El 8 de septiembre de 2014, la muerte puso de espaldas al enorme corazón de Rubén Peucelle. Fue hace exactamente diez años que a “El Ancho”, al “Campeón Argentino” de Titanes en el Ring, le llegó la cuenta de tres. Tenía 81 años y estaba en la casilla del balneario El Ancla donde solía pasar los días. Según la información que se publicó en el momento de su muerte, venía de pasear a sus perros por las calles de Olivos, cerca del río, donde siempre vivió. Y un paro cardiorrespiratorio hizo lo que cientos de forzudos casi nunca pudieron: ganarle.
Pero el único hijo que tuvo, Maximiliano, habló con Infobae y corrigió esa suerte de leyenda: “Es cierto que él tenía una perra callejera llamada Daisy, que después vivió conmigo y murió hace tres meses. Y la sacaba a pasear junto con otro perro, Toby, que era del lugar. Pero papá murió de noche, mientras dormía en una de las casillas que había junto al balneario El Ancla. Lo encontró muerto mi mamá cuando lo fue a ver a la mañana siguiente”.
La madre de Maximiliano se llama Marta Eva Carreño Mulvihill, tiene 77 años y está en Barcelona, donde visita a uno de sus cuatro nietos, Nicolás. Desde allí, también habló con Infobae. Y contó la verdad sobre el triste día: “Yo lo tenía que ir a buscar a las diez de la mañana porque iba a llevarlo con el auto a cobrar un bolo. Me pareció raro que no estuviera en la puerta. Entré y estaba tirado en la cama, ya muerto, con el control remoto de la tele en la mano. No sabemos bien a qué hora falleció, pero habrá sido en la mitad de la noche. Me quise morir. Eso que sacó a pasear a los perros fueron todas mentiras. También dijeron que murió en la miseria, que no tenía baño ni se bañaba, que hacía pesas con baldes de arena…¡La de mentiras que dijeron! Rubén estaba en El Ancla porque era bohemio, porque le gustaba, era su vida. Y no lo hubiera sacado de ahí, ni aunque hubiese tenido un montón de plata. ¿Sabés las veces que le dijimos ‘Rubén, vamos a poner un gimnasio’? Y a todo decía que no…”.
A la primera persona que llamó Marta después de hallar el cuerpo fue a Paulina, la hija de Martín Karadagián, el dueño de los “Titanes”, a pesar que en algún momento hubo un enfrentamiento judicial entre ambos luchadores. El tiempo puso las cosas en su lugar: el del respeto mutuo. “¿Por qué la llamé a ella? Porque sí. No sé. La quiero mucho a Paulina y no sabía a quién llamar. A los cinco minutos ya estaba ahí”.
Según cuentan madre e hijo, “El Ancho” no tenía problemas de salud. “Era más fuerte que un roble. Siempre fue sano. Pero una vez me había explicado que con el tema de los fierros, su corazón era un poco más grande, y podía existir esta posibilidad. Pero siempre digo lo mismo: que suerte que falleció así, durmiendo”, subraya Maximiliano. Y Marta añade: “Nosotros teníamos un médico amigo en Vicente López, el doctor Bresciani, que lo atendía siempre y estaba bien”.
Hasta tres o cuatro meses antes de morir, Peucelle continuaba ejercitándose con pesas. Sin embargo, luego comenzó a ralear esa rutina. El campeón estaba un poco triste por el paso de los años. “Una vez fue una chica para hacerle un reportaje y le mostró una foto de la época de los Titanes, y no le cayó bien”, cuenta Marta. En una entrevista de 2012 en el programa Esto recién empieza de Radio Provincia (que conducían el periodista Miguel Braillard y quien escribe estas líneas), Peucelle reconoció que “a veces no quiero recordar todo lo que viví en Titanes, porque me paso para el otro lado y me da melancolía”.
Para la generación que vio Titanes en el Ring, la muerte del “Hércules argentino” (otro de sus apodos) fue un golpe a los recuerdos infantiles. Peucelle fue, junto a Martín Karadagián, el más querido de los luchadores que no usaba máscara ni tenía un personaje (aunque tuvo ambas cosas, para sorpresa de muchos).
