Hay, según el último censo oficial, 4.009 personas en situación de calle en la ciudad de Buenos Aires. El registro da cuenta de que, de ese total, 2.684 están en Centros de Inclusión Social (CIS) y 1.325, efectivamente en la calle. Para lograr que sean cada vez menos quienes pasan sus días -y sus noches- a la intemperie, y desde antes de que empezara el invierno, que es la época más dura de transitar para esta población, el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat porteño aunó esfuerzos con distintas ONGs.
Incorporó el trabajo de entre sesenta y ochenta voluntarios que prestan su tiempo y sus esfuerzos y cumplen un rol fundamental: acercarse a esa población a través de referentes que, en muchos casos, cuentan con una legitimidad mucho mayor que los operadores de la Red de Atención oficial. “En muchos casos, esos referentes son personas que quienes están en calle ya conocen por las recorridas habituales de las ONGs, o porque pueden hablarles desde el lugar de pares porque han pasado por situaciones parecidas, y eso genera un acercamiento más fácil y logra romper la primera barrera, que muchas veces puede ser la más difícil”, describen fuentes del ministerio porteño a cargo de Gabriel Mraida.
Déborah Ruiz es líder de grupo de los brigadistas que integran la organización Cristianos en Emergencia y Rescate (CER), dirigida por integrantes del credo evangelista y en trabajo conjunto con la Red de Atención desde este año. En sus recorridas habituales por la zona de San Cristóbal y Balvanera, los brigadistas de CER encuentran casos de hipotermia, de hipo o híperglucemia, de laceraciones vinculadas a la falta de acceso a la higiene. Y de consumo de alcohol para que el frío se sienta menos.
“Hacemos un abordaje vinculado a la salud física, psíquica y emocional de esa persona, pero también relacionada a sus valores. Les hacemos saber que su vida nos importa, que estamos destinando tiempo a ellos porque sus vidas son importantes, les hablamos de Jesús y enseguida empiezan a contarnos sus historias”, cuenta Déborah.
La religión es importante en cada acercamiento de la organización, que forma a sus socorristas para trabajar en situaciones que requieren desde control de signos vitales, RCP o el uso de un desfibrilador hasta el manejo de escenarios de riesgo químico, o en alturas, o en incendios. “Se trata de acercar cuidado clínico, una vianda caliente, un abrigo, pero también de tomarse el tiempo con la persona para mostrar amor y esperanza. Por ahí algo que parece resolverse en 5 minutos a nosotros nos lleva 40, pero porque nos ocupamos de la parte espiritual también”, describe la referente. Para ser parte de CER hay que ser cristiano.
Según el estado de la persona en situación de calle, se puede pedir una derivación hospitalaria al SAME o chequear su escenario en los días subsiguientes, aunque lo central es hablar con esa persona para que acceda a trasladarse a un Centro de Inclusión Social. Desde que la Ciudad relanzó su sistema de asistencia a esta población -antes Buenos Aires Presente (BAP), ahora Red de Atención-, en mayo de este año, y según asegura el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat, se redujeron en un 80% los casos crónicos de niños en situación de calle. Fue, indican desde allí, por la implementación de un protocolo especializado.
Más allá de la población infantil, y siempre según estadísticas oficiales de esa cartera, unas 700 personas ingresaron por primera vez a los CIS, que ahora cuentan con un establecimiento especializado destinado a personas con padecimientos de Salud Mental y uno exclusivo para familias, con habitaciones privadas para cada una. “Este incremento tiene que ver con los nuevos centros especializados pero también con el abordaje a través de referentes que pueden resultarles menos ajenos a las personas en situación de calle”, explican fuentes del ministerio.
Entre los voluntarios que se sumaron, los hay de organizaciones que dependen de Iglesias Evangélicas, de la Cruz Roja y de Hogares de Cristo, encabezados por el Padre Pepe Di Paola bajo el ala de la Iglesia Católica. “Era una picardía no aunar los esfuerzos que ya hacía la Ciudad y que ya hacían las organizaciones. La Ciudad es quien se ocupa de administrar la logística, detectar las zonas más calientes en cuanto a necesidades y organizar prioridades”, cuentan las fuentes de la cartera porteña, y suman: “La idea es lograr una optimización de los recursos que ya estaban funcionando para que los resultados sean mejores”.
Seis de cada diez casos críticos respecto de lo requerido por las personas en situación de calle se concentran en Balvanera, San Nicolás, Retiro, Monserrat, Constitución y San Telmo. Entre el 70% y 80% de las plazas disponibles en los CIS, en promedio, se mantienen ocupadas, ya que la entrada y salida de personas en esos establecimientos es dinámica. Desde el ministerio que administra esa asistencia aseguran que la incorporación de los referentes de las organizaciones tuvo efectos concretos en el día a día con la población que requiere ayuda: ya 2 de cada 3 personas en situación de calle está en un CIS.
Y allí, en esos Centros de Inclusión Social, no sólo hay duchas calientes, camas, abrigo y las cuatro comidas diarias, sino también una especie de “mentor” que sigue las historias y las trayectorias de cada persona que quiera esa compañía. Ese, cuentan desde el ministerio, es otro de los aportes que sumaron los voluntarios de las organizaciones no gubernamentales.
Andrea Grillo, integrante de la Asociación Civil Semillas de Esperanza desde hace tres años, explica en qué consisten esas “mentorías”: “Hay una escucha activa al recibirlos, se los ayuda a ordenarse y a conocer las herramientas que tienen a disposición. Acompañamos y fomentamos su autonomía, facilitamos los medios para conseguirles los turnos y las derivaciones que requieran, y les recordamos esos turnos, o incluso los acompañamos. Es importante porque, dicho por ellos, les generamos confianza. Contar con nosotros es un recurso más para ayudar en las problemáticas sociales que traen”.
Según explica, “las preocupaciones más frecuentes que nos comparten son el querer y no poder adherir a un tratamiento de adicciones, y el nuevo relacionamiento con su entorno familiar, del cual están desvinculados por su estado de vulnerabilidad y sitúacion de calle”. En general, cuenta Grillo, una de las angustias más frecuentes de las personas a las que acompañan en los CIS es que han salido de su círculo de contención por sus problemáticas de adicciones y/o salud mental.
Grillo es contundente: “Buscan insertarse nuevamente en la sociedad, algo que casi nunca se escucha en la primera entrevista sino en charlas posteriores, en las que directamente nos buscan para hablar. Un gran porcentaje de esa población elige cambiar. Pero requiere ayuda y acompañamiento”.
Por su parte, y consultado por Infobae, Mraida, titular del Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat porteño, asegura: “En la Ciudad estamos convencidos que la calle no es un lugar para vivir; con esa premisa trabajamos todos los días desde la Red de Atención”.
Mraida reconoce que “la situación de las personas en situación de calle es cada vez más grande y más compleja de abordar por los efectos de la crisis económica y los fuertes problemas de adicciones que derivaron en la post pandemia” y que por eso buscaron sumar al trabajo diario “de la Red a voluntarios de muchas organizaciones, iglesias, fundaciones que desde hace muchos años trabajan también con ese mismo objetivo. Profesionales que nos aportan muchísimo valor para lograr que las personas que están en calle acepten venir a nuestros Centros para comenzar el proceso de retomar su proyecto de vida”.