La bandera celeste y blanca flamea en la espalda del médico argentino Ronald Mac Kenzie, pura alegría en el verde del Glasgow Green —una suerte de bosques de Palermo de la capital de Escocia— y vestido como si de él se hubiera apoderado el espíritu de William Wallace, con su kilt (pollera), su sporran (bolsa) y su birrete Glengarry, donde lleva los colores de Argentina y el escudo de SAPA (South American Piping Association, la Asociación Sudamericana de Gaitas), banda a la que pertenece y tiene un puma como emblema. En sus manos felices sostiene la Copa que obtuvo por el tercer puesto de su categoría del World Pipe Band Championships, el Campeonato Mundial de Gaitas. Lo hizo como miembro de una agrupación que se formó para la ocasión, bautizada Cross Borders (Cruzar Fronteras), que integró junto a cinco suecos, cinco dinamarqueses, tres alemanes, un noruego y una española. En total, 240 bandas fueron parte de este evento, que comenzó a disputarse en 1948, luego de la Segunda Guerra Mundial. Y Mac Kenzie, en esta oportunidad, fue el único argentino.
Ronald tiene 50 años, es cirujano vascular y flebólogo en la Clínica del Sol y el Sanatorio Las Lomas de San Isidro. Casado con Mariela, tiene un hijo —Matías— de 19 años y una hija —Josefina— de 17. “Las tres personas que más me bancaron con mucha paciencia estos meses de práctica intensiva”, agradece desde el comienzo de la charla con Infobae. Nació en José Mármol, estudió en el Normal 1 de CABA y la Escuela 1 de Adrogué en la primaria y en el Nacional de Adrogué en el secundario. También jugó al rugby en Pucará. Su apellido bastaría para saber de dónde proviene su afición a tocar la gaita. De todos modos, Ronald aclara: “De Escocia era mi tatarabuelo, William Jackson Mackenzie, que nació en Inverness, junto al lago Ness (famoso por la leyenda del monstruo), en los Highlands. Luego se mudó al norte de Gales y allí nació mi bisabuelo, que se llamaba igual que su padre. Él llegó a la Argentina alrededor de 1907 y se afincó en Mármol, en el sur del Gran Buenos Aires. De hecho, mis viejos viven en la casa que construyó mi abuelo en la década del ‘50. La verdad, durante las dos primeras generaciones en nuestro país no mantuvieron tanto las costumbres, si bien hablaban en inglés e iban a la Iglesia Presbiteriana Escocesa, en Temperley. En cuanto a la música, el legado no vino de mi abuelo ni mi viejo. Me acerqué porque uno de mis tíos bailaba en SAPA. Históricamente estos grupos tienen la dificultad de que las nuevas generaciones se acerquen. Él fue llevando de a poco a varios sobrinos. Yo empecé a bailar a los 5 años, a los 13 tocaba el tambor y a los 17 me pasé a la gaita. Y ahí quedé”.
Cuenta Mac Kenzie que en Escocia, desde abril hasta agosto, es la temporada de competencias de bandas de gaitas. “Desde las más tops hasta las juveniles, donde tocan chiquitos de diez años”. Y terminan en el Mundial, donde se enfrentan —explica—, “las bandas tradicionales, que tienen solo gaitas y percusión con tres tipos de tambores. El que está a cargo se llama Pipe Major, es el nombre que quedó de las primeras estructuras de bandas, que eran militares”
Su participación se gestó por intermedio del gaitero alemán Bjorn Heuckeroth, que visitó Argentina en 2022 y este año preguntó si alguno de SAPA podía ir a tocar con su banda. “Pero dado el contexto económico y el hecho de tener que tomarse dos semanas para estar allá, el único que podía era yo”, resume Ronald. “La mayoría de las bandas que compiten están establecidas, practican todos los días del año. Y si bien cada país tiene su asociación y sus bandas, pueden aparecer algunas formadas para la ocasión y presentarse. Con SAPA nos fue imposible lograr el momento justo, por lo económico y por el nivel de la banda, para pensar en competir allá. En nuestro ámbito, cada tres años se hace un torneo sudamericano”, completa.
Heuckeroth —señala Ronald— toca en buenas bandas desde hace más de 10 años. En este caso, se desempeñó como Pipe Major y necesitaba reunir una determinada cantidad de gaiteros y tambores para competir. “Por ejemplo, había cinco gaiteros suecos muy buenos pero no tenían la sección de tambores. Y tambores dinamarqueses sin gaiteros. Decidimos llamarnos Cross Borders y participamos en el grado 3B de la competencia. Es un nivel bastante bueno. Para darte un ejemplo, cualquier banda argentina que se presentara estaría dos escalones por debajo. Hubo 22 bandas en esa categoría y quedamos terceros. Fue un gran logro, considerando que las otras bandas practican todo el resto del año. En mi caso, aunque desde hace seis meses practico todos los días, con ellos me junté tres o cuatro días antes nada más. Y hay cosas que no podés pulir hasta no estar todos juntos”.
