir que la víctima, en al menos 92 violaciones, era nada más y nada menos que la esposa del detenido, Gisèle. Ella aparecía curiosamente dormida en las filmaciones mientras desconocidos de todas las edades, razas, profesiones y aspectos accedían sin restricciones a su cuerpo despatarrado sobre la cama. Algunas duraban hasta seis horas. Luego sabrán que ella estaba profundamente dormida por los potentes ansiolíticos que le suministraba Dominique, su querido esposo. Una y otra vez era la víctima inconsciente del peor de los atropellos: en su propia casa, en su propio cuarto, en su propia cama y con su propio marido como testigo, filmándolo todo desde un trípode con una cámara Nikon, con un Iphone 5 ó 7.

Durante una década Dominique Pelicot había organizado las violaciones a su esposa introduciendo desconocidos en su casa para disfrutar mirando y también actuando. Un voyeurista perverso e imparable. El 2 de noviembre, casi dos meses después de que fuera descubierto en el centro comercial por aquel guardia, la policía tomó la decisión de convocar a Gisèle a la comisaría. Tenían que contarle todo lo que sabían y que ella desconocía: era la víctima de su marido y de sus secuaces desconocidos.

En la pintoresca y pequeña localidad de Mazan y alrededores, los vecinos se miran con desconfianza. Hoy por hoy todos sienten que el otro puede ser un violador más (REUTERS/Manon Cruz)
En la pintoresca y pequeña localidad de Mazan y alrededores, los vecinos se miran con desconfianza. Hoy por hoy todos sienten que el otro puede ser un violador más (REUTERS/Manon Cruz)

La pareja “perfecta”, la familia “feliz”

Contemos algo sobre el matrimonio Pelicot. Esto es lo que se sabe hasta hoy. Gisèle, hija de un militar de carrera, nació en Villingen, Alemania, el 7 de diciembre de 1952. Tenía solo 9 años cuando su madre, con 35, murió de un cáncer fulminante. La vida la volvió a golpear cuando su único hermano Michel sucumbió, en 1971, de un infarto repentino a los 43 años. Ella todavía no se había casado con Dominique Pelicot, a quien había conocido poco tiempo antes trabajando en la misma empresa EDF (grupo eléctrico francés y donde ella terminó como ejecutiva de logística para centrales nucleares) cerca de Indre, cuando ambos tenían unos 19 años. A Gisèle ese joven de pelo largo llamado Dominique. que manejaba un Citroen 2CV colorado, le pareció un seductor de película. Se enamoró perdidamente. Se casaron con 21 años en abril de 1973 en Azay-le-Ferron.

Por el lado de Dominique la familia era un desastre. Los Pelicot regentaban un hotel-restaurante. Su padre la abandonó a edad temprana y su madre se puso en pareja con su ex cuñado, el hermano del progenitor de su hijo. El hombre era un violento empedernido. La pareja adoptó de un asilo a una joven discapacitada, a quien transformó en su esclava sexual. Gisèle habría desconocido la mayor parte de la historia de esa familia disfuncional. Dominique, luego de que se casaran, dejó la industria eléctrica donde se habían conocido y cambió hacia el rubro inmobiliario. No le iba demasiado bien, pero con Gisèle formaron una familia sumamente feliz. Tuvieron tres hijos: dos varones, David y Florian, y una mujer, Carolina. Los tres crecieron, estudiaron y se casaron. Y les dieron siete nietos.

La pareja vivió mucho tiempo cerca de París, siguiendo el ritmo de las grandes ciudades y los temas laborales. Cursaron un matrimonio con fluctuaciones: él descubrió una infidelidad de ella, abandonó la casa y convivió durante un tiempo con otra mujer, se divorciaron a comienzos de siglo. Las relaciones extramatrimoniales resultaron menos escabrosas que los desórdenes económicos de la pareja, principales motivos de la ruptura. Dominique -según el diario Le Monde- fue obrero, supervisor de obra en una empresa de instalaciones eléctricas, agente inmobiliario, vendedor de alarmas, material informático y teléfonos. Ella tenía un pasar más acomodado. Había una clara disparidad de ingresos y tenían un manejo imprudente de las finanzas. Pero volvieron: retomaron la vida en pareja y sellaron un segundo casamiento en 2007.

