Una fuga de película por 244 días de libertad: el día que el “Gordo” Valor se escapó disfrazado y a los tiros de la cárcel de Devoto

El mediodía del 16 de septiembre de 1994, hace exactamente treinta años, el mítico asaltante de bancos y camiones blindados, acompañado por otros cuatro presos, protagonizó uno de los escapes más espectaculares de la historia delictiva de la Argentina. Un plan aceitado y la acertada predicción de una vidente

Guardar
Empezaron a planear la fuga desde el primer día. “Si nos salía mal éramos boleta. Y en la carrera del ladrón te entregan el diploma cuando te liquidan. Pero más que a la muerte, le tenía miedo a no salir en libertad", dijo Valor
Empezaron a planear la fuga desde el primer día. “Si nos salía mal éramos boleta. Y en la carrera del ladrón te entregan el diploma cuando te liquidan. Pero más que a la muerte, le tenía miedo a no salir en libertad", dijo Valor

Si algo le faltaba a Luis “el Gordo” Valor para convertirse en una leyenda viviente en el mundo del delito era protagonizar una fuga espectacular, una suerte de asignatura pendiente en su carrera criminal que aprobó de manera cinematográfica hace treinta años, el 16 de septiembre de 1994, cuando con cuatro cómplices escapó de la cárcel de Devoto, una hazaña que, en el rubro de las fugas, lo puso a la altura de dos verdaderos maestros en ese arte, “Pichón” Laginestra y el “Tractorcito” Cabrera.

El “Gordo” ya era portador de un nombre pesado en el ambiente del hampa como líder de la “superbanda”, un grupo criminal que en los ‘80 y principios de los ‘90 se dedicó a robar a punta de armas largas camiones de caudales, bancos, financieras, fábricas y empresas en el día de pago. La banda, que llegó a tener una treintena de integrantes, se destacaba por funcionar como un verdadero relojito: sus miembros actuaban con movimientos perfectamente sincronizados que le permitían perpetrar los asaltos en menos de cinco minutos. Durante esos años realizaron con total impunidad medio centenar de robos, entre los cuales se contaban 23 bancos y 19 blindados cargados de billetes.

Pero 1994 no se había presentado como un buen año para Valor y algunos de sus compañeros de andanzas. Habían caído en cana y enfrentaban penas que los harían envejecer en la cárcel. Al “Gordo”, por ejemplo, el juez le había tirado más de 15 años por la cabeza y sus más conspicuos socios en el delito, como su lugarteniente en la banda, Oscar “La Garza” Sosa, Emilio Nielsen, Carlos Paulillo y Julio Pacheco, también parecían destinados a pudrirse detrás de las rejas.

Estaban en Devoto, donde fueron recibidos por los otros presos con el respeto que se les suele prodigar a los “pesados”. Desde esa perspectiva, pese a la libertad perdida, pasaban los días con comodidad, gozaban de ciertos beneficios, porque los guardiacárceles suelen ser también sensibles a esas cosas. Sin embargo, ni Valor ni los suyos tenían pensado abusar por mucho tiempo de la hospitalidad que les brindaba el Estado. Si se creen algunas declaraciones que el “Gordo” hizo después, empezaron a planear la fuga casi desde el primer día. “Si nos salía mal éramos boleta. Y en la carrera del ladrón te entregan el diploma cuando te liquidan. Pero más que a la muerte, le tenía miedo a no salir en libertad”, le confesó muchos años después a Rodolfo Palacios en una entrevista que publicó Infobae. “Libertad o muerte”, parecía ser la consigna del momento.

Valor protagonizó una fuga histórica del penal de Devoto con sus compañeros de detención “La Garza” Hugo Sosa Aguirre, Emilio Nielsen, Carlos Paulillo y Julio Pacheco. Se disfrazaron con los guardapolvos de los médicos del hospital penitenciario
Valor protagonizó una fuga histórica del penal de Devoto con sus compañeros de detención “La Garza” Hugo Sosa Aguirre, Emilio Nielsen, Carlos Paulillo y Julio Pacheco. Se disfrazaron con los guardapolvos de los médicos del hospital penitenciario

El violento oficio de robar

Luis Valor nació en San Fernando en 1953 y si bien fue a la escuela, desde chico aprendió en la calle el “oficio” que marcó su vida. A los 14 años ya formaba parte de un pequeño grupo de ladrones precoces que cometía sus raterías sin alejarse mucho del barrio y cayó preso por primera vez antes de cumplir las 20, cuando lo detuvieron a borde de un Ford Fairlane robado.

Si sus primeros pasos habían sido en la calle, en la cárcel de Olmos, cerca de La Plata, aprendió mucho más de los presos veteranos con quienes llegó a compartir pabellones, patios y celdas. “En el penal de Olmos conocí a grandes pistoleros que me enseñaron el oficio. Robaban con traje y peinados con gomina. Eran señores del hampa. Eso me salvó porque me terminé haciendo ladrón. Y cuando salí me dediqué a robar. Pero para mí y para mi familia”, contó una vez.

