Se tiró a la pileta, quedó cuadripléjico y su arma más poderosa es la resiliencia: “Bajar los brazos no es una opción”

Martín Balbo tiene 44 años. Sufrió la rotura de tres vértebras y la médula la noche de año nuevo de 2024 y se encuentra internado en rehabilitación luego de estar al borde de la muerte. Junto a él, día y noche, está su esposa, Jesica. Ambos explican de dónde sacan las fuerzas para luchar. La explicación de la psicóloga Valeria Schwalb: qué es la resiliencia

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Martín Balbo y su esposa,
Martín Balbo y su esposa, Jesica (Maximiliano Luna)

El 1 de enero de 2024, a las dos de la madrugada, Martín Balbo caminó bailando hacia la piscina de su casa. Celebraba junto a su familia el año nuevo. Fue la última vez que caminó. Se tiró al agua y —cuenta hoy desde la cama del instituto de rehabilitación ALCLA, donde se recupera— “tengo la imagen de no golpearme con nada. Al querer salir sentí un latigazo en el cuello y no pude sacar la cabeza. Me quedé viendo las luces de la pileta y dije ‘acá se me acaba el aire, me voy’”.

Sentada junto a él en la cama está Jesica, su mujer, que al igual que él, tiene 44 años. Ella fue testigo del instante que les cambió la vida: “Estábamos bailando, con los abuelos de Cami, nuestra hija, un sobrino mío y una amiga. Éramos poquitos. Martín ya se había tirado a la pileta y volvió. Mi amiga lo siguió, filmando con un celular. Yo iba detrás, quedé tapada. La perra se puso a ladrar, y cuando lo vi, flotaba boca abajo, apenas movía las manos. Dije ‘algo no está bien’. Me tiré y lo levantamos. Si no hacía eso se ahogaba, porque me dijo ‘no siento las piernas, no siento el cuerpo, no me puedo mover’.

Martín estaba consciente. Podía hablar. Su mente funcionaba a mil revoluciones: “Me dije, esto no es cualquier cosa, hay algo raro, que me lleven a una guardia”.

La foto del 1 de
La foto del 1 de enero de 2024 a la madrugada, instantes antes de tirarse a la pileta. Martín, Jesica y Camila con la amiga de la pareja Mirta Roberto y Cristina

A las 3.30 de la madrugada lo trasladaron al Sanatorio Los Arcos. Lo enviaron a hacer una resonancia. Cuando salió, hablaron con Jesica. “Me dijeron que se había fracturado tres vértebras cervicales y que eso había lesionado la médula. También que lo debían operar de urgencia a los tres días. Lo llevaron a terapia intensiva, lo intubaron y lo indujeron a estar en coma. Estuvo así dos semanas. Todo fue muy rápido. Y ahí me empecé a desesperar…”

Por una cuestión de distancia, Jesica pidió que lo trasladaran al Hospital Austral en Pilar. Pero fue imposible. “Una enfermera me encaró y me dijo ‘mirá, primero hay que ver si Martín sale de la operación con vida…’ Yo no entendía nada”, recuerda. Y fueron más claros: “‘En el mejor de los casos va a estar un año en rehabilitación y va a quedar cuadripléjico’. El mundo se me cayó encima. En ese primer mes me despedí tres veces de él”.

Martín, en los primeros tiempos
Martín, en los primeros tiempos de internación después del accidente

Para Martín aquellas primeras semanas fueron un Vía Crucis, aunque no estuviera consciente. Le colocaron un respirador artificial y le practicaron una traqueotomía, porque no podía respirar bien. Recién hace un mes pudieron quitársela. Luego se sometió a la primera operación: le colocaron una prótesis en las vértebras para que la médula se comenzara a descomprimir. En los días siguientes tuvo neumonía y atelectasia, no le ingresaba el aire a los pulmones, el nivel de oxígeno estaba bajísimo. Tuvo infecciones urinarias. En un momento comenzó a perder sangre. Le tuvieron que cauterizar una vena del estómago. Una médica le dijo a Jesica: “Puede ser una pavada o una isquemia de intestino. Según nos explicaron, el intestino se mueve. Y si no se mueve, se muere”. Otra le pintó un panorama oscuro. ‘Martín va a quedar así por el resto de su vida. Va a usar oxígeno, va a usar gastrostomía —porque antes él comía por la panza, digamos—. Los pronósticos eran absolutamente desfavorables. Y estaban muy lejos del estado que tiene Martín hoy”, señala Jesica.

