Esa “inteligente niña”, como fue descripta por el periodismo de entonces, había llegado para sacudir un viejo andamiaje sostenido por cánones que pedían a gritos ser renovados. María Angélica Barreda, 22 años, quiso inscribir su título para ejercer en la provincia de Buenos Aires y, sin pensarlo, fue noticia: se lo negaron por ser mujer.
Barreda era la primera mujer en recibirse de abogada en el país.
Había nacido en la ciudad de La Plata el 15 de mayo de 1887. Su papá Alberto Barreda Hernández, profesor de Gimnasia y Esgrima, había fallecido cuando ella era una niña. Vivía con su mamá Rita Fernández y sus hermanas en la capital provincial.
Cursó estudios en la Escuela Normal Nº 1 cuya directora era Mary Olstine Graham, la primera maestra norteamericana en llegar al país contratada por Domingo F. Sarmiento.
Quiso estudiar medicina en la Universidad de Buenos Aires pero la endeble economía familiar le impidió hacerlo, y por eso optó por Derecho en la Universidad Nacional de La Plata, que nació provincial en 1897 y que en 1905 fue nacionalizada, gracias al riojano Joaquín V. González.
Dicen que fueron duras las cursadas, con una inmensa mayoría de varones, y donde algunos profesores fueron por demás exigentes e implacables con esa señorita a la que se le había ocurrido ser abogada. Tenía profesores de la talla de Octavio Bunge, Agustín Alvarez y Ernesto Quesada.
Finalmente el 28 de diciembre de 1909 se recibió de Doctora en Derecho y Ciencias Sociales. Cuatro días después de su cumpleaños, junto a sus compañeros, fue la ceremonia de jura, que se hizo en el Cabildo, en el mismo salón donde había ocurrido la histórica sesión del 22 de mayo de 1810. A Barreda le impactó el lugar, porque notó que hasta se conservaban algunos muebles de aquellos tiempos.
Se convertía en la primera mujer en ser abogada en el país. Tenía el diploma firmado por Joaquín V. González y Rodolfo Rivarola. En mayo de 1911 la seguiría Celia Tapias, egresada de Derecho de la UBA.
Mismos derechos que los hombres
Barreda se había involucrado en las luchas de las mujeres para lograr los mismos derechos que los hombres. Trabajaba en la Asociación de Mujeres Universitarias Argentinas, entidad creada en 1904 por Julieta Lanteri, Cecilia Grierson y Elvira Rawson de Dellepiane, entre tantas otras. Bregaban por el acceso de las mujeres a la universidad y al desarrollo de la profesión.
Entre el 18 y el 23 de mayo de 1910, en medio de los festejos del Centenario de Mayo esta asociación, por iniciativa de Lanteri, participó del Primer Congreso Feminista Internacional. Barreda presentó un trabajo sobre la mujer y el comercio. “La diferencia de los sexos no altera la posición de las personas en las relaciones jurídicas”, escribió. Sostenía que la mujer estaba incorporada de lleno en la vida social, “sin dependencias absurdas dignas de una época para siempre pasada”.
La matriculación en Capital Federal fue sin inconvenientes, pero como ella era platense, deseaba abrir un estudio allá, para lo cual solicitó turno para matricularse. Sin embargo, la provincia se negó, aún a pesar de una ley-contrato entre la ciudad y la provincia para extender títulos de abogados.
Manuel Escobar, Procurador de la Corte aconsejó que no se le concediese el derecho a ser abogada ya que no existía una ley que regulase el ejercicio femenino de la profesión. Pero tampoco había una ley que lo prohibiese. Pero que afectaba a la mujer en general una verdadera capitis diminutio, una disminución en su capacidad intelectual.
Buscó a un colega que la defendiese. Fue Rodolfo Moreno (h), reconocido jurista y penalista -que años más tarde sería gobernador bonaerense- quien rebatió los argumentos de que Barreda, por ser mujer, era un ser inferior; invocó la Constitución bonaerense que garantizaba la libertad de aprender sin distinción de género. Además, remarcó que la Suprema Corte provincial no tenía los atributos para dictaminar la validez de un diploma de una universidad nacional.
La Corte falló a su favor, en 25 considerandos, con los votos de Pedro Acevedo, Gregorio Lecot y Dalmiro Alsina; votó en disidencia su presidente, Rómulo Etcheverry.
Si bien le dio vía libre para ejercer, advertía que la mujer en el país se hallaba restringida en su capacidad civil y que su matriculación no significaba que pudiese, en el futuro, ejercer como abogado en cargos públicos, como por ejemplo, en la magistratura provincial. Le dejaban ejercer, pero le negaban el camino a llegar a ser jueza.
Por años se desempeñó como jefa de Asuntos Legales en la Dirección de Escuelas bonaerense y fue además traductora pública de inglés, francés, portugués e italiano.
Ejerció su profesión y participó en infinidad de juicios. Lily Sosa de Newton asegura que fueron más de 500, y entre ellos, le ganó uno al gobernador bonaerense Raúl Díaz, platense como ella y también egresado de Derecho en La Plata.
Dejó de ejercer en 1952 y falleció el 21 de julio de 1963. “La mujer ha triunfado en las otras profesiones y continuará conquistando palmo a palmo la regla igualitaria que persigue la justicia”, era la postura de esa “inteligente niña” que había tenido la insólita ocurrencia de estudiar una profesión para los hombres.