Exiliado en Francia durante la dictadura, Oscar Dinova se formó allá como licenciado en Historia, pero fue recién a su regreso a la patria cuando tomó contacto con estas escuelas, surgidas de la idea de un cura rural francés, convertida en sistema pedagógico de alcance mundial.
En Argentina, estos colegios rurales tienen distintos nombres según la región: Escuelas de la Familia Agrícola (EFAs), Centros Educativos Para la Producción Total (CEPTs) o Centros de Formación Rural (CFR), y están presentes en varias provincias.
En el año 2021, Dinova empezó a buscar datos sobre el sacerdote Pierre-Joseph Granereau, motivado por su larga experiencia como docente rural en escuelas de alternancia en la Argentina. Esta pedagogía había sido introducida en los años 60 en nuestro país por un cura argentino, Antonio Pergolesi, que había viajado a Europa para estudiar estos modelos y su aplicabilidad en nuestra realidad.
El resultado de esta búsqueda es la traducción al castellano y la edición en Argentina del Libro de Lauzun. Historia del origen de las escuelas de alternancia (Ed. Dunken), con prólogo de Gilles Granereau, sobrino nieto del autor.
Pierre-Joseph Granereau nació el 2 de enero de 1885 en Puysserampion, departamento de Lot-et-Garonne, en el sudoeste de Francia. En el año 1900 ingresó al seminario. Ordenado sacerdote en 1909, fue destinado a varios pueblos de su región, entre ellos Sérignac-Péboudou y Lauzun.
“Una gran idea, un gran proyecto, dominó toda su vida. A él dedicó toda su existencia: devolverle confianza al mundo rural del cual provenía y cuya cultura reivindicaba fuertemente”, escribió el abate Jean-Pierre Laulom en una semblanza de Granereau. Esa idea estaba inspirada en el deseo de resolver el drama de los hijos de agricultores que, si querían educarse más allá de la escuela primaria, debían optar por el desarraigo. Los alumnos que se destacaban eran enviados al seminario o a un liceo en la ciudad de donde difícilmente regresaran. Mientras que la mayoría se dedicaba al trabajo en la granja familiar, sin otra formación.
Granereau ideó entonces la educación agrícola por alternancia, es decir, con los estudiantes pasando un tercio del tiempo en la escuela y dos tercios en el campo, trabajando junto a sus familias. Visionario y vanguardista, puso al alcance de las familias del campo métodos innovadores y un sistema mixto y laico desde el inicio. Hoy existen miles de escuelas “Granereau” en unos 40 países en el mundo, además de las 450 que hay en Francia.
Ahora, los interesados de habla hispana podrán acceder a la historia de cómo esta idea se convirtió en un éxito, contada por su propio autor.
Como dice la reseña de Laulom, “Granereau supo imaginar y poner en marcha una escuela con sentido común, cercana, un aprendizaje a partir de lo real, con una gran atención y confianza hacia los jóvenes”, y “creó un movimiento educativo que rápidamente ocupó un lugar duradero en el paisaje escolar”. En esta aventura, involucró a los propios interesados. Su principal apoyo fue el líder rural Jean Peyrat y su hijo Yves Peyrat, respectivamente primer padre y primer alumno de Sérignac, donde nació el proyecto.
Dinova ha estado recorriendo varias escuelas de alternancia del interior del país para presentar El libro de Lauzun y ponerlo a disposición de autoridades, profesores y alumnos. En mitad de esta gira, habló con Infobae acerca de cómo fue esta experiencia de la cual él también es protagonista, con 30 años de experiencia como docente rural. Dinova es también escritor, autor de Escuelas de Alternancia, una experiencia de vida; Bululú Théâtre. Memorias del Exilio; Cuentos del Abuelo. Historias mercedinas, y El tren de la vida.
— Recientemente tradujiste y editaste un libro que recoge una experiencia de la que fuiste parte como docente en colegios rurales por mucho tiempo. Es la historia de una idea que surgió para responder a una necesidad insatisfecha: la educación de los chicos del campo. ¿Podrías resumir esta historia?
— El libro es la vida, obra y creación del autor de la primera escuela rural de alternancia en el mundo que nació en el sudoeste francés, en el departamento de Lot y Garonne, más precisamente en una pequeña comuna llamada Sérignac. Ahí fue a recalar nuestro amigo Pierre Joseph Granereau, un cura francés que, desde muy pequeño, desde que fue convocado al seminario, que era una de las pocas maneras de recibir educación pos primaria en el ámbito rural en los primeros años del siglo XX, se había prometido dar, crear, ofrecer la misma posibilidad que él había tenido siendo cura a todos sus hermanos campesinos, primero en su departamento, pero esto después se extendió a toda Francia e inclusive a muchos países del mundo.
