Con voz pausada y sin titubeos, Clara Marman revivió lo sucedido el 7 de octubre, cuando fue secuestrada junto a su pareja Luis Har y otros familiares por el grupo Hamas del kibutz en el que vivía a unos 3 kilómetros de la Franja de Gaza. La mujer pasó 53 días como rehén y Luis 129. Ayer, dieron su testimonio en un evento organizado por el Foro Argentino contra el Antisemitismo en la Casa de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.
“Venimos a contar lo que nos pasó para que nadie lo olvide. Nuestro deber es mantener y traer la palabra por los que murieron y por los 101 secuestrados que siguen en cautiverio de los terroristas de Hamas”, cuenta la mujer en el inicio de la charla.
Vivir para contarlo al mundo
“El cautiverio es un infierno, pero la incertidumbre sobre el destino de tus seres queridos es aún peor”, relata Clara, quien fue liberada junto a su sobrina Mía y su hermana Gabriela en una tregua entre Israel y Hamas. Luis y su cuñado Fernando, sin embargo, continuaron cautivos durante 129 días más, hasta que fueron rescatados por las Fuerzas de Defensa de Israel.
Clara llegó a Israel en la década del 80, su sueño era vivir la vida del kibutz. “Hice la experiencia de esa vida comunitaria y no me quise ir más”, cuenta Marman. En tanto, Luis llegó a Medio Oriente en la década del 70 con apenas 18 años. “Mi papá no quería que me venga. Yo viajaba a la Universidad de La Plata desde Lomas de Zamora y en el viaje ya me imaginaba en Israel”, explica.
Un día, su papá le preguntó si seguía con ganas de viajar y Luis le dijo que si. “Bueno, acá tenés el pasaje, andá”, recuerda Har. Así fue como días después estaba Luis en Ezeiza con su valija a cruzar el mundo con rumbo a una nueva vida. “Llegué y todo el tiempo repetía por la calle como un mantra ´yo no sé hablar hebreo´. Así y todo me las rebusqué para ubicar la casa de mis tíos. Y ahí arranqué mi vida en los kibutz. Hice el ejército y fui tanquista”, relata Har.
El día del secuestro
El 7 de octubre parecía una mañana más. Clara había invitado a su familia a pasar el fin de semana en su casa, a pocos kilómetros de la frontera con la Franja de Gaza. Sin embargo, el sonido de las sirenas a las seis de la mañana fue el primer indicio de que algo no estaba bien. “Pensamos que era una alarma de pocos minutos, como las que suelen sonar por los misiles, pero pronto supimos que era diferente”, narra Clara.
Sonaron más alarmas y por Whatsapp empezaban a llegar algunas noticias sobre las incursiones de miembros de Hamas en territorio israelí. “Prendimos la tele y vimos la primera imagen de una camioneta blanca con hombres arriba que disparaban”, cuenta Clara. Fue el momento en que Clara Marman, su hermana Gabriela, su hermano Fernando, su sobrina Mía y Luis Har se refugiaron en el cuarto de seguridad.
Los terroristas irrumpieron en la casa de Marman por las ventanas tras destrozar los vidrios. “Por consejo de Clara que es maestra jardinera nos acurrucamos todos en una punta de la habitación. Los miembros de Hamas ingresaron a los tiros pero todas las balas pegaban arriba de nuestras cabezas. Sentíamos el calor de los disparos”, recuerda Luis.
A gritos, obligaron a la familia a salir y los subieron a una camioneta cargada de armas. “Nos sentaron sobre bombas, balas... y cinco de ellos se subieron encima nuestro como si no fuéramos personas”, recuerda Luis. El grupo fue llevado a través de túneles. Caminaron durante cuatro horas en la oscuridad y en muchos tramos tuvieron que gatear. Así, llegaron hasta un edificio en el que un departamento se convertiría en su lugar de cautiverio.
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Sobrevivir en el cautiverio
Los 53 días de Clara, Mía y Gabriela como rehenes estuvieron marcados por el miedo, la incertidumbre y la lucha por mantener la cordura. “Contábamos los días, era una forma de sentir que podíamos controlar algo”, recuerda Clara. La rutina de pensar qué día era y cómo ocupar la mente se convirtió en su tabla de salvación. Caminar, tratar de mover el cuerpo, y proteger a Mía, la más joven del grupo, se volvieron esenciales. “Cada día que pasaba dolía más el cuerpo, pero había que seguir”, rememora.