Cuando a Dominique le llegó el momento de jubilarse le propuso a su esposa mudarse a un sitio más tranquilo. Aterrizaron en Mazan, en el sureste de Francia, en 2013. Esta nueva vida le dejó a Dominique mucho tiempo libre, demasiado. Y su costado más oscuro, el que llevaba desde hacía tiempo, empezó a dominarlo. Aburrido, le propuso a su mujer practicar el intercambio de parejas. Una vez hasta llegaron a ir a un club swinger, pero ella no pudo avanzar. Se negó terminantemente. Dominique comenzó a bucear en Internet y en todas sus posibilidades sexuales. Cada tanto Gisèle se enojaba porque veía que su marido le tomaba fotos cuando se estaba duchando o en la pileta de su casa sin su permiso. Eso la incomodaba.

Dominique Pelicot está acusado de drogar y violar a su ex eposa mientras estaba inconsciente. También está acusado de haberla ofrecido a decenas de hombres en su casa de Mazan, Francia, entre 2011 y 2020 (REUTERS/Manon Cruz)
Dominique Pelicot está acusado de drogar y violar a su ex eposa mientras estaba inconsciente. También está acusado de haberla ofrecido a decenas de hombres en su casa de Mazan, Francia, entre 2011 y 2020 (REUTERS/Manon Cruz)

Salvo este detalle, nada perturbaba la tranquilidad de la pareja. La vida continuó. Dominique actuaba como marido ejemplar, padre modelo y un abuelo dedicado. Colaboraba con los deberes de sus nietos y los llevaba a sus actividades deportivas. Los chicos se quedaban felices a dormir en su casa, lo adoraban. Para mantenerse más o menos en estado, también solía tomar su bicicleta para pedalear por las laderas de Mont Ventoux y llevaba en su canasta al pequeño perro de la pareja. Los vecinos lo veían como a un tipo encantador. Gisèle, por su lado, no la pasaba nada bien. Desde que se habían mudado a Mazan, había comenzado a experimentar una fatiga permanente. Tenía recurrentes infecciones sexuales y pérdidas de memoria alarmantes. De pronto, necesitaba dormir demasiado. Se sentía extremadamente cansada y, al pararse, perdía con facilidad el equilibrio. Podía dormir dos o tres días seguidos y, después, padecer un insomnio galopante. No podía hacer una vida normal y dependía para todo de Dominique. Estaba desorientada con lo que le ocurría y peregrinó, acompañada por su marido, de médico en médico. Llegó a consultar a un neurólogo por sus “ausencias mentales” y perdió muchos kilos. Las cosas llegaron a tal punto que, en cierto momento, sus hijos pensaron que podía tener un Alzheimer temprano y se preguntaron si deberían internarla en un centro especializado. Pero, después, Gisèle mejoraba por un par de días y los miedos se disipaban. Solo salía a caminar con una amiga llamada Sylvie. No tenía vida social ni interactuaba con nadie… por lo menos de manera consciente.

Pasaría mucho tiempo, unos siete años más, hasta que apareció el bendito guardia de seguridad del centro comercial que pescó in fraganti a Dominique Pelicot.

Aunque mirando hacia atrás y conociendo los titulares de hoy, hubo un par de alertas que a Gisèle se le pasaron por alto. En 2010 en un supermercado de Seine y Marne, donde vivían por entonces, Dominique había sido detenido por algo similar a lo que ocurrido con la joven del shopping. Alguien lo vio con su cámara sacando fotos indiscretas y dio la voz de alarma. Las cosas no pasaron a más, no fue denunciado y listo.

Pero en 2020 las cosas fueron tomadas con la seriedad debida. Menos de dos meses después de haber sido detenido, el lunes 2 de noviembre, la policía llamó a Gisèle para que fuera a la comisaría. Tenían algo para decirle. La mujer de 67 años, en completo estado de shock, escuchó las terribles acusaciones contra su marido, su pareja desde hacía 50 años, que la tenían como protagonista involuntaria. Lloró sin consuelo durante horas. “Tuve ganas de desaparecer, porque sabía que tenía que contarle a mis hijos por qué su padre estaba bajo custodia policial”, relató. Se armó de valor y llamó primero a Carolina. Le relató lo que los policías acababan de revelarle: ella misma había sido víctima de al menos unas noventa violaciones durante más de nueve años: “He pasado casi todo el día en la comisaría. Tu padre me drogaba para violarme con desconocidos. He tenido que ver las fotos”. Carolina llamó a sus hermanos. Lloraron juntos ante tanto dolor y humillación. “Estamos indefensos. No comprendemos lo que nos pasa. Estamos sufriendo, un dolor que no se lo deseo a nadie”, contó tiempo después Caroline. Al día siguiente la policía les explicó personalmente a los tres hermanos todo lo que habían descubierto y la cantidad de abusos que su madre había sufrido.

