Por Eliahu Hamra, Gran Rabino de AMIA
El lunes 12 de agosto, al atardecer, comenzará el ayuno de Tishá BeAv, durante el cual el pueblo judío recuerda, con profundo dolor, la destrucción del Primer y Segundo Templo.
Tishá BeAv es una fecha significativa en el calendario judío, marcada como un día de luto y reflexión. Este día culmina el período de tres semanas, conocido como Bein HaMetzarim, que comienza con el ayuno del 17 de Tamuz.
Además, se rememoran otras calamidades que afectado a este pueblo a lo largo de los siglos. Muchos de estos acontecimientos ocurrieron en cercanía de esta fecha, y provocaron la diáspora del pueblo de Israel en diversas épocas, y culminaron en un exilio de casi dos mil años.
Este período de duelo es una oportunidad especial para reflexionar sobre la pérdida del Gran Templo, que estaba abierto a toda la Humanidad, y el impacto global que tuvo su destrucción.
Para muchos, resulta difícil conectar emocionalmente con este dolor, por lo que es esencial reflexionar sobre lo que nos impide sentir, aunque sea en pequeña medida, la inmensa desgracia que supuso la destrucción de Sion y Jerusalén.
La destrucción del Templo no sólo significó la pérdida de un lugar sagrado, sino que también causó un vacío de santidad en todo el mundo, afectando a la presencia Divina, la Shejiná, que ya no tiene un lugar fijo en la Tierra. Como se menciona en la Mishná Sotá 9:12: “Desde el día en que el Templo fue destruido, no hay un día sin maldición, el rocío no desciende para bendición, y el sabor de los frutos fue quitado”.
La santidad, la bondad y la bendición mermaron en el mundo. Al comprender la magnitud global de esta pérdida, nuestra expectativa de reconstrucción del Templo debe estar orientada hacia la redención. No se trata sólo de resolver problemas personales, sino de que nuevamente haya un lugar para la Shejiná (presencia Divina) en el mundo, y para que éste se llene de la santidad y la elevación, que una vez lo impregnaron.
Para conectarnos con el duelo por la destrucción del Templo, debemos abrir los ojos a la realidad general que nos rodea, para entender y sentir la magnitud de la pérdida que todos compartimos.
El sentido de propósito en la vida de una persona a menudo se encuentra en su contribución al bienestar universal. Es por eso que muchas personas, sin importar su condición material, se sienten impulsadas a unirse a diversas causas y organizaciones, ya sea para garantizar y defender los derechos humanos, proteger el medio ambiente, desarrollar tecnologías innovadoras, o incluso para arriesgar sus vidas en busca de un fin superior.
Vivir centrados únicamente en nuestra esfera personal puede llevarnos a desconectarnos de la realidad global, especialmente en tiempos de conflicto y de guerra.
Los días transcurridos desde el 7 de octubre pasado hasta hoy, nos han llenado de pesadumbre y dolor. La masacre desatada por los terroristas de Hamás duele como aquel trágico día, y a pesar del enorme sufrimiento que causó, no perdemos la esperanza de que las personas que aún permanecen secuestradas puedan volver a sus hogares. Ante el horror, la luz debe prevalecer.
Como nos enseñan nuestras fuentes, cada pensamiento y cada acción positiva tienen el poder generar un impacto significativo en la Humanidad.
En un mundo, en el que todo parece estar desmoronándose, es nuestra responsabilidad observar este vacío y escuchar su mensaje desde un sentido de responsabilidad y pertenencia general.
Comprender que nuestras acciones generan impacto, y que no debemos estar sólo ocupados en la órbita de nuestros asuntos personales, nos permitirá captar con mayor claridad el mensaje que el Creador nos transmite a través de los diferentes acontecimientos.
Sólo con esta perspectiva general podremos realmente comprender la magnitud de la destrucción que comenzó con el Templo, y unirnos en duelo por esa gran pérdida que todavía hoy resuena en nuestro mundo.