La esperanza de ambos se basa en que la lesión medular de Martín es incompleta “pero muy severa”, según les explicó el neurocirujano Jorge Salvat. Jesica se aferra a ello: “Si fuera completa, no habría chances de rehabilitar nada. Quedaría con cuadriplejia. Si es incompleta, significa que después de ocho meses o un año se desinflama todo. Y habrá que ver qué porcentaje puede rehabilitarse. Pueden ser cosas funcionales a la vida, pero recién lo sabremos cuando su médula se desinflame”. Por ahora, los avances fueron que Martín volvió a respirar por sus propios medios. Y que se alimenta por boca de nuevo.

Luego de dos meses lo derivaron a un centro de rehabilitación en Pilar, que Martín y Jesica prefieren no nombrar. “Fue un desastre, algo feo. Pero todavía no estaba para ir a rehabilitación”, señala Jesica. Volvió a internarse, pero en el Sanatorio Agote.

Roberto, el "abuelo del corazón"
Roberto, el "abuelo del corazón" de Camila, la hija de Martín y Jesica, de visita en la clínica durante los primeros momentos de convalescencia

La recuperación

Aquí, en ALCLA, están desde finales de marzo. Martín recuperó la sensibilidad en todo el cuerpo, aunque no el movimiento de las piernas y las manos. Los brazos, con esfuerzo, los cierra apenas unos centímetros. Por esa etapa van ahora. Enumera lo que hace: “Kinesiología y terapia ocupacional, que es cómo volver a la vida diaria con los medios que tenga, como comer, lavarte los dientes, ese tipo de cosas. Son dos turnos por día”.

El problema es que los tiempos se acortan. “Acá nos dijeron que pensemos en una internación domiciliaria. Y la verdad es que no pasó ni un año del accidente. Recién llevamos ocho meses. El neurocirujano nos dijo que si había chances de rehabilitación para Martín, iba a ser en el FLENI de Escobar”.

Sin embargo, hay una traba: “No va al FLENI porque Swiss Medical, nuestra prepaga, no lo cubre”, dice Jesica. Martín y su esposa pusieron un amparo. Dice él que eso resultó en que “Swiss Medical me tiene que dar un servicio teóricamente igual al FLENI Escobar. Pero lo ideal es que pueda ir al FLENI, que es el último punto que nos queda en Argentina. El resto sería mirar opciones que están en Europa, en modo muy de desarrollo experimental, pero para llegar al exterior debe pasar un año de rehabilitación primero acá”.

Martín Balbo en plena tarea de rehabilitación en ALCLA

Jesica, como Martín, también es una resiliente. Su historia familiar es dura, aunque ahora la prioridad es su esposo. Pero tiene esa palabra —“resiliencia”— tatuada en su pie derecho desde hace años. Se ilusiona porque “nos contactó gente que estuvo ahí, que se rehabilitaron, como una chica que nos contactó por Instagram. Ella nos dijo que tuvo un accidente, una lesión medular, quedó cuadripléjica y hoy camina. Entonces, no sé si Martín volverá a caminar, pero hay que intentarlo. Y el mejor lugar en Argentina es el FLENI, tenemos que lograr que llegue ahí lo antes posible. Cuanto antes atacas el problema, más chances hay”.

La preocupación de Jesica es por lo que podría ocurrir si no logran que Martín vaya al FLENI. “Tendremos que pensar en una internación domiciliaria con enfermeros las 24 horas, porque le hacen cateterismo para sacarle el pis. Hay que levantarlo para bañarlo. Darle de comer. Aún no logró fuerza en el tronco para estar sentado sin caerse”.

