Juan Raimundo Streiff había nacido en la ciudad de Buenos Aires en 1896 y sus padres habían venido de Francia escapando de la desolación y la crisis que había disparado la guerra franco prusiana. Streiff, que en su casa se hablaba el francés, era técnico eléctrico mecánico y su habilidad en el trabajo le abrió la puerta para ser encargado de mantenimiento del Correo Central, en tiempos en que todo el mundo se comunicaba con cartas a la que se le adosaban estampillas. No solo se ocupaba de la sede en el bajo porteño, sino que viajaba habitualmente al interior del país a fin de supervisar las sucursales.
Tampoco tenía pelos en la lengua y tuvo más de un problema en el trabajo cuando no dudaba en criticar a sus superiores que no sabían hacer el trabajo. Su ingenio, que lo llevó a implementar innovaciones tecnológicas en la clasificación de la correspondencia, competía con su rectitud. Al no querer cumplir indicaciones contrarias a su ética, su jefe le dijo: “¡Usted es un tarado!”. A lo que Streiff respondió: “Así es. Y usted es el jefe”. Terminó quedándose sin trabajo.
Estaba casado con María Luisa Antola, una modista que se dedicaba a hacer los vestidos de novia para las chicas del barrio. Tenían tres hijos, Dora, Margarita y Juan Carlos. Vivía en el departamento de delante de un conventillo sobre la calle Río Cuarto, en Barracas, propiedad de sus suegros. Streiff era todo un personaje en el barrio: se esmeraba por vestir casi siempre de blanco, lucía su ropa impecable, y tenía un gran sentido del humor.
En su alma atesoraba un sentimiento bullanguero que estallaba en tiempos del carnaval. Había aprendido solo a tocar el bandoneón y en esos días salía por las calles de Barracas, seguido por sus pequeños hijos disfrazados, mientras se le unían vecinos con panderetas, tapas de cacerolas y cualquier elemento que fuera ruidoso, generándose una espontánea batucada que todos esperaban todos los años.
Un himno que fue marcha
Tenía una pequeña orquesta a la que había bautizado “Streiff-Garaventa”. Era número puesto en las fiestas, corsos y carnavales que organizaba el Club Barracas Juniors, del que era socio número 578. Cómo no serlo si hasta vivía frente a su sede social. El Barracas Juniors había sido fundado por un puñado de vecinos en una pieza de Patricios y Daniel Cerri el 31 de julio de 1912. Tuvo su equipo de fútbol que llegaría a jugar un par de finales en la categoría intermedia de la Asociación Amateur Argentina de Fútbol. También se practicaban otros deportes -aún lo hacen- como el basquet, donde el orgullo era un jugador del club, Juan Carlos Nano, que integró el seleccionado nacional en el Mundial de Chile de 1959. Qué decir de la algarabía en el barrio cuando fue tapa de El Gráfico.
El club tendría varias sedes. En 1923 se habían establecido en Iriarte al 1300; luego, desde 1934 al 2001 estuvieron en Río Cuarto y Azara y actualmente en General Hornos 1850. Lo que el club también poseía era un himno. Fue en la década del 30, aunque es difícil precisar una fecha. En uno de los pasillos del conventillo, mientras tomaba mate con su amigo Mufarregui, conocido por todos como el “turco Mufarri”, también socio del club y animador tradicional de fiestas y celebraciones, en las que ponía sobre el escenario sus dotes histriónicas, surgió la marcha del club.
Streiff se encargó de la música y el turco el responsable de la letra:
“Vamos muchachos unidos / todos juntos cantaremos / y al mismo tiempo daremos / un hurra de corazón. / Por esos bravos muchachos / que lucharon con fervor / por defender los colores / de esta gran institución”.
¿Cómo era la música? Igual a la que adoptaría la Marcha Peronista. El himno era entonado en las celebraciones del club, en las comparsas los días de carnaval y cuando los vecinos así lo pedían, porque era muy pegadizo. Llegaron a grabarla en uno de los viejos discos de pasta, pero algún pícaro la hizo desaparecer.
