La casa ubicada en Díaz Vélez 1850 casi esquina Maipú, en La Lucila, la había levantado el propio matrimonio Cabrera Rojo. Planta baja, primer piso y terraza. Solo restaba terminar una pequeña pileta que el propio dueño de casa estaba haciendo en los fondos para una numerosa prole conformada por David, Zelmira, Mario, Jerónimo, Guillermina y María Celina, cuyas edades iban de los 6 meses a los 8 años.
La noche del atentado
En la madrugada del sábado 12 de marzo de 1960, los sobresaltó un golpe muy fuerte. Habían derribado la puerta de entrada. Cuando el mayor del Ejército David René Cabrera se asomó por la ventana de su dormitorio, vio a dos hombres que se subían corriendo a un auto oscuro, y entonces una tremenda explosión cambiaría para siempre la vida de esa familia.
Habían hecho detonar unos cinco kilos de trotyl, según determinaron los peritos, que redujo la vivienda a escombros. A sus moradores les dio la sensación de que la casa se había levantado y luego desplomado. El padre resultó apenas herido, su mujer Zelmira Rojo Jurado, a quien todos conocían como Bebi, voló hacia el techo y su caída fue amortiguada por el colchón. Junto a la cama, del lado de la madre, dormía María Celina, de tres meses -había nacido en septiembre de 1959- que salió despedida del moisés y milagrosamente quedó debajo de la mesa de luz. Hubo que atenderla de urgencia porque se ahogaba con el polvillo que había aspirado.
Del otro lado de la cama estaba la cuna de Guillermina, a quien todos le decían Gimy, de tres años, quien tenía la costumbre de dormir tomada de la mano de su papá. A ella le cayó una viga y vidrios del ventanal y falleció. Había nacido el 18 de octubre de 1956.
Los varones Mario y Jerónimo dormían en cuchetas; el primero fue protegido porque quedó como en un sándwich, protegido por las camas, y la peor parte se la llevó su hermano, quien sufrió serias heridas en su rostro, y debió someterse a varias operaciones en los meses siguientes.
Otros dos hijos, David y Zelmira se habían quedado a dormir en la casa de los abuelos, el varón con los paternos y la nena con los maternos.
Segundos antes de la explosión había pasado un colectivo. Su chofer, alertado por el estruendo, frenó una cuadra más adelante. Pedazos de la casa quedaron desperdigados a cien metros a la redonda.
David Cabrera había nacido en 1924 en Río Cuarto, Córdoba, donde sus padres tenían campos. Era mayor de Ejército y el 25 de agosto de 1950 se había casado con Zelmira Rojo Jurado, una docente de primaria, que había nacido en General Alvear, en la provincia de Buenos Aires. Un primo suyo los había presentado en un baile.
Cabrera se desempeñaba en el área de inteligencia y su trabajo era muy valorado por sus superiores, al punto que cuando Fidel Castro visitó el país el 1 de mayo de 1959, fue uno de los designados para custodiarlo a sol y a sombra.
Los Uturuncos
Gimy es considerada la primera víctima del terrorismo en nuestro país. El atentado, cometido durante el gobierno constitucional de Arturo Frondizi, había sido cometido por el grupo terrorista Ejército de Liberación Nacional – Movimiento Peronista de Liberación, popularmente conocido como Uturuncos, que en quechua significa “hombre tigre” u “hombre puma”.
Tuvo su presentación en sociedad a las 4 y diez de la madrugada del 25 de diciembre de 1959 cuando atacaron la jefatura política de Frías, un poblado de Santiago del Estero, muy cerca de Catamarca. En esa oportunidad el grupo, liderado por Félix Serravalle y compuesto por muchachos cuyas edades iban de los 15 a los 24 años, intentó un golpe para poner en la agenda política el regreso de Juan Domingo Perón. Sus miembros se terminarían incorporando a Montoneros y a las Fuerzas Armadas Peronistas.
Los Cabrera no pudieron rescatar absolutamente nada de la casa, salvo la mesa de luz que protegió a María Celina, que aún se guarda en la familia. Luego de enterrar a Gimy en el cementerio de Recoleta, la familia fue alojada en un par de habitaciones en el Hospital Militar Central.