— El desafío de la educación rural es cómo evitar el desarraigo. Porque por lo general, para que jóvenes pudiesen estudiar debían alejarlos del campo, enviarlos al pueblo, a la ciudad, a casa de parientes o amigos en el mejor de los casos, o a un internado. Es decir, no se podía estudiar quedándose en el campo. ¿Cómo es la solución que imagina este sacerdote?
— Bueno, esto también es algo mágico. Este cura, Pierre Joseph, logra concretar su idea, que había madurado durante muchas décadas, recién a los 50 años, una edad en la que mucha gente siente que ya hizo su carrera, su profesión, y tal vez no cumplió todos sus objetivos o solo algunos. Bueno, él comienza esta aventura a los 50 años. Quería, como decíamos, otorgar un mecanismo, un dispositivo, una filosofía de Educación, para los hijos de las familias rurales que no podían y en muchos casos tampoco querían desplazarse, irse a centros urbanos. Las escuelas fueron llamadas genéricamente, a través del tiempo, Escuelas de Alternancia, porque el núcleo del dispositivo es alternar un tiempo en la escuela y un tiempo en el campo, con sus propios padres. Esto fue combinado a la perfección, tanto por el ideólogo, Granereau, como por los primeros padres convocados en aquellos años. Era 1935. Esas familias veían como algo muy oportuno que sus hijos pudieran seguir estudiando, pero a la vez apoyando y aportando al trabajo rural, algo que, lejos de ser mal visto, era necesario porque la mayor parte de los trabajos eran a fuerza humana.
— Claro, eran unidades productivas familiares. Y si tenían que mandar a todos los hijos, por ejemplo, a un internado por un año, se desarmaba esa estructura. ¿Como funciona este método?
— Hay diversas modalidades. Hay matices según los países y las regiones. Empezó siendo una semana completa al mes. En realidad, ocho días. Ellos estaban de jueves a jueves en la escuela, estudiando. En algunas regiones es dos semanas en la escuela y dos semanas en el campo. En otras es de una en la escuela y dos en el campo. Pero son matices según la realidad de cada lugar, la geografía, las posibilidades de transporte, etcétera.
— ¿Estamos hablando de educación post primaria, secundaria, no?
— Sí. También fue mágico el comienzo, porque la primera escuela se hizo dentro de una capilla. No tenían edificio, pero al primer padre le importó muy poco y al cura mucho menos. Ofreció su capilla para albergar la escuela. Así que transformó un lugar religioso en educativo en un santiamén. En poquitas semanas. A partir de ahí, hicieron un camino. Hoy funcionan en edificios convencionales. Pero empezaron dentro de una iglesia.
— Los contenidos, la currícula de estas escuelas, ¿está también vinculada a la realidad rural, a la realidad en la que viven esos chicos?
— El núcleo central de la inmensa mayoría de estas escuelas es formar productores rurales. Hombres y mujeres; algo increíble, porque la primera escuela nació en el 35, y en el 38 ya Granereau había persuadido a los padres de la región de que no se podía dejar a las chicas afuera. Que la mujer tenía que tener un lugar como el del hombre, como lo tenía en el trabajo rural. Así que se abre -algo increíble para la época- la educación postprimaria rural para mujeres en esa zona. El núcleo, sí, es la agricultura. El ejemplo más lindo y más profundo a la vez fue que, como él quería lanzar este sistema, esta idea, con materiales innovadores. Por lo tanto, su primer manual fue Historia de la agricultura en el mundo. Lo creó él mismo. A partir de ahí, ellos veían historia, geografía, la parte climática, los suelos, las aguas, en fin, los problemas del campesinado a través de la historia. Utilizó un núcleo central, que era la producción agraria, para ver el mundo. Esa filosofía ha permanecido en las escuelas de alternancia. Combinar, relacionar, hacer interactuar, los conocimientos científicos de diferentes áreas para que el joven pueda tener una visión integral de la realidad. Además, en esa práctica, mejoraban la parte lingüística, las matemáticas, la expresión oral, la expresión escrita. Un conocimiento integrado que él buscó y propuso que se mantuviera a través del tiempo. En general, se ha logrado esa filosofía educativa.
