Dos datos alcanzan para empezar a ilustrar la vida cotidiana de las personas que pertenecen a la población LGBT+ en la Argentina. El primero: al menos una de cada dos personas trans fue llamada por su nombre o sexo asignado al nacer con el único objetivo de ridiculizarla, y esa persona tuvo que padecer esa agresión al menos una vez en un año. El segundo: entre el 20% y el 36% de gays, lesbianas y personas trans vieron cómo sus madres o padres buscaban con mayor o menor desesperación y con mayor o menor enojo la “ayuda” de un profesional para “corregir” sus orientaciones sexuales o sus identidades de género. A veces era un psicólogo, a veces un médico, a veces un referente religioso.
Son apenas dos de los escenarios que precisa el Primer Relevamiento Nacional de Condiciones de Vida de la Diversidad Sexual y Genérica en la Argentina, que encuestó a 15.211 personas de todo el país entre mayo y agosto de 2023 y que supone una primera radiografía exhaustiva sobre cómo viven gays, lesbianas, mujeres y varones trans y personas que se autoperciben “no binaries”, entre otras identidades.
El trabajo, que no tiene precedentes a nivel nacional, fue encabezado por investigadores de distintas instituciones que dependen de universidades de todo el país o del Conicet. A la vez, fue impulsado por la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación -a la que renunciaron varios integrantes del directorio en abril, en medio de denuncias de desfinanciamiento- y por el Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad, disuelto tras la asunción de Javier Milei al frente del Poder Ejecutivo.
“Hicimos una encuesta autoadministrada y nos sorprendió la cantidad de personas que decidieron participar, porque es una encuesta exhaustiva que puede llevar tiempo. A la vez, hicimos jornadas presenciales para que pudieran completar la encuesta quienes no podían hacerlo virtualmente. Tomamos algunas variables que son relevadas por el censo y, más profundamente, por la Encuesta Permanente de Hogares, así podremos hacer una comparación entre los resultados de nuestro relevamiento con los de la población general”, describe Maximiliano Marentes en diálogo con Infobae. Es uno de los coordinadores de la investigación, sociólogo de la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín e investigador del Conicet.
Entre otros resultados, el relevamiento da cuenta de un dato que condensa los efectos de la violencia, la discriminación y el rechazo que, en muchos casos y en distintas etapas de la vida, sufren las personas que integran este colectivo. Seis de cada diez tuvieron ideación suicida al menos una vez en su vida. En el caso de las masculinidades trans, esa ideación alcanza al 85,1% de las personas, y entre quienes se identifican como “no binaries”, al 80%.
“A lo largo de la historia se ha señalado como una característica o hasta responsabilidad del propio colectivo LGBT+ esta tasa de suicidios, y nunca se hace la lectura de la degradación, la violencia y el maltrato histórico que padece ese colectivo. Lleva siglos y, por lo tanto, llevará tiempo deconstruir”, explica María Rachid, presidenta de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (FALGBT).
De la investigación participaron personas de 16 años o más, y, del total de los encuestados, la población gay es la más masiva (35,7%), seguida por el grupo de bisexuales femeninas (18,2%) y lesbianas (15%). Las masculinidades trans representan el 5,3% y las mujeres trans, el 4,1%.
“En esos resultados vemos que se reproduce un fenómeno que se da a nivel global, y es que está creciendo la cantidad de mujeres que se identifican como bisexuales. Creemos que tiene que ver con las últimas olas del feminismo, que tal vez ayudan a validar una experimentación sexual y afectiva más abierta. A las mujeres históricamente les cuesta menos que a los varones apropiarse de las puertas que abre el feminismo”, describe Marentes.
De manera transversal, el relevamiento da cuenta de que las masculinidades y feminidades trans atraviesan los escenarios más cargados de violencia y discriminación. Y ese padecimiento, más que para otras identidades del colectivo LGBT+, empieza por casa. Es que alrededor del 15% de mujeres y varones trans no se sienten en condiciones de dar a conocer su identidad de género a su padre o su madre, y el 40% percibió el enojo o la evitación por parte de esos padres al momento de contar que se autoperciben como trans. Alrededor del 30% de esa población sufrió violencia física o psicológica por parte de su familia, sobre todo las mujeres trans, que en el 21,1% de los casos fueron expulsadas del hogar familiar.
