-¡Cobarde! ¡Asesino! – le gritaron al todavía general (RE) Luciano Benjamín Menéndez, “Cachorro” para sus antiguos compañeros del Colegio Militar y sus camaradas de armas, “La Hiena” para sus víctimas, cuando ya se había subido al Ford Falcon que lo esperaba a la salida de los estudios de Canal 13.
Las noticias del martes 21 de agosto de 1984 daban cuenta de un día político relativamente tranquilo en la Argentina de la democracia recuperada hacía apenas ocho meses. La Confederación General del Trabajo (CGT) había aceptado, con algunas condiciones, los aumentos salariales y, casi en espejo, la Unión Industrial Argentina (UIA) también había llegado a un acuerdo, pero con la exigencia de un plan que reactivara la economía. El tema más comentado del día -motivo de dolores y de cargadas, según las simpatías deportivas- era la catastrófica derrota de Boca Juniors por 9 a 1 frente al Barcelona en el Camp Nou. Nadie recordaba que los xeneizes hubieran recibido una goleada más grande en toda su historia.
En las redacciones, cerca de la hora del cierre, se definía que esos serían los títulos de las portadas del día siguiente cuando ocurrió. Menéndez salía del canal después de haber participado del programa político más visto de la época, Tiempo Nuevo, donde los conductores Bernardo Neustadt y Mariano Grondona acababan de realizarle una entrevista complaciente para que el jefe del Tercer Cuerpo del Ejército durante los años más sangrientos de la dictadura repitiera, como solía hacerlo, que las Fuerzas Armadas habían salvado a la Argentina occidental y cristiana de caer en las garras de la “subversión apátrida” que respondía al comunismo internacional.
El Ford Falcon -un auto emblemático de la represión ilegal de la dictadura- ya tenía el motor en marcha cuando Menéndez, acomodado en el asiento de atrás, escuchó los gritos de un grupo de militantes de Derechos Humanos entre los que se encontraba la Madre de Plaza de Mayo Nora Cortiñas.
Todo ocurrió muy rápido. Menéndez saltó furioso del auto, desenvainó un cuchillo de acero de 22 centímetros -el reglamentario de los paracaidistas- que llevaba entre sus ropas y corrió para atacarlos. Si no hirió a nadie se debió a que el hijo del militar -que lo acompañaba- y uno de sus custodios alcanzaron a tomarlo de los brazos para detenerlo.
El reportero gráfico Enrique Rosito, que por entonces trabajaba en la agencia DyN, había cubierto la llegada de Menéndez y también hizo algunas fotos en el estudio. Al terminar, sacó el rollo de la cámara y lo envió con un motociclista a la redacción de la agencia. Quería quedarse para registrar también la salida del militar y la reacción de los manifestantes.
Comenzó a disparar la cámara cuando el Ford Falcon salió de la cochera del canal y no se detuvo. En uno de los clics captó a Menéndez tratando de correr hacia los manifestantes con el largo cuchillo de paracaidista empuñado en la mano derecha, mientras su hijo trataba de detenerlo aferrando con sus dos manos el brazo que portaba el arma y el custodio le tomaba el brazo izquierdo.
Lograron subirlo nuevamente al auto, que arrancó precedido por una camioneta de la Policía Federal, y Rosito volvió a la redacción para revelar las fotos. Recién en el cuarto oscuro se dio cuenta de la potencia de la foto que había logrado. “Al volver a la agencia ya eran como las doce de la noche. Cuando revelé la foto y vi lo que tenía, avisé a la redacción para que llamaran a los abonados, pues ya casi estaban cerrando los diarios. No creían lo que les decía”, contó después.
Pocas horas después, la foto de Luciano Benjamín Menéndez, con la mirada desencajada y el enorme cuchillo en la mano, estaba en las portadas de los diarios. Al día siguiente, fue publicada en muchos países, sobre todo latinoamericanos y europeos, donde se seguían con atención los primeros pasos de la democracia argentina.
La Hiena de la Perla
Comandante del Tercer Cuerpo de Ejército desde 1975, con el grado de general Luciano Benjamín Menéndez fue uno de los estrategas militares del golpe que derrocó a María Estela Martínez de Perón el 24 de marzo de 1976 y responsable militar de la represión ilegal en diez provincias, entre ellas Córdoba y Tucumán, donde se realizó desde 1975 -cuando se firmó el decreto de “aniquilamiento de la subversión- el ensayo del plan sistemático de exterminio que la dictadura desarrollaría en todo el territorio nacional.
Menéndez se convirtió en señor de la vida y de la muerte en todas las provincias bajo la órbita del Tercer Cuerpo, donde funcionaron más de un centenar de centros clandestinos de detención, tortura y exterminio (CCDTyE). Por ejemplo, solo en el territorio de la provincia de Córdoba -sede del comando- se desplegaron 59, entre los que se contaba “La Perla”, ubicado sobre la Ruta Nacional 20, que une la capital provincial con Carlos Paz.