Pero Martín no está dispuesto a aflojar. Es un resiliente. “Yo lucho por ellas, por Jesica y Camila. Son el motor de mi vida. Tuve la cabeza muy limpia desde el principio. Hice mi duelo. Y al toque supe que tenía que trabajar para sanar. Porque mi familia espera por mí. Voy a volver a casa, no como antes, pero sí recuperándome. Bajar los brazos no existe para mi. En ningún momento. Tengo episodios, pensamientos tóxicos, eso de ‘por qué me pasó a mi’. Pero los trabajo con terapia”.

Martín Balbo

El amor del barrio

Martín Balbo nació en Villa Madero, partido de La Matanza. Tuvo una infancia que describe como “muy linda, de barrio, yendo al colegio, primero al San José Obrero y después al San Luis, de Tapiales, y jugando a la pelota en la calle, cuando todavía se podía estar en la calle sin peligros”. Cuenta además que era buen alumno, aunque “mis amonestaciones por hacer travesuras las ligaba”. Cuando terminó el secundario se anotó en la UAI, donde estudió Ingeniería en Informática. Y esa carrera le dio grandes satisfacciones.

Trabajó en sistemas en distintas multinacionales. Durante tres años vivió en Zurich, Suiza. Y al regresar, cuando comenzó la pandemia, puso “en línea” en poco tiempo a un importante banco nacional (que pide no nombrar): “En dos o tres días pusimos a trabajar a 2000 personas desde la casa. Fue un laburo titánico, pero lo hicimos”.

Jesica Logiurato, su esposa, vivía en el mismo barrio del oeste del conurbano. Es maestra de primaria y Licenciada en Educación. Se conocen desde los diez años porque eran vecinos pero, además, sus familias veraneaban juntas en Mar del Tuyú: alquilaban uno frente al otro. Sin embargo, el amor tardó en llegar.

Martín y Jesica, de chicos
Martín y Jesica, de chicos en Villa Madero. Se conocen desde los 10 años. Pero comenzaron a salir a los 34

“Nos gustábamos desde chiquitos, pero no nos animábamos a decirnos nada”, cuenta Jesica. “Teníamos vergüenza… después de grandes se nos pasó”, añade Martín con una sonrisa.

Ambos vienen de matrimonios anteriores. De todas formas, recuerda ella, “manteníamos el vínculo a través del ICQ primero, y después por Facebook. Éramos amigos… “. “Sin derechos”, aclara Martín. Ella se fue a vivir a Mendoza más o menos al mismo tiempo que él a Suiza. Y hace diez años se reencontraron. En un bar, entre cervezas, los diques se rompieron y llegó la declaración de amor.

Cuenta Jesica: “Yo hacía un año que estaba separada. Y él estaba…” “tambaleando…”, completa Martín la oración. “Siempre salíamos a tomar algo y hablábamos un montón. En un momento me dijo ‘cuando éramos chicos me gustabas’ y yo le dije que también. No hubo más que charlar, y empezamos a salir”.

Jesica y Martín de la
Jesica y Martín de la época que sus familias veraneaban juntas en Mar del Tuyú

El tesoro deseado

En 2018 se casaron. “Fue por un mero hecho administrativo”, explica Jesica. “Nosotros tuvimos el deseo de ser papás, teníamos ganas de adoptar. Y nos dijeron que los jueves miraban con buenos ojos que estuviéramos casados. Un poco fue por eso. Y ese año llegó Camila, que tenía 9 meses. Hoy tiene seis años y es el amor de nuestras vidas”, agrega.

“Antes, habíamos perdido dos embarazos”, aclara Martín. “Si, cuando decidimos ser papás, fuimos por las dos vías: la adopción y los tratamientos de fertilidad. Y en 2016 iniciamos el registro en RUAGA (Registro Único de Aspirantes a Guarda con fines Adoptivos). Yo perdí un embarazo el 18 de octubre, el día de mi cumpleaños. Y al otro año sucedió lo mismo: entre el 7 de noviembre, que cumple él, y el 18, perdimos otro. Y Cami vino para mi cumpleaños del 2018. No hay casualidades, tenía que ser ella”, sostiene Jesica, y se explica su tatuaje.