A mediados de la década de los ‘80 pegó el gran salto, con el armado de una banda en su mayoría compuesta por ladrones del Conurbano. Los disciplinó y se hicieron de armas largas que llegaron a manejar con maestría. Nació así la que luego se conocería como la “superbanda”, un mini ejército del delito con entre veinte y treinta miembros fijos y otros tantos periféricos a los que se convocaba si había necesidad. Tenían también un arsenal de gran potencia de fuego, donde no faltaban las ametralladoras, ni los FAL, ni las escopetas Itaka, además de las indispensables pistolas 45 y 9 milímetros y revólveres de temible calibre.

Pese a todas esas armas, una de las consignas de la banda era no matar: “La plata con sangre no sirve”, solían decir el “Gordo” y quien se convirtió en su número dos, “La Garza” Sosa. No asaltaban al voleo sino luego de hacer un trabajo de inteligencia previa que les permitía operar rápido y con limpieza. Se especializaron en el robo de blindados, con un modus operandi tan sencillo como eficaz: cruzaban un auto en el camino del camión de caudales, por lo general en rutas alejadas, para luego bajarse, apuntar con armas largas al conductor y a los custodios y llevarse el botín en tiempo récord. En otras ocasiones, algunos de los delincuentes se disfrazaban de operarios y cerraban la ruta con vallas para detener a su objetivo.

Operaron con total impunidad durante casi cinco años y se puede decir que iban ganando por goleada y con la valla invicta hasta que la policía les metió un único gol, definió el partido y mandó al “Gordo” y a varios de los suyos a la cárcel.

Así fue la fuga del penal de Devoto del Gordo Valor y su Superbanda

Disfrazados y con cuerdas

Como en todo hecho que se convierte en leyenda hay diferentes versiones que lo cuentan y que, a veces, no coinciden en los detalles. De lo que no cabe duda es que la fuga de Valor, “La Garza” Sosa, Emilio Nielsen, Dante Paulillo y Julio Pacheco fue espectacular: tomaron parte de la cárcel a plena luz del día, se deslizaron con cuerdas a la calle cubriéndose a los tiros, rompieron todos los cercos que se armaron para recapturarlos en la huida y se hicieron humo.

Muchos años después, quizás pensando en publicar un libro con sus andanzas, el propio “Gordo” reconstruyó la fuga en un texto manuscrito en un cuaderno de 24 páginas. “La noche antes de la fuga estaba muy ansioso. Estaba todo organizado con los pibes de afuera. Teníamos lo que necesitábamos: plata, movimiento, fierros y el suficiente conocimiento del lugar. Los que planeábamos irnos sabíamos que estábamos muy jugados. A todos nos esperaban muchos años tras las rejas. Teníamos las sogas y los ganchos. Todo artesanal, hecho a mano. Los probamos para ver si aguantaban mi peso y el del Cabezón, un atleta muy bien preparado. Antes de acostarme me encargué de revisar bien las sogas y los ganchos para poder engancharme y desengancharme del muro. Hicimos tres sogas trenzadas de sábanas. Quedaron muy bien hechas y los caños estaban bien guardados”, escribió. Por supuesto, en su relato no revela cómo consiguieron las armas dentro de la cárcel ni si hubo cómplices entre quienes debían custodiarlos.

El primer paso fue conseguir que a mediodía del 16 de septiembre les permitieran quedarse en el patio con una excusa. Desde allí, burlaron la vigilancia para llegar a la enfermería, donde redujeron a todos los que estaban allí, una veintena de personas. Todos se vistieron con guardapolvos -incluso uno de ellos se colgó del cuello un estetoscopio-, menos Valor, que se enfundó en el uniforme de un guardia penitenciario. Desde la enfermería continuaron, armados con pistolas 9 milímetros, el recorrido por el resto del penal reduciendo y encerrando a los agentes que se encontraban en su camino. Así llegaron a un muro que daba al exterior, sobre la calle Bermúdez. En la garita del guardia, al que redujeron, ataron las cuerdas -en realidad, unas sábanas anudadas- y empezaron a deslizarse hacia la calle.

“Tiramos las sogas hacia abajo y justo en ese momento, aparecieron dos guardias en la vereda de enfrente que empezaron a dispararnos. Eso me hizo reaccionar inmediatamente por lo que saqué mi Halcón y disparé hacia ellos. Las ráfagas los asustaron mucho, así que cruzaron la calle y se metieron en el penal de nuevo. El guardia de Nogoyá y Bermúdez tenía un arma larga también, pero no hizo nada. Estaba como confundido”, escribió después Valor en su cuaderno.

