“¿No me cortás el churrasco más finito? No llego”: la caída del poder adquisitivo cambia los hábitos de consumo

En muchas carnicerías ya no se compra por peso o por unidad sino por presupuesto disponible. Las verdulerías exhiben precios de medio kilo “para no espantar clientes” y en las cajas del supermercado se abandonan productos de limpieza o de almacén. Los jubilados, protagonistas del recorte

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La jubilación mínima perdió casi 80 puntos porcentuales ante la inflación en un año (Foto EFE/Juan Ignacio Roncoroni)
La jubilación mínima perdió casi 80 puntos porcentuales ante la inflación en un año (Foto EFE/Juan Ignacio Roncoroni)

Leonardo se acuerda bien. Dice que la señora, una jubilada a la que le vende carne hace diecisiete años, le habló bajito del otro lado del mostrador y que el momento fue incómodo para los dos. “¿No me cortás el churrasco más finito? No llego”, pidió su clienta. A ella, cree él, le dio vergüenza, y a él le dio bronca. Dice que otra señora un poco más joven ofreció completar el pago, que su clienta histórica miró para abajo y que él, Leonardo, les dijo “no se hagan problema” a las dos. Embolsó el churrasco del ancho que lo había cortado y lo cobró la mitad. Y que esa noche, después de cerrar su carnicería en Almagro, llamó a su papá para preguntarle cómo estaba y si necesitaba que le hiciera alguna compra y se la llevara a la casa.

“Es una clienta de las históricas. Empezó a venir apenas abrimos con mi viejo, que ya no viene al negocio porque está grande. Se moría de vergüenza por pedir algo así, pero lo cierto es que en lo que va del año veo cada vez más esos rebusques. Ya no alcanza con aprovechar las promociones o los descuentos o incluso cambiar a cortes más baratos para que el bolsillo pueda afrontar el gasto. Ahora directamente la gente compra menos, y muchas veces tiene que dejar lo que pensó que podía pagar”, le cuenta Leonardo a Infobae. Y anticipa algo que se repite en distintos barrios y en distintos rubros: muchos de los que dejan mercadería en la caja o piden porciones cada vez más chicas son adultos mayores.

El bolsillo en jaque

El poder adquisitivo de los argentinos está en crisis. Según el último índice publicado por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), la inflación de junio fue del 4,6%, alcanzando un incremento interanual del 271,5%. Los alimentos y bebidas, productos de primera necesidad, estuvieron incluso por encima de ese índice: aumentaron 285,1% en un año.

En ese mismo período interanual, la jubilación mínima, que es la que cobran la mayoría de quienes dependen del sistema previsional, pasó de $70.938 mensuales a $206.931,10 mensuales. Se trata de un incremento del 191,7% en un año: son 79,8 puntos porcentuales menos que el aumento generalizado interanual de precios. En la Ciudad de Buenos Aires, uno de cada siete hogares dependen exclusivamente de jubilaciones o pensiones.

Los alimentos y bebidas aumentaron más que el promedio de bienes en el último año. A la hora de descartar productos en la caja, son prioritarios para el cliente
Los alimentos y bebidas aumentaron más que el promedio de bienes en el último año. A la hora de descartar productos en la caja, son prioritarios para el cliente

¿Y los sueldos? Según el índice Remuneración Imponible Promedio de los Trabajadores Estables (RIPTE), la variación de los salarios entre diciembre y abril -el último informe disponible- fue del 83%, mientras que la inflación acumulada fue del 107%, 23 puntos porcentuales por encima de los ingresos. Además, el RIPTE contempla sólo a trabajadores formales que cumplan con determinadas condiciones: deja afuera a la enorme masa de trabajadores no registrados de la Argentina.

En la Ciudad de Buenos Aires, según su propio Instituto de Estadísticas y Censos, el ingreso total familiar avanzó 67 puntos porcentuales por debajo de la inflación entre el primer trimestre de 2023 y el mismo período de 2024. Otros indicadores dan cuenta de que el nivel salarial en términos reales se ubica en su nivel más bajo desde 2009. Toda esa pérdida para el bolsillo es la que impacta en la caja del supermercado, en el mostrador de la carnicería o de la panadería y en “el gustito” en el kiosco, que ya se piensa una, dos o cien veces antes de pararse delante de la caramelera o que, directamente, se cancela.

