“¡Señora, que Dios la bendiga!”, le grita un hombre a Beatriz Cobrero al pasar por la puerta de su local de comidas, Lo de Betty, donde vende sus aclamadas empanadas y comida casera al paso. A los 72 años, esta mujer atraviesa una situación impensada y se siente muy angustiada: hace unos días le avisaron que los primeros días de septiembre deberá dejar el lugar al que llegó hace 23 años y que, gracias a sus manos y gran humanidad, se convirtió en un icono del barrio de San Telmo.
Cuando se escuchó el grito, Betty hablaba con Infobae sobre cómo lleva los días, mientras piensa en que pronto tendrá que irse de ese espacio que tanto quiere, que hizo suyo, y quizás también deba dejar el barrio al que llegó hace 43 años.
“Pese a mi discapacidad siempre trabajé y supe cómo llevar adelante mi vida”, dice la mujer que es muy querida por los demás comerciantes de la zona y los vecinos, que todos los días pasan por Carlos Calvo 479 a buscar sus empanadas o alguna otra comida.
Tener que decir adiós
“Está triste. Pensar en esto no le hace nada bien. Con la edad que tiene y su discapacidad, todos los días viene al negocio para trabajar. Esto es para ella un amor, no un trabajo”, cuenta orgullosa Bárbara, nieta de Betty y compañera en la cocina.
La joven es la que todos los días abre el local a las 13 y espera a su abuela, que llega a las 15. Juntas pasan todas las tardes y cierran pasadas las 2 de la madrugada. “Acá siempre vienen chicos a comer algo, pero sobre todo para hablar con ella: le cuentan sus cosas, le piden consejos; y ella los escucha con amor y les da consejos. No es simplemente una comerciante más”, dice emocionada la nieta.
Betty, asiente: “Algunos me dicen ‘mamá' y otros ‘tía’... Siempre me tratan con mucho cariño y eso es algo impagable. Si tengo que irme, hacerlo después de recibir tanto amor es hermoso... ¿Qué querés que te diga? Nunca pensé que podría ser merecedora de tanto afecto”, dice con la voz quebrada.
La historia de Betty se hizo viral gracias a una publicación en la red X del usuario @BurgerFcts, que contó lo que pasaba: “Betty es una figura icónica de San Telmo. La aman los vecinos y desde hace 43 años tiene un clásico sucucho, de los de antes, en la entrada del mercado de San Telmo. Un local super humilde, para comer al paso, pero con 4,6 puntos en Google Maps. Una pequeña institución del barrio”.
“Creo que la última fecha de desalojo es el 3 de septiembre. Sé que el juez quiso darme más días, pero no pudo. Mi problema es que no encuentro un lugar cerca para irme. No quiero perder toda mi clientela, eso es lo que hoy más me preocupan, porque estar en un lugar tanto tiempo y mantener la clientela cuesta mucho”, lamenta.
Allí, junto a su nieta, prepara minutas como sándwiches, pizzas y empanadas, entre otros platos, y a un precio muy accesible. “Las empanadas cuestan $ 1.500 cada una cuando en la zona se venden a 5.000 pesos″, cuenta la mujer que “representa más que un negocio: es la gastronomía argentina clásica de barrio, comida rica, precios bajos, un punto de encuentro”, según el tuitero que explica los motivos del obligado cierre.
“Ahora, con el proceso de gentrificación que atraviesa San Telmo, los localcitos históricos se están yendo para dejar espacio para grandes cadenas que pueden facturar más. El desalojo no solo afecta a Betty sino a toda la comunidad que creció con sus empanadas, a todos los vecinos que son clientes desde hace décadas”.
En solidaridad, vecinas y vecinos le ofrecieron crear una campaña para juntar dinero y ayudarla a alquilar en otro lugar y seguir en el barrio, en caso de que el desalojo se haga efectivo porque ella ofreció una idea para seguir. “Lo que pasa es que quieren un cambio de perfil. A mí se me venció el contrato el 12 de octubre, de hace dos años. Quise pagar todo como pagaría una persona nueva, ofrecí pagar todo otra vez y les propuse renovar el lugar y dejarlo como ellos quieran para que esté acorde a lo nuevo y me dijeron que no. No tengo idea qué harán acá”, lamenta desde el lugar al que no dejaron de ingresar clientes mientras duró la entrevista con este medio.