El presidente Frondizi hizo llegar su solidaridad al Ejército y condenó el acto de terrorismo que, según un comunicado oficial, “buscaban alterar la paz social y crear un estado de confusión colectiva para evitar las elecciones”. Se refería a los comicios legislativos que se celebrarían el 27 de ese mes.
Por el atentado fueron detenidos Héctor Rodolfo Gringoli, y dos individuos de apellidos Berolegui y Leonelli, los que actuaron por indicación de una persona llamada Alberto Campos. Los explosivos fueron cruzados desde Uruguay por Juan Carlos Brid.
Luego de un par de meses, como en el Ejército se manejaba el dato de que los terroristas seguían buscándolo a Cabrera, lo enviaron a Italia como agregado militar. Todos se mudaron a Roma, donde los chicos asistían a una escuela bilingüe de italiano y español.
Tiempo después Cabrera fue llamado a Buenos Aires y, sin darle explicaciones, le dieron de baja. En los años posteriores al atentado, nacerían tres hijos más, Adriano, Paulo y Teresa.
Cuando Cabrera quedó afuera del Ejército, la familia se mudó a Madrid, donde la esposa tenía más posibilidades de conseguir trabajo. Para ellos fue duro enterarse de que durante el gobierno de Arturo Illia los responsables del atentado habían sido indultados.
Por gestión del general Julio Rodolfo Alsogaray, jefe del Ejército, se le otorgó una indemnización a Cabrera, que sobrevivía haciendo changas. Con ese dinero y con la venta de un auto, compraron un departamento en la ciudad de Buenos Aires.
Cabrera, quien inculcó a sus hijos el valor del trabajo, todos tuvieron uno siendo adolescentes, hizo de todo. Vendió fideos y aceitunas, espacios de publicidad, mientras su esposa trabajaba de docente.
Los Cabrera vivían en alerta permanente, más cuando asumió la presidencia Héctor J. Cámpora, y se amnistió a guerrilleros. Todos disponían de un bolso preparado en caso de emergencia y cada uno de los hijos sabía lo que tenía que hacer. Cabrera seguía sufriendo amenazas y en algunas ocasiones viejos compañeros de armas custodiaron su departamento.
Acto en la Legislatura porteña
Hoy a las 17 horas, en la legislatura Paulo Cabrera Rojo, uno de los hermanos de Gimy, es uno de los organizadores junto a la legisladora porteña Lucía Montenegro de un acto en homenaje a las víctimas del terrorismo. Impulsa la iniciativa para que el 12 de marzo sea declarado día nacional de la Niñez víctima del terrorismo, no solo por la violencia de los 70, sino también que involucre a los fallecidos por los atentados a la embajada de Israel y la Amia. “Gimy fue la primera, pero la intención es que abarque a todos”, explicó Paulo a Infobae.
“Toda la vida nos persiguieron”, admitió con tristeza. “En los actos y misas que organizamos siempre hubo poca gente” y remarcó que “más allá de las notas que salieron en los diarios cuando ocurrió el atentado, nunca más se volvió a hablar de Gimy”.
Paulo, que desde 1996 está radicado en la ciudad de Saladillo, también tiene previsto la restauración del mural de Avenida del Libertador y Dorrego, donde están las imágenes de su hermana -pintada en el 2016- y de Hermindo Luna, el soldado que se negó a rendirse ante los montoneros en el ataque al regimiento 29 de Formosa.
Contó que todos sus hermanos fueron educados para no crecer con rencor. “Esto no es una cuestión de venganza, hay que perdonar, sabemos que después de esta vida hay algo mayor”. Siempre recuerda las palabras de su padre, fallecido en 2006 -su madre en 2014-: “Tu habitación está en una casa, la casa en un barrio, el barrio en una ciudad, la ciudad en una provincia y la provincia en un país, por eso vos tenés que cuidar el conjunto”.
Expresó que “si tuviera la oportunidad de hablar con algún guerrillero, le pediría que asumiesen su responsabilidad, que aceptasen su proceder y que admitan que fueron derrotados”. Todo en memoria de su hermana, una criatura inocente que dormía tomada de la mano de su papá.