Era miércoles. De noche. Hacía frío. Mucho frío. La Democracia recién volvía, habían transcurrido apenas seis meses. En las casas un programa de televisión acaparaba la atención. Por primera vez víctimas y familiares de desaparecidos narraban sus casos en la televisión.
Mientras tanto, por la Panamericana una fila de tanques avanzaba hacia el centro de Buenos Aires. Esa peregrinación bélica, esa amenaza al orden constitucional, duró unos pocos minutos. Una vez hecha la advertencia, una vez que hicieron notar su presencia, los tanques dieron la vuelta y regresaron al punto de partido, Campo de Mayo.
Mientras el tape estaba al aire, una bomba de estruendo fue lanzada por un grupo anónimo de encapuchados contra el techo del canal. No produjo mayores daños.
El programa de la Conadep
El 4 de julio de 1984, a las 22 horas, Canal 13 emitió Televisión Abierta: Nunca Más (Un programa de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas). No hubo cortes publicitarios por una decisión de las autoridades.
Habría que recordar (o resaltar) algunas cuestiones para que se valore adecuadamente qué clase de apoyo fue brindado por el gobierno. Canal 13 todavía era el canal líder en audiencia. Canal 9 recién había sido devuelto a Alejandro Romay y se estaba asentando (en poco tiempo monopolizaría la medición de audiencias). Excepto el 9, el resto de los canales eran estatales.
El gobierno de Raúl Alfonsín decidió –después de algunas dudas- pasar el programa en horario central en el canal de mayor encendido, dándole un respaldo, una centralidad, insoslayable.
Desde fines de diciembre del 83, la Conadep (La Comisión Nacional Sobre Desaparición de Personas) trabajaba febrilmente en la sede que habían montado en el Centro Cultural San Martín.
Quien propuso la idea fue el rabino Marshall Meyer. Dijo que había que producir un documento audiovisual, salir del papelerío y de los documentos escritos que no llegarían a tantos ni serían leídos por muchos (nadie, a esa altura, podía siquiera soñar con el impacto y la penetración que tendría la publicación del Nunca Más). Hablo de un documental televisivo. Eso fue alrededor del mes de abril, cuando la comisión estaba en pleno trabajo y cuando ya preveían que no llegarían al plazo de seis meses que había puesto el gobierno en el decreto de creación (también faltaba para que el rabino renunciara por su viaje y radicación en Estados Unidos). Aceptada la idea, se encargó la tarea a Magdalena Ruiz Guiñazú y a Gerardo Taratuto, también clave en la redacción del informe final. Taratuto era abogado y dramaturgo y Sábato le encargó la escritura del Nunca Más (alguien tendrá que escribir sobre la influencia de los dramaturgos de Teatro Abierto en las gestas sobre los Derechos Humanos de los inicios democráticos: Carlos Somigliana fue una de las plumas del alegato fiscal en el Juicio a las Juntas).
El nombre, como muchas de las demás tareas relacionadas con la difusión, publicidad y los medios, se le ocurrió a Magdalena Ruíz Guiñazú según afirman varios de los participantes en la Conadep (Meyer se atribuía haber recurrido al Nunca Más como lema).
El backstage del programa
La grabación fue 4 días antes de la emisión. Fueron llegando a Canal 13 la mayoría de los integrantes de la Comisión (faltaron Meyer, Rabossi y Favaloro), los secretarios y buena parte del personal. Se ubicaron en sillas y una especie de tribuna detrás de cámara. También estaban los que prestarían testimonio.
La directora sería la legendaria Diana Álvarez y la voz en off fue de Carlos Beltrán. El científico Gregorio Klimovsky propuso que se utilizara como música de apertura y cierre de cada bloque una grabación de las Bachianas Brasileiras de Heitor Villalobos.
La idea de que saliera un programa con las denuncias en prime time inquietaba al gobierno de Alfonsín. Temían las reacciones. Buena parte de los diarios nacionales dejaban filtrar la molestia de los militares y hasta criticaban que se difundieran las denuncias. No eran demasiados los que apostaban a revisar el pasado, a averiguar fehacientemente lo que había sucedido, a juzgar a los responsables. El hecho de la inestabilidad de la democracia reciente también se convirtió en excusa para muchos que deseaban olvido e impunidad.