La comida es prioridad

Sandra es encargada en una panadería en el centro de Villa Crespo. Estima que, de cada diez personas que entran al local a comprar, entre tres y cuatro dejan en la caja algo de lo que habían elegido para comprar. “Y de esos que dejan en la caja, te diría que un 70% u 80% son jubilados. Lo que vemos es que por ahí una persona grande que compraba pan y alguna factura o sandwichito para darse un gustito abandona ese gustito en la caja. A la vez, hay gente que por ahí para ir a una reunión compraba dos cosas y ahora escucha el precio y compra una sola”. En esta panadería, el kilo de pan cuesta $2.200 y la docena de facturas, $5.700. Después de las 18, esa docena baja a $3.500.

“Este año empezamos a ver que la gente nos deja productos en la caja con una frecuencia que yo no había visto antes”. Mirta trabaja en la caja central de la sucursal que Coto tiene entre Villa del Parque y Villa Santa Rita. “Van viendo en el monitor cuánto van sumando y empiezan a restar productos. Antes pasaba de vez en cuando y sobre todo a fin de mes, hoy lo veo todos los días y sin importar en qué momento del mes estemos”, cuenta. La comida le gana la batalla de las prioridades a los productos de limpieza, que es lo que más se devuelve en las cajas a la hora de elegir qué llevar a casa sí o sí.

En las verdulerías ya se compra sólo para el día o, como máximo, también para el día siguiente (Foto REUTERS/Matias Baglietto)
En las verdulerías ya se compra sólo para el día o, como máximo, también para el día siguiente (Foto REUTERS/Matias Baglietto)

En San Cristóbal, cuenta Natalia, que es cajera de una sucursal de Supermercados Día, también quedan cosas en la caja que los clientes tenían pensado comprar pero no llegan a pagar. “Pasa todos los días, y sobre todo con gente mayor. Lo que más dejan son alimentos de los que tal vez están reponiendo stock antes de necesitarlos sí o sí, como fideos, arroz o una lata de tomate”, explica.

“El 15 ya es fin de mes″

Fernando Savore es Vicepresidente de la Federación de Almaceneros bonaerense y de la Confederación General Almacenera de la República Argentina. En su almacén de Morón, en el oeste del Conurbano, también acusa recibo de la crisis del bolsillo. “El 15 es fin de mes. La gente llega a la segunda parte del mes con mucha más dificultad y lo que pagaba en efectivo o con Mercado Pago empieza a pagarlo con crédito o, los clientes históricos, a anotarlo en la famosa libreta”, describe.

En la caja de su almacén quedan productos que su clientela siempre compraba y ahora, cuando no llega con la plata, descarta aunque sean de consumo cotidiano: yerba, azúcar, harina. La pregunta que más escucha Savore al momento de tickear las compras es: “¿Cuánto va?”. La respuesta que más escucha después de avisarles a sus clientes cuánto marca su registradora es: “Me pasé”.

“Estoy viendo gente que llega a la caja con un paquete de fideos y un puré de tomate y de repente deja el puré de tomate; el recorte es al máximo”, cuenta Savore, y agrega: “Ya habían dejado de comprar el shampú caro o el vino caro, o nunca lo habían comprado. Ahora llegan a la caja con un sachet de leche y un pedacito de queso, y ante la suma dejan el pedacito de queso y privilegian el sachet”.

Evolución del poder adquisitivo de los salarios. (Informe anual de salarios de EADA e ICSA)
Evolución del poder adquisitivo de los salarios. (Informe anual de salarios de EADA e ICSA)

Luis atiende una carnicería de Villa Urquiza que, hasta hace un mes, funcionaba en una avenida a media cuadra de la cabecera de la línea B del subte. “Ahí empezó a pasar que una de cada quince personas, más o menos, dejaba algo en la caja porque no llegaba con la plata. Ahora nos mudamos a un local un poquito más metido en el barrio y esa cantidad subió: entre el 10% y el 20% de los clientes dejan algo en la caja, generalmente bifes más que cortes para milanesa o la milanesa ya hecha”, cuenta. La nueva ubicación es a dos cuadras de la original.

“Para los adultos está dejando de alcanzar”

En Billinghurst, el barrio de San Martín en el que vive Luis, su carnicero le cuenta un panorama peor que el del mostrador que él mismo atiende del otro lado de la General Paz. “Por donde vivo casi toda la gente está achicando la cantidad que compra. Antes aprovechaba la oferta de 2 kilos de milanesa y ahora ya no llega a esa plata, entonces empezó a comprar un kilo a un precio proporcional más caro. Aún así, estaba difícil vender, así que mi carnicero bajó el precio del kilo al que equivalía a la promoción. Gana menos por kilo pero vende más cantidad. Y yo veo adultos que sé que tienen tres o cuatro pibes y compran dos o tres bifes. Para compartir entre los chicos, porque hay casas en las que para los adultos está dejando de alcanzar”, describe Luis.