"Durante cincuenta años viví con un hombre del que no imaginaba que pudiera cometer estos actos de violación. Él es consciente de eso. Tenía plena confianza en él. Amé a este hombre durante cincuenta años, habría puesto mis dos manos en el fuego por él", dijo la víctima (REUTERS /Antonio Paone)
"Durante cincuenta años viví con un hombre del que no imaginaba que pudiera cometer estos actos de violación. Él es consciente de eso. Tenía plena confianza en él. Amé a este hombre durante cincuenta años, habría puesto mis dos manos en el fuego por él", dijo la víctima (REUTERS /Antonio Paone)

Doscientas ochenta y cinco violaciones

Con los videos, las fotos y los registros pormenorizados de Dominique en su computadora, reconstruir las violaciones fue tedioso, pero no difícil. Todo había ocurrido entre julio de 2011, cuando Gisèle tenía 58 años, y su detención en septiembre del 2020. Había más de 200 agresiones sexuales perpetradas por el mismo Dominique y otras tantas por 83 hombres que él había reclutado para que la violaran delante suyo. Deseaba mirar y filmar para seguir obteniendo placer al repasar los videos.

Después de dos años de trabajo intenso las autoridades lograron identificar y detener a 54 sujetos. De ellos, dos fueron liberados por falta de mérito y uno falleció. Quedaron 51 para enfrentar el juicio.

Los hombres que abusaron de ella son de todas las edades, de los 26 a los 74 años, y de las más variadas ocupaciones y sin antecedentes policiales. Gente común y corriente. Personas de pueblo, vecinos, padres y amigos. Violadores que luego de las agresiones sexuales volvían a sus vidas como si nada hubiese pasado. Algunos, incluso, habían pedido verla antes de abusarla para ver si la encontraban atractiva y Dominique había accedido diciéndoles a dónde estaba haciendo las compras para que la fueran a observar. Impunidad absoluta.

Gisèle hoy ha tomado la bandera de que “la vergüenza tiene que cambiar de bando” y por ello ha decidido hablar y mostrar su cara una y otra vez sin bajar la mirada. Se ha convertido en una heroína en defensa de todas las víctimas de delitos sexuales y una abanderada para denunciar el horror de la sumisión química.

Increíble, pero por el contrario del monstruo solo hay un par de fotos publicadas. Y de los 51 restantes solo dibujos del juicio y casi ningún apellido. La ley francesa les ofrece protección para que no sean identificados por la prensa. El juicio histórico en su tipo comenzó el 2 de septiembre de 2024: no sólo está acusado el marido de la víctima por violación agravada sino también esos otros 51 hombres. Enfrentan penas de hasta veinte años de prisión y se espera que termine en diciembre. Veremos.

Un abogado sujeta una carpeta durante el juicio a Dominique Pelicot y los 51 acusados de las agresiones a Gisèle. Tras dos años de trabajo, las autoridades lograron identificar y detener a 54: dos fueron liberados por falta de mérito y uno falleció (Christophe Simon/AFP)
Un abogado sujeta una carpeta durante el juicio a Dominique Pelicot y los 51 acusados de las agresiones a Gisèle. Tras dos años de trabajo, las autoridades lograron identificar y detener a 54: dos fueron liberados por falta de mérito y uno falleció (Christophe Simon/AFP)

Pormenores de un plan escabroso

Con el inicio del juicio comenzaron a conocerse los pormenores de estos hechos. Desde el sitio web Coco.gg (una plataforma que se dedicaba a subir contenidos ilegales y de lo más perversos, desde pornografía infantil hasta asesinatos y que ya fue cerrada) Dominique chateaba con otros hombres. Los convencía de lo que tenían que hacer para mirar él. Reclutaba violadores y los convocaba con precisas instrucciones para acceder a su esposa. Tenían que esperar una hora hasta que las drogas que le había dado a su mujer surtieran efecto y, luego, al llegar debían estacionar el auto lejos de su casa. Para no despertar sospechas. Los dejaba entrar una vez que ella estaba profundamente dormida. Tenían que desvestirse en la cocina para no olvidarse nada. En invierno les indicaba calentar sus manos con agua caliente o sobre el radiador. No podían acudir con olor a tabaco o con perfume, porque eso podría despertarla o dejar aromas que llamaran la atención. No querían que usaran preservativos ni les cobraría, pero tenían que presentarse con las uñas limpias y si ella movía un brazo se tenían que ir de inmediato. Esas eran las reglas.