Se va a acabar
eBook
Gratis
Nadie le preguntó a los que iban a testimoniar sobre las cámaras qué iban a decir. No se los guionó ni se los cercenó. Ninguno miembro de la Conadep se podía sorprender con lo que dijeran. El único guión estuvo a cargo de Taratuto y fueron las intervenciones del locutor Carlos Beltrán en off en las que se describía las actividades que había desarrollado la Conadep, que contextualizaban cada testimonio, que daban una cifra de desaparecidos (cuando todavía no era un tabú hacerlo) según lo recolectado en esos seis meses de trabajo: “8.800 desaparecidos, 8.800 silencios” y que hablaba de los casi trescientos centros clandestinos de detención identificados hasta el momento.
Hay ocho sillas en dos filas de cuatro. Allí están los que van a brindar su testimonio. Lo hacen de a uno. Mientras hablan la cámara se centra en ellos, en su cara, en sus gestos. Uno no puede dejar de escuchar esa travesía por el horror, de estremecerse con el relato y con cada inflexión de la voz. Apenas terminan de hablar se levantan y se retiran. Su silla queda vacía. Antes del siguiente testimonio, un plano general registra cuántos quedan. Después de que el último hable, el estudio queda vacío, sólo las sillas inertes.
El poder extraordinario de la imagen
Esto que parece una gran idea de puesta de escena, la manera de mostrar a los que no están, fue, según el testimonio de Graciela Fernández Meijide, algo que surgió de la casualidad. El primero en hablar fue el Enrique Fernánez Meijide (marido de Graciela), padre de Pablo, chico de 16 años que fue secuestrado en su casa y desaparecido. Enrique se emocionó cuando llegó al final de su relato. Los ojos se le humedecieron y la voz se quebró ligeramente. Así que una vez que narró la desaparición de Pablo y la búsqueda infructuosa que encaró con su esposa, para no llorar frente a cámara, se levantó y se retiró del estudio. Alguien creyó con acierto que era una muy buena idea y se repitió el mecanismo con los restantes. Al terminar su relato se levantaban, dejando las sillas vacías.
Lo que también se repitió en cada relato fue la emoción que dominó a cada uno y todos estuvieron a punto de quebrarse. En uno de sus libros, Graciela Fernández Meijide explicó: “Quienes tenemos algún desaparecido, en mi caso Pablito, con el tiempo, en privado, logramos referirnos al suceso sin llorar. Pero la situación varía en el momento en que nuestros sentimientos son expuestos ante más gente. Ésa fue la primera vez que los participantes compartían con decenas de miles de compatriotas su verdad, aquella que sólo exponían entre los suyos: la familia y los organismos de derechos humanos”.
Pero no sólo los que hablaban frente a cámara lloraban. En un momento, entre el público presente, se escuchó un sollozo al principio contenido pero que se desbordó segundos después, un ruido de sillas y pasos que se alejaban. Era Hilario Fernández Long, uno de los 10 miembros de la Conadep, un hombre sereno, de gestos breves y pocos efusivos, que no había podido soportar la emoción; que en los últimos seis meses había escuchado cientos de esos testimonios pero que, seguramente, en ese momento había comprendido la repercusión que tendría el programa y que había revivido su propia historia: dos de sus hijos debieron exiliarse al principio de la Dictadura (uno de ellos había sido el esposo de Beatriz, una de las hijas de Héctor Germán Oesterheld).
En la elección de los testimonios, que debían ser acotados: tan sólo 8 para respetar los tiempos televisivos, se buscó que representaran la mayor cantidad de facetas posibles de las múltiples violaciones a los derechos humanos cometidos por el Proceso y sus hombres. Del secuestro a la tortura, las desapariciones, el desamparo de las madres, los bebés robados, la búsqueda de las Abuelas, los campos de concentración, la intervención de las tres armas, la vasta extensión territorial del plan sistemático y clandestino.