— En el período que el alumno pasa en su casa, ¿queda totalmente desconectado de la escuela o hay algún mecanismo por el cual sigue vinculado? ¿Cómo se evita una desconexión total del estudio en el período que pasa en la casa?
— Es una pregunta central y suele ser una de las primeras críticas a este sistema cuando no se lo conoce: que pasan mucho tiempo lejos de la escuela. Granereau esto lo vio desde el primer día y por eso creó estos manuales de agricultura que contenían una serie de tareas que el joven se llevaba a su casa y completaba día a día con el apoyo y compañía de sus padres, a los cuales hacía intervenir a través de sus conocimientos previos, de su práctica cotidiana, de la historia rural misma en el proceso de educación. Esto es maravilloso porque no dejó a los padres como actores pasivos, sino que los integró al proceso educativo, rescatando su historia, las formas de trabajo, anécdotas, aspectos culturales, alimenticios y otras problemáticas.
— Un cuaderno de ejercicios, entonces…
— Sí, ellos tenían un cuaderno de campo en el que tenían que completar tareas y registrar las actividades que día a día se realizaban en su predio, las que después, al volver al centro educativo, que en Francia se llamó Maison Familiale (casa familiar), se compartían esos saberes. Potenciar el conocimiento al compartirlo con los pares, en este caso con los jóvenes y sus profesores. Cada uno traía determinada problemática y buscaban en conjunto una solución. Entonces, el estudio no deja de ser personalizado, individual, porque hay que hacer un esfuerzo en el hogar, cada uno, pero al compartirlo con los demás se convierte en un saber grupal, colectivo, un aprovechar..
— Aprovechar el saber acumulado en el mismo ambiente rural ¿no? Por los padres, la familia…
— Rescatarlo y potenciarlo a su vez.
— Otro aspecto interesante de este sistema es la autogestión.
— Convivencia y autogestión, porque esto nació de una necesidad real, repito, en el 35, en una capilla muy pequeña, adorablemente pequeña. Una pequeña habitación era el aula y el dormitorio de los chicos que permanecían allí toda la semana y el cura era todo, profesor, educador, tutor, el que contenía. Por supuesto, no podía dedicarse también al mantenimiento general del lugar. Así que los chicos desde el primer día hacían sus camas, mantenían limpio el lugar, ordenado, desarrollaban sus propios juegos. Él creó grupos y responsables de grupos. Muchas de las cosas las toma de su vida en el seminario. Pero les inyecta lo juvenil, la alegría, la frescura de los años de adolescencia. Los hace responsables de ese ámbito, salvo de la cocina que queda en manos de una gobernanta, que también hacía las veces de madre. Pero allí los jóvenes se hacen dueños de su hábitat educativo y de vida. Esto se mantiene hasta hoy en todas las escuelas de alternancia y es uno de los componentes que más facilita la maduración del joven. Ellos defienden el lugar como propio, lo quieren, lo protegen, proponen cosas para mejorarlo, lo pintan, en fin, es su casa.
— En Argentina, ¿qué dimensión tiene este sistema? Llegó en la década del 60, o sea, bastante rápido.
— Sí, eso nació en el 35 y fue una verdadera explosión, inclusive atravesando la Segunda Guerra Mundial, y en pocas décadas ya había más de 300 escuelas de alternancia en Francia y se empezaron a interconectar por personas, padres, productores que viajaron, gente vinculada a la educación, que vio esto y comprendió que era extraordinario, una verdadera maravilla, y se dijo esto lo tenemos que llevar a otros lugares, a toda América Latina, que es la región que más escuelas tiene, pero también a África y Asia. Como lo soñaba Granereau, eran semillas que se fueron dispersando y diseminando por muchos lugares. A la Argentina llegó hacia fines de los 60. Empezó en el norte de Santa Fe, más precisamente en Moussy, y a partir de ahí, de la mano de productores rurales y de un par de sacerdotes que también se preocupaban por el desarraigo de los jóvenes del campo. Después se extendió a Misiones, a Santiago del Estero, a Corrientes, Chaco, y también a la provincia de Buenos Aires, que tiene unos 37 centros en este momento.
— ¿Cuántas escuelas de este tipo hay en toda la Argentina?
— Aproximadamente un centenar. Esto es un comienzo, lo bueno de esta aventura es que el extremo siempre está abierto, siempre es futuro.
