Salvador José Planas y Virella era un obrero ejemplar en la imprenta y papelería de Tailhade y Roselli, que funcionaba en la calle Reconquista. Ese joven catalán, que había nacido el 4 de febrero de 1882 en el municipio barcelonés de Sitges, había llegado a Buenos Aires unos tres años atrás y se ganaba la vida como tipógrafo. Vivía con su hermano Angel en una pieza de la calle Viamonte 1367.
Su carácter no era el mismo. Esa alegría que le brotaba por el amor por Josefa Yáñez, una chica española de veinte años, había cambiado radicalmente desde que los padres de ella se habían opuesto terminantemente a una relación, en la que Salvador, fiel a sus ideas anarquistas y afiliado a la Federación Obrera, era partidario del “amor libre”. Ella decidió dejarlo.
Ese viernes 11 de agosto de 1905 había amanecido lluvioso y Salvador se levantó cerca de las diez. Como era vegetariano, bajó a comprar algo de pan y frutas, que fue lo que desayunó.
Luego caminó cuatro cuadras hasta la peluquería de Augusto Corradini, a la que iba siempre, que tenía su local en Montevideo 652. Se hizo afeitar el bigote para no ser reconocido en la tarea que tenía por delante.
En sus bolsillos llevaba un revólver calibre 38 de cinco tiros Smith & Wesson y chequeó su funcionamiento. Cargó el tambor y en su bolsillo guardó más proyectiles. Caminó hasta Plaza San Martín, en el barrio de Retiro, y se ubicó cerca de las escalinatas que dan sobre avenida Santa Fe. Esperaba a un carruaje con un pasajero en particular.
El martes anterior había renunciado a su trabajo para abocarse de lleno a elaborar el plan que estaba a punto de ejecutar. Durante días observó los movimientos en la casa del presidente Manuel Quintana, a la hora que salía y a la que volvía, y qué camino solía tomar. Por eso se había sacado el bigote, por si había sido reconocido por la custodia de la casa.
Matar al presidente
Manuel Pedro Quintana había nacido en Buenos Aires el 19 de octubre de 1835. A los veinte años ya era abogado recibido en la UBA -donde años más tarde sería su rector- y dos años después profesor de Derecho Civil. Fue diputado nacional y quiso ser candidato a presidente cuando Sarmiento terminaba su mandato, pero perdió con Nicolás Avellaneda.
Siendo abogado de empresas británicas, tuvo la insólita idea de recomendar bombardear a la ciudad de Rosario, cuando el gobernador santafesino Servando Bayo mantuvo un duro conflicto con la filial local del Banco de Londres. La cordura del canciller argentino Bernardo de Irigoyen impidió que el incidente pasase a mayores.
Luego de un prudente alejamiento en Europa, en 1903 fue ministro del Interior de Luis Sáenz Peña. En las elecciones presidenciales del 10 de abril de 1904 se armó una fórmula con él como cabeza y José Figueroa Alcorta como vice.
Para el momento del atentado, ya tenía la salud deteriorada debido al estrés de la gestión. Estaba casado con María del Carmen Rodríguez Viana.
Esa mañana, el presidente de 69 años había salido de su domicilio en la calle Artes 1245, actualmente Carlos Pellegrini, acompañado por su edecán el capitán de fragata José Donato Alvarez. Cuando transitaba por Santa Fe, en el cruce con Maipú, Salvador Planas se acercó corriendo al carruaje. Una vez a la par de la ventanilla, por la que se veía el rostro de Quintana, accionó dos veces el arma, pero no salió ningún disparo.
Su primera reacción fue la de arrojar el revólver y salir corriendo hacia la plaza. El edecán saltó del carruaje en movimiento y como el piso estaba mojado, resbaló y cayó. Detrás venía otro carruaje con el comisario Felipe Pereyra, responsable de la vigilancia de la Casa Rosada y de la custodia del presidente. Corrió a Planas y luego de un forcejeo, logró reducirlo con la ayuda del policía José Casanova, que estaba de vigilancia en Santa Fe y Esmeralda.