Una de las consignas de la banda era no matar: “La plata con sangre no sirve”, solían decir el “Gordo” y quien se convirtió en su número dos, “La Garza” Sosa
Una de las consignas de la banda era no matar: “La plata con sangre no sirve”, solían decir el “Gordo” y quien se convirtió en su número dos, “La Garza” Sosa

Un video y una vidente

Era, como ya se dijo, mediodía, y dos vecinas de un edificio cercano vieron la escena y una de ellas atinó a filmarla desde el balcón. Años más tarde, ese video estuvo un tiempo en Youtube, hasta que alguien lo quitó. En las imágenes, se veía a Valor bajar por el muro, disparando, hasta tirarse a la calle.

-¡Mirá cómo se tiró el cana! – se escuchaba decir a una de los vecinas.

-¡No, no es un policía, es un chorro! ¡No ves que los de blanco son chorros y se están escapando! –le respondía la otra.

El primero en bajar fue “La Garza” Sosa, que corrió hacia un auto que los esperaba. Mientras seguían los tiros, el auto salió disparado y los otros cuatro fugitivos -uno de ellos con el tobillo maltrecho por la caída- debieron correr hasta el primer auto que vieron, un remis al que acababa de subirse una pasajera. “Con toda la gente de apoyo. Nosotros bajamos por las sábanas blancas anudadas que habíamos colgado antes y al llegar a la vereda nos encontramos en banda. No era lo acordado. Corrimos y apretamos a un remís. Lamentablemente tuvimos que sacar por la fuerza a una señora”, contó Valor en su cuaderno.

Una vez en el auto, los reclusos huyeron a toda velocidad, cruzaron la General Paz y en Tres de Febrero se tirotearon con un patrullero de la Bonaerense que intentó detenerlos. Se lo sacaron de encima y se hicieron humo.

El relato de la fuga quedaría incompleto si no se incluyera una confidencia que muchos años después le hizo el propio Valor al periodista Rodolfo Palacios. Dos días antes de la huida, Nancy, la mujer de Valor, fue a visitar a una vidente llamada María.

-Querida, decile a tu marido que no gaste más plata en abogados -le dijo la vidente a Nancy.

-Le quedan 15 años de condena -le contestó Nancy.

-Está todo acá, en estas cartas. Su libertad está escrita. Se va. Se va. Y será en pocos días. Se va por la puerta grande – insistió la vidente.

“Esa noche, Nancy no pudo dormir. Fue a visitar a su marido y le contó, en voz baja, lo que le había dicho la vidente. Al Gordo Valor le brillaron los ojos. Se abrazaron y luego fueron al cuarto de las visitas íntimas”, cuenta Palacios en su nota.

La fuga les costó a los ladrones una condena de siete años. En rigor, ninguna huida es penada, lo que se juzgaron fueron los daños causados, el uso de armas de guerra y la resistencia a la autoridad
La fuga les costó a los ladrones una condena de siete años. En rigor, ninguna huida es penada, lo que se juzgaron fueron los daños causados, el uso de armas de guerra y la resistencia a la autoridad

244 días de libertad

Tres días después de la fuga de Devoto, un grupo de delincuentes fuertemente armados asaltó a un camión blindado en La Reja, en el partido de Moreno. El robo salió mal y hubo un enfrentamiento en el que murieron dos de los ladrones y un sargento de la Bonaerense. Algunos testigos creyeron reconocer a Valor entre los atacantes, algo que el “Gordo” negó siempre. “Esa tarde estaba tomando mate con mi cuñada”, aseguró.

Estuvo prófugo durante 244 días, cambiando constantemente de aguantaderos, sin dormir más de dos noches seguidas en un mismo lugar. Cientos de policías lo buscaban y había una recompensa de 300.000 pesos/dólares para quien diera información que permitiera capturarlo.

Sus días de libertad terminaron la noche del 1° de mayo de 1995, cuando la policía rodeó el aguantadero de General Rodríguez en el que había decidido dormir.

-¡Entregate Valor! -le gritó el jefe del operativo, y el “Gordo” salió sin ofrecer resistencia.

A los años que le quedaban para cumplir la pena pendiente, la Justicia le sumó otros siete por la fuga de Devoto. No por el hecho de fugarse, que no está penado por la ley, sino por haber reducido al personal y por el enfrentamiento armado con los guardias.

En 2007, luego de pasar 15 años detrás de las rejas, fue beneficiado con una excarcelación por no estar firme su sentencia, pero en 2009 cayó otra vez luego de una persecución y tiroteo que finalizó dentro de un country de Pablo Nogués.

Desde entonces, entró y salió de la cárcel varias veces, pese a prometer que no robaría más y se dedicaría a escribir un libro, Mi vida, que publicó en 2018. Lo detuvieron por última vez en junio de 2022, cuando con dos cómplices estaba violando la entrada de una casa en la localidad de Luis Lagomarsino.

Poco antes, en una entrevista, había dicho: “La calle está peligrosa también para un ladrón como yo. Hoy cualquier pibito te mata por un celular o un reloj trucho. El delito es pasado para mí”.

Guardar