Para tocar, hay un protocolo de etiqueta. Cross Borders no apeló a un uniforme especial. En SAPA, dice Ronald, para el tartán del kilt (el diseño de la pollera) usan el del clan McLean, en homenaje a uno de los fundadores de la banda. “Hay otras bandas que diseñan el propio tartán. En Cross Borders, cada uno fue con el uniforme de su propia banda, o el de su familia. Era libre”. Pero sí o sí, para competir hay que vestir según los códigos llamados Highland Race: kilt, camisa, zapatos, medias, el sporran (una bolsita que cuelga sobre el kilt) y -el el caso de Ronald- el Glengarry, una especie de birrete escocés, que también puede suplantarse con otro sombrero llamado Bonnet.
Sobre la ropa que usan, y más a partir de la película de Mel Gibson Corazón Valiente, se instaló la idea de que los escoceses no llevan nada bajo la pollera. Huelga la pregunta: ¿qué pasa con Ronald? ¿Calzoncillo bajo el kilt, sí o no?
“Yo uso” —responde con una sonrisa—. “La verdad, es muy incómodo estar sin nada. Cuando era chico, en los ‘80 o ‘90, intentábamos tocar sin nada debajo, pero no tiene sentido. Supuestamente, era como un deshonor no respetar esa tradición. Lo que sí te puedo decir es que podés tocar con cinco grados de temperatura sin calzoncillos y no sentís el frío, el kilt es muy aislante. Pero es una incomodidad “.
Pero debajo del uniforme sí llevaba algo más: las fotos de dos inolvidables amigos del mundo de las gaitas y los tambores: Lawrence Towers, quien fue presidente, manager de la banda y bastón mayor de SAPA en los 51 años que estuvo en la asociación, que murió el año pasado; y Horacio Ingrassia, tambor tenor de la banda durante 15 años, que participó las dos veces que ganaron el Campeonato Sudamericano en 2015 y 2017 y falleció en ese mismo año. “Fueron ambos muy entrañables. Llevé sus estampitas en el chaleco. Las saqué cuando terminamos de tocar y les mandé la foto a los de la banda diciendo ‘ellos también estuvieron conmigo’”
El desarrollo de la competencia fue el siguiente. Cada agrupación debía participar en un set compuesto por una marcha y dos ritmos de baile. Podían tocar distintas canciones, pero siempre respetar ese orden. Cuatro jueces, caminando en ronda, siguieron el desarrollo de cada banda. Y luego, puntuaron el desempeño de los 22 conjuntos. Un momento que Mac Kenzie guardará por siempre, aunque la filmación en su teléfono celular esté movida y sólo se escuchen los gritos de felicidad: “Cuando empezó la entrega de premios de nuestra categoría, ninguno pensaba que estaríamos entre los seis primeros, que son los que distinguen. Lo empecé a filmar de iluso nada más. Y también de iluso tenía la bandera argentina escondida adentro del uniforme. Dijeron las dos primeras bandas, que eran las favoritas, y cuando nos nombraron como terceros saqué la bandera, fue espectacular, un momento inolvidable que espero aliente a hacer cosas similares en Argentina”
De los celtas hasta hoy
En nuestro país, la tradición de la gaita la mantienen fundamentalmente los inmigrantes escoceses y, desde luego, la numerosa comunidad gallega: quien tenga abuelos con el árbol genealógico enraizado en esa tierra los habrá escuchado cantar una canción que evoca la Guerra Civil Española: “Toca la gaita Domingo Ferreiro, toca la gaita ¡non queiro! ¡non queiro!…”. Separados por el lenguaje, ambos pueblos tienen un tronco común: son celtas. Si se piensa en fútbol, es fácil hallar similitudes: está el Celtic de Glasgow y el Celta de Vigo, por ejemplo. Las leyendas celtas sobre el origen de Irlanda y Escocia sostienen que fueron pobladas por milesios, nietos de Breogan, rey de Galicia, e hijos del rey Mil Espain y su esposa Scota, hija a su vez de un faraón egipcio. Relatos míticos que corroboró la ciencia: un profesor de genética humana de la Universidad de Oxford llamado Bryan Skyes estudió el ADN de 10 mil británicos y escribió un libro llamado Blood of the isles (La sangre de las islas), en el que asegura que esa población arribó alrededor del año 6000 A.C. desde la península Ibérica.
Sin embargo, el origen de la gaita se rastreó hasta la antigua Babilonia. Se supone que los fenicios, en sus navegaciones comerciales, la distribuyeron por toda Europa, aunque luego su uso se restringió principalmente a los celtas. Explica Mac Kenzie que “en la Edad Media había gaitas en toda Europa: hay gaitas italianas, búlgaras, gaitas griegas. Con los siglos fueron desapareciendo en la mayoría de esos lugares y quedaron como patrimonio de los pueblos celtas: Galicia, Asturias, Irlanda, Escocia y en la región de Bretaña, en Francia”.
