La diseñadora Mariana Szwarc supo ser pionera del diseño de autor durante los inicios de Palermo Viejo como polo de vanguardia, con sus prendas y las de más de 30 creativos que colgaban en los percheros de su multimarca. El pico de la felicidad llegó cuando se enamoró perdidamente de Tata, a quien al poco tiempo de estar juntos se enfermó. Mariana le pidió casamiento en la clínica donde lo operaban. Luego llegaron las grandes celebraciones en su casa. Pero una nube negra se empecinaba en seguirlos. Esta es la historia de una ex empresaria que sobrevivió a una pena profunda con el arte como válvula de escape. El dolor de esos años, con la muerte que golpeaba la puerta de su casa, mientras diseñaba vestidos de fiesta, los plasmó en collages que se hicieron cada vez más presentes en su vida, donde nació una bailarina, protagonizada por ella misma.
— Dedicaste buena parte de tu vida a la moda ¿cómo nació esa pasión? ¿Cómo empezó a manifestarse?
— Desde muy chica jugaba a envolverme en cortinas y soñar que eran vestidos glamourosos, un poco imaginando ser una diva y otro poco enamorada de las fiestas que ocurrían en mi familia a menudo, y para las cuales las mujeres se ocupaban de sus atuendos con mucha anticipación. Y estos vestidos, telas, modistos eran el gran tema de conversación. Fiestas, baile, actuación, colores, dibujos, charlas entre mujeres, la moda abarcaba todas estas instancias que para mí eran un mundo feliz.
— Además de diseñar, fuiste pionera en Palermo Viejo promoviendo el diseño de autor. ¿Cuántos años te dedicaste a ser una creativa de la moda y cómo fue llevar las riendas de una marca por tanto tiempo?
— Tuve Salsipuedes durante 25 años. Los primeros 7 años, desde el 2000, fue el auge del diseño de autor y el surgimiento de Palermo viejo como centro de vanguardia y expresión, fue una época maravillosa de gran creatividad. En esos años Salsipuedes era un multimarca que reunía a más de 30 diseñadores independientes, y yo era una de ellos además de “curadora” de las demás colecciones. En 2008 abrí dos locales más, uno en Martínez y otro en Libertad y Avenida del Libertador y fue ahí cuando dejé de vender ropa de otros diseñadores y se transformó en una marca que ofrecía una colección completa, especialista en vestidos de fiesta, que empecé a vender por menor en mis tres locales y por mayor a todo el país.
— ¿Por qué te especializaste en vestidos de fiesta?
— Por la importancia de las fiestas en mi familia, porque amo bailar pero sobre todas las cosas porque era lo que pedían las clientas en mi primer local de Palermo y yo las escuché.
— ¿Tener una empresa era un mandato en tu familia?
— Definitivamente sí. Hoy lo puedo ver de esa manera, lo mío era la creatividad, el arte, lo expresivo, y aunque lo comercial también me divierte, lo empresarial es un mandato.
“A VECES PIENSO QUE NO SÉ CÓMO SOSTUVE LA EMPRESA POR TANTO TIEMPO CUANDO VIVÍA UNA SITUACIÓN TAN DIFÍCIL EN CASA, ¿CÓMO PODÍA DISEÑAR VESTIDOS DE FIESTA? QUIZÁS FUE UN ESCAPE
— ¿En qué momento te empezó a pesar?
— En el 2008, cuando comencé Salsipuedes como marca de ropa, cuando dejé de ser curadora de otros diseñadores, cuando me obligué a hacer una colección completa que coincidió con la crisis del campo y el cambio que generó aquello en la economía. Creo que en ese momento empecé a alejarme de mi deseo que era la “expresión”, también porque la moda cambió y dejó de ser la utopía hecha realidad de expresar quien eras a través de la ropa que apareció en el 2000. Eso dio muchísima libertad en el vestir en los primeros años de este siglo y también despertó muchísima creatividad de la mano de la crisis del 2001 que fue la oportunidad de arreglarse con lo que había y generar con material de depósito propuestas nuevas. Sumado a los avatares de mi propio vínculo con el diseño y de la economía, viví paralelamente una situación muy difícil en mi vida y es que mi marido se enfermó y estuvo muchos años enfermo, eso por supuesto influyó muchísimo en mi trabajo. A veces pienso que no sé cómo sostuve la empresa por tanto tiempo cuando vivía una situación tan difícil en casa, ¿cómo podía diseñar vestidos de fiesta? Quizás fue un escape.