La historia de amor del Ancho
“Peucelle” nació como Rubén Ovidio Piuselli el 2 de septiembre de 1933 en la localidad de Arribeños, en la provincia de Buenos Aires. “El Ancho” tenía 6 hermanos: cuatro varones y dos mujeres. Se mudaron a Vicente López cuando era chico. Allí forjó su carácter y su físico: a los 12 años, luego de dejar los estudios apenas completó la primaria, cargó medias reses para su padre, un distribuidor de carne de zona norte. Cuando aún no había cumplido los 16 años, Rubén se fue de su casa. Poco tiempo después, su papá murió. Nunca tuvo una relación estrecha ni con sus madre, ni con sus hermanos, aunque su hijo ignora los motivos. Cuenta Maximiliano, como ejemplo rotundo de ese alejamiento, que “el día que mi abuela murió, fuimos a hacer unas compras al supermercado. Estábamos entre las góndolas y me dijo: ‘¿Sabés quién murió? Mi vieja’. Le dije que teníamos que ir al entierro, y no quería. Le tuve que insistir”. A sus hermanas las llamaba una o dos veces al año. Con el único que se veía era con Titín: “Él iba día por medio a las casillas de El Ancla. Discutían todo el tiempo, pero igual se podían quedar juntos tomando mate toda la tarde”, agrega Maximiliano.
Cuando abandonó su hogar recaló junto al río, en el balneario El Ancla. Y encontró su lugar en el mundo. Allí comenzó a desarrollar su musculatura. Siempre dijo que fue el primer “patovica”, como se los llamaba a los fisicoculturistas. Y conoció a otros habitués, como Eliseo Panza, Carlos Mesa y Elvidio Flamini, el “Trío Cercles” de levantadores de pesas y acróbatas, a los que se unió.
Por esa época, Peucelle era un furioso escucha del incipiente rock’n’roll. Fan de Bill Halley y sus Cometas. Y a pesar que Maximiliano dice que su padre era “de madera”, el campeón argentino juraba que estuvo a punto de anotarse en un concurso de baile en el Luna Park, aunque no lo hizo.
Al mismo tiempo, trabajaba como estibador en el puerto de Buenos Aires. Y empezaba a descollar con las chicas. En la referida entrevista radial de 2012 contó que “la época de los Patovicas en la playa del Ancla era una cosa tremenda. Éramos monstruos ahí, algo maravilloso. Fue una explosión después del año 50 y monedas. Me acuerdo por el asunto del rock and roll, porque llegó en la misma época. Ahí tirábamos la casa por la ventana. Las pibas andaban con una mallita chica, después más chiquita y al final ya vino el cola less”.
Pero según le contó a Daniel Roncoli para su libro “El Gran Martín” (Editorial Planeta, una verdadera Biblia de los Titanes), los “patovas” no sólo atraían a las mujeres: “Ser musculoso no era moco e´pavo. Hoy es común el tema de los gay, pero cuando nosotros éramos jóvenes acá eran una plaga, dicho en el buen sentido. Se liberaban mucho, venían de levante y tenías que andar esquivando. Nunca usé la fuerza porque eran respetuosos, pero me acosaban que era de novela. Me acuerdo del finadito Pedrito Rico (un conocido bailaor y actor español), me tenía loco, pero nunca logró la puesta de espaldas (ríe)”.
Como sea, Peucelle siempre declaró ser soltero y defender a capa y espada su libertad de compromiso. En el libro de Roncoli señala: “Era ídolo y si no llegué a más fue porque siempre fui un irresponsable total. Cumplí, pero no me involucré de más. Nunca tuve nada, nunca quise atarme a nada. Por eso nunca me casé. Me crié en la libertad y por suerte todavía me mantengo libre”.
Sin embargo, en El Ancla conoció a un amor —con papeles incluidos— que duró hasta su muerte. Marta recuerda su historia con “El Ancho”, que tenía 15 años más que ella: “Yo estudié con las Adoratrices, en Martínez. Más o menos cuando tenía 14 años, nos hacíamos la rata y nos íbamos a El Ancla. Ahí lo conocí, por el ‘64 o el ‘65… Y empezamos a salir cuando yo tenía 17 más o menos. Recuerdo que él andaba con un monito tití al hombro en esa época. Ya era conocido, pero yo no le di bolilla por eso, yo estaba enamorada desde chica de él por su manera de ser. Era un hombre buenísimo, educado, una persona excelente, un poco tímido también. Además, en esa época era medio embromado el ambiente de El Ancla”.
—¿Por qué?
—Porque eran todos fisicoculturistas los que iban. Y por ahí alguno te decía algo. Cuando empecé a salir con él, también empecé a bailar árabe. Estaba en Horizonte, en Sharks…
—Rubén tenía 32 años cuando vos cumpliste 17. ¿No era problema la diferencia de edad? ¿En tu casa no te dijeron nada?
—No, nunca fue un problema. Y en casa qué iban a decir. Yo ya era grandecita. Además lo querían mucho.
—¿Cómo era salir de novios con Peucelle?
—Horroroso. Siempre teníamos que estar escondidos. Íbamos a un restaurante y se le tiraban encima por los autógrafos. Nos tenían que dar una mesita al fondo. Además, por su timidez, a Rubén no le gustaba eso.
