“Desde que comparto cómo se recuperan las zarigüeyas, la gente sabe que ahora hay alguien que se ocupa de ellas y si ven alguna mal, me avisan”, dice Agustina Volpato, quien se presenta como: “rehabilitadora de zarigüeyas en proceso”. Lo que más la conmueve es que gracias a su labor, que comparte en sus cuentas de X e Instagram, ayuda a que sus propios vecinos dejen de tener una mirada negativa sobre esta especie que, a veces, en busca de alimentos, producen consecuencias que otros lamentan.
Pero, eso es porque “poco a poco se están quedando sin su hábitat natural”, dice la joven, de 26 años y oriunda de San Jerónimo, una ciudad cercana a la capital de Santa Fe, donde trabaja en una veterinaria como peluquera canina. En los últimos meses protagonizó varios rescates de zarigüeyas que se viralizaron en las redes.
“Luego de rescatar a Sia, llegaron Crash y Eddie, que eran dos crías que crecieron bien y fueron liberadas. Más tarde, llegó Hansel, también una cría que tenía un gusano en su oído y que se recuperó súper bien y fue liberado. Se sumó Gretel, que apareció en una panadería, que aunque estaba saludable, era muy chiquita, pero recuperó peso y también fue liberada”, enumera. Y agrega que a esas zarigüeyas se sumaron otras dos que por cuestiones médicas no podrán ser liberadas.
Un amor diferente
Agus, como es conocida en las redes, se describe como una “rehabilitadora de zarigüeyas en proceso”. “Mi dedicación por las zarigüeyas (o como se les dice acá en Argentina, ‘comadreja overa’), nació casi sin querer. En esta ciudad, a mi hermana y a mí se nos conoce más por hacer rescates de gatos o de perros, pero siempre que aparece algún animal que necesita ayuda y podemos dar una mano , lo hacemos. En 2018, me escribieron por una camada de comadrejitas que aparecieron en un patio y que estaban solas. Las rescaté y crié como pude porque, lo cierto, es que hay muy poquita información, pero salieron adelante y fueron liberadas al poco tiempo”, cuenta. Así fue el inicio de los rescates por el que ahora es conocida y desde los que logró lo impensado.
En noviembre de 2023, Agustina recibió una alerta. “Me dieron aviso de que había una comadreja atropellada y que tenía unas 10 crías en el marsupio. La madre ya estaba muerta, pero la crías no. Ahí empezó todo. Eran muy, pero muy pequeñitas: pesaban entre 13 y 14 gramos. Era muy difícil criarlas y las posibilidades de que sobrevivieran eran muy poquitas: de esa camada solamente lo logró una, Sia, que cuando llegó al peso correcto y habiendo aprendido sus habilidades fue liberada en su hábitat”, recuerda la joven quien cuida de los animales bajo el asesoramiento de su hermana veterinaria y de un rehabilitador de zarigüeyas mexicano. Fue gracias a Sia que comenzó a investigar a fondo sobre la especie y pedir toda la ayuda necesaria para sacar adelante al pequeño animal.
Todo el proceso de evolución de Sia, era compartido en las redes sociales de Agustina, sobre todo en la de X (@aaguvolpato). “Ahí fue cuando se viralizó mi labor en San Jerónimo porque yo subía también historias en mi Instagram y la gente supo que rescataba comadrejitas, y cuando aparecía alguna comenzaron a llamarme. Por eso digo que empecé sin querer con esta especie”, reconoce.
Eso no fue todo. “Obviamente, en toda la la evolución de Sia yo me fui enamorando de la especie porque me parece impresionante”, admite la peluquera canina a quien el “boca en boca” de quienes conocían su labor como proteccionista ayudó para dar con más casos de zarigüeyas en peligro.
“Algunas habían quedado huérfanas, otras aparecieron por ahí y había otras más grandecitas, pero quedaban atrapadas en algún negocio o en alguna casa y me pedían ayuda para sacarlas y reinsertarlas en su hábitat. Nadie las quería dañar, pero al no conocer la especie, les temían. Digamos que esto de rescatar y rehabilitar zarigüeyas se puso más serio, por así decirlo, en abril de este año, cuando me pidieron ayuda por una comadrejita a la cual, no con mal intención, pero así con mucha desinformación, tuvieron de mascota durante tres meses... Al no saber qué darle de comer, se enfermó y desarrolló EMO, una enfermedad metabólica ósea”, cuenta algo afligida.
En ese tono, sigue: “Eso pasó por la falta de nutrientes, específicamente de calcio, lo que hizo que durante su desarrollo empezaran a deformársele las extremidades, la columna y la cabeza. Todo eso le impide, obviamente, llevar una vida normal: no podía respirar bien, no podía caminar, no podía comer por sí misma... Como me vi desbordada con este caso empecé a buscar más ayuda y la encontré en un grupo de Facebook, de México. Allí, el administrador me asesoró de manera excelente y pude sacar adelante a este animalito”.
Por esas razones de salud, cuenta que “no es liberable”. Lo explica: “Si bien, mejoró mucho su calidad de vida y ella se desenvuelve normalmente, no es apta para sobrevivir en libertad, buscarse su propia comida y demás. No es una mascota. No se trata de eso sino que es un animal que no puede liberarse en su hábitat natural y vive en cautiverio por esa razón. Tiene una dieta muy estricta, una rutina y hay además toda una cuestión con la limpieza, hay que tener cuidados de no tenga contacto con animales domésticos. Yo, por ejemplo, tengo que limpiarme muy bien las manos, limpiar muy bien su recinto y por donde ella anda, para que ella tenga una vida saludable y digna, aunque no pueda ser libre”.
“Gracias al caso de la zarigüeya Aixa pude acceder a tomar clases en las aprendí cada vez más sobre ellas, sobre su anatomía, su metabolismo, su nutrición, los primeros auxilios, cómo cuidar de las crías. Aprendí también qué hacer con los animales más viejitos, con los que no pueden ser liberados”, resume su aprendizaje. Emocionada sostiene: “Aparte de la empatía que me generan y de todo lo que me sensibiliza esta especie también tengo información para hacer las cosas bien porque no alcanza solamente con ponerle mucho amor y mucha paciencia. Hay que tener las bases porque si no podemos hacer daño aunque tengamos buena intención”.
Consultada sobre qué fue lo que le dio ese primer impulso para seguir rescatándolas, cuenta: “Lo que más me mueve hacer algo por ellas es lo demonizada que está la especie en esta zona, que es un lugar con las costumbres del campo. Y son animales que si se meten a un gallinero, hacen desastre porque comen huevos, se comen a los pollitos, matan gallinas pero porque simplemente están buscando sobrevivir en un lugar donde, poco a poco, le van sacando su hábitat y sus alimentos naturales. Y hacen lo que puede, como cualquier otro animal. Pero, como tienen olor, una cola como las de las ratas y al hacer daño en los gallineros no a mucha gente le nace el instinto de ayudarlas como si fueran un perrito o un gatito. Eso es lo que más me impulsa a seguir aprendiendo sobre ellas, a seguir mejorando para poder ayudarlas, a tener más herramientas para trabajar mejor con ellas y todo lo necesario para que puedan rehabilitarse para luego ser liberadas en lugares seguros”, finaliza.