Dominique había sido asesorado on line por una enfermera en 2012. Así había aprendido cómo suministrarle somníferos a su esposa. Empezó probando con una pastilla, luego con una y media y llegó a tres, la dosis que consideró perfecta. Usaba en general Temesta (ansiolítico), una marca del fármaco lorazepam. Esto lo repetía entre dos y tres veces por semana. Especialmente sábados y domingos. El seguro nacional de enfermedad francés Assurance Maladie, corroboró que Pelicot llegó a encargar 450 píldoras en un año. Dominique filmaba todo lo que pasaba en ese dormitorio. Algunos de los hombres intentaron taparse la cara con una máscara o con una capucha verde, otros no se preocuparon por nada. En los videos hay incluso uno que avanza con muletas arrastrando las piernas. Algunos fueron más de una vez.

Los acusados siguen el proceso judicial sentados en un banco en una sección especial. Algunos de los acusados ya declararon. Entre ellos Lionel R. (44, vendedor de supermercado, padre de tres hijos y casado al momento del ultraje). Admitió la semana pasada que, el 2 de diciembre de 2018, cuando abusó de Gisèle no tenía el consentimiento de la víctima. Se excusó diciendo: “Nunca tuve la intención de cometer una violación”. Mirando a Gisèle Pelicot a la cara le dijo: “Sé que es demasiado tarde. Nunca quise hacerle daño y lo hice. Disculpe. No lo tengo claro, pero estaba convencido de que era un juego, no lo cuestioné mucho. Nunca pensé que no sabía del juego, ese fue mi primer gran error. (...) Sé que esta disculpa no cambiará nada, pero quería decírselo de todos modos”. Contó que ese día al llegar a la casa, Dominique lo llevó al dormitorio donde su mujer yacía inconsciente. Lionel R. abusó de ella, la penetró. “Hago lo que él me dice, se vuelve muy preciso. No busco excusas. En un momento ella se mueve mucho y él me dice que me vaya y entonces me doy cuenta de que hay un problema ahí”, reconoció. “No puedo compararme con la señora Pelicot, creo que nadie puede imaginar la pesadilla que vivió y todavía vive (...) pero también mi vida se derrumbó”, sostuvo. Otro de los acusados es Jacques C. (72, ex bombero y dueño de una pizzería) quien optó por negar la violación y solamente admitió haberla tocado.

Casi todos los detenidos recurren a la misma estrategia defensiva: dicen haber creído que la pareja Pelicot era libertina y que ellos desconocían que ella estuviera drogada. Entre el resto de los detenidos que deben declarar están: Adrien L., 34; Mathieu D, 49; Redouan E, 55 y enfermero. De los demás, no se saben los nombres. Habrá que seguir escuchando lo que los siguientes acusados relaten.

Gisèle puso el cuerpo sin saberlo entonces y, ahora, pone además el alma con un coraje nunca visto.

Gisèle se enojaba con su marido cuando le tomaba fotos cuando se estaba duchando o en la pileta de su casa sin su permiso. Dominique hasta había instalado en su casa sistemas de toma de fotografías en forma de ráfaga (Christophe Simon/AFP)
Gisèle se enojaba con su marido cuando le tomaba fotos cuando se estaba duchando o en la pileta de su casa sin su permiso. Dominique hasta había instalado en su casa sistemas de toma de fotografías en forma de ráfaga (Christophe Simon/AFP)

“Una muñeca de trapo en el altar del vicio”

Los exámenes ginecológicos de la víctima, realizados por la experta forense Anne Martinat Sainte-Beuve, demostraron múltiples signos de violencia sexual forzada y la presencia de, al menos, cuatro infecciones de transmisión sexual.