La vida de Betty
Volviendo la vista atrás, Betty habla de su vida. Es psicóloga social y solamente ejerció la profesión durante cinco años en el comedor comunitario “Ollitas”, ubicado en un barrio popular que limita con el Mercado Central.
“Nunca fui tan feliz como en el momento de trabajar con ellos. La gente humilde a veces es la que más te da... Yo recibí mucho amor de ellos. No todas las personas son iguales, como en cualquier lugar, yo no justifico muchas cosas, pero a veces tienen vidas duras y no todo el mundo se toma la vida de la misma manera. Me pasa a mí con la discapacidad: hay gente discapacitada que no es muy buena pero porque no saben llevar lo que les toca, porque hay que saber llevarlo. No es fácil”, recuerda.
A San Telmo llegó con un hermano, que había alquilado un puesto a principios de la década del 80. “Él quería poner un comercio en sociedad conmigo, pero no llegamos a un acuerdo y me quedé yo con el negocio. Le devolví el dinero que había puesto. Ahí empecé con una tienda de ropa. Bah, empecé con el local vacío porque como había pagado el adelanto no me quedó para comprar mercadería y entonces empecé a pegar cierres de camperas. Me fue bien y empecé a comprar medias y así comencé a armarlo hasta lograr tener una tienda bastante grandecita que duró 18 años. Después abrí una panadería, luego un negocio de antigüedades, que lo tuve por cinco años, y el anterior a este fue otro donde vendía CD”, rememora la mujer.
En medio de esas tareas, durante 15 años dio clases de inglés a todos los puesteros del Mercado de San Telmo, a los chicos del barrio y daba clases de apoyo a los estudiantes de las escuelas primarias y secundarias de la zona. “Preparaba también a los chicos del Mercado cuando tenían que dar exámenes. Y a este local llegué porque mi marido siempre quiso poner una pizzería y lo abrimos hace 23 años, pero en San Telmo empecé a trabajar hace 43 años”, cuenta.
Testigo de cómo cambió el barrio, Betty cuenta: “El Mercado ya no es lo que era antes. Esto ya no es un mercado sino un Polo Gastronómico. Creo que quedan dos verdulerías, dos carnicerías me parece que ya no hay mucho más. La verdad, no entro mucho porque estoy del lado de afuera, sobre Carlos Calvo, pero quedan muy pocos y creo que también están en vista para que los saquen. Todo es diferente, nada que ver con lo que era antes. Ya no se ven cajones”.
Con nostalgia, revive: “¡Era todo tan hermoso! Me acuerdo que cuando era el cumpleaños de alguno de los chicos, poníamos una mesa larga en la mitad del mercado, como una familia, y festejábamos a nuestros hijos acá. ¡Era muy, muy, lindo. De verdad éramos una familia. Ahora la gente también es muy buena, los respeto y los quiero. Y me lamento porque pienso que a ellos les pasa lo mismo. Les agradezco siempre porque me tienen un gran cariño. A veces no los veo porque cuando llego a mi negocio, me pongo a trabajar y salgo sólo para irme”.
Con humildad, y luego de agradecer por difundir su historia, repite que no se siente merecedora de tanto afecto y menos del reconocimiento que tienen sus empanadas. “¡Sí, a la gente parece que les gusta mucho cómo las preparo! ¡Me dicen cada cosa! ¡Es una locura! Salen todas, no doy abasto porque como les gusta piden siempre y tenemos de 22 gustos distintos, ya no sé bien las que tengo, pero hay que hongos, de calabaza, de brócoli, de jamón y queso, de berenjena... ¡No me acuerdo todas, hay muchos tipos de empanadas!”.
Mientras detalla los sabores de las empanadas es cuando pasa el hombre que le grita que Dios la bendiga. Ella se emociona y sigue sin entender por qué es merecedora de tanto amor, pero como si no fuera capaz de darse cuenta de su bondad innata, cuenta: “No lo vi bien, pero debe ser uno de los chicos que a veces viene a pedir para comer y yo les doy. Siempre les doy. No me hace un gran cambio en el bolsillo darles comida a quienes vienen a pedir”.
—¿Y eso no te parece un motivo para ser merecedora de tanto amor?—, le pregunta Infobae.