No obstante, dice Ronald que “cada pueblo hacía su propio tipo de gaita. Lo que pasó en Escocia, en particular, es que al incorporar regimientos escoceses al ejército británico adoptaron un patrón de gaita que es la que más se toca hoy, llamada Great Highland Pipe. Es la que tengo yo. A partir de ahí se hizo más conocida y su fabricación es estricta: cómo y dónde afina, su dimensión y demás…”.
De todos modos, todas las gaitas suenan con el mismo principio, explica: “uno sopla por un tubo hacia una bolsa, que antes era de cuero y ahora es sintética. Con el brazo se gradúa la presión sobre esa bolsa, y se busca que el sonido salga parejo, que sea armónico y constante. Si varía mucho esa presión, el sonido sube y baja en forma desordenada, o se apaga. De la bolsa, digamos, salen varios tubos. Uno es básicamente una flauta llamada Chanter, con ocho agujeros, que se tapan con los dedos de ambas manos para hacer la melodía. Y hay gaitas que tienen entre uno y tres tubos extras, los roncones como dicen en Galicia, que son los que le dan el sonido de fondo”.
—¿Es muy difícil de tocar?
—Es un instrumento complejo, en el sentido que depende mucho de uno que todo afine. Donde cambia un poco la temperatura o la humedad cambia la afinación y uno tiene que afinar nota por nota. Y con el brazo se gradúa la presión. Yo al principio sentía que era fácil aprender. Con los años siento que sí y súper complejo.
Una buena gaita, “como para competir a buen nivel” —señala— puede costar USD 1.500. “De ahí para arriba hay mucho más caras. Pero a veces, más que el sonido, depende de los adornos que tenga”. En Argentina, añade, también se fabrican. “Son gaitas excelentes, marca Pro Flow, que las hace Iván Thaerigen, que también toca en SAPA. De hecho, como la gaita tiene varias partes, uno va sumando de distintas marcas. Partes de la que uso yo, las hizo él”.
Gaitas argentinas
Con SAPA, a diferencia de las bandas escocesas, ensayan una vez por semana, desde marzo hasta diciembre. “Hoy somos unos 12 gaiteros, 8 percusionistas y un grupo de baile de alrededor de 12 bailarinas. Esto último es particular de las bandas argentinas, no hay en Escocia. También tenemos un grupo de niños, los ‘Sapitos’, que son alrededor de 15″.
Al principio, los integrantes de SAPA eran todos de zona sur. Y ensayaban en el colegio San Albano y el colegio Barker, ambos de Lomas de Zamora. Hoy, la mayoría vive en Capital Federal, aunque hay miembros que residen desde Monte Grande hasta Bella Vista. Para mayor comodidad, en la actualidad se reúnen a tocar en la Iglesia Presbiteriana Taiwanesa de Belgrano.
Las actuaciones de SAPA son variadas. Cuenta Ronald que participan en festivales de colectividades y hacen un par de grandes presentaciones al año, donde también hay bailes y comidas tradicionales de Escocia. Y también son invitados por reconocidas figuras. “Hemos tocado varias veces con Los Pericos, por ejemplo; cuando vino Carlos Nuñez, el gaitero más famoso del mundo, nos llamó. Y nos presentamos en el Teatro Colón, en el Coliseo, en el Gran Rex. Y después, bueno, hacemos casamientos, desfiles, cumpleaños y algún entierro también”.
La preocupación de las bandas escocesas en Argentina, reitera Ronald, es despertar el interés por esta música y la cultura que representa. Por eso insiste en contar que quienes quieran aprender a bailar o a tocar el tambor o la gaita, se pueden contactar con ellos. Por el momento, dan clases a alumnos de primaria en el Colegio San Albano de Lomas de Zamora. Y también en Belgrano, donde ensayan. Según él, hay otra banda escocesa, llamada Highland Thistle Pipe Band —”es como nuestro River-Boca”, dice sonriente— que hace lo mismo en la Escuela Escocesa San Andrés de Olivos. “En Escocia es muy común, y la verdad, los chicos de los colegios tocan en un nivel espectacular. Ahora buscamos enseñar en algún colegio de Capital, para que también se puedan sumar a SAPA. Como toda organizacion sin fines de lucro, se nos hace cuesta arriba la subsistencia, y el sueño es que alguna empresa nos quiera apadrinar”.
En su caso, en algún momento los siete hermanos Mac Kenzie tocaban en la banda. Hoy sólo queda su hermana, instructora de baile. Pero el que se sumó es su hijo.
El próximo año, cuenta, será especial: se cumplen los 200 años de la llegada del primer barco con colonos escoceses a la Argentina. Y habrá muchas actividades, entre ellas el Campeonato Sudamericano de Bandas el 26 de abril. De las seis ediciones que hubo, SAPA ya ganó dos. Ronald y los suyos prometen ir por más.
Para aprender danzas escocesas, gaita o tambor contactarse con SAPA a través de Instagram: @sapapipeband y el mail info@sapa-band.com.ar