Después del testimonio de Enrique Fernández Meijide, pasaron los de Jorge Watts, secuestrado en El Vesubio, y el de Estela Berastegui, cautiva en La Perla. Los relatos eran secos y duros, describían las torturas y las condiciones atroces de cautiverio. Tras ellos aparecieron Lola Weischelbaum de Rubino y Otilia Renoud, madres que mostraron su dolor ante la ausencia de sus hijas, que hablaron de la desesperación por no tener noticias de su paradero ni destino, de cómo eran ellas, de la búsqueda incansable y de lo imprescindible de que se hiciera justicia.
Testimonios del horror
Las palabras de Adriana Calvo de Laborde fueron estremecedoras. Narró cómo dio a luz en el piso de un auto policial, las torturas, las condiciones inhumanas. Hay que imaginarse el impacto que tenía un testimonio tan contundente emitido por televisión, en primera persona, que contaba cosas que muchas creían imposibles, de una abyección pocas veces alcanzadas; para mensurar su impacto, los más jóvenes pueden recordar qué sintieron al ver la recreación de lo dicho por Calvo de Laborde en la película Argentina 1985, en una ficción y cuarenta años después.
El último bloque de familiares y víctimas fue para las Abuelas de Plaza de Mayo. Isabel Chorobik de Mariani (Chicha Mariani) y Estela Carlotto, presidenta y vice de la institución. Alrededor había oscuridad y seis sillas vacías. Contaron los asesinatos de sus hijas, reclamaron por todos los nietos robados y aportaron una novedad para el gran público: exigieron análisis genéticos para precisar las búsquedas.
La grabación fue muy movilizante para todos los que estuvieron en el estudio. Al final, Ernesto Sábato, presidente de la Conadep, habló unos minutos a modo de epílogo. Sólo restaba esperar que se completaran los procesos técnicos y que pasaran los pocos días hasta la emisión del programa.
Pero nada sería tan sencillo y esas jornadas de principio de julio de 1984 fueron extremadamente agitadas.
La presión militar
Alguien le contó al General Jorge Arguindegui lo que había ocurrido en ese estudio de Canal 13. El jefe del ejército elevó una protesta frente a Antonio Tróccoli, el ministro del interior. El tema rápidamente escaló hasta el presidente Alfonsín. Pidió ver el video. Mientras tanto del Poder Ejecutivo, algunos emisarios fueron a sondear a Ernesto Sábato. Le pedían que el programa no se pasara al aire o al menos que se postergara, siempre una buena estrategia para ganar tiempo en un país convulsionado como Argentina en el que las circunstancias pueden variar de manera radical en cuestión de horas. Aducían que la emisión podría molestar a los militares y eso provocar una “conmoción interna” según la jerga de la época.
Sábato fue terminante. Si el programa no salía el miércoles 4 de julio como estaba estipulado, él renunciaría. Todos sabían el significado de eso: un escándalo de proporciones y un retroceso insalvable en la política de derechos humanos del gobierno.
En las altas esferas del poder se debatió cómo seguir. Se llegó a una solución intermedia que Sábato, luego de cavilar bastante y consultarlo con otros colegas de la Comisión, aceptó. Que el programa tuviera un prólogo en el que hablara Antonio Tróccoli. Ese agregado, para un ojo atento, se notaba. Aparecía tras la presentación del periodista Sergio Villarroel y luego de las palabras del ministro, la estética cambiaba, aparecían los títulos, el locutor y se daba comienzo al contenido grabado unos días antes.
Tróccoli, con Sábato sentado a su lado, habló más de 9 minutos. Con esa articulación típica de los políticos radicales de entonces, verba engolada de comité, casi de perfecta gramática y estilo alambicado, espiralado. Parte de lo que dijo se hizo célebre en el últimos tiempos porque fue incorporado en la película Argentina 1985. Pero esa inclusión tiene algunos problemas. Por un lado es el único fragmento puramente documental del film y es sólo un fragmento de lo que dijo Tróccoli: una intervención de un minuto y medio en un discurso de nueve minutos. Es, también, uno de los escasos episodios que el film decide representar que no están ligados directamente con el Juicio a las Juntas y con la conformación del equipo del Fiscal Strassera.
