En el extremo sur de la provincia de Córdoba, a 20 kilómetros de General Levalle, una enorme guitarra, que se puede ver desde el cielo, formada por 7000 árboles, mantiene vivo el recuerdo de una gran historia de amor conmovedora del principio al fin. Este bosque con forma de guitarra es tal vez el homenaje más importante que le haya rendido un hombre a una mujer en suelo argentino. Se trata del casco de una estancia, cuyo diseño ocupa una superficie de 1200 metros de largo y 400 de ancho y es obra de Pedro Martín Ureta, quién murió el 19 de septiembre de 2019, a los 79 años. La guitarra que fue fotografiada por la Nasa y se puede ver desde Google Earth (coordenada -33.867865, -63.988014), hizo famoso a su creador después de tantos artículos elogiosos escritos por medios nacionales e internacionales. Además de la historia de amor en sí, despertaba curiosidad un dato en particular, que Ureta había visto su obra de arte solamente por las fotos que le mostraban amigos. Nunca había sobrevolado su obra de arte. Temía volar.
En la era de los drones y las redes sociales, las tomas aéreas del instrumento se vuelven virales no importa cuando. La demostración de amor del viudo Ureta hacia su mujer, la madre de sus cuatro hijos, conmueve siempre a nuevas audiencias.
En sus años de juventud, Ureta tenía un perfil bohemio. Había viajado por el mundo, donde había conocido artistas y revolucionarios. De regreso a la Argentina en la década del 60, a los 28 años se enamoró de una mujer mucho más joven. Graciela Yraizoz tenía 17. Según contó el hombre en una oportunidad, el párroco local no estaba muy conforme con oficiar la boda porque creía que el joven no se comprometería. Sin embargo, el tiempo demostró lo contrario.
La idea de crear este instrumento visible desde las alturas fue concebida por Graciela Yraizoz. Fue en un vuelo sobre la llanura que la joven esposa vio un campo con forma de balde y ahí se le ocurrió que su casco de estancia, el lugar soñado para criar a sus hijos, podría tener la forma de una guitarra, el instrumento musical que amaba. Ella nunca pudo ver la concreción de la obra. Según relatos del menor de sus cuatro hijos, Ezequiel, su padre vivía muy ocupado con su trabajo y postergaba el proyecto. “Después, hablemos después”, repetía.
Mientras estaba embarazada del que hubiera sido el quinto hijo de la pareja, ocurrió la tragedia familiar. Graciela de apenas 25 años, se desmayó y sufrió una aneurisma cerebral. Murió al poco tiempo. Corría el año1977.
Los años siguientes el hombre de campo, a cargo de sus hijos, llevó una vida más introspectiva y abrazó el budismo. En ese camino interior decidió materializar el sueño de difunta esposa. Un proyecto monumental del que solo él se hizo cargo, con ayuda de sus hijos, porque los paisajistas no hicieron más que desalentarlo.
“Ella en su juventud ansiaba crear un lugar ideal para criar a sus hijos y vivir con Pedro Ureta (su marido), pero el destino no se lo permitió. Al morir Graciela (25), Pedro (35) comenzó con las tareas de la construcción de la guitarra de árboles, allí... en ese pedazo de tierra del sur de Córdoba en donde nada había aún. A Pedro le costaría más de 5 años de arduo trabajo definirla”, relata uno de los hijos de la pareja en el blog https://estancialaguitarra.blogspot.com/
A fines de los 70s, Pedro comenzó a sembrar árboles junto a su familia en un lugar que parecía imposible. Una llanura semiárida, de vientos fuertes y sequías. Casi claudica. Ureta descubrió cómo hacer para que los árboles más jóvenes crecieran. Con tenacidad y superando las adversidades, plantaron árboles de 15 a 25 cm para un crecimiento más rápido y fuerte, mientras enfrentaron daños ocasionados los roedores.
Pedro Ureta seleccionó pinos cipreses californianos de color verde oscuro para los contornos y eucaliptos medicinales para recrear las seis cuerdas de la guitarra. El puente y la estrella de la boca de la guitarra también se “dibujaron” con cipreses. El contraste visual que generó se potencia después de las lluvias, cuando los colores de los árboles se avivan.
Mientras los árboles crecían, Pedro Ureta se ocupaba de educar a sus cuatro hijos, Ignacio, María Julia, Soledad, Manuela y Ezequiel. Los llevaba a la escuela a 15 kilómetros de distancia, con las dificultades que ofrecía el barro, cada vez que se le atascaba la camioneta. Toda la familia estuvo enfocada en el crecimiento de esta guitarra de árboles que le tomó 35 años en tomar su forma definitiva. “Tuve que sembrar y resembrar y casi abandoné el proyecto”, dijo el productor agropecuario, que con los años volvió a formar pareja con María de los Ángeles Ponzi, a cargo de la farmacia del pueblo.
Hoy la estancia está custodiada por sus hijos y nietos. Ignacio es ingeniero, María Julia, representante farmacéutica, Soledad, profesora de educación especial y Ezequiel es veterinario. En en el mencionado blog de los Ureta existe una recopilación de artículos periodísticos y textos poéticos, propios de la familia, dedicados a esta obra hecha para el cielo, observada por dentro. “Camino por el mango de la Guitarra y mis pulmones lentamente se abren por el fuerte aroma a menta que desprenden los eucaliptos”, narra el hermano menor de los Ureta.
Guido Rodríguez (@gui10road), un influencer que recorre la Argentina contó un poco más sobre cómo es la guitarra por dentro. “Desde adentro de la Guitarra, por su inmensidad, se pierde perspectiva y difícilmente se sepa en qué lugar de la guitarra se encuentra. Y hasta es casi imposible saber que es una guitarra...”.
Hace muchos años, el entonces piloto de Austral Gabriel Pindek, describió alguna vez esa maravilla que pudo ver en su ruta aérea. “Es increíble ver un diseño tan cuidadosamente planeado, a tanta distancia abajo”. Y agregó: “No hay otra cosa así”. La magnitud y la historia detrás de esta arboleda hacen que no exista nada similar en el mundo. Los hijos y ahora los nietos de la pareja lo saben.
La Nasa escribió sobre Pedro Martín Ureta y su increíble obra: “Creó un pedazo de arte terrestre para que pudiera verse desde un avión. Resulta que también es visible desde el espacio”.