Guillermo tiene 62 años y no vio dormir a sus tres hijos en una cuna, ni tomar la mamadera, ni tuvo que despertarse de noche porque les empezaban a salir los dientes y lloraban. Pero Guillermo es tan papá como cualquiera, y se emociona con cada recuerdo que atesora de Emanuel, que tiene 17 años; Antonio, de 13; y Abel, de 12; los hijos que adoptó junto a su esposa, María de los Ángeles, aunque la memoria deba recorrer poquitos pasos, hasta 2017 en este caso. “Hay algo que cada vez que me acuerdo se me hace un nudo en la garganta, y es cuando salieron del hogar para venir a casa. Antonio venía con una cajita de cartón en la mano y adentro llevaba un muñeco. Eran todas sus pertenencias. Todo lo que tenía. Y caminaba hacia nosotros con una carita de felicidad que, gracias a Dios, no me voy a borrar nunca. Hay pibes que lloran por una play, por un juguete, y él estaba lleno de alegría porque se iba con la familia”.
Pero Guillermo es padre también porque, tres meses después de vivir los cinco juntos, sus hijos le empezaron a decir “papá”. El “mamá” a María de los Ángeles llegó incluso antes: “Con mi esposa fue más rápido. Me explicaron los psicólogos, porque yo no lo entendía, que ellos en su inconsciente todavía cuestionaban la imagen paterna que tenían. Pero cuando me lo dijeron fue una emoción muy grande. No sé si lo esperaba. Y fueron los tres casi al mismo tiempo. Una vez que el más grande me llamó así, lo hicieron mis otros hijos”.
Ahora, Guillermo Zalocco está por salir a buscar a sus hijos al colegio. En el barrio Villa Maipú, de San Martín, en el conurbano bonaerense, llueve y debe cerrar el portón de su casa con prisa. Tiene 62 años recién cumplidos, es docente jubilado desde julio de este año. Por eso, cuenta, “ahora tengo más tiempo para estar con ellos, para acompañarlos”. Conoció a su esposa, María de los Ángeles Albarracín (consultora de Recursos Humanos) en 1993, hace 31 años, cuando ella trabajaba en una farmacia en Caseros y él fue a comprar medicamentos para su padre, que estaba internado en la clínica ubicada al lado. A las compras siguieron las charlas y las salidas. Se casaron cinco años después, en el ‘98.
Desde el inicio del matrimonio, Guillermo y María de los Ángeles desearon ser padres. La naturaleza dijo que no, ellos no quisieron someterse a tratamientos de fertilización porque, dice, “no teníamos certeza de los que había en ese momento. Mi esposa me decía: ‘¿Pero van a hacer ensayos conmigo?’. Y le respondí que no, que era algo de los dos”. Ahí mismo, porque el instinto de madre y padre lo tenían bien profundo, Guillermo le propuso: “Yo no tengo problema en adoptar”. A María de los Ángeles le pareció perfecto.
Un largo camino
El primer paso lo dio Guillermo, que se puso a averiguar cómo hacerlo. Era, recuerda, “alrededor del 2004″. “Fui a un juzgado y me dijeron que no me podían decir nada porque en ese momento estaba cambiando todo el tema de las adopciones. No sabíamos cómo era el tema, solo que era muy engorroso. Se armaban carpetas, se presentaban en los juzgados. Era complicado: un amigo mío fue hasta Tartagal a buscar a su hijo. Ahora es más sencillo, mucho más claro”.
Pero, además, había otra traba, contra la que ellos mismos se chocaron por desconocimiento. “Hay falta de información. Todos quieren un bebé, un chico de menos de dos años. Los invitaría a cualquier hogar de niños y verían que, de 30 que esperan tener una nueva familia, apenas uno puede llegar a ser bebé. El resto son de otras edades, y muchas veces hermanos. Quien se obsesione con ser papá de un bebé, quién sabe cuántos años va a tener que esperar. Nosotros también, cuando lo planteamos en el primer juzgado al que fuimos, el de Familia de San Martín, dijimos que queríamos un bebé. Y la respuesta fue ‘jefe, usted está equivocado, usted no va a poder conseguir un bebé’. No entendí y le dije: ‘¿Por qué no? Mi papá me tuvo de grande’. Entonces me dijeron: ‘Vaya a tal lado e infórmese…’.