En esa parte, el inicio de su alocución, Troccoli habla de la violencia de las organizaciones armadas. Después de destacar la labor patriótica de la Conadep dijo que ese trabajo no reflejaba la historia completa de la violencia: “La otra cara se inició cuando recaló en las playas argentinas la irrupción de la subversión y el terrorismo alimentado desde lejanas fronteras. Su proyecto basado en el terror con una profunda vocación mesiánica terminó desatando una orgía de sangre y de muerte”. Luego se alejó de la posibilidad de que lo que los militares cometieron fueran meros “excesos”, tal como muchos sostenían, y habló de “metodología aberrante” por parte de quienes habían estado en el poder. Los organismos de Derechos Humanos acusaron a Tróccoli de sostener la Teoría de los Dos Demonios.
En la película de Mitre, Tróccoli queda convertido en uno de los grandes villanos de la historia (Gustavo Noriega señaló que para el cine argentino reciente el ex ministro del interior terminó convertido en el villano de la Primavera Alfonsinista con su inclusión en Argentina 1985 y en El Rapto, la película sobre el secuestro de Sivak –en esta última su señalamiento parece más merecido, más justificado).
No hay que olvidar dos cuestiones: el Ministerio del Interior brindó pleno apoyo a la Conadep: fue el que proporcionó computadoras –inusuales en ese tiempo-, instalaciones, protección, medios materiales, dinero para viajes, para alojamiento de testigos y posibilitó que se pudiera ingresar en dependencias militares. Tampoco se debe olvidar que en ese momento el discurso de Tróccoli no fue tan relevante, ni influyente, ni impactante. Lo que dijo, con su discurso de comité, era algo que estaba instalado en buena parte de la opinión pública, una falsa equidistancia: el discurso de los neutrales. Además fue la apertura del programa: los testimonios posteriores fueron demoledores, fueron los que perduraron.
El cierre del programa
El epílogo estuvo a cargo de Ernesto Sábato con todos los miembros, secretarios y empleados más relevantes de la Conadep a sus espaldas. Dijo que lo ocurrido fue “un crimen monstruoso, de lesa humanidad”. Para oponerse a las deformaciones falaces que en esos días se escurrían en los medios agregó: “No es un problema político, cómo se suele argüir, esto es un problema ético y religioso. Personalmente creo que ha sido el reinado del demonio sobre la tierra. Se trató de una atrocidad”. Y pidió a los jóvenes no olvidar. Tras la lista de los notables de la Comisión y los títulos, otra vez Tróccoli y Sábato aparecieron juntos y cerraron el programa. Tróccoli remarcó la necesidad de hacer justicia.
Sábato aclaró que la Comisión “en ningún momento pretendió elogiar a la subversión que precedió al terrorismo de estado” y que en el decreto de conformación se estableció que ellos debía investigar los crímenes del gobierno de facto.
La competencia en ese horario era enorme. En Canal 9 estaba Soldán y Grandes Valores del Tango, en el 7 Situación Límite y en el 11 Alberto Olmedo con No Toca Botón: tres programas muy exitosos. A pesar de eso el rating del documental fue el más alto del horario. Tuvo más televidentes que si se sumaran los de los otros tres tanques televisivos de miércoles por la noche. Casi 2 millones de personas vieron y escucharon por primera vez los testimonios de las víctimas y los familiares.
El programa, más allá de distorsionadas polémicas retrospectivas, es un hito de la recuperación democrática y de la lucha por la defensa de los derechos humanos. En medio de lo que se llamó El Show del Horror gracias a los relatos sensacionalistas e intencionados que inundaban los medios, el programa de la Conadep con seriedad, emoción y verdad mostró otra cara. A pesar de amenazas, bombas y tanques en la calle, a pesar de las presiones políticas, de las amenazas y de las dudas políticas, la emisión del documental llevó por primera vez a cada casa el testimonio de víctimas y familiares, mostró sin dobleces la cara del horror vivido en los años anteriores.