Adriana, una verdulera cuyo local queda a media cuadra de la estación Liniers del tren Sarmiento, confirma el panorama que describen sus pares. “La gente ya no me compra por kilo. Lo de ese día y como mucho lo del día siguiente. Desde que aumentó mucho viajar en transporte público notamos esa reducción y también que nos devuelven algo de lo que pensaban llevar. Hasta hace un tiempo vos veías que el cliente te preguntaba el precio por kilo de alguna fruta o verdura y si le parecía caro no llevaba. Ahora preguntan, llevan lo más barato en cantidades chicas y, aún así, a veces dejan lo menos urgente o lo más caro porque cuando les das el total no alcanzan a pagarlo”.

Cerca de ahí, en el epicentro de las carnicerías y frigoríficos de Mataderos, Matías atiende el negocio familiar. “Cambió el hábito de consumo totalmente. Antes la gente compraba por kilo o por unidades, hoy te piden directamente por plata. ‘Dame $2.000 de suprema, dame $1.000 de picada’, te dicen. Ya no llevan lo que necesitan sino aquello para lo que les alcanza la plata, que es cada vez menos. La mayoría implementa este hábito”, describe Matías, y sigue: “Los que siguen con el viejo hábito de decirte ‘dame dos kilos de milanesa, dame cinco costillitas de cerdo’ llegan a la caja y te dicen ‘¿cuánto es el total, así veo si agrego algo más?’, y se encuentran con un total que se pasó de su presupuesto y no sólo no agregan nada, sino que sacan un poco de cada cosa”. En su negocio, además, ve que una compra minorista se abona con hasta cuatro o cinco medios de pago.

El fin del “gustito”

Ernesto Acuña se turna con su padre para atender un kiosco en una de las avenidas principales de Villa Urquiza. Es, además, vicepresidente de la Unión de Kiosqueros de la República Argentina (UKRA). “De diciembre a esta parte nuestras ventas bajaron, en volumen, a la mitad. El kiosco no es como el supermercado, la carnicería o la verdulería, que tenés que ir sí o sí. Entonces no nos pasa que nos dejan mercadería en la caja, lo que nos pasa es que directamente la gente ya no entra porque hace las compras imprescindibles y no le sobra”, explica.

El vicepresidente de la entidad que agrupa a los kiosqueros de la Argentina sostiene: "Bajamos el margen de ganancia a la mitad para que al menos la mercadería rote". (Franco fafasuli)
El vicepresidente de la entidad que agrupa a los kiosqueros de la Argentina sostiene: "Bajamos el margen de ganancia a la mitad para que al menos la mercadería rote". (Franco fafasuli)

“La salida del colegio, que era una ‘hora pico’ para el kiosco, ya no lo es. Los chicos y adolescentes ya no tienen dinero para destinar a una compra acá y las mamás siguen de largo. Nosotros vendemos ‘el gustito’ y eso ya no tiene lugar. Y entre los que siguen viniendo, muchos achicaron la compra: el que se llevaba un chocolate mediano, que hoy cuesta $2.500, ahora se lleva un chocolatín o un bombón”, suma Acuña.

Según describe, el 80% de lo que vende en su kiosco está hoy a precio promocional: desde cinco turrones a $1.000 a tres alfajores triples por $2.500. “Hace décadas que no se veía esta crisis. Lo que hicimos fue reducir mucho el margen de ganancia. Pasamos de un 60% o hasta 80% a un 30% o 40%, porque lo que necesitamos es que al menos la mercadería rote para afrontar los gastos fijos”. Lo mismo habrá pensado el carnicero de Billinghurst que puso el kilo de milanesas al mismo precio que cobraba antes a los que se llevaban al menos dos kilos. O Adriana, la verdulera de Liniers, que hace tres meses exhibe los precios de medio kilo de cada producto porque los de kilo “empezaron a espantar a los clientes”.

La plata alcanza para menos. Lo saben en los supermercados, en las verdulerías, en las carnicerías, en los kioscos, y lo sabe cada trabajador y cada jubilado delante del mostrador o de la caja, cuando toca devolver un producto que se volvió impagable, o pasar la inesperada vergüenza de pedir por lo bajo un churrasco que llene menos la panza pero para el que alcance el bolsillo maltrecho.

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