—¿Te molestaba que siempre dijera que era soltero?
—No, para nada. Era un arreglo entre nosotros, entre muchas otras cosas. Él hacía su vida, era muy bohemio. Nosotros teníamos un departamento a dos cuadras de las casillas, en Corrientes y Libertador. Y después lo vendí y compré una casa cerca de Moreno. Pero él siempre quiso estar en El Ancla. Éramos una pareja medio rara. Pero fue un excelente padre y nos queríamos mucho.
Su hijo Maximiliano añade: “Él siempre dijo que era soltero, pero era mentira. Estaban casados. Al final, ¿viste cuando están toda la vida juntos? Ya eran más amigos que otra cosa. Papá era una persona muy ermitaña. Prefería estar con sus amigos y sus perros antes de llevar una vida familiar, con tíos, primos, sobrinos… Éramos él, mi mamá y yo. Pero al final, te hablo de los últimos diez años de vida. mamá logró entender que su lugar era en El Ancla, con o sin ella”.
Maximiliano tiene 51 años y es comisario de la Policía de la Provincia de Buenos Aires. Está a punto de retirarse luego de 33 años de servicio. A su padre le dio cuatro nietos que “El Ancho” disfrutó como nadie: Nicolás, Lucía, Sofía y Josefina. Nació el 9 de octubre de 1972 —en pleno boom de Titanes— pero su apellido es Moreno, no Piuselli. Marta tiene la respuesta: “Fue una historia bastante embromada, porque con Rubén nos habíamos peleado, discutido fuerte. Yo soy de Junín, y me fui para allá cuando todavía estaba con el embarazo. Paré en casa de unos conocidos a quienes considero como familiares. Y nació Maxi. Así que lleva ese apellido. Cuando tenía dos o tres años nos reconciliamos. A él le dolió mucho que su hijo no llevara su apellido, imaginate…”.
Finalmente, el 19 de junio de 2004, Marta y Rubén se casaron por civil en el registro de Vicente López. Pero la vida siguió igual para ambos.
El Hércules Argentino
La historia de cómo Piuselli llegó a ser Rubén Peucelle y triunfar en Titanes en el Ring es más conocida. Luego de un período en el puerto, tuvo varios trabajos hasta que llegó al mundo de la lucha libre en River Plate. Al principio no lo sedujo demasiado y continuó con el levantamiento de pesas, donde compitió con éxito: en 1952, con la malla del club Comunicaciones, se consagró campeón argentino con récord de envión (145 kg.) y de arranque (112 kg.). Pero a principios de la década del ‘60, un empresario mexicano llamado Wolf Rubinsky lo contrató para un espectáculo de catch que se llamó Lucha Libre Profesional, por canal 13. Era la competencia del que, en el 9, llevaba adelante Martín Karadagián. Lo presentaron como “Hércules Peucelle” y le pusieron como apodo “El Ancho del 13″.
Rápido, al año siguiente Karadagián lo contrató para Titanes en el Ring. Y lo declaró “Campeón Argentino”. Su primera lucha oficial fue el 12 de mayo de 1963 frente a Benito Durante. Desde entonces —con algunas interrupciones— fue una de las figuras más taquilleras de la troupe hasta el 25 de diciembre de 1983, cuando tuvo el combate final con Gengis Khan. Además del Campeón Argentino, encarnó a dos personajes con máscara: El Hombre de la Laguna y otro muy particular, La Momia Negra. Dentro del traje de villano, lo pasaba mejor: “Era la desinhibición total: robaba carteras a las mujeres, me metía con el público, les sacaba los zapatos... La gente se volvía loca y yo me divertía como no podía hacerlo de bueno, a cara limpia”, dijo para ”El Gran Martín”.
Regresó como protagonista en Lucha Fuerte, en 1988. De allí, y hasta que el catch quedó fuera de las pantallas argentinas, Peucelle fue la gran figura. Su última aparición —entre 2006 y 2010— fue en 100% Lucha, pero como jurado.
No obstante, luego de abandonar la lucha como profesional continuó haciendo presentaciones en clubes. El recuerdo del titán seguía intacto. Hay grandes anécdotas sobre su vigencia. Esta es apenas una de ellas: en 2001, el club Alumni había salido campeón del torneo de rugby de la URBA. En los terceros tiempos de los partidos solían parodiar a Titanes en el Ring. Y para el festejo del título, a alguien se le ocurrió contactar a Peucelle, que se mostró feliz de ser recordado por ese grupo de veinteañeros. El día de la fiesta en Tortuguitas, sin anuncio previo, Peucelle apareció para la pelea final del tercer tiempo. Cuando terminó, los rugbiers lo llevaron en andas al grito de “olé, olé, olé, Anchooo, Anchooo”. Al bajar, le preguntaron cuánto les cobraría. Y, tajante, les respondió: “¿Están locos? ¿Cómo les voy a cobrar? ¿Saben lo bien que me hacen estos aplausos? Fue un honor estar en su fiesta de campeones”.
