Historia de la primavera en Buenos Aires: del jacarandá que deslumbra turistas al plátano que enfurece a los alérgicos

La Ciudad tardó dos siglos en empezar a planificar su arbolado y fue Carlos Thays el que revolucionó el paisaje. Para 2042 está previsto duplicar la superficie cubierta por la sombra natural

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Cada noviembre, Buenos Aires se
Cada noviembre, Buenos Aires se tiñe de lila. Se trata de una de las postales más atractivas de la Ciudad.

Hubo un tiempo sin sombra. Buenos Aires era un anclaje colonial que había sido fundada no una sino dos veces, pero que no había sido plantada. Sus calles, reducidas en ese entonces a lo que hoy es nuestro casco histórico, tenían edificaciones bajas y demasiados pocos árboles.

Una primavera porteña no se parecía en nada a la que empieza este mismo sábado, por la que desfilarán las flores de los lapachos, los jacarandás, los palos borrachos y, sobre el final, las de las tipas. Y que será alfombrada por esas pelotitas polvorientas del plátano que encienden las alarmas e irritan las mucosas de los alérgicos de la Ciudad.

Pero en algún momento, por iniciativa privada, sus habitantes empezaron a plantar algunos árboles. No abunda la documentación sobre aquellos años, pero sí sabe que hacia el 1600 había penas para quienes destruyeran los algarrobos que iban creciendo, y que las familias plantaban limoneros y naranjos con fines sobre todo aromáticos.

Ya hacia el final de nuestra era colonial, alguien empezó a pensar más sistemáticamente que a Buenos Aires le faltaban árboles debajo de los que aliviarse y que, al mismo tiempo, enriquecieran el paisaje de una ciudad pujante a fuerza del comercio legal y también del contrabando. Así que, en lo que hoy es la avenida Leandro N. Alem y a fines del siglo XVIII se llamaba Paseo de Julio, se llevó a cabo la primera plantación de arbolado en el espacio público de la que se tenga registro. Se llamó “La alameda”, aunque pobló el paisaje de naranjos y de ombúes, y recorrió esa avenida entre lo que hoy es la Casa Rosada y Corrientes.

Los plátanos fueron importados por
Los plátanos fueron importados por Sarmiento desde Estados Unidos. Según los especialistas, por su cono de sombra y su resistencia son indispensables para la Ciudad, a pesar del malestar que generan en los alérgicos durante la primavera.

El siguiente gran hito en la historia del arbolado porteño llegaría un siglo después, cuando Argentina ya existía como tal y su presidente era Domingo Faustino Sarmiento. Por su iniciativa, en 1874 se inauguró el Parque Tres de Febrero, gran pulmón verde del corredor norte de la Ciudad. No fue su única idea: también impulsó la importación de la especie Platanus hispánica, una planta exótica para nuestras latitudes. Como había importado docentes, trajo también árboles de Estados Unidos.

Cada primavera, la estación en la que los plátanos despiden su pelusa emblemática, Sarmiento es recordado -él, su madre doña Paula y hasta su telar artesanal- por la población alérgica a ese polvillo que, además, se acumula con facilidad en los desagües pluviales. Según la documentación sobre arbolado porteño que clasificó las especies de la Ciudad en 1941, en ese momento los plátanos representaban el 20% de los ejemplares en la Ciudad. Y, un spoiler para los alérgicos: el Plan Maestro de Arbolado que se puso en marcha en 2012 y que apunta a cumplir sus objetivos hacia 2042 los sostiene como parte del paisaje urbano.

Pero volvamos a la historia. Después de que Sarmiento impulsara el arbolado en general y el plátano en particular, unos años después llegaría la verdadera revolución. Fue en 1893, cuando el arquitecto y paisajista francés Carlos Thays fue puesto a cargo de la Dirección de Parques y Paseos. Nunca antes se había pensado el espacio urbano de Buenos Aires como lo hizo Thays en cuanto al arbolado. Le encargaron un “Plan Europeo de Arbolado”, lo que llevó a que se plantaran tilos, paraísos y, de nuevo, plátanos.