— ¿Cuándo llegó a tu vida tu marido, el padre de tu hija?
— A mis 31 años, ya con gran éxito laboral, y feliz, en pleno auge del diseño y de Palermo, me enamoré perdidamente de “Tata”; a los pocos meses de conocernos le detectaron un tumor que le sacaron enseguida, y yo le propuse matrimonio en el sanatorio cuando lo operaron. Al año siguiente nos casamos en una fiesta divina llena de amigos, rosas y velas. Pasaron 8 años sin ninguna recaída y en el medio tuvimos una hija hermosa, Sofía, que hoy tiene 16 años. Viajamos, hicimos mil fiestas en nuestra casa que era como una quinta. Y cuando pensábamos que el cáncer ya se había ido, volvió. Pasaron otros 8 años de tratamientos y operaciones y una nube negra nos seguía permanentemente. Él era una persona muy arraigada a la vida. Creo que por eso vivió tantos años más y casi no se le notaba que estaba enfermo. Fue un tiempo muy duro de acompañarlo y cuidarlo tanto a él como a mi hija y de sostener una empresa con un montón de empleados y de problemas, de diseñar vestidos de fiesta mientras en mi casa acechaba la muerte, en el medio, las crisis económicas y la pandemia que fue cuando finalmente falleció.
“FUE UNA INTERNACIÓN DOMICILIARIA EN MEDIO DE LA PANDEMIA, CON LA EMPRESA TAMBALEANDO - YO ME DEDICO A LOS VESTIDOS DE FIESTA Y NO SE PODÍA VENDER NADA, ¡NO HABÍA FIESTAS! - PERO EL HECHO DE QUE EL MUNDO SE DETUVIERA ME PERMITIÓ ESTAR EN CASA PARA CUIDARLO”
— ¿Cómo lograste salir adelante de una pena tan profunda?
— Nuestro sobrino Federico Notrica, médico y apoyo total en esos años, una vez me dijo: “la enfermedad es un ejército poderoso que avanza, y nosotros la vamos frenando con operaciones y tratamientos pero hay un momento en el que perderás la batalla y no hay nada que podamos hacer¨. Nueve meses antes de su fallecimiento fui la única en enterarse que ese momento había llegado, entré en una crisis y mi psicóloga me aconsejó trabajar con una psiquiatra, que no solo me medicó sino que me recetó bailar dos veces por semana como parte del tratamiento. Aun hoy sigo con esa indicación, la del baile. El arte, el collage me acompañó durante todo el proceso de sus últimos meses, que fue una internación domiciliaria en el medio de la pandemia, con la empresa tambaleando -yo me dedico a los vestidos de fiesta, y no se podía vender nada, ¡no había fiestas!- pero el hecho de que el mundo se detuviera me permitió estar en casa para cuidarlo. Fue clave mi entorno que me sostuvo y me acompañó, mis amigos y mi familia. Ese es el lado B, darte cuenta cuánta gente querida y que te quiere está a tu alrededor. Mi red de contención. Cuando vivís algo como yo viví es imposible no cambiar, me dejó una conciencia de lo que realmente es importante. Y la certeza de que la vida está para disfrutarla, que los momentos feos llegan solos, que no hay cabida para inventarlos o darle entidad a preocupaciones innecesarias, que hay que tomar todos los mimos que la vida te da, que son los gestos de cariño, el arte, la conexión con el deseo.
“MI PSICÓLOGA ME ACONSEJÓ TRABAJAR CON UNA PSIQUIATRA, QUE NO SOLO ME MEDICÓ SINO QUE ME RECETÓ BAILAR DOS VECES POR SEMANA”
— ¿Cómo fue empezar a hacer danza a tu edad? Hacer algo que habías soñado alguna vez y postergado. ¿Qué sensación te invade cuando entrás a clase?
— Hago clases de jazz y de danza clásica. Es la sensación más hermosa, presente y transformadora. Es aprender un idioma nuevo, el del cuerpo en movimiento, es un baño de humildad. Es conexión con la música, dejarme ayudar por mis compañeras y mi maestra, transformar mi ánimo en cada clase y mi cuerpo que rejuvenece. Cada vez que voy a la clase voy a una fiesta, son pequeñas fiestas cotidianas, las clases vinieron a reemplazar las fiestas que hacíamos en casa con mi marido. Una de las cosas que me cambió mucho con su enfermedad y su partida, es que yo era un ser muy social y de estar rodeada de multitudes, ambos éramos muy anfitriones, nuestra casa era un centro de recreación, cenas, bailes, pileta los fines de semana en verano. Necesité en los últimos años mucha más intimidad y calma y vínculos muy elegidos y de mucha conexión sincera. Siento que las fiestas que hacíamos en casa las hacía en gran parte para poder bailar y que ahora bailo en las clases con compañeras y mi maestra que me cuidan y enseñan, en intimidad.
