Ese renombrado científico, con chapa propia en la ciencia argentina, en su juventud había sido un ferviente futbolista que solía despuntar el vicio en el Club Atlético Argentino, que pasó a la historia como uno de los primeros equipos que enfrentó con notable éxito a Racing Club, cuando “la Academia” recién nacía en el entonces pago de Barracas al Sud.
Se llamaba Salvador Lorenzo Debenedetti, había nacido en 1884 en lo que años después sería Avellaneda, en el seno de una próspera familia de inmigrantes italianos, donde su padre manejaba una fábrica de soda. A los 12 años murió su mamá y una de sus hermanas –eran ocho- tomó las riendas de la casa. Luego de cursar el bachillerato en el Colegio San José, entró a estudiar Derecho y también se destacó como escritor en diarios locales y como poeta.
Le bastó conocer a Juan Bautista Ambrosetti y su obra para darle un volantazo de aquellos a su vida profesional. Ambrosetti, sin formación universitaria, se había transformado en un referente de la arqueología y paleontología en nuestro país y es el responsable, entre otras cuestiones, del descubrimiento del Pucará de Tilcara, en la quebrada de Humahuaca en Jujuy.
Debenedetti dejó sus estudios en Derecho tras haber cursado los dos primeros años y entró a la Facultad de Filosofía y Letras, de donde salió con el título de arqueólogo y como mano derecha de Ambrosetti. Juntos estudiarían las ruinas de Tilcara, y planificarían su reconstrucción.
Asimismo, Debenedetti fue el primero en descubrir, en excavaciones realizadas en Santa María, en la provincia de Catamarca, vestigios que comprobaban la convivencia entre poblaciones indígenas y el hombre blanco.
En 1910 se había casado con Mercedes Serra, quien falleció siete años después; y al poco tiempo volvería a casarse, esta vez con Hortensia Ceballos.
De su época universitaria, en 1902 fue nombrado presidente del centro de estudiantes. Allí se le ocurrió una idea: instituir el 21 de septiembre como el Día del Estudiante. La fecha era un homenaje al día, pero de 1888, en que habían llegado al país los restos de Domingo Faustino Sarmiento, fallecido en Paraguay el 11 de ese mes.
Desde junio de 1888 Sarmiento vivía en Asunción del Paraguay para encontrar un clima más benévolo para su maltrecha salud. Sin hacer caso a sus achaques, continuó activo, asesorando al gobierno de ese país en cuestiones educativas, elaborando proyectos, mientras acondicionaba una casa isotérmica que había hecho traer especialmente, y hasta supervisaba el cavado de pozos en busca de agua.
El 16 de noviembre de 1886 había hecho testamento, en el que se nombraba como general de división, reconocía a su hija Ana Faustina, a quien había tenido fruto de una relación con María Jesús del Canto; asentó que luego se había casado con la viuda Benita Pastoriza y que desde 1870 vivían separados. Legaba sus libros, cuadros y documentos a la biblioteca Franklin Rawson de San Juan. Al morir, su herencia se resumía en una casa en la calle Cuyo en la ciudad de Buenos Aires; otra en Asunción; algo de dinero en el banco y dos terrenos, uno en San Juan y otro en Zárate. Nada más.
Le bastó tomar un enfriamiento para que su delicada salud se agravase y en las primeras horas del 11 de septiembre, falleció. Se le tomó una foto en la cama y, como no convenció, lo sentaron en su silla de leer, instantánea que es la que daría la vuelta al mundo.
Luego de embalsamarlo, sus allegados con las autoridades diplomáticas argentinas en el Paraguay, ultimaron los detalles para iniciar el regreso a nuestro país, donde a través de telegramas se siguió todo el proceso de enfermedad y muerte del ex presidente.
De Asunción el féretro cubierto con las banderas de Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay, como fue su deseo, se pasó a la provincia de Formosa. De ahí se abordó el “San Martín” de la Armada Argentina y emprendió una travesía que insumió una semana, porque hubo paradas y homenajes en distintos puntos del recorrido. En la ciudad de Corrientes se ofició una misa con cuerpo presente en la catedral, y las ciudades de Rosario y San Nicolás tributó honores al paso de la nave.
En la mañana del viernes 21 de septiembre el barco arribó al puerto de Buenos Aires. Debieron esperar hasta cerca del mediodía para desembarcar los restos debido al gran oleaje que había. Miles de personas se agolparon en el muelle y en los alrededores. Al frente estaba el presidente Miguel Juárez Celman con su gabinete.
En medio de una fuerte lluvia, el féretro fue conducido en una carroza hacia el cementerio de La Recoleta. Hubo varios discursos, entre ellos los del vicepresidente Carlos Pellegrini, de Osvaldo Magnasco, Aristóbulo del Valle y Paul Groussac, entre una larga lista de oradores.
Para comunicar el fallecimiento de Sarmiento, los diarios habían acordado publicar el mismo título: “La Prensa Argentina: homenaje a la memoria de Domingo Faustino Sarmiento”.
Día del Estudiante
En el marco del Primer Congreso Internacional de Estudiantes Americanos, celebrado en Montevideo entre el 26 de enero y el 2 de febrero de 1908, en donde se discutieron aspectos como la autonomía y la extensión universitaria, la creación de una asociación de estudiantes americanos y la representación de los centros de estudiantes, entre otros, se resolvió instaurar el 21 de septiembre como el Día del Estudiante, partiendo de la iniciativa de Debenedetti. El primer año en que se celebró masivamente, en América del Sur, fue 1910.
Los festejos distaban de las guitarreadas y los picnics al aire libre. En los primeros años, las celebraciones se realizaban en ámbitos de la facultad, y se pronunciaban discursos sobre el sanjuanino y su obra, especialmente a la cuestión educativa. Además, se organizaban actos en torno al monumento del ex presidente.
A partir de 1917 Debenedetti fue el director del Museo Etnográfico de la Universidad de Buenos Aires y además profesor universitario. Recorrió diversos puntos del país realizando excavaciones y produciendo descubrimientos. Falleció el 1° de octubre de 1930 a bordo del buque que lo traía de Europa, donde había participado de un congreso. Sus cenizas, junto a las de Ambrosetti, descansan en el Pucará de Tilcara. Especialistas dijeron que con su muerte, Argentina perdía a su mejor arqueólogo y a un estudiante que quiso honrar al que tanto había hecho por la educación.