A los 62 años, Pedro Ruíz decidió dar el paso que había esperado durante toda su vida: pedir legalmente lo que en su corazón siempre supo, que su verdadero apellido no era Ruíz, sino González. Fue un proceso largo, lleno de emociones encontradas, en el que la justicia reconoció lo que Pedro había sido desde niño: el hijo de Luis González.
Se trata de una historia que comenzó hace más de medio siglo en Salta y que encontró su resolución definitiva gracias a una fallo de la jueza Ana María Carriquiry, titular del Juzgado de Primera Instancia en lo Civil de Personas y Familia 2 de Orán, que permitió la primera adopción entre adultos mayores, ya que el padre adoptivo tiene 76 años.
Lo más llamativo de esta historia es que el adoptado también es una persona de la tercera edad: está casado, tiene hijos y es abuelo. Ni siquiera había bienes o una pensión por cobrar. Se trata de un verdadero acto de amor. Así consta en un fallo al que accedió Infobae y que lleva nombres ficticios para no revelar la verdadera identidad de sus protagonistas.
“Nunca se me hubiese ocurrido que iban a venir tres abuelos a pedir la adopción”, admitió a este medio la jueza Carriquiry, agregando que lo más complicado fue asegurar que todo el proceso fuera justo y transparente, especialmente considerando la avanzada edad de los involucrados. “Sentí que tenía que tomar más recaudos”, subrayó.
La jueza también expresó sus dudas iniciales acerca de las intenciones de los solicitantes, lo que la llevó a revisar los bienes y las cuentas bancarias del adoptado. Sin embargo, aclaró que no había ningún interés económico detrás del proceso, ya que los solicitantes iniciaron la demanda con la Defensoría de Pobres y Ausentes. El defensor público, Raúl Acevedo, y otros profesionales, como la psicóloga Adriana Paniagua y la asistente social Sandra Jiménez, realizaron un exhaustivo trabajo interdisciplinario para garantizar la legalidad y legitimidad del proceso.
Pedro nació en noviembre de 1962, en una familia que pronto dejó de ser tal. Su madre, Ana López, lo crio prácticamente sola desde que su padre biológico, Gustavo Ruíz, desapareció de sus vidas sin más explicaciones.
En los primeros años, Ana tuvo que hacerse cargo de todo: trabajar, alimentar a su hijo y encontrar la manera de sobrevivir en una provincia que le era extraño. Oriunda del Chaco, Ana se había trasladado a Salta en busca de trabajo, durmiendo en casas de familiares o conocidos hasta que la vida la llevó a conocer a Luis González, el hombre que cambiaría para siempre su historia y la de su pequeño hijo, que en ese momento tenía 2 años.
“El nunca preguntó nada. Simplemente se hizo cargo, como si Pedro fuera suyo desde el principio”, contó Ana al recordar los primeros días de convivencia con Luis, con quien finalmente se casó en 1972, cuando su hijo tenía 10 años.
A esa edad, Pedro ya prácticamente no recordaba a su padre biológico y consideraba a Luis como la única figura masculina que conoció verdaderamente como un padre. Luis González era un hombre serio, nativo de Salta, que había pasado su vida trabajando en distintos oficios para mantenerse a flote. Había tenido una vida dura, pero se dedicó a construir un hogar junto a Ana y su hijo.
“Nunca me hizo sentir que no era su hijo, al contrario, desde el primer momento me trató con el amor y la disciplina de un padre verdadero”, comentó Pedro, al declarar ante el Tribunal que hizo lugar a su petición de ser adoptado.
La familia pronto se trasladó a otra casa, en un barrio más consolidado de Salta, donde vivieron juntos durante 38 años. Allí, Pedro creció bajo la estricta, pero amorosa, mirada de Luis, quien se convirtió en su referente en todos los aspectos de la vida. Fue él quien le enseñó las primeras técnicas de carpintería, oficio que Pedro adoptó como propio y que le permite ganarse la vida hasta el día de hoy.
Luis y Ana nunca tuvieron otros hijos. Para ellos, Pedro lo fue todo.
Pedro González, el apellido que siempre soñó llevar, se convirtió en el único hijo del matrimonio, que a lo largo de los años se consolidó como una unidad familiar indestructible. Ante la justicia, Ana hizo hincapié cómo Pedro se convirtió en el protector de la casa, el hombre que cuidaba de sus padres con la misma devoción que ellos habían mostrado por él. “Siempre estuve ahí para ellos, todo lo que soy se lo debo a mis padres”, enfatizó Pedro al referirse a gratitud y el cariño por quienes lo criaron.
Con el paso de los años, Pedro se fue dando cuenta de que el apellido Ruiz no le representaba. Aunque había sido el nombre con el que había crecido, González era su verdadero linaje emocional. Sin embargo, la idea de cambiarlo legalmente no era una decisión sencilla. El miedo al qué dirán, los procesos judiciales, y la incertidumbre de si la justicia aceptaría la adopción de un hombre adulto, lo detenían.
Pero todo cambió en el 2024, cuando Luis decidió que había llegado el momento de formalizar lo que siempre había sido evidente. Así fue como Pedro y su madre biológica, que ahora tiene 82 años, acudieron a la justicia para que Luis solicitara la adopción plena.
Una de las preocupaciones principales de la jueza fue certificar la lucidez del hombre de 76 años que solicitaba la adopción. Para ello, ordenó informes psicológicos para asegurarse de que todos los involucrados comprendieran completamente el proceso.
El proceso judicial, que duró aproximadamente tres meses, concluyó sin objeciones y la adopción fue aprobada. “Yo quería que fuera un precedente sin vicios”, afirmó la jueza, quien destacó que este caso es una muestra de que es posible construir una familia más allá de los lazos biológicos y legales, basándose en el amor y el respeto mutuo.
Durante la audiencia, las tres partes expresaron sus deseos con claridad. Pedro, sentado frente al juez, recordó su vida junto a Luis y Ana, los sacrificios que hicieron por él, la formación que le brindaron y, sobre todo, el amor incondicional que lo sostuvo en los momentos más difíciles. “Siempre supe que era su hijo, aunque no lo fuera en papeles”, confesó Pedro en la audiencia. Sus palabras resonaron en la sala, y la jueza, conmovida por la historia, otorgó la adopción.
Luis, por su parte, admitió que no tuvo más hijos porque con Pedro se sintió más que satisfecho: “No he tenido otros hijos más que Pedro, y es él quien nos cuida y gestiona nuestras cosas. Es, desde siempre, mi hijo en todos los sentidos”.
La sentencia fue clara: Pedro Ruíz pasó a llamarse Pedro González, y su progenitor biológico fue desplazado oficialmente de los registros. El cambio de apellido no solo era una formalidad, sino el cierre de una herida que Pedro había cargado durante más de cinco décadas. Ser González significaba, para él, no solo pertenecer legalmente a una familia, sino también llevar consigo el legado de amor y sacrificio que Luis y Ana le habían dado.
Hoy, Pedro sigue viviendo en Salta, en la misma casa donde creció y formó su propia familia. Aunque tuvo que pasar por momentos duros, como la pérdida de uno de sus tres hijos en un accidente de tránsito, sigue adelante, apoyado en los valores que le inculcaron sus padres.
Ana, con problemas cardíacos, y Luis, con dolencias propias de su edad, continúan bajo el cuidado de Pedro, quien se encarga de sus gestiones y los asiste en todo lo que necesitan. “Ellos me lo dieron todo, ahora es mi turno de devolverles el favor”, concluyó Pedro.