“¡Viva Evita! ¡Fuera Madonna!”, decían las pintadas con las que habían amanecido varias paredes de la ciudad de Buenos Aires. Corría el primer mes de 1996. Y la llegada de la Reina del pop a la Argentina para interpretar ni más ni menos que a la mítica Eva Duarte de Perón se había convertido en un verdadero escándalo. Es que, para los devotos de “La abanderada de los humildes”, el hecho de que la estadounidense la encarnara era considerado casi como una blasfemia.
La intérprete de Like a virgin y Material Girl, que este viernes cumple 66 años, había sido la artista más controvertida y rupturista de la década del 80. Y para entonces, seguía siendo una de las mayores provocadoras de un mundo al que todavía le faltaba mucho para empezar a derribar sus prejuicios con respecto a las mujeres. De manera que Evita, el tan anunciado film de Alan Parker para el que había sido convocada en el rol protagónico, llevaba meses siendo tema de debate nacional. Y eran muchos los que se oponían a que se realizara.
Sin embargo, estaba claro que más allá de alguna que otra protesta, no había nada que quienes se abogaban el derecho de velar por la memoria de Evita, pudieran hacer para evitar que el proyecto siguiera su curso. Y así fue como, el 20 de enero, Madonna desembarcó en el país. Para entonces, todo estaba arreglado como para empezar la filmación. Excepto por un pequeño detalle: la cantante quería usar el balcón de la Casa Rosada para entonar el clásico No llores por mí Argentina. Y el único que podía autorizarla para eso era el por entonces presidente de la Nación, Carlos Menem.
Madonna ya había escuchado hablar de él. Sabía que el primer mandatario era un apasionado por la farándula. De hecho, hacía exactamente un año, había recibido en la Quinta de Olivos a los Rolling Stones. Pero a la cantante también le habían contado que tenía fama de mujeriego. Y ella no tenia ganas de pasar ningún momento incómodo, por lo que dudaba si reunirse con él o no. Máxime, teniendo en cuenta que no la venía pasando nada bien por el acoso de la prensa y de los fans. Pero, finalmente, su equipo la convenció de que aceptara una invitación para pasar el día en una mansión de Tigre con el riojano. Y, aunque con ciertos reparos, allí fue.
“Sucumbió”, fue la palabra que repitieron los colaboradores de Menem al finalizar el encuentro. Y es que Madonna no lograba comprender por qué todos se referían al ex presidente como un gran seductor. Pero, ese mismo día, lo entendió. Y así lo dejó reflejado en su diario íntimo, que se publicó años más tarde como The Evita Diaries en Vanity Fair, donde al referirse a Menem declaró: “Fue encantador. Me sorprendió lo bien que me cayó”.
La cantante no dejó detalle librado a la imaginación. “Nuestro helicóptero aterrizó en las tierras de un hermoso terreno en el medio del delta del Tigre. Había cientos de flamencos dispersos por nuestro camino. Mientras caminaba hacia el presidente (bajito, desafiante, bronceado), un ciervo bebé se me acercó y me acarició como diciendo: ´No estés nerviosa, eres bienvenida acá'”, relató. Cabe destacar que tanto ella como el director y las figuras masculinas del film, Antonio Banderas que interpretaba al Che Guevara y Jonathan Pryce que le ponía el cuerpo a Perón, habían sido declarados “personas no gratas” por algunas agrupaciones justicialistas. Y por ende, el primer mandatario podía convertirse en el centro de las críticas por el simple hecho de recibirla.
Sin embargo, todo transcurrió de la manera más amable posible. “Era como un cuento de hadas. Estaba rodeado de unos hombres de aspecto sospechoso y una mujer mayor, hermosa y formal que fue nuestra traductora. Nos sentamos inmediatamente. Sus ojos estaban analizando cada centímetro de mí, mirando a través de mí. Un hombre muy seductor. Noté que tiene pies chiquitos y que se tiñe el pelo de negro. Me dijo que me veo tal como Evita, a quien él había conocido cuando era bastante joven”, detalló Madonna.
Y continuó: “Hablamos sobre mi fanatismo por ella y mi afán de conocer absolutamente todo. No me sacaba los ojos de encima. Los mosquitos comenzaron a devorarnos, así que fuimos adentro. El dueño de la casa amablemente nos trajo champagne y caviar y no me pude resistir. Decidí tocarle a Menem algunas de las canciones de la película para que pueda entender el tono que estamos queriendo lograr”.
La cantante siguió con su relato y dejó en evidencia al ex mandatario. “Cuando le toqué la nueva canción, la que Eva le canta a Perón cuando se da cuenta de que se está muriendo, vi cómo caía una lágrima de su ojo. Noté que dos hombres lo seguían a donde fuera, satisfaciendo cualquier necesidad. Parecen estar completamente enamorados de él. Tenían peinados bastante feos y me miraban con sospecha. Agarré a Menem mirando el bretel de mi corpiño que apenas se asomaba. Continuó haciendo esto toda la noche con su mirada perforante y, cada vez que lo atrapaba, sus ojos se quedaban con los míos”, explicó.
Y concluyó diciendo: “A las 11, todos corrimos al helicóptero, que nos esperaba como un insecto gigante. El presidente tomó mi cara con las dos manos, me besó en ambos cachetes y me deseó buena suerte. Volamos y me sentí flotar dentro de la cabina todo el camino a casa. Su magia había hecho efecto en mí. Solo espero que la mía haya hecho lo mismo”.
Obviamente, y sin importarle las objeciones de sus asesores, Menem dio la autorización para que Madonna rodara en la sede de gobierno. De hecho, un día antes de que comenzara la filmación, el ex presidente recibió a la cantante junto a Parker, Banderas y Pryce en la Quinta de Olivos para anunciárselo. Cuentan que, mientras todos se estaban divirtiendo charlando sobre la comida, la intérprete interrumpió la tertulia para preguntar: “¿Cuando terminen de hablar de pizzas podemos hablar de balcones?”. Y el riojano le respondió con desparpajo: “Ah, pueden filmar en el balcón de la Casa Rosada y en cualquier otro edificio público”.
Así fue como, el sábado 9 de marzo de ese mismo año y tan solo tres días antes de volver a su tierra, Madonna se asomó al balcón que da a la Plaza de Mayo para cantar el tema creado por Tim Rice y Andrey Lloyd Webber para el musical Evita frente a cuatro mil extras que hacían de “descamisados”. Y pudo cumplir su sueño de convertirse, por una noche, en la mujer con la que había soñado y de la que, según dijo, había podido sentir “su tristeza y su determinación”.