Pero Thays no se conformó con esas especies: en un viaje al Norte argentino descubrió el jacarandá, el lapacho, las tipas y el palo borracho. Y fundó el Jardin Botánico que hoy lleva su nombre para reproducir allí las plantas que quería instalar en las calles porteñas. Así empezaba a delinearse el paisaje a veces lila, a veces rosado y a veces con un aroma inconfundible que todavía puebla nuestras calles. El clima porteño era especialmente prometedor para llenarlo de árboles con flor, lo que suponía una novedad respecto de las ciudades europeas que habían servido de inspiración hasta entonces.

El arquitecto y paisajista francés
El arquitecto y paisajista francés Carlos Thays diseñó el arbolado urbano de Buenos Aires a fines del siglo XIX, y fundó el Jardín Botánico que hoy lleva su nombre.

La primera arteria en pensarse directamente con el arbolado que luciría fue la Avenida de Mayo, que se inauguró en 1894 y que se pobló de plátanos. Buenos Aires se llenaba de árboles de grandes dimensiones cuyas copas permitían ensombrecer las casas de una o, como mucho, dos plantas de la época. Su crecimiento en altura empezaría a quitarles espacio a los árboles.

Durante la última dictadura militar, por la descomposición de las instituciones democráticas de la entonces Municipalidad de Buenos Aires, empezó a resquebrajarse el plan sistemático de arbolado que venía desarrollándose. Incluso hubo talas que destruyeron árboles que conformaban parte de la historia viva de la Ciudad. Y también hubo resistencia. Tal vez la más emblemática fue la de los vecinos de Recoleta que se rebelaron ante la inminente destrucción del ombú que todavía puede visitarse en las inmediaciones de La Biela, y que es, según la documentación disponible, el segundo árbol más antiguo de la ciudad que aún está en pie.

Los ejemplares más antiguos están en San Telmo: son las dos magnolias del Protomedicato, que hoy pueden verse en Humberto 1º al 300 en el terreno de una escuela pública. Fueron plantadas hacia el 1800, cuando vivían allí los integrantes de la orden religiosa de los betlemitas y funcionaba en ese espacio la institución que regulaba la medicina y, más tarde, la escuela pionera de esa disciplina en nuestra ciudad. Aunque el edificio cambió de objetivo, los árboles siguen arrojando su sombra allí, como hace más de doscientos años.

En busca de la sombra perdida

Un árbol en una ciudad sirve para muchas cosas. Brinda sombra en medio de un entorno que, por los materiales con los que está construido, se calienta. Contrarresta las llamadas “islas de calor” y hace más lenta la caída de agua de lluvia, lo que puede contribuir a que la acumulación de esa lluvia sea menos brusca. Retiene polvo, humo y gases. Atenúa la contaminación acústica. Y, por todo eso pero también por lo que desencadena cuando lo vemos, lo olemos o lo tocamos, un árbol contribuye a la salud integral de los habitantes de una ciudad. Muchos árboles, lo que se llama “un bosque urbano”, producen todos esos efectos exponencialmente.

Las magnolias del Protomedicato, los
Las magnolias del Protomedicato, los árboles más antiguos que se mantienen en pie en Buenos Aires. (Google Street View)

Según el último censo de arbolado, que se llevó a cabo en 2018, Buenos Aires cuenta con unos 430.000 árboles. En promedio, hay un árbol por cada 7 habitantes, un índice que está por debajo de las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, que asegura que lo saludable es un árbol por cada 3 habitantes de una Ciudad.