— ¿Cómo impactó la danza en tu obra?
— Es que la danza se transformó en mi pastilla salvadora y el collage cuenta en vivo y en directo quien soy, con una sinceridad que solo ahí aparece. Mi yo bailarina que disfruta y aprende se convirtió simbólicamente en la protagonista de mi obra, y así conté sobre las piedras que tenía encima al fallecer mi marido y como una a una me las fui quitando y así hablé de salir de Salsipuedes mezclando bailarinas y nidos de donde salgo, y de la mudanza, de la casa familiar a mi departamento de soltera donde ahora vivo, resignificado.
“CADA VEZ QUE VOY A LA CLASE VOY A UNA FIESTA, SON PEQUEÑAS FIESTAS COTIDIANAS, LAS CLASES VINIERON A REEMPLAZAR LAS FIESTAS QUE HACÍAMOS EN CASA CON MI MARIDO”
— Hay muchos collages publicados en tu Instagram. Fueron aumentando su presencia. Se habían colado también en tus prendas
— Me encanta compartir mi obra en mi Instagram y me encanta venderla, no por el hecho de ganar dinero con eso, sino por la satisfacción que me da cuando alguien se vincula con la obra, cuando le llega, es la sensación más hermosa, porque ahí está mi alma y mi historia. En el verano, tras la muerte de mi marido mi colega y amiga, Andrea Barbuto, me dijo amo tus collage llevémoslos a tela y ahí hicimos remeras y estampas por metro con mis collages. Fue una de las experiencias más hermosas que tuve en Salsipuedes, ver cómo la gente elegía y vestía mi más pura expresión, una parte de mi vida que además llevaban en versión vestidos de fiesta para bailar con mis collages, un sueño que jamás me atreví a soñar hecho realidad.
— ¿Qué fue determinante para vender tu empresa de moda? ¿Cómo viviste esa situación al cerrar algo que te definió durante mucho tiempo?
— Lo más impactante y determinante fue sentir que esa ya no era mi identidad. Durante mil años yo era Salsipuedes. Fue un proceso largo en que muchas veces pensé en la palabra Salsipuedes y en cuanto quería salir pero no podía, porque cerrar una empresa es complejo y costoso, porque animarme a darle un final era otro duelo, pero un día me cayó la ficha y ya no me salía diseñar, ni tuve fuerza para apostar como empresaria, a renovar el riesgo de la siguiente temporada y de una forma muy orgánica supe que ese ya no era mi lugar, tuve la suerte de que mi ahora ex socio comprara la marca. Fue la mejor manera de retirarme.
““FUE UNA DE LAS EXPERIENCIAS MÁS HERMOSAS, VER CÓMO LA GENTE ELEGÍA Y VESTÍA MI MÁS PURA EXPRESIÓN, UNA PARTE DE MI VIDA QUE ADEMÁS LLEVABAN EN VERSIÓN VESTIDOS DE FIESTA PARA BAILAR CON MIS COLLAGES, UN SUEÑO QUE JAMÁS ME ATREVÍ A SOÑAR, HECHO REALIDAD”
— ¿Cómo te sentís hoy después de todo el camino recorrido, después de un gran proceso de transformación? ¿Cómo te ves? ¿Te dedicás 100% al arte con tus collages?
— Estoy en plena reinvención, dedicándome al arte, a la danza, a la asesoría integral de marcas de moda. Me di cuenta que 25 años de experiencia es muchísimo conocimiento para compartir y que me encanta transmitirlo. Tanto en el área de diseño como en los aspectos comerciales, atenta a las oportunidades que la vida me da pero siempre consciente que la vida es una sola, que el tiempo es valioso, que es un camino. Estoy en pleno proceso de redefinición, sé que estoy en el camino hacia una nueva etapa que todavía no tiene una forma definida, estoy en plena búsqueda, conectada con lo que me gusta y con lo que sé, me encantaría que el collage tome un papel preponderante en mi vida, estoy buscando la forma, mi propio camino de artista.