Pero la historia no terminaría ahí. Fue alguien en el sindicato de los gráficos que en 1948 escuchó esa simpática marcha del club de Barracas. Modificándole la letra aunque respetándole la música, salió la marcha de los obreros gráficos peronistas:
“Los gráficos peronistas / todos unidos triunfaremos / y al mismo tiempo daremos / un hurra de corazón / ¡Viva Perón! ¡Viva Perón! / Por ese gran argentino / que supo conquistar a la gran masa del pueblo / combatiendo el capital / ¡Perón, Perón, qué grande sos! ¡Mi general, cuánto valés! ¡Perón, Perón, gran conductor! / Sos el primer trabajador”.
Según recordó el entonces ministro de Educación Oscar Ivanissevich en sus memorias, fue en el convulsionado Tucumán de 1949, en el que los laboristas no querían dar el brazo a torcer frente a la voluntad monolítica de la Casa Rosada, en plena campaña electoral para conformar la asamblea constituyente que reformaría la Constitución Nacional, le habría hecho algunos retoques a la letra de la marcha de los obreros gráficos peronistas. Le cambió el título. Pasaría a llamarse “Los muchachos peronistas”. También le eliminó el “hurra”, término más asociado a competencia deportiva, por “grito”.
“Los muchachos peronistas / todos unidos triunfaremos / y como siempre daremos / un grito de corazón / ¡Viva Perón! ¡Viva Perón! /Por ese gran argentino / que se supo conquistar / a la gran masa del pueblo / combatiendo al capital // Perón, Perón, qué grande sos / Mi General, cuánto valés / Perón, Perón, gran conductor / sos el primer trabajador // Por los principios sociales / que Perón ha establecido / el pueblo entero está unido / y grita de corazón / ¡Viva Perón! ¡Viva Perón! // Por ese gran argentino / que trabaja sin cesar / para que reine en el pueblo / el amor y la igualdad // Perón, Perón, qué grande sos / Mi General, cuánto valés / Perón, Perón, gran conductor / sos el primer trabajador”.
El aparato de propaganda oficial haría el resto. La primera grabación se realizó con la asistencia del cuarteto folklórico de la Fábrica Argentina de Alpargatas y el propio Ivanissevich mandó a imprimir miles de cuartillas con la letra de la marcha para que todo el mundo se la aprendiese.
Fue el presidente Juan Domingo Perón que le pidió a Hugo del Carril, que la grabase. El talentoso actor y director la cantaría por primera vez en vivo desde los balcones de la Casa Rosada el 17 de octubre de 1949, acompañado por la orquesta de Domingo Marafiotti. Dicen que Streiff, el verdadero autor de la música, al escucharla, se ponía contento, aunque lamentaba la falta de reconocimiento de haber sido el autor de la música. El aplauso o la palmada nunca llegarían.
Culpable
Luego del derrocamiento de Perón, la autodenominada Revolución Libertadora, mediante el Decreto Ley 4161, había dispuesto la prohibición de “imágenes, símbolos, signos, expresiones significativas, doctrinas, artículos y obras artísticas representativas del peronismo”. En esta norma, no se podía mencionar a “Perón”, “Evita”, “peronismo”, “justicialismo”, y la que tampoco se salvó fue la marcha peronista.
En 1956 Streiff se estaba muriendo por un cáncer de laringe. Dos oficiales de la Marina fueron a verlo a su vieja casa de la calle Río Cuarto, donde habían nacido sus hijos y lo harían algunos de sus nietos, a los que no llegaría a conocer. Habían ido a preguntarle cuánto le había pagado Perón por la composición de la marcha, lo que evidencia que lo tenían referenciado como su autor. Dicen que Streiff sonrió; los oficiales no demoraron en tomar conciencia que la pregunta que habían hecho carecía de sentido y que ese vecino entusiasta de los carnavales solo pretendía divertirse y contagiar la alegría en el club de sus amores.
Fuentes: Ricardo Streiff y Sabrina Streiff, nietos de Juan Raimundo.