— Justo iba a preguntarte si existe posibilidad de expansión del sistema. ¿Hay zonas donde serían necesarias estas escuelas y aún no están?
— Sí, claro que sí. Bueno, es una opinión personal, de alguien que ha atravesado ya como 30 años de alternancia. Hay lugares en el norte argentino, Jujuy, Salta, Tucumán, también la zona de la cordillera, en toda zona donde haya pequeños y medianos productores dispuestos a que sus hijos obtengan la mejor educación posible y no se desarraiguen, hace falta una escuela de alternancia. Así que sí, claro que sí. Y dentro de las provincias en donde ya existen, también quedan lugares por implantar. Los radios de acción de una escuela de alternancia no pueden ser demasiado extensos porque justamente la relación familia-centro educativo es muy intensa. Y los docentes van a visitar a las familias cada vez; esa es otra conexión que ayuda no solo en las tareas, sino que los docentes, en grupo, generalmente una pareja, visita a cada familia durante el período en el que el joven está con sus padres o con sus tutores. Los visitan lugar por lugar.
— Eso es extraordinario en verdad.
— No es tan bueno para los kilos de los docentes, porque suelen ser invitados con tortas fritas… (risas)
— Me lo imagino. El libro que acaba de salir puede ser una herramienta interesante para que muchos gobiernos provinciales y distritales tomen conciencia de la necesidad de seguir expandiendo este sistema. ¿Qué va a aportar este libro en ese sentido?
— Es la primera bibliografía en castellano sobre esta experiencia. Es una piedra preciosa. La primera edición fue hecha por el mismo Granereau, a los 84 años. Lo cual también es un mensaje para quienes piensan que los adultos ya no tienen mucho para dar. Este libro es una reliquia, un legado. Contiene las ideas, los desafíos, los obstáculos que debieron pasar, no solo él, sino también las familias fundacionales, los primeros funcionarios que comprendieron la importancia del mecanismo y que trabajaron para que fuera aceptado por los ministerios, al principio de Francia y luego de otros países. Bueno, es un nuevo desafío. Este libro significa “tenemos que seguir construyendo educación en el campo”. Sí, eso es.
— ¿Cómo fue tu vínculo con este sistema. Tengo entendido que aunque viviste y estudiaste en Francia, el sistema lo conociste aquí.
— Es así, es gracioso. Yo estuve asilado en Francia durante ocho años. Estudié historia allá, me recibí, pero, lamentablemente no tomé contacto con esta experiencia allá, sino acá, a través del señor Gerardo Bacalini, fallecido en julio pasado, que lo trajo a la provincia de Buenos Aires con un grupo de gente que lo acompañó y yo me lo crucé de casualidad. Los franceses dicen que la casualidad hace bien las cosas. En este caso las hizo muy bien. Lo que sí traje fue el dominio de la lengua francesa, que me permitió ir conociendo la bibliografía al respecto. Cuando tomé contacto unos años después con este libro, me dije que esto no podía ser desconocido para los colegas, la gente a la que le interesa la educación rural. Tengo que cumplir un mandato que estaba invisible, que era poner el libro al alcance de la gente que habla y lee español.
— Ahora lo estuviste presentando en el interior, justamente en lugares donde la alternancia está arraigada.
— Hace muchos años, fui técnico del Ministerio de Educación de la Nación, cuando pusimos en marcha algunas de las experiencias en Jujuy, por ejemplo y ese proceso por ahí quedó trunco por diferentes razones, generalmente políticas del momento, pero que hoy para mí hay que retomar. Y a partir de ese momento, de ese paso mío por muchos lugares conocí gente realmente maravillosa, esforzada, comprometida con la educación rural. He de ir recorriendo con el libro, llevando la palabra de Granereau a los lugares que se habían ganado el derecho con el trabajo de todos los días. Así que hemos estado en Santiago del Estero, en Misiones, recorrimos buena parte de la provincia. Después estaremos en la provincia de Buenos Aires y así en cada lugar que nos inviten a llevar el libro y esta charla para que genere nuevas energías, más entusiasmo y saber que esta no es una historia de pocos años, sino de casi 90 años. Hay un hilo común que nos lleva más allá de las fronteras y las lenguas, que es el amor por la educación rural.
— Mucha suerte con el libro entonces.
— El libro lo merece. Como yo digo, un poco en broma, he escrito otros libros de cuentos y novelas, pero es la primera vez que escribo algo ya escrito… (risas)
[FOTOS: Diana Manos y archivo]
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