Se queda pensando y dice que “tal vez”. Betty no obra pensando en recompensas ni en ganarse un espacio en el cielo. Ella es buena porque así le sale, porque su mejor recuerdo tiene que ver con los pibes y pibas a los que daba de comer en el comedor de una villa cercana al Mercado Central.
“No sé si serán las empanadas lo que le gusta a la gente que viene... Dicen que cocino rico, pero ¿te digo algo? Me parece que lo que existe acá es más amor que otra cosa. No sé si todo es tan rico, creo que el amor puede más, porque yo apunto siempre al amor. Cuando les hablo a los chicos, lo hago desde el amor y ellos, que tienen amor por mí, me escuchan... Y te hablo tanto del amor porque pasé momento duros en la vida, igual que lo pasan ellos, pero el amor vence. A los pibes que vienen los amo con todo mi corazón. ¡Son increíbles! Tendrías que verlo para entenderlo, pero mirá toda esta movida que hicieron ellos porque no pueden entender por qué me sacan de acá”, cuenta y dice que tiene una hija con esquizofrenia y otra con esclerosis múltiple. “Por ellas tengo que trabajar. No puedo quedarme sin hacer nada”, dice estoica.
Esperanzada, Betty finaliza: “Si no es posible que me dejen quedar acá, ojalá haya alguien que tenga en la zona un local que pueda alquilar a un precio razonable... Quiero seguir trabajando y en este barrio”.
Campaña solidaria
Ante esta situación los vecinos del barrio quisieron abrir una cuenta para realizarle donaciones a Betty, pero ella se negó argumentando que todo lo que tiene lo hizo “trabajando”. Por eso, el usuario @BurgerFcts, quien difundió la noticia, pide que lo que puedan vayan a comprarle empanadas.
“Todo lo que se pueda facturar estos días es clave para poder reunir los fondos que Betty necesita para mudarse. Si laburás cerca hacé el pedido de la oficina ahí”, solicita la publicación.
Qué es la gentrificación
“La gentrificación sucede cuando un proceso de renovación y reconstrucción urbana se acompaña de un flujo de personas de clase media o alta que suele desplazar a los habitantes más pobres de las áreas de intervención”, define la ONU en el informe El fenómeno de la gentrificación, publicado el 11 de noviembre de 2022 en ONU-Hábitat.
En ese sentido explica: “La gentrificación, que lleva a la expulsión de los sobrevivientes urbanos, descendientes de los residentes que originalmente se quedaron atrás en la carrera de las familias más acomodadas hacia los suburbios y que habían logrado permanecer aprovechando el bajo costo de la vivienda y las oportunidades generadoras de ingresos típicas de los vecindarios densamente construidos: puestos de periódicos, tiendas de conveniencia, pequeñas librerías, pequeños cafés y restaurantes, tiendas especializadas, talleres de reparaciones, pequeñas tiendas de descuento, etc.; es decir, las mismas características pintorescas que contribuyen a hacer atractivas a las ciudades y que, por cierto, hacen que las calles sean elementos urbanos disfrutables”.
De eso surge una reflexión y una pregunta: “Cuando los vecindarios urbanos que se regeneran proporcionan una vida urbana y espacios públicos de buena calidad para quienes pueden darse el lujo de vivir en ellos, ¿qué sucede con sus primeros habitantes? No es aventurado suponer que muchos de ellos se vean obligados a retirarse de sus vecindarios, convirtiéndose en los nuevos viajeros cotidianos que viven lejos de sus fuentes de trabajo”.
También asegura que “desde los últimos años, la gentrificación ha sido proceso de reconstrucción que hace referencia a los distintos sectores de la población con mayor capacidad económica que se acomodan a sus recursos y posibilidades de sus habitantes”.
En Buenos Aires estos procesos se iniciaron en las últimas décadas y uno de los casos más destacados fue el de Palermo Viejo, a principios de los años 90. Antes de que las tiendas de ropa de reconocidas marcas y restaurantes de estilo llegaran, el barrio estaba colmado de talleres mecánicos y hasta se lo consideraba como “zona peligrosa”.
En los últimos años, los barrios de San Telmo y Parque Patricios comenzaron a vivir los cambios devenidos por el impulso del mercado inmobiliario.