Gisèle dijo entre otras cosas: “Fui sacrificada en el altar del vicio. Es una mujer muerta la que está en esa cama. No es un dormitorio, es un teatro de operaciones. Me trataron como una bolsa de basura, como a una muñeca de trapo. No son escenas sexuales, son escenas de violaciones. Es insoportable”. Continuó: “Hablo en nombre de cada mujer que fue drogada sin saberlo. Estoy retomando el control de mi vida para luchar contra la sumisión química. Muchas mujeres no tienen pruebas. Yo tengo las pruebas de lo que me ha sucedido. (...) Durante cincuenta años viví con un hombre del que no imaginaba que pudiera cometer estos actos de violación. Él es consciente de esos actos de violación. Tenía plena confianza en él. Amé a este hombre durante cincuenta años, habría puesto mis dos manos en el fuego por él. (...) No merecía eso”.

El miércoles 18 de septiembre pasado se produjo el momento más tenso del juicio hasta el momento. Los abogados defensores de los acusados pidieron que se proyecten 27 fotos de entre las miles halladas en el teléfono de Dominique Pelicot. En esas se vio a Gisèle en ropa interior, esposada, desnuda, con los ojos vendados, con sus genitales en primer plano, con y sin consolador. Pero consciente. No eran justamente las fotos de las violaciones, sino otras de la intimidad de la pareja. Con esto los que defienden a los acusados pretendieron demostrar que Gisèle era parte del circo. Ella furiosa tomó la palabra y se defendió: “Quieren buscar algo para demostrar que yo atraía a estas personas y que di mi consentimiento”. Dominique Pelicot también habló y corroboró los dichos de su ex esposa: “Todas esas fotos fueron tomadas sin su conocimiento. Son parte de nuestra vida íntima. Nunca las he publicado en Internet”. Gisèle enojada siguió protestando: “¿Qué buscamos en esta sala? ¿Entonces soy yo la culpable? Si tomó esas fotos sin mi conocimiento, no puedo hacer nada al respecto. (...) Estaba en estado de coma, los videos lo atestiguan. Vamos a mostrarlo todo! Incluso los expertos que los vieron quedaron extremadamente sorprendidos”.

Un abogado de los acusados le disparó: “¿No tienes una inclinación exhibicionista que no admites?”. Gisèle ofuscada siguió diciendo: “Desde que llegué a esta sala me he sentido humillada. La gente me llama alcohólica, cómplice… lo he oído todo. Se necesita mucha paciencia para soportar todo esto”. Se quejó también de que se pusiera énfasis en los tiempos que habían durado los abusos: “Ya sea que haya durado tres minutos, una hora o dos horas… ¿Es la violación una cuestión de tiempo? Es absolutamente impactante. Si estas personas vieran a su hija, a su madre o a su hermana en este estado ¿cuál sería su juicio hoy? Todo hombre tiene derecho a una defensa, pero no importa cuánto tiempo estuvieron allí, estos hombres vinieron a violarme. Todo lo que escucho es tan degradante, tan humillante y penoso”.

A los acusados que dijeron que no pensaron en obtener su consentimiento porque su marido lo había dado antes les refutó indignada: “¿En qué momento un hombre decide por su esposa? Estaba bajo la influencia química, ¡no bajo la influencia del Sr. Pelicot! Nunca he dependido de nadie… Pero cuando ves a una mujer dormida como lo estaba yo, ¿no pensás que algo está pasando? (...) Dicen: hicimos lo que nos pidió el marido… ¡Pero tienen cerebro! ¿Qué son estos hombres degenerados? Sí, digo degenerados.¿Nadie hace la pregunta? Y no vengan a hablarme de actos sexuales, ¡son violaciones!”.

Todo terminó con que el presidente del Tribunal Penal de Vaucluse, el juez Rober Arata, consideró las imágenes tan chocantes que las fotos y videos se proyectarán, de ahora en más, a puertas cerradas y solo los magistrados, los abogados y las partes podrán verlos. La prensa quedó fuera.

