El hombre que tenía miedo a ser herido

Los mismos mecanismos que en algún momento nos ayudaron a sobrevivir, son los que terminan arruinándonos la vida

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Al igual que él, prefería ir preso, ser despedido, divorciarme, o cualquier cosa antes que volver a ese lugar en el que alguna vez me había sentido tan vulnerable (Imagen ilustrativa Infobae)
Al igual que él, prefería ir preso, ser despedido, divorciarme, o cualquier cosa antes que volver a ese lugar en el que alguna vez me había sentido tan vulnerable (Imagen ilustrativa Infobae)

Mi secretaria dejó el sumario sobre el escritorio y me avisó que el comisario Gómez ya estaba en la sala de espera. Miré por arriba algunas hojas y lo cerré; no hacía falta leer mucho. Una camioneta Porsche, un BMW, un Mercedes Benz y una Grand Cherokee; una casa de 700 metros cuadrados con piscina, hidromasajes, sauna y cancha de tenis; una Harley Davidson y una Ducatti; un yate de 23 metros con dos motos de agua; varios departamentos de distintos tamaños; dos locales comerciales. ¿Cómo podía tener tantos bienes con veinte años de un sueldo magro, que es todo lo que ofrece una carrera policial?

-Hágalo pasar.

-Buenos días ministro, se presentó.

Le hice un gesto para que se sentara y le entregué su legajo. Gómez no estaba interesado en leer nada. ¿O sería analfabeto? Levanté mis cejas, pidiéndole alguna explicación. Como no decía ni una palabra ensayé un planteo:

-Honestamente no lo entiendo. No solo me sorprende el patrimonio impresionante que tiene, sino el hecho de que todos los bienes estén a su nombre. Por más lenta que sea la Justicia; ¿nunca pensó que algún día lo iban a agarrar?

Gómez me miraba sin que se le moviera un músculo de la cara. Aparentemente no tenía nada para decir. ¿No le importaría ser exonerado de la Fuerza e ir preso varios años? Seguía gélido, con una mirada asesina.

-No entiendo cómo no pudo parar, darse cuenta de que semejante desmesura traería consecuencias. ¿Ni siquiera se le ocurrió poner algunos bienes a nombre de otro?, lo provoqué tratando de comprender algo la impunidad con la que se había manejado.

Como seguía sin decir nada y no parecía interesado en escucharme, di por terminada la reunión poniéndome de pie. Recién ahí se dignó hablar.

-¿Y usted cómo me va a entender? Si nació en una cuna de oro… ¿Sabe lo que es vivir con ocho hermanos en un cuarto con piso de tierra y goteras? ¿Tener un padre alcohólico, golpeador, que después nos abandona? ¿Ver la mirada de mi madre cuando nos mentía diciendo que no tenía hambre, así podía dejarnos a nosotros ese caldo inmundo? ¿Tolerar que su pareja se cogiera a mis hermanas y ella no hiciera nada por miedo a que la matara porque dependíamos de ese hijo de puta para comer algo? ¿Cómo va a entenderme?

Me sentí como un chico al que retan en la escuela. Tanto dolor, tanta ira, ¿cómo no iban a tener consecuencias catastróficas? De todas formas, seguía sin entender cómo alguien que había sobrevivido a tantas dificultades era incapaz de tomar algunos recaudos para no terminar así. ¿Cómo no había podido prever y evitar este final?

-Sabía que esto me iba a pasar algún día pero ustedes me marcaron el camino, dijo con una sonrisa cínica. Por eso nunca me preocupé demasiado; cuando llegara el momento iba a contratar al mejor abogado. Y de última, si no fuera posible comprar al juez, me comería entre seis meses y dos años en cana. No es tan grave. Lo grave es no tener dinero. No quiero que mi familia sufra lo que viví en la infancia. Vi a tantos políticos, empresarios, sindicalistas, periodistas, que robaron diez, cien, o hasta mil veces más que yo, que en cierto sentido fueron mi inspiración. Ser pobre es mucho peor que estar preso; le diría que es peor que estar muerto, aunque usted tampoco lo comprenda.

Ante mi perplejidad, Gómez se paró y se fue. Me quedé pensando en la infancia de ese hombre. Yo había tenido mis problemas porque en el colegio todos se burlaban de mí. Usaba anteojos, no era bueno en los deportes, y muy tímido con las chicas. Pero, ¿qué era el bullying que había sufrido comparado con el drama que acababa de escuchar?

El tiempo fue pasando y el gobierno del que yo formaba parte, desconectándose de los ciudadanos y de la realidad. Habíamos venido a transformar el país y ahora solo trabajábamos para que nuestro presidente se quedara a vivir en el poder. Aunque me daba cuenta de que éramos un desastre no me animaba a renunciar. Tenía pánico de dejar de ser un ministro: antes muerto que en el llano. Necesitaba seguir siendo importante, aparecer en las noticias, tener chofer, decidir sobre cuestiones clave.

En menos de dos años, mi mujer se cansó de mi locura y me echó de casa. Poco tiempo después, la sociedad también se hartó de nosotros y nos despachó del gobierno con un aluvión de votos opositores. Yo que me aferraba al cargo para no volverme irrelevante terminé perdiéndolo todo, sin siquiera salvar mi dignidad.

Un día, tomando un whisky en un bar del centro, vi entrar al comisario. Estaba bien vestido, aunque muy desmejorado. Evidentemente el par de años que habría pasado en la cárcel habían sido más duros que su previsión. Pero ya estaba libre; dos años preso a cambio de la fortuna que había robado no parecía una mala ecuación. En el fondo, había cumplido su objetivo.

Tuve ganas de cruzar unas palabras con él así que me paré y fui a saludarlo.

-¿Cómo le va Gómez?

Me reconoció en el acto y me miró con desconfianza.

-Finalmente lo comprendí…, dije tratando de romper el hielo.

Al igual que cuando estaba en mi despacho, conversar fue imposible. Su mirada seguía siendo fría, aunque quizás menos intimidante. Después de unos instantes lo saludé con un gesto, pagué la cuenta y me fui.

Fue una pena que no pudiera contarle que éramos parecidos: solo teníamos distintas pulsiones. Pulsiones que durante muchos años había reprimido, cuestionado, intentado controlar. Todo al pedo, porque seguían ahí, agazapadas e intactas. Él no quería volver a ser pobre y yo necesitaba demostrarle a todo el mundo que no era un boludo.

Y al igual que él, prefería ir preso, ser despedido, divorciarme, o cualquier cosa antes que volver a ese lugar en el que alguna vez me había sentido tan vulnerable.

Juan Tonelli es escritor y speaker, autor del libro “Un elefante en el living, historias sobre lo que sentimos y no nos animamos a hablar” https://linktr.ee/juan.tonelli

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