Ese “tal lado” fue una charla en la Dirección Nacional del Registro Único de Aspirantes a Guardas Adoptivas (más conocido como DNRUA), en Capital Federal. Ya era 2015. Allí, con material didáctico y hasta videos, les mostraron la situación real de la adopción. “Nos dijeron, ‘miren, la realidad es esta, el 95% de las personas buscan niños menores de tres años. Y uno solo. Y apenas el 5% restante busca mayores de edad y hermanos. La verdad es que vas a los hogares, y no hay bebés”.
En efecto, según las últimas cifras que publicó DNRUA, de agosto de 2024, los niños de 1, 2 y 3 años tienen el 83,67; 84,69 y el 84,94 por ciento respectivamente de disponibilidad adoptiva. Mientras que en el otro punto del rango etario, para los 11, 12, 13, 14 y 15 años tienen apenas el 3,05; 2,29; 1,08; 0,76 y 0,82 por ciento respectivamente. No obstante, la cantidad de adopciones creció en forma significativa: en 2005 hubo 14 adopciones y 18 guardias preadoptivas; en 2023 —último año completo—, ese número trepó a 422 y 442 respectivamente. En 2024, hasta el 1 de agosto, llevaban 166 y 254.
Una vez que superaron el temor de la primera barrera y —como dice— “nos metimos en el circuito”, la decisión de adoptar y ser padres se fortaleció. Hoy, Guillermo puede dar cátedra: “Primero hay que ir al juzgado y anotarse. Si hay varios juzgados, siempre se debe preguntar cuál está de turno. Y así, ir viendo en varios… Te toman los datos y quedás registrado ahí”.
En concreto, desde esa charla supieron con claridad que “lo más fácil, también por nuestras edades, sería adoptar hermanos. En 2015 yo tenía 53. Y le dije a mi esposa: ‘Bueno, nos tiramos hasta tres chicos, y que el más grande no tenga más de ocho o nueve años’. Una vez inscriptos, nos llamaron de varios juzgados”.
Entonces comenzó una rueda burocrática que los podría haber desanimado. “Sé que es por la defensa del niño, pero ya era como ir a una entrevista laboral. En cada juzgado que nos citaban por un caso de adopción, nos volvían a hacer todo el examen psicotécnico, la charla con sociólogos, trabajadores sociales, psicólogos. En todos repetían lo mismo. Por eso digo: es como ir por un trabajo, te pueden tomar o no”.
Una vez que se inscribieron en el juzgado de familia, los Zalocco comenzaron a figurar en el Registro Nacional de Adopciones. Es decir, podían ser elegidos por cualquier juzgado del país para iniciar los trámites. Aunque ahora, cuenta Guillermo, “intentan que un niño de Tartagal no sea enviado, ponele, a Ushuaia. Me dijeron, inclusive, que antes de declararlos en adoptabilidad, si no pueden estar con los progenitores, tratan de ubicar a los chicos con sus abuelos o algún familiar. Y en caso de que no se pueda, ahí sí quedan en condiciones de ser adoptados. Ahora, si sos del AMBA, te llaman del AMBA, de los juzgados cercanos. Hay casos, obvio, que cuando, por ejemplo, son cinco hermanos, se hacen convocatorias públicas en todo el país. Porque, ¿quién está en condiciones de adoptar cinco chicos?”
El encuentro
El 14 de febrero de 2017, los Zalocco recibieron un llamado desde el Juzgado 3 de Familia de San Isidro, a cargo del doctor Hernán García Lázaro. Cuando llegaron a la entrevista, les explicaron que eran cuatro hermanos. Cuando conocieron la historia, aclararon que ellos podían adoptar a tres. “Vimos que el cuarto hermano, que era el mayor y hoy cumpliría 18 años, por sus antecedentes de vida y médicos, necesitaba atención exclusiva y permanente. Es más, ya se había intentado vincular a los cuatro con una familia y había fracasado. Porque a veces hay vinculaciones fallidas. Y no porque fueran malos. A veces, simplemente, no podés, por más amor que tengas. En estos casos, los chicos eligen a los padres, y viceversa. No es un paquete de yerba que te llevás de una estantería”, explica.