A la vez, la población trans es la que, en promedio, alcanza un nivel educativo menor que gays o lesbianas. El 54,8% de los gays encuestados tienen al menos un título universitario o terciario, mientras que las masculinidades trans que obtuvieron ese grado son sólo el 12%. La brecha también es grande entre las lesbianas (45,3% de los casos tienen título universitario o terciario) y las feminidades trans (16,3%). Entre los motivos detrás de esa diferencia asoma, una vez más, la agresión y la discriminación: 4 de cada 10 varones trans sufrieron violencia por parte de docentes o directivos, y el 35% de esa población fue atacada por compañeros por motivos vinculados a su identidad de género.
El mundo del trabajo también supone violencia, empezando por la posibilidad mucho más baja de conseguir empleo que padecen, una vez más, las mujeres y sobre todo los varones trans. En un país donde, según el Indec, la tasa de desocupación del primer trimestre de este año fue del 7,7%, sólo el 56,2% de las masculinidades trans tienen un trabajo formal.
La agresión, como ocurre en el ámbito educativo, también se da en oficinas, fábricas y talleres: un tercio de las personas trans fueron discriminadas en esos ámbitos. A la vez, la proporción de personas trans que se desempeñan como operarios o en trabajos no calificados triplican o hasta cuadruplican la proporción de gays y lesbianas que ocupan esos puestos. El resultado es tangible: el 41% de las identidades trans reportó, a mediados del año pasado, ingresos de menos de 120.000 pesos en su hogar.
Las personas encuestadas respondieron también sobre sus estados de ánimo y su escenario de salud mental. No menos del 80% de los encuestados de cada grupo, y hasta el 96%, señalan haber padecido síntomas vinculados a los trastornos de ansiedad, mientras que entre el 60% y el 66% de las personas trans o identificadas como “no binaries” manifiestan que se deprimieron en algún momento.
“La población trans es históricamente la más rechazada entre el colectivo LGBT+. Es una población que siempre encabezó las luchas por conquistar derechos y que fue consiguiendo esos derechos. Pero andá hoy mismo a Constitución, todavía hay mujeres trans que van presas sólo porque su cuerpo aún es considerado un delito. Y eso pasa también en muchos otros lugares del país, porque incluso las leyes que conseguimos muchas veces no se cumplen”, describe Marcela Romero, presidenta de la Asociación de Travestis, Transexuales y Transgénero de Argentina (ATTTA).
“Ahora mismo la población trans está especialmente colapsada. El Estado dejó de ocuparse de que se cumpla la ley de cupo laboral, que es una forma de amparo. El sistema de salud, que ya implicaba discriminación y violencia, también está especialmente difícil para nosotras ahora, lo mismo que contar con un lugar en el que poder estar que no sea la calle, porque te pueden echar de tu casa y pueden no contratarte en ningún lado sólo por ser quien realmente sentís que sos”, agrega la referente trans.
Rachid suma su mirada: “Es muy interesante que esta investigación se haya hecho a lo largo de 2023 porque el escenario actual va a impactar en las condiciones de vida del colectivo LGBT+, por lo que va a ser muy importante poder repetir la encuesta en uno o dos años para medir ese impacto. La situación este año cambió radicalmente, desde lo económico, que nos impacta a todes pero sobre todo a las poblaciones vulneradas por la discriminación, y también porque no hay dónde denunciar esa discriminación: la vía administrativa para hacer esa denuncia era el Inadi y esa vía, que era reparatoria y generaba conciencia, ya no está. El resultado es que las poblaciones vulneradas queden aún más desamparadas”, asegura.
Marentes sabe cuánto trabajo lleva encarar una investigación como la que ahora mismo presenta sus resultados online y también a través de una gira que recorre el país. “Es mucho trabajo por lo que no puede hacerse, por ejemplo, una vez por año ni tampoco creemos, metodológicamente, que tenga mucho sentido llevarlo a cabo tan seguido. Pero notamos mucha voluntad para participar y también sabemos que de acá a algunos años nos gustaría repetir el relevamiento para saber cómo evoluciona la situación del colectivo”, explica.
Los primeros resultados son contundentes: confirman padecimientos y discriminaciones históricas contra el colectivo LGBT+, especialmente hacia las personas trans. Violencias que empiezan en casa, con el rechazo, la agresión, la expulsión o la intención de que esa identidad de género o esa orientación sexual sea “corregida”, y que se reproducen en los hospitales, las oficinas, las aulas y el mundo del trabajo. Todos los días de todos los años.