El prestigioso MIT desarrolló la plataforma Treepedia, que mapea el arbolado de algunas grandes ciudades del mundo y proyecta la sombra que esos árboles producen. Según el sitio web, Buenos Aires goza del 14,5% de sus 203 kilómetros cuadrados cubierto por el cono de sombra que proyecta su arbolado. Está por encima de Londres, de París y, por poco, de Nueva York, pero está todavía lejos del 30% que se puso como objetivo el Plan Maestro de Arbolado presentado en 2012.

“Uno de los objetivos centrales del Plan Maestro es lograr que Buenos Aires esté cubierta al 30% por la sombra de sus árboles. Ese índice es hoy el más importante a la hora de pensar la calidad del arbolado urbano. No por cantidad de árboles ni por cantidad de árboles por habitante, sino por la cobertura de su sombra”, describe Jorge Fiorentino a Infobae. Es asesor de la Dirección General de Espacios Verdes y Arbolado de la Ciudad.

“Un plan de arbolado implica poner el árbol correcto en el sitio correcto, y lleva décadas porque los árboles tardan en crecer. Llegan a su madurez en entre 15, 20 y hasta 25 años, y recién un árbol maduro brinda sus mejores servicios ecosistémicos”, suma Fiorentino. Este año la Ciudad preveía plantar unos 15.000 árboles pero esa cifra creció a 18.000 después del fatídico temporal del último 17 de diciembre, que destruyó 1.000 ejemplares porteños. “Por cada uno que cayó decidimos plantar tres”, cuenta Agustín Laibol, gerente operativo de Acciones Preventivas y Asuntos Estratégicos del área de la que depende el arbolado de la Ciudad.

Actualmente, las llamadas “planteras”, que es donde se instalan los árboles “de alineación”, es decir, los que están en las calles, están agotadas. No hay espacios libres, por lo que se están construyendo nuevos que impliquen que los ejemplares plantados no obstruyan una ochava, ni una rampa, ni balcones, ni tapen las luminarias. En algunos barrios, aseguran desde el área de Espacio Público, empezaron a instalarse las luces de la ciudad más abajo e incluso sobre la línea de edificación para que haya mejores posibilidades de instalar árboles sin que las calles resulten demasiado oscuras por las noches.

El temporal del 17 de
El temporal del 17 de diciembre de 2023 destruyó unos 1.000 árboles. Se están plantando 3 por cada uno que se perdió. (Adrián Escandar)

“El estado actual de nuestro arbolado es de franca declinación de su follaje. Lo que vemos ahora en nuestras calles y nuestros espacios verdes son ejemplares sobrevivientes del despojo y del destrozo. Las podas son reiteradas y sistemáticas, lo que hace que la expectativa de vida de nuestros árboles caiga. Esa poda forma parte de un negocio que no tiene fin, porque los nuevos árboles que son plantados también serán podados, y a la vez, tenemos cada vez menos follaje porque a un árbol le quedan dos o tres ramas de las principales, entonces tiene un 30% del follaje que debería tener para su edad”, describe María Angélica Di Giácomo, licenciada en Química y fundadora de la ONG Basta de Mutilar Nuestros Árboles, que nació en 2012.

“Todos los beneficios que un árbol le supone a los habitantes de una ciudad y que hacen a la salud ambiental, física y psíquica, dependen del follaje, entonces dejarnos sin buen follaje es dejarnos sin los beneficios reales del arbolado”, suma Di Giácomo. El lema de la organización que encabeza es “Preservar, plantar y cuidar” y, según argumenta, “es necesario aumentar el número de árboles de Buenos Aires porque, además, de lo que se planta se seca entre un 50% y un 95%”.

Plantar árboles en la ciudad supone el desafío de que puedan crecer hacia arriba pero también hacia abajo: las raíces compiten con las cañerías. El Plan Maestro supone que los paraísos y los arces disminuyan su proporción en la Ciudad, dada la descomposición frecuente de su madera, y también bajará la proporción del fresno americano, la especie más frecuente en territorio porteño. Ahora mismo, casi 4 de cada 10 ejemplares son de esa especie, que en algún momento fue usada como “un comodín”. “Es noble, tiene buenas condiciones, pero que sea tan masivo nos expone a que si hay una plaga, se enfermen muchos árboles de la Ciudad”, explica Fiorentino.