En la historia del catch argentino, sin dudas Martín Karadagián y Rubén Peucelle están en la cima de la popularidad. La relación entre ellos (fueron patrón y empleado) fue de respeto, aunque hubo rispideces al final. “Todos teníamos otras actividades —contó en la referida entrevista radial de 2012—. Nosotros tuvimos un patrón que, más o menos, tenía sus irregularidades. No gané un mango. Pero si ganamos mucho o poco no importa un pito. Lo que importa es lo que hice. Yo me pasé 30 años luchando. Me divertí. Y no me arrepiento”.
Daniel Roncoli también entrevistó a Peucelle para su sitio de Facebook “El Gran Martín”. Este tramo de ese reportaje lo pinta de cuerpo entero en su inocencia: “(Martín) Me tenía confianza pero esa confianza me condenaba. Para tenerme bien, me dio la dirección técnica y el manejo del grupo. No era algo que me gustara mucho porque nunca quise asumir tantas responsabilidades. Era un buen artista mudo, sabía hacer lo mío pero afuera del ring me di cuenta de que lo que se decía era verdad… Qué más que un ambiente de forzudos era un ambiente de buchones. Eran todos alcahuetes. Martín me lo decía, vos los defendés y estos te van a cagar ni bien puedan”.
En un momento Martín Karadagián tuvo un compromiso en Capital Federal. El Ancho quedó al mando de la troupe. Cerca de Mendoza, el micro paró en un restaurante. Peucelle llevaba el dinero para los gastos. Rubén autorizó una botella de vino cada cuatro. Ya habían cumplido los espectáculos y por eso el Campeón Argentino consideró que podían tomarse una licencia. Se tomaron más. El Ancho pagó la cuenta sin reparar en los detalles. Dada su orden, debía haber en la adición cinco botellas; les facturaron veintiuna. Cuando el encargado del grupo de luchadores llegó a la oficina para la liquidación, uno de sus compañeros ya lo había mandado al frente. Sin mirar la cuenta, El Titán reprendió a Peucelle, quien un poco sorprendido recién vio la factura. No dijo ni una palabra, aceptó la sanción.
“Fue duro asumir una multa por haber confiado, pero era real. No solo se abusaron de la confianza sino que lo llamaron a Martín para decirle que nos habíamos mamado y los que se tomaron hasta el agua de los floreros fueron los de una mesa, los que botonearon. ‘Podría no sancionarte, Rubén, pero te voy a sancionar por pelotudo. Cuántas veces te dije que los que vos defendés como compañero te iban a cagar’, me dijo El Chivo. A partir de ahí, cuando quedaba al mando, pedía agua de la canilla”, dijo esa vez.
La última disputa entre ambos fue por la jubilación de Peucelle. Y llegó a los tribunales. Cuando murió Karadagián en 1991, ardió Troya. “Mi viejo era especial con eso. Me decía ‘no quiero hablar’. Más con los temas de la muerte. Yo estaba en la Vucetich, porque esto sucedió en el ‘91. Me enteré que al velorio de Martín fue con José Luis (otro luchador de Titanes), que era su mejor amigo y el padrino de Paulina, y como estaba el juicio laboral y demás, hubo un problema con Pichi, la mujer de Karadagián”, recuerda Maximiliano.
Finalmente, Peucelle obtuvo una jubilación, pero por el gremio de los trabajadores portuarios, como confirma Marta.
El recuerdo
La casilla donde Peucelle amaba pasar las horas tomando mate y haciendo pesas tenía una cocina, un gimnasio y arriba una habitación. Para visitarlo, había un código: llegar con un paquete de yerba. O, en el mejor de los casos, con una tira de asado. En la suya, tenía una foto de Muhammad Alí, una puching ball, libros (era un gran lector: “A mi me ayudó a aprobar filosofía cuando estudié abogacía”, dice su hijo), discos de música clásica y fotos blanco y negro con famosos de la talla del Polaco Goyeneche y Ringo Bonavena. Todo eso ya no existe. Cayó bajo la picota. Sin embargo, Marta se ilusiona con una promesa que —dice— le hicieron desde la municipalidad de Vicente López: “Le quieren poner su nombre a la calle donde vivía. Es merecido, porque a él lo quiere todo el mundo”.
Y si la gente lo quiere, ni hablar su hijo: “Lo extraño todos los días, está presente a cada rato. Fue un padrazo, siempre me dio buenos consejos, podía hablar de cualquier cosa y no se asustaba de absolutamente nada”.