Un mes más tarde, desde el juzgado les comunicaron que eran los “candidatos”. Y el 26 de mayo, Guillermo y María de los Ángeles se encontraron por primera vez con los chicos en el hogar donde estaban internados. Por entonces, Emanuel tenía 9 años, Antonio 6 y Abel 5. “Primero tuvimos charlas con dos psicólogos (Nota: uno de ellos fue el licenciado Juan José Jeannot, hoy director del DNRUA), que nos acompañaron durante todo el proceso de vinculación. Son para sacarse el sombrero. Cuando los vimos, los llevaron a un playroom, para que estuvieran aislados de los otros chicos. Imaginate que todos tienen un deseo muy fuerte de tener una familia. A mí una vez uno muy chiquito, casi un bebé, me pedía upa, y yo iba por mis tres hijos. No sabés qué hacer. Es durísimo. Entonces, por prevención, el primer contacto se hace en un lugar aparte”.
Desde el inicio, entre los cinco hubo piel. Los primeros tres días fueron de mucho juego, de escondidas. Después comenzaron los paseos: primero una hora, luego un día entero, más tarde un fin de semana completo. “Todo fue muy paulatino. Eso depende de cada hogar, de los psicólogos que te acompañen, de la situación de cada chico, porque no todos reaccionan de la misma forma”, subraya.
En los primeros paseos, el cuarto hermano, el mayor, los acompañaba. “Esperábamos que encontrara una familia. Mis hijos tenían amiguitos en el hogar que eran cinco hermanos: dos estaban con una familia, dos con otra y el quinto, un bebé, con una tercera. Y entre ellos se veían, porque se busca que el vínculo, más si son hermanos, se mantenga. Pero eso es voluntad de los padres también. Mis hijos quieren ver al hermano, pero fue adoptado por un matrimonio igualitario de hombres, que no sé cuál es la razón, no quieren ni siquiera que hablen por teléfono. Estoy viendo con una abogada para pedir un régimen de visitas…”.
Guillermo dice que ni él ni su esposa quisieron conocer en detalle la vida anterior de sus tres hijos. “Está en el expediente. Lo podría ver y todo. Pero en estos casos, imaginate, si se los sacan es porque la familia biológica, por h o por b, no puede o no quiere cuidarlos y atenderlos. Sé que estuvieron cuatro años en el hogar. Y una de las razones por las que los declararon en adoptabilidad es que en esos cuatro años, nunca nadie de la familia se acercó ni se comunicó para ir a verlos”.
Zalocco asegura que siempre les dejaron la puerta abierta para que se contacten con su familia biológica. Por ahora, los tres hermanos no muestran interés por remover su pasado. “Hasta buscamos la dirección por Google Maps y le mostramos dónde vivía —relata el padre—. El más grande nos describía las cosas que pasaban cuando él estaba en esa casa. Un día que íbamos con mi esposa, pasamos por no sé qué calle y el mayor vio a una persona que, pensó, podía ser su padre biológico. Se asustó y nos dijo: ‘¿Si me ve, me tengo que ir con él?’. Y mi esposa le explicó que no: ‘Vos ya estás con nosotros, sos nuestra familia’. Y ahí se quedó más tranquilo”.
La guarda de los chicos salió en 2017. La adopción plena, en cambio, se demoró. Mucho tuvo que ver la pandemia. Pero recién el 20 de mayo de este año la justicia sentenció que los tres hermanos son legalmente los hijos de Guillermo y María de los Ángeles. Pero faltan trámites: todavía no les entregaron las nuevas partidas de nacimiento con su apellido.
Mamá y papá
El amor hacia un hijo recién nacido es algo maravilloso e inexplicable. ¿Cómo se puede amar de forma tan profunda e incondicional a quien recién se conoce? Pero sucede. En cambio, coincide Guillermo, el amor que siente por sus tres hijos es parte de una construcción paciente y generosa: “No es que te los llevás y ya son tus hijos. Es de a poco. Por eso te acompañan los psicólogos del DNRUA, para que no fracases. Más de una vez hemos planteado problemas de todo tipo, tuvimos charlas virtuales y siempre nos daban claridad sobre cosas que no veíamos. Nos apoyaron al 100%. Con los juzgados es distinto. A nosotros nos tocó uno piola, pero hay otros que mejor olvidarlos”.
Más allá de las normas que los padres imponen para la convivencia, otras decisiones que Guillermo y María de los Ángeles quisieron tomar fueron rechazadas por los niños. Por ejemplo, el matrimonio aceptó llamarlos por los nombres de pila que ya tenían, pero quisieron ponerles un segundo nombre. “Era solo para darles nuestra impronta, además, obviamente, del apellido. Pero bueno, ellos decidieron que no, que se sentían cómodos con los nombres que tenían. Y quedó así”, revela.