Consultado sobre el plátano, enemigo público de los alérgicos, asegura que en Buenos Aires representan el 8% de los árboles, mientras que en Montevideo alcanzan el 18% y el 30% en París. “Es un árbol muy bueno para el territorio urbano. Es muy seguro, muy noble, proyecta una sombra fantástica y responde muy bien a las podas. Es cierto que durante un mes o un mes y medio molesta mucho a los alérgicos e incluso a los no alérgicos, pero es un árbol indispensable”, suma el especialista. Eliminar ese árbol de impronta sarmientina que irrita ojos y gargantas, por ahora, no está en los planes oficiales de la Ciudad.

Cada año, se podan 70.000 árboles de los que están en las calles porteñas. A través de un plan quinquenal, la poda se produce rotativamente para que, en principio, cada árbol sea podado una vez cada cinco años. “Hay que entender que en un sistema biológico, en cualquier sistema de infraestructura verde, las distintas entidades, en este caso los árboles, se protegen entre sí por el follaje y se comunican entre sí por las raíces, que aquí cortamos por los servicios públicos”, describe la titular de Basta de Mutilar. “Se sabe que la poda es una agresión al árbol; debería hacerse en momentos imprescindibles. Esto es cuando hay ramas secas, dañadas o enfermas. Pero hay que pensar en función del árbol, por eso si en vez de podarlo se puede cambiar de lugar la luminaria o la señalética, será mucho mejor para ese ejemplar y para nuestra salud”.

El lapacho, uno de los
El lapacho, uno de los árboles emblemáticos en la Ciudad y el que anuncia la primavera cuando florece. (Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires)

Laibol describe a Infobae: “La poda está a cargo de paisajistas, ingenieros agrónomos y técnicos en jardinería. Todos reciben un curso sobre arbolado urbano, y cada poda se evalúa para ver si es necesaria o no. No se poda por podar ni para que un vecino quede conforme por una rama que le molesta”.

La Comuna 8, integrada por Villa Lugano, Villa Soldati y Villa Riachuelo, y la Comuna 4, que agrupa a La Boca, Barracas, Parque Patricios y Nueva Pompeya, son las más perjudicadas respecto a la presencia de árboles. Hay menos ejemplares por habitante que en otras zonas de la Ciudad. “Estamos detectando las áreas donde hace falta más arbolado para priorizarlas”, sostiene Laibol.

Entre los árboles que resultarán prioritarios en los próximos años, se plantarán ejemplares de jacarandá, liquidámbar, lapacho, tilos y crespones. “La estrella va a ser el jacarandá, es una postal emblemática de Buenos Aires y los turistas enloquecen cuando ven esas flores en noviembre. El tilo lo usaremos en veredas amplias, el lapacho también aporta unas flores muy atractivas en el inicio de la primavera, y el liquidámbar tiene un color otoñal precioso. El crespón lo usaremos en las veredas más chicas, y el plátano seguirá en la misma proporción”, describe Fiorentino.

No sabe -no puede saber- si estos árboles podrán resistir la profundización del calentamiento global. Pero aventura: “Por ahora vienen respondiendo bien. Los árboles urbanos son muy resilientes, y Buenos Aires tiene un clima que, con su cantidad habitual de lluvia, logra que un árbol crezca en dos años sin depender de una acequia o de sistemas complejos de riego”.

2042 es la fecha señalada para alcanzar el cono de sombra que Buenos Aires se propuso a sí misma. Si el objetivo se consigue, habrá más flores lilas, rosadas y blancas, más metros cuadrados en los que repararse del sol, más capacidad para absorber las lluvias. Y más pelusa de la que importó Sarmiento y cada primavera impulsa la compra de pañuelitos de papel.

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