Por esa época se mudaron de un departamento en Capital a un barrio cerrado de Pilar, para que Camila se criara en un ambiente más natural, al aire libre. “Que pudiera dejar la bici tirada en la calle”, dice Martín.

Martín, Jesica y su hija
Martín, Jesica y su hija Camila antes del accidente

Camila, que recién pudo ver a su padre por primera vez poco antes que saliera del coma, también es una resiliente, dicen Martín y Jesica a coro. “Nació de esa manera. Nosotros le dijimos la verdad desde el minuto cero, al nivel de lo que necesita saber. Está criada con mucho respeto”.

Para Jesica, “era durísimo verlo de esa manera, yo no sabía si Martín se iba a morir o no, entonces no quería que Cami tuviera una ausencia más en su vida. Entonces lo hablé con mi psicóloga y me explicó científicamente por qué tenía que verlo el papá. Me dio mucha paz y tranquilidad saber que estaba haciendo bien. Así que apagamos las luces, pusimos todo medio tenue porque él estaba dormido. Fueron tres minutos. Pegó todos los dibujitos que le había hecho en la habitación. Me preguntó todo. Qué cable era esto, para qué servía aquello, para qué servía lo otro, por qué le salió un cable acá, Le daba besitos en la mano. Para mí fue clave. Y a partir de ahí, cada vez que Cami necesitaba, yo la traía. Cami lo extraña, llora, sufre, pero es una nena que va al colegio y la ven bien”.

Los tres hacen terapia por estos días.

Camila, hoy de seis años,
Camila, hoy de seis años, de visita a su papá

Los sueños

“Tenemos nuestros momentos donde nos abrazamos y lloramos. Estamos haciendo un proceso de duelo. Soltando lo que fuimos para ver qué vamos a hacer. Habrá que aprender a vivir de otra manera. Imaginate que los dos quedamos sin trabajo. Hay que reestructurar la vida en un montón de cosas”, dice Jesica.

Ahora, desde la cama del centro de rehabilitación, Martín admite que “la vida te cambia en un minuto. Y es una oportunidad para replantearse un montón de cosas”.

“Lo importante es ordenar las prioridades. Justo este verano pasado decidimos no ir de vacaciones para hacer la pileta. La íbamos a estrenar. Verla el resto del verano fue una pesadilla.¿Es tremendo, no? Yo no me pude meter, lo veía a Martín tirándose”, subraya Jesica.

Durante las primeras semanas de la internación, cuando Martín estaba en coma, al borde de morir, Jesica —que no se movió de su lado durante todo ese tiempo— recordaba el pedido de su esposo. Él lo revela: “Yo tuve, en mi familia, la situación de mi abuelo, que perdió una pierna por la diabetes y empezó con demencia senil, postrado en casa con mi mamá atendiéndolo todo el tiempo. No quería eso para mi, estar dependiendo de una persona. Son cosas que decís ‘loco, es mejor estar del otro lado que así’”.

El amor a su familia
El amor a su familia es lo que le da fuerza a Martín para seguir con su rehabilitación

Pero eso que temía sucedió. Y entonces Jesica le pidió sólo una cosa a Dios: “Si Martín iba a quedar como en los primeros días, que se lo llevara. Y lo hice desde el más profundo dolor, pero más allá de mi amor por él, no quería verlo así. ¿Cómo iba a atravesar esa situación, con lo inquieto que es? ¿Cómo iba a estar su cabeza atrapada en su cuerpo? Después, cuando esa etapa pasó, le pude preguntar ‘¿Y ahora?’ Y Martín me respondió ‘no, ahora quiero vivir’.

Martín se queda entre las sábanas que hoy son su hogar. Allí, su compañía es una tablet donde se conecta con su profesión de sistemas, repasa los mensajes de aliento que llegan a su cuenta de Instagram @juntosxmartinbalbo y por supuesto, busca qué avances hay contra la cuadriplejia. Pero cuando mira hacia adelante en el tiempo, sueña: “Con irme de campamento con mi hija. Ir a buscarla al colegio. Volver a casa y hacer un asado. Son cosas que tengo en mi cabeza”.