"La vergüenza debe cambiar de lado", dice el cartel que se ve arriba de la escalinata, en los preparativos de una marcha en apoyo de Gisele Pelicot en Marsella, el pasado 14 de septiembre (REUTERS/Manon Cruz)
"La vergüenza debe cambiar de lado", dice el cartel que se ve arriba de la escalinata, en los preparativos de una marcha en apoyo de Gisele Pelicot en Marsella, el pasado 14 de septiembre (REUTERS/Manon Cruz)

Yo me acuso: “Soy un violador”

Dominique Pelicot declaró la semana pasada y se reconoció culpable: “Soy un violador, como todos los que están en esta sala. Lo sabían todos, no pueden decir lo contrario. Soy culpable de lo que hice. Ruego a mi mujer, a mis hijos, a mis nietos, a la señora M. (esposa de otro acusado a la que también habría violado Dominique) que acepten mis disculpas. Pido perdón aunque esto no sea algo aceptable”. De su mujer dijo: “Ella era maravillosa (...) La amé 40 años y la amé mal 10 años. Nunca debí hacer eso. Lo arruiné todo. Perdí todo. Debo pagar por ello”.

Gisèle no bajó su mirada y lo atravesó con sus ojos como dagas. Después, se colocó los anteojos negros.

Dominique Pelicot intentó justificar los motivos inexplicables de sus actos. Se refirió a los abusos que él mismo habría experimentado durante su infancia. Se refirió a dos eventos traumáticos: a los 9 años fue violado por un enfermero en un hospital y, a los 14, participó de una violación grupal a una menor presionado por sus compañeros del mundo de la construcción con quienes trabajaba. “De mi juventud, sólo recuerdo conmociones y traumas. En 1971, se produjo este hermoso encuentro con Gisèle (…) Aguanté 40 años. Estaba muy feliz con ella. Era lo opuesto a mi madre, era completamente insumisa. Tenía tres hijos, a los que nunca hice nada (...) La adicción era más fuerte que Gisèle. No nacemos perversos, nos convertimos. Me arrepiento de lo que hice, aunque sea imperdonable”. Cuando le preguntaron por qué guardaba esos videos confesó que había sido por el “placer” de contemplarlos y por “vicio” y perversión. También dijo que eran una garantía para encontrar a quienes habían participado de los atropellos. Demasiada ironía de su parte.

En otro momento de su declaración, uno de los abogados lo interrogó en el estrado sobre su posible bisexualidad.

Acusado: -No soy bisexual, soy heterosexual.

Abogado: -En el expediente hay imágenes donde un hombre le practica a usted sexo oral.

Acusado: -Fue en un contexto muy específico y no lo vi venir.

Abogado: -¿En un momento del video está detrás de este hombre y lo está sodomizando?

Acusado: -Eso es lo que me pidió, pero no lo sodomicé en absoluto.

Gisele Pelicot aplaudida en la corte

La hija, las nueras, los nietos

El mundo se puso patas para arriba para el resto de la familia desde aquel 2 de noviembre de 2020. Caroline Darian (hoy con 45 años) declaró devastada ante el tribunal que desde el día en que supo lo que había hecho su padre, su existencia se desmoronó. Ella había confiado en él, creía que era un hombre amable y bueno: “Fue el comienzo de un lento descenso al infierno”, sostuvo. Lo peor fue que en la cataratas de imágenes coleccionadas por su padre aparecieron fotos de ella misma en las que aparece desnuda. Son dos que fueron sacadas con años de diferencia entre una y otra. A Carolina le costó reconocerse. De la mujer en la imagen habla en tercera persona, como si no fuese ella misma: “Vemos sus nalgas en primer plano. Esta mujer duerme en posición fetal. No la reconozco -explica-. Descubro que mi padre me fotografió, a escondidas, desnuda, ¿por qué?”. Está convencida de que también fue drogada por él.

Carolina se convirtió, en estos cuatro años desde la catástrofe familiar, en una ferviente activista en el combate contra las violaciones y el uso de drogas para llevarlas a cabo. Faltaba más. El mismo Dominique admitió que había utilizado a una de sus nietas como coartada para acercarse a posibles víctimas para fotografiar.

Durante su declaración la semana pasada Dominique Pelicot le habló a su familia: “Caroline, nunca te he tocado. Nunca te drogué, ni te violé. No puedes decir eso. Es imposible. (...) Estoy dispuesto a decirle a mi familia directamente en la cara que no pasó nada más”.

Madre e hija dirigieron sus miradas al techo de la sala. Cuando le preguntaron por qué había borrado esas fotos, él dijo: “Llega un momento en que nos avergonzamos de lo que hacemos”. En este punto Carolina se levantó indignada y salió de la sala diciendo: “Disculpen, voy a vomitar, voy a vomitar ahora mismo”.