El CCDyT tenía cuatro edificios de ladrillo a la vista, tres de ellos comunicados por una galería. Dos de estos eran utilizados por oficiales y suboficiales y el tercero era “La Cuadra”, donde se alojaban a los detenidos. En un extremo de “La Cuadra” estaban los baños, en el opuesto cuatro oficinas para interrogatorios, tortura y enfermería. La sala de torturas tenía un cartel que decía: “Sala de terapia intensiva - No se admiten enfermos”. El edificio restante funcionaba como garaje.
Los cálculos más minuciosos estiman que por “La Perla” pasaron, entre 1976 y 1978, más de tres mil secuestrados, la mayoría de los cuales siguen desaparecidos. En los juicios contra Menéndez y otros represores que actuaban allí, los testimonios dejaron en claro que hubo violaciones sexuales masivas. Todas las prisioneras mujeres fueron violadas sistemáticamente, pero también hubo casos de violación de hombres, para los cuales, no pocas veces los torturadores utilizaban palos de escoba. Allí a Luciano Benjamín Menéndez los prisioneros lo llamaban “La Hiena”, un apodo que da cuenta de su comportamiento.
Entre los militares golpistas, formó parte de lo que se conocía como el grupo de “los duros” o “los halcones”, junto a otros genocidas como Ramón Genaro Díaz Bessone, Santiago Omar Riveros y Guillermo Suárez Mason, quienes consideraban “blandos” a los dictadores Jorge Rafael Videla y Roberto Eduardo Viola. En ese plano, Menéndez no solo manifestó su posición con palabras, sino que el 30 de septiembre de 1979 encabezó una sublevación al mando de unos 800 efectivos bajo su mando. Derrotado, pagó su chirinada con 90 días de arresto en Curuzú Cuatiá.
También fue partidario de que la Argentina declarara la guerra a Chile por el conflicto limítrofe del canal de Beagle. “Si nos dejan atacar a los ‘chilotes’, los corremos hasta la isla de Pascua, el brindis de fin de año lo haremos en el Palacio La Moneda y después iremos a mear el champagne en el Pacífico”, dijo en un discurso a sus subordinados.
Juicios y condenas
La noche del 21 de agosto de 1984, cuando protagonizó el episodio del cuchillo, Luciano Benjamín Menéndez no sabía todavía que le quedaban pocos días de libertad. Fue detenido una semana después, luego de ser interrogado por el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, cuando todavía se esperaba que el juzgamiento de los más altos jefes de la dictadura estuviera a cargo de un tribunal militar.
Cuando las causas por crímenes de lesa humanidad pasaron a los tribunales civiles, Menéndez siguió detenido, pero fue indultado, junto con algunos de sus subordinados en el Tercer Cuerpo, por el presidente Carlos Menem el 6 de octubre de 1989. Estuvo en libertad hasta que, en 2003, bajo la presidencia de Néstor Kirchner, el Congreso derogó las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, lo que permitió retomar los juicios.
A partir de entonces debió enfrentar, uno tras otro, más de diez procesos penales por los delitos que cometió en el marco del Estado Terrorista instaurado por la dictadura, entre ellos, los asesinatos del senador Guillermo Vargas Aignasse y del obispo de La Rioja, monseñor Enrique Angelelli. También fue procesado por fusilamientos ilegales de detenidos en la Unidad 1 de Córdoba y por la Masacre de las Palomitas, donde fueron asesinados doce detenidos en Salta.
Al momento de su muerte, a los 90 años, el 27 de febrero de 2018, purgaba trece condenas a cadena perpetua por secuestros, torturas, desapariciones y asesinatos, además de enfrentar todavía unas 800 causas por crímenes de lesa humanidad perpetrados durante la dictadura.
El recuerdo de un fotógrafo
El reportero gráfico Enrique Rosito recibió en 1985 el Premio Rey de España por su fotografía de Menéndez. Todavía seguía sorprendido por la enorme repercusión que había tenido la imagen. “Fue tan grande que me sorprendió. Inmediatamente la reprodujeron los periódicos del país y agencias y periódicos del mundo. Pero había tanto delirio, que una locura así, no nos sorprendía tanto, como sí podía ocurrir afuera. Lo normal hubiera sido un revólver, pero que un militar salga de su casa armado con un cuchillo de paracaidista, es una locura: un tipo que hace eso, ya está. Una semana después cayó preso. Nadie nunca me dijo nada, pero supongo que la foto pudo contribuir para que lo detuvieran” relató en una entrevista con Tomás Barceló Cuesta.
Nunca quiso ponerle título a la imagen, que también ganó el premio del Salón Nacional de Fotografía. “No me gusta ponerles títulos a las fotos, porque puede condicionarlas. Los epígrafes son de utilidad, pero por ahí pueden cambiarle el sentido. Te pongo un ejemplo: El heroico Benjamín Menéndez se defiende de una banda de facinerosos comunistas. Aunque para la gran mayoría, la lectura, sin lugar a dudas, es otra”, explicó.
Cuando le preguntaron su opinión sobre la actitud de Menéndez, simplemente respondió: “Una reacción así es impunidad”.