Martín y Jesica, en ALCLA
Martín y Jesica, en ALCLA (Maximiliano Luna)

La conclusión de la psicóloga Valeria Schwalb

“La resiliencia es la capacidad de sanar incluso lo que no se puede curar. Hay situaciones que no se pueden remediar, ni esperar que cambien una vez que han ocurrido. A partir de ese momento, podemos activar esta capacidad potencial para elegir cómo enfrentar lo que nos suceda en la vida. Un accidente como el de Martín Balbo podría sucederle a cualquier ser humano. De manera totalmente inesperada y abrupta, pasó de estar celebrando a quedar cuadripléjico y milagrosamente vivo. El evento traumático pone a prueba no solo a quien lo está experimentando, sino también a su entorno.

No podemos cambiar lo que ha sucedido, desafortunadamente. Desde que Martín abrió los ojos a la vida, ha logrado mucho más de lo que los médicos pronosticaron. Pedirle que se rinda no es una opción para aquellos que desean vivir con todas sus fuerzas. Sumar al propio dolor de lo que están viviendo, el sufrimiento de la lucha incansable para recibir el tratamiento necesario y agotar todos los recursos para lograr mover mínimamente sus manos y valerse por sí mismo, es algo que debemos evitar. La tolerancia mental tiene sus límites, y para lograr la recuperación de un paciente, necesitamos tener esperanza. Sin un propósito, la vida se vuelve muy complicada. La dignidad y el derecho de intentarlo todo en un lugar con recursos para ayudarlo a alcanzar lo máximo que pueda es algo que no podemos negarle.

La resiliencia de Martín Balbo ha sido extraordinaria. A pesar de las circunstancias adversas, ha logrado mantenerse firme y luchar incansablemente por su recuperación. Su determinación y valentía son un ejemplo para todos aquellos que enfrentan situaciones difíciles en la vida.

El apoyo de su familia y seres queridos ha sido crucial en este proceso. El amor incondicional y la solidaridad que le brindan cada día son un impulso para que Martín siga adelante. La importancia de contar con un entorno positivo y comprensivo no puede subestimarse en momentos como este.

"Voy a volver a casa,
"Voy a volver a casa, no como antes, pero sí recuperándome. Bajar los brazos no existe para mi. En ningún momento", dice Martín (Maximiliano Luna)

Además del apoyo emocional, es fundamental que Martín reciba el tratamiento médico adecuado. Los avances en la medicina y la rehabilitación son fundamentales para su recuperación. Es imprescindible que tenga acceso a los recursos necesarios para mejorar su calidad de vida y recuperar, en la medida de lo posible, su movilidad.

La esperanza es un sentimiento poderoso que nos impulsa a seguir adelante, incluso en los momentos más oscuros. Martín ha demostrado una fuerza interior increíble, que le ha permitido enfrentar los desafíos con valentía y determinación. Su historia nos recuerda la importancia de nunca perder la fe en nosotros mismos y en nuestras capacidades para superar cualquier obstáculo que se presente en nuestro camino.

Es fundamental que la sociedad en su conjunto se sensibilice ante situaciones como la de Martín. La inclusión y la solidaridad son valores que deben ser promovidos y fomentados en nuestra sociedad. Todos merecemos tener la oportunidad de vivir una vida plena y digna, sin importar las circunstancias en las que nos encontremos.

En resumen, la historia de Martín Balbo nos enseña que la resiliencia y la esperanza son fuerzas poderosas que nos ayudan a superar incluso las situaciones más difíciles. Su valentía y determinación son un ejemplo inspirador para todos nosotros, recordándonos que, a pesar de los desafíos, siempre hay una luz al final del túnel. Apagar la esperanza es un riesgo muy alto cuando un paciente está luchando.

La licenciada Valeria Schwalb. Es psicóloga especialista en duelo y resiliencia. MN 358 67 @resilienciaenred

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