Quintana, como si nada hubiese ocurrido, continuó el viaje, pero uno de los caballos resbaló y en su caída tiró a su compañero. En un carruaje de alquiler llegó a las tres y veinte a su despacho en gobierno.
Era la tercera vez que se atentaba contra la vida de un presidente en ejercicio. El 23 de agosto de 1873 Domingo Faustino Sarmiento fue atacado cuando transitaba en su carruaje en Corrientes y Maipú y el 10 de mayo de 1886 Julio A. Roca recibió un piedrazo en la frente cuando iba al Congreso a dejar inaugurado el período legislativo.
Mientras tanto, el agresor era llevado al Departamento Central de Policía, donde quedó incomunicado. Enseguida la noticia corrió como reguero de pólvora, y los periodistas fueron en malón para conocer, sin suerte, al agresor.
El comisario José Rossi se puso al frente de la investigación. Ordenó buscar testigos y hallar presuntos cómplices. Pero Planas era un anarquista solitario que, cuando le preguntaron por qué había querido matar al presidente, respondió que guardaba esperanzas de que su reemplazante fuera una persona más buena con la sociedad y que terminase con la injusticia que sufrían los obreros.
El juez que tomó la causa fue Servando Gallegos y el anarquista fue defendido por Ricardo del Campo. El letrado intentó demostrar que actuó bajo una crisis sentimental, al ser rechazado por la chica Josefa y afectado por los apremios económicos que sufrían sus padres ancianos que habían quedado en España. Los médicos que lo revisaron determinaron que no era ningún loco ni fronterizo. Si se dijo que tenía “un estado anormal de espíritu”.
También periciaron el arma utilizada. Para ello se la disparó cuatro veces. Primero el perito Atanasio Quiroga, luego el juez, seguidamente el defensor del Campo y por último el secretario del juzgado. Se usaron las balas que llevaba Planas.
Fue condenado a 13 años y cuatro meses de cárcel por tentativa de homicidio a personas que ejercían la autoridad pública. Su abogado apeló y en 1908 la cámara redujo la condena a 10 años, que se debía computar desde el 29 de abril de 1907.
Fue alojado en la Penitenciaría Nacional con el número 344 y se lo destinó al taller de imprenta, sección composición.
La fuga
El 6 de enero de 1911, a la hora de la siesta, trece presos forzaron un portón que daba a un jardín de rosas y se dirigieron hacia el muro perimetral de la Penitenciaría que se levantaba donde hoy está el parque Las Heras. Allí, cavando un pozo por debajo de la muralla, alcanzaron la reja y la calle. Todos eran presos por delitos comunes, menos dos: Salvador Planas y Francisco Solano Regis, un anarquista que cumplía una pena por haber atentado contra el presidente José Figueroa Alcorta el 28 de enero de 1908. Le había arrojado una bomba a sus pies cuando ingresaba a su casa en Tucumán 848, y el propio presidente había apartado con la mayor naturalidad. Curiosamente, Alcorta había asumido la presidencia luego de la muerte de Quintana, el 12 de marzode 1906.
La culpa de la fuga recayó en los dos soldados conscriptos que estaban de guardia en las garitas, Francisco Pandonari y Francisco Pozo. Juzgados por la justicia militar, terminaron condenados a diez meses de prisión.
De los evadidos, solo recapturaron a uno, un ladrón común. Hubo diversos procedimientos para dar con los anarquistas. La revista Caras y Caretas ofreció el suculento premio de diez mil pesos a quien facilitase una entrevista periodística con Planas y Regis, con foto y todo.
Llovieron las cartas a la redacción de oportunistas que buscaban cobrar el dinero. Un día llegó una, aparentemente con la firma de Planas y con una fotografía suya de camisa, saco y sombrero, ofreciéndola como prueba para hacerse acreedor del premio. Pero el periodista Soiza Reilly buscaba la primicia que nunca obtuvo.
Que continuó viviendo en el país, que había pasado en Bolivia donde lo habían matado los aborígenes o que junto a su socio Regis había regresado a España con nombres falsos, fueron algunas de las tantas pistas que no llevaron a ningún lado. Lo cierto fue que nunca más se supo que fue de la vida del anarquista que en nuestro país quiso matar a un presidente.