Caroline Darian camina delante de su madre hacia el tribunal penal durante el juicio contra su padre Dominique Pelicot en Aviñón, sur de Francia. La imagen es del 17 de septiembre de 2024 (EFE)
Caroline Darian camina delante de su madre hacia el tribunal penal durante el juicio contra su padre Dominique Pelicot en Aviñón, sur de Francia. La imagen es del 17 de septiembre de 2024 (EFE)

El acusado siguió negando haber tocado a su hija o a sus nietos. Su familia no le creyó. Las fotos de Carolina están ahí como testigos mudos, en un archivo que se llamaba “Mi chica desnuda”. Pero todavía hay más: también están las fotos de sus dos nueras. Celine (48), la mujer de su hijo David Pelicot, y Aurora P. (37), la ex pareja de su hijo Florian Pelicot. Ambas están convencidas de haber sido víctimas de sus abusos porque hay fotos de ellas desnudas en ese dossier. Consideraban a Dominique, el suegro “perfecto y servicial” y creían ser parte de “una familia ideal y cariñosa”. Entre las imágenes de Céline hay una de ella desnuda y embarazada de sus gemelas en 2011. La filmación hace zoom sobre sus partes íntimas. El material acabó en Internet y ella se pregunta con horror: “¿Pero a quién pertenecen y dónde están ahora o estarán dentro de cinco o diez años?”. También se refirió al día en que sus hijos encontraron a su abuela inconsciente a las 11 de la mañana durante un fin de semana en que se quedaron en esa casa. Los menores intentaron despertarla, pero no pudieron. “La sacudieron, pero no reaccionó. Se despertó hacia las cinco de la tarde″, relató espantada. “Nuestros hijos estaban ahí, pudieron oír cosas mientras violaban a su abuela”. También expresó miedo por lo que el acusado pudiera haber hecho contra sus nietos con quienes se quedaba con frecuencia.

Aurore, la ex pareja de Florian, habló de la foto que habían encontrado los investigadores suya en la piscina y de un montaje casero que había hecho su suegro donde se ve “el pene de mi suegro sobre mi traje de baño mío y al pie se lee: “Mi nuera guarra”. Asco total.

Hace dos años Carolina volcó la angustia de lo vivido en un libro que se llama Et j’ai cessé de t’appeler papa (“Y dejé de llamarte papá”). Escribió allí con culpa: “Pienso que mamá se había convertido en su juguete sexual. En su cosa y nosotros no supimos protegerla”. También relata en esas páginas que su padre había instalado en su casa sistemas de toma de fotografías en forma de ráfaga, en el baño y en los cuartos. Así obtenía las fotos que coleccionaba. Fue cuando redactó su libro que recordó a una amiga de su mamá de toda la vida que un día dejó de visitarlos y, al irse, le advirtió a su madre: “No sabes con quién vives, tu marido no es quien tú crees”. Otra señal que había pasado inadvertida.

Retrato judicial de Dominique Pelicot (fondo derecha) durante el juicio por las violaciones contra su mujer, Gisèle Pelicot (ubicada a la izquierda) (Benoit PEYRUCQ / AFP)
Retrato judicial de Dominique Pelicot (fondo derecha) durante el juicio por las violaciones contra su mujer, Gisèle Pelicot (ubicada a la izquierda) (Benoit PEYRUCQ / AFP)

Una influencia siniestra

Las garras afiladas de Dominique fueron más allá de su propio hogar. Una vez descubierto todo en 2020 surgieron otros casos que lo involucraron.

Uno fue un intento de violación el 11 de mayo de 1999, en Sena y Marne, donde habría usado éter para intentar dormir a la agente inmobiliaria Estella B., de 19 años, mientras mostraban un departamento. Dominique intentó negarlo, pero su ADN coincidió con el que había sido recolectado bajo el zapato de Estella. Terminó admitiendo el hecho.

El 14 de octubre de 2022 fue acusado por un antiguo caso sin resolver de violación y asesinato que databa de diciembre de 1991. La víctima se llamaba Sophie Narme, tenía 23 años y los hechos habían ocurrido en el distrito 19 de la capital francesa. Trabajaba para una inmobiliaria parisina y fue hallada muerta y desnuda, con la cara contra la moquette, en un departamento que debía mostrarle a un cliente. La autopsia demostró que había sido violada antes de ser estrangulada con un cinturón. Dominique Pelicot negó haber sido él.

