“Fue una locura. No dudé un instante que lo que me contaba el tipo era verdad. Primero me llamaron y me dijeron que mi hijo había tenido un accidente. Me empezaron a sacar información. Después se mandaron con que lo tenían secuestrado. Y me pidieron diez lucas. Justo ese día estaba leyendo en el diario lo del pibe que le cortaron el dedo. Lo increíble conmigo es que fue al voleo”, contaba Charly García al día siguiente, todavía impactado.
La tarde del 27 de agosto de 2004, mientras escuchaba música en su departamento de Coronel Díaz y Santa Fe, el músico recibió una llamada telefónica en la que le dijeron que tenían secuestrado a su hijo Miguel, de 27 años. “Fueron las seis horas peores de mi vida”, le dijo al cronista de la agencia Noticias Argentinas que lo entrevistó, para definir el tiempo que pasó desde la llamada hasta que “Migue” entró por la puerta del departamento.
Después sabría que provenía de la cárcel de Villa Devoto y que se trataba de un “secuestro virtual”, una maniobra delictiva muy común por esos tiempos -y que aún hoy se sigue intentando, aunque en menor medida-, que se inicia a partir de una llamada telefónica en la que se simula el secuestro de un familiar o conocido de la persona que atiende el teléfono, con la finalidad de forzar la entrega de dinero u otros objetos de valor como “rescate”. A diferencia de los secuestros reales, el secuestro no existe: la única víctima es la persona que recibe la llamada. Se trata de una modalidad de estafa.
“Man, no tengo familia”
En su caso -como en casi todos- la llamada se había realizado al voleo. Los estafadores no sabían con quién estaban hablando. “No tenían ni idea de que yo era Charly García. En un momento me hablan de ‘tu familia, qué sé yo, y que cuidate con tu familia’. Yo le dije: “Man, no tengo familia. Soy Charly García’. Eso les afectó un poco, digamos que un veinte por ciento. Algo cambiaron el discurso, pero igual siguieron adelante con todo el rollo”, relató el músico.
La situación se tornó todavía más angustiante porque, cuando García colgó el teléfono, no pudo ubicar a Miguel. El hijo de Charly vivía en el mismo edificio, en el piso de arriba, pero no estaba. Tampoco podía llamarlo por teléfono, porque se negaba a tener un celular.
Por entonces, la relación de Charly con Miguel, siempre oscilante, pasaba por un momento de cercanía después uno de sus tantos de distanciamientos.
Un hijo del rock
Nacido el 4 de marzo de 1977, Miguel Ángel García creció marcado por los nombres de sus padres, Charly y la cantante María Rosa Yorio, que sonaban muy bien y muy fuerte en el ambiente del rock nacional. Por entonces, Sui Generis ya se había despedido con sus dos memorables conciertos en el Luna Park, y también había terminado “Porsuigieco”, esa breve pero poderosa formación ideada por García y de la que formaron parte Nito Mestre, León Gieco, Raúl Porchetto y la propia María Rosa, cuya voz ha quedado grabada para siempre en una de los mejores temas del grupo, Quiero ver, quiero ser, quiero entrar.
Charly y María Rosa se separaron poco después del nacimiento de Miguel y, desde entonces, la relación entre padre e hijo estuvo marcada por alejamientos y acercamientos que comenzaban y terminaban por lo general de manera abrupta. Sin embargo, la música -una impronta de familia- jugó siempre como un factor que los puso uno al lado del otro. Formado en la música clásica de la mano de Paloma Sujatovich, Miguel armó su primera banda heavy metal cuando tenía 12 años. Se llamaba Trash Metal Garage y de ella quedaron grabaciones como Fiss Raro. Más tarde, con la ayuda de su padre, produjo canciones como Padre ritual, Otra rosa, El título es secreto y Quieto o disparo.
Una relación difícil
Por esos años se llevaban bien y Miguel pasaba largas temporadas viviendo con su padre. Estaban en eso cuando, en 1987, Charly compuso El karma de vivir al sur -que grabó en el álbum Parte de la religión-, con una letra donde refleja una mezcla de emociones que oscilan entre la felicidad y el dolor, simbolizadas por la forma de ser de una persona amada que, al mismo tiempo, es fuente de alegría y sufrimiento.
El destinatario es, sin dudas, Miguel, a quien le dice: “Me vas a hacer feliz / Vas a mostrarme ese lado inconcluso / Me vas a hacer reír / Vas a mostrarme lo que no puede ser / Me vas a hacer feliz, vas a matarme con tu forma de ser”. Y termina con un deseo: “Yo sé que un día ya no habrá perdón / Yo sé que un día no habrá confusión / Porque si confiás en mí / Todo estará siempre / Te vas a hacer feliz / Me vas a hacer feliz / Me vas a hacer feliz”.
La carrera musical de Miguel ya era un orgullo para Charly, quien más allá de los vaivenes de la relación, siempre lo apoyó en ese aspecto. Cuando se produjo el episodio del secuestro virtual, estaba colaborando con él en la producción de Quieto o disparo, que se editó al año siguiente.
“Es un gran músico, y si no le diera pelota a ese monstruo que tiene adentro, canta re bien y sabe todas las buenas canciones que hay que saber”, dijo alguna vez Charly de Miguel, y en cuento a ese supuesto monstruo interior contó un episodio para describirlo: “Es imposible saber el humor que va a tener. Ya me pasó muchas veces que me atacó, pero heavy, mal. Un día apareció disfrazado de Rambo y con un cuchillo Tramontina en la mano”.
Miguel, de su lado, hizo más de una vez declaraciones sobre Charly en las que se mezclaban el enojo con la preocupación, sobre todo en temas relacionados con las adicciones. “No quiero molestar a mi padre. Lo que no quiero es estar más noches yéndome a dormir sin saber si mi viejo se va a despertar. Hay pastillas muy dañinas, muy adictivas y separarlas de las drogas ilegales es una tontería. Hoy mi viejo no tiene psiquiatra de cabecera y eso es una locura”, dijo en una de esas ocasiones.
Charly no demoró en retrucarle y le mandó un mensaje en una entrevista con la revista Gente: “Yo te perdono, hijo. Está todo bien. Pero no vuelvas a hablar por ahí que queda feo. ¿Okey? Cualquier cosa hablá con mi abogado y ya está”, le contestó.
Sin embargo, y más allá de esas idas y vueltas, quizás la naturaleza más profunda de la relación de padre e hijo pueda encontrarse en el relato que hizo Charly sobre esa tarde del 27 de agosto de 2004, cuando finalmente vio entrar a Miguel por la puerta de su departamento y pudo confirmar con sus propios ojos que no había sido secuestrado: “¡Estaba en el odontólogo! Cuando lo vi entrar me le tiré encima. El no entendía nada. Al final se va a tener que comprar un celular”, contó.