Los niños, dice, “fueron siempre muy buenos. Por ahí el más chico era el más desapegado a las normas. Pero se adaptó. El del medio fue el que tuvo más temores al principio. Hacía cosas que para nosotros eran inexplicables. Él mismo, después, nos blanqueó que hacía todo al revés por miedo a que lo dejáramos, como ya le había pasado antes con otra familia. Nos estaba poniendo a prueba. Y el más grande es más introvertido y callado, pero ejerce con los hermanos un liderazgo sutil. Los tres son muy sanos”.
Una de las cosas que hizo Antonio, por ejemplo, “fue escaparse y subir a un techo, con riesgo de caer. Vi que si yo me acercaba más había peligro, entonces le dije: ‘Qué bueno, quedate ahí que voy a sacar una foto’. Se la saqué y le dije: ‘Bueno, ahora bajá que me da miedo’. Entonces me abrazó y bajamos”.
La vida cotidiana de los Zalocco es como la de cualquier familia. Hay algo en lo que no existe la unanimidad, por ejemplo: papá, mamá y los dos hijos mayores son de Boca. El menor, de River. Los tres chicos van a la escuela pública. Abel tomó la comunión y fue confirmado. Los otros dos no quieren saber nada. Aunque los tres, desde 2018, pertenecen al grupo scout de una parroquia de Villa Devoto. “Queríamos que socializaran con otros chicos y se adaptaran a las normas. Pensá que todos los chicos que están en un hogar, o son hijos de malandras, o fueron víctimas de abuso o tuvieron abandono de los padres. No tienen un ejemplo concreto. En una familia al chico se lo educa desde que nace. Y estos chicos, además, perdieron cuatro años de su vida dentro de un hogar, donde si bien hay voluntarios, médicos, gente que los ayuda en la escuela y les da de comer, cuando llega la noche quedan los cuidadores y ellos nomás. Nos pareció adecuado el scoutismo por eso”.
Con el estudio, dice Guillermo, “el que menos problemas tiene es el del medio. Apenas patinó en un par de materias del secundario, nada que no pueda levantar. El más chico tiene capacidad, pero es más rebelde. Tiene algunos conflictos escolares que resolver. Y al mayor, que va a una técnica, se hace difícil sentarlo a estudiar. Pero ya está en 4.º año. Yo fui director de una escuela de adultos, así que les machaco el tema del estudio. No pretendo que sean chicos 10, pero deben entender que un título es fundamental hoy en día”.
Emanuel, Antonio y Abel crecen. El más grande está en la adolescencia y los más chicos la tienen a dos pasos. “Y… eran más cariñosos de chiquitos. Ahora son más parcos con las demostraciones. Pero el de 17, si bien no te demuestra el cariño con un abrazo, lo hace con actitudes. Por ejemplo, cuando nos dice ‘dejen que hoy cocino yo’”.
La imagen del hermano mayor, en este caso, es fundamental. Guillermo guarda en su memoria películas de amor con sus hijos a cada paso. “Cuando le compramos el regalo del Día de la Madre a mi esposa, los dejé elegir a ellos. Me quedé mirándolos cómo charlaban y se ponían de acuerdo. Era hermoso…”
Sobre el futuro, Guillermo es cauto: “Más allá de lo que hagan ellos, quiero que sean buenas personas. Y que trabajen, que no se tiren a la vida fácil. Hoy todo es complicado, los entornos, las nuevas amenazas como la ludopatía, obvio drogas, tabaquismo, porque esto último fue algo que a mí me costó un infarto en pleno período de vinculación de la adopción. Fue increíble: estando en terapia intensiva, mi esposa dejó el auto en la puerta de casa, vino un borracho, lo chocó y lo destrozó. Cuando volví luego de la unidad coronaria y lo vi, dije: ‘Realmente me están poniendo el corazón a prueba’. En el 2017, con todo lo que me pasó, nací de vuelta. Así que pido tener salud para verlos crecer”.
Guillermo ríe. Debe ser un tipo feliz: él y su esposa salvaron a tres chicos. Les dieron una familia. Una unidad que puede tener muchas formas, pero un solo elemento catalizador, que el papá de Emanuel, Antonio y Abel sabe definir: “Somos sus padres. Nos podemos enojar con ellos a veces, retarlos. Pero nunca va a estar en juego ni en discusión el amor que les tenemos”.