“Mi objetivo fue cuidar a Mía que tenía 17 años. No quería dejarla sola con los terroristas. Muchas veces la llamaban porque ella habla muy bien inglés y hasta la hacían ver TV para que les traduzca algo que miraban. Yo intercedía y me metía en el medio para evitar lo peor. Algo que no puedo ni nombrar y que no sucedió”, sostiene Har.
Otro de las estrategias para sobrellevar el cautiverio era el relato de historias. Al atardecer cuando ya estaba todo oscuro todos se reunían en el centro de la habitación y escuchaban a Har. Se volvieron muy esperados los cuentos de Luis al atardecer., una especie de programa de TV en vivo “Yo participó en grupo de bailes y comedia musical. Tengo muchas anécdotas para contar y eso nos mantenía vivos y cuerdos. También es muy importante que todo el núcleo familiar haya estado junto”, explica el hombre.
El espacio en el que estaban detenidas era pequeño, compartían una botella de agua al día y cada dos semanas recibían un balde para asearse. Luis, que permaneció en cautiverio por 129 días junto a Fernando, relata cómo el enemigo intentaba destruir su moral. “Nos repetían lo malo que era el gobierno israelí y se jactaban de haber matado a 1.400 civiles”, cuenta. Además, lo cuestionaban por ser argentino: “Me decían ‘¿Qué hacés acá? Esto es Palestina. En tres años los explotamos de nuevo’”.
La película de Luis
Clara fue liberada junto a Gabriela y Mía a los 53 días tras un acuerdo entre Israel y Hamas. La mujer no se quería ir. Sentía que su lugar era junto a su pareja y su hermano. Fue Luis quien la trajo a la realidad. “Éramos prisioneros. No teníamos derechos. No había espacio para el debate de qué hacer. Además, tenían que vivir para dar testimonio y poder luchar por otros secuestrados”, define Har.
En la habitación quedaron Luis y su cuñado, Fernando. Juntos se contaron historias y se repartieron las tareas de limpieza para sobrellevar el cautiverio. “Llegaba la noche y empezábamos a viajar con la mente. Así, fuimos a Bariloche, Río de Janeiro y hasta Australia - cuenta Luis-. Otras jornadas tocaban las recetas. Preparamos cenas de finde año completas y otros platos. Los dos somos buenos cocineros”.
La noche 129 del cautiverio, una explosión los despertó a la madrugada. Har intentó salir de la habitación, pero no pudo. EL edificio estaba atravesado por balazos y fogonazos. Volvió y se abrazó con Fernando. Al poco tiempo una mano lo agarra de la cabeza. “Me dijeron, ‘Luis, ejército de Israel. Vamos a llevarlos a casa’, y fue como si todo el terror quedara atrás en un segundo”, rememora Luis.
Allí continúa lo que Har relata como si fuera una película de acción. Lo bajaron desde el segundo piso con una tirolesa y corrió unos 300 metros descalzo y escoltado por los soldados. De pronto, las luces de un camion lo cegaron. “Dije chau, nos agarraron. Pero un soldado me avisó que el vehículo era nuestro”, explica.
Luis y Fernando fueron subidos a ese camión y después de un trayecto a un auto blindado. El objetivo era llegar hasta el helicóptero. “Los diamantes ya están en nuestras manos”, dijo un militar en comunicación con la base israelí.
Tras un viaje corto llegaron a una base militar israelí y de allí al hospital donde se dieron un baño, les dieron ropa y comida. Pocos minutos después ya estaban abrazados con sus familiares. “Hay una imagen en la que nos reencontramos los cinco que estuvimos en cautiverio. Esa es la imagen de la esperanza y de la vida”, sostiene Luis.
“El 7 de octubre nos cambió la vida para siempre. Ahora nuestra misión es dar apoyo a las familias que esperan por sus seres queridos secuestrados. Ofrecerles, al menos, una luz de esperanza”, concluye Clara.