Pero hay más todavía. Un conocido suyo, Jean Pierre Maréchal, 63 años y padre de seis hijos, fue otro de los que compareció ante el tribunal de Aviñón. Fue detenido por la policía después de que fuera visto en las grabaciones de Pelicot abusando de su propia mujer Cilia, entre 2015 y 2020. Contó haberlo hecho estimulado por Dominique: “Lamento mis actos. Hice cosas repugnantes, pero quiero a mi esposa”. Se reconoció como “violador” y pidió para sí un “castigo severo”. Contó que conoció a Dominique en la plataforma para encuentros sexuales Coco.gg donde ambos buscaban contenido pornográfico. Fue por ese medio que Dominique le propuso violar a Gisèle y él se negó. No podía hacerlo con una mujer que no fuera la suya, le dijo. Dominique, entonces, lo convenció para drogar a su pareja Cilia y que ambos abusaran de ella. Marechal reconoció que lo concretaron: él la violó en doce ocasiones y Pelicot en diez y siempre grabaron.

Cilia declaró que una de esas veces se había despertado en medio de una agresión sexual, mareada y confundida. No sabía si lo que había visto era real o un sueño. Había en su cuarto un hombre corpulento y desnudo. Ahora lo sabe con certeza porque se vio desnuda y dormida mientras Pelicot la violaba. Curiosamente Cilia (53) optó por no denunciar a su marido. Se escudó en no querer sumar más bochorno y desdicha a sus hijos: “Son tan infelices en este momento que quiero protegerlos. Era un hombre tan estupendo que no puedo olvidar esos años. Era un hombre formidable. Un padre muy protector. Es inconcebible que nos haya hecho esto… No entiendo nada”.

Está claro que la que no puede con su desdicha es ella misma.

Algunos de los acusados de violar a Gisele Pelicot, en el banquillo en los tribunales de Aviñón, Francia, donde se desarrollan jornada del juicio que conmueve al mundo (EFE/ Edgar Sapiña Manchado)
Algunos de los acusados de violar a Gisele Pelicot, en el banquillo en los tribunales de Aviñón, Francia, donde se desarrollan jornada del juicio que conmueve al mundo (EFE/ Edgar Sapiña Manchado)

Opinan los expertos

En la pintoresca y pequeña localidad de Mazan y alrededores, los vecinos se miran con desconfianza. Hoy por hoy todos sienten que el otro puede ser un violador más.

Mientras, en los tribunales, se van ventilando los dictámenes de los expertos. La encargada del análisis psicológico de Dominique Pelicot, Annabelle Montagne, insistió en que el acusado no presenta problemas mentales ni patologías que le impidan discernir lo bueno de lo malo. Aseguró que no le detectaron adicciones más que el uso frecuente de contenidos pornográficos con tendencia al voyeurismo. La psicóloga fue quien lo examinó en septiembre de 2020, pocas semanas después de su arresto, y reveló que por entonces la mayor inquietud de Dominique era sobre la imagen que iban a tener de él su familia y su entorno social. Le admitió, también, que le había resultado imposible terminar con la práctica de drogar a su mujer para ver cómo otros hombres mantenían relaciones sexuales con ella sin su consentimiento. Otra psicóloga, Marianne Douteau, sostuvo que es un personaje que tiene una personalidad de “dos caras: por un lado, es un patriarca en el que sus allegados pueden confiar y por el otro usa la mentira y el secretismo”.

Dominique Pelicot, seguramente, vivirá los próximos años de su vida en prisión, aunque eso no le importe mucho, porque en todo caso no tendría ningún sitio al que volver. No tiene contacto alguno con su familia y, en la cárcel, está aislado preventivamente del resto de los presos.

Gisèle, aunque ya está divorciada, afirma que “hasta el final de este proceso, seré Madame Pelicot, por solidaridad con mis hijos que llevan este apellido”. Promete reconstruirse como pueda: “Este juicio será para mí una página que definitivamente pasaré. Hoy empiezo de cero”.

El marido amable, el padre colaborador, el abuelo cariñoso, encarna hoy al monstruo más temido por la sociedad: esos que portan el aspecto de “persona normal”.

Una concentración tan grande de violadores en un lugar tranquilo, de unos seis mil habitantes, establece un récord demasiado siniestro.

Hoy a Dominique Pelicot no solo lo juzgan en Francia, lo juzgan los ojos del mundo.

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