En Buenos Aires la tarde está nublada, la extrema humedad en el asfalto es confundida con alguna llovizna intermitente y tan porteña. Cerca de las 17 horas, los timbres de las escuelas comienzan a sonar para anunciar la salida cuando, del otro lado del teléfono responde, Eliana Arguello, maestra, directora, confidente y consejera de las madres de sus 15 alumnos, la mayoría habitantes del paraje Villa Viso, Córdoba, ubicado a unos 885 kilómetros de CABA. Allí no sólo hay una sola escuela sino que esa escuela es la única institución: no hay salas de primeros auxilios, no hay comisaría, ni iglesias.
“A la escuela rural no la cambio por nada del mundo”, dice la docente y al describir lo que la rodea cuenta que en el paraje está habitado por otras cuarenta personas: 17 son niñas y niños, hay muchos adultos mayores que superan los 80 años y que viven solos; y el resto son jóvenes.
Desde 2019, ella es la única docente y directora de la escuela, cuyo patio se abre directamente a la impresionante base del volcán Ciénaga. Sin embargo, su mayor aspiración era crear un espacio que permitiera a todos los niños disfrutar de su infancia con libertad: una plaza de juegos comunitaria que encarnara el principio de que “los niños deben ser niños”.
La placita del pueblo
En 1887, se inauguró la escuela de Villa Viso, con 52 alumnos. “El edificio es el mismo: tiene 137 años y una historia muy rica”, revela y cuenta: “En una época, llegó a tener más de 100 estudiantes, pero muchos eran trabajadores golondrinas y se fueron. Otros, comenzaron a crecer y a irse a otros lugares. Hoy la matrícula es de quince y van desde los 4 hasta los 12 años”, cuenta la mujer y reciente madre que mientras responde a Infobae amamanta a su bebé.
A esa escuela llegan también niñas y niños de los parajes Taninga, Buena Vista, El Chamico y Bajo de los Corrales. En otras zonas, hay escuelitas rurales para dos o cinco alumnos, agrega al aclarar que para ella no son pocos los 15 estudiantes, pero remarca que al estar mezcladas las edades, tiene que preparar todos los días distintas clases.
“Es una educación más personalizada”, sostiene y destaca que debió capacitarse porque hace pocos años llegó un niño con autismo. “Sentí que no estaba capacitada para enseñarle, así que tuve que estudiar para él”, explica la directora de la escuela ubicada a 45 kilómetros de la localidad Villa Cura Brochero.
Todo su trabajo, por demás admirable, tuvo su broche de oro cuando logró inaugurar la plaza comunitaria y ubicada en el mismo predio de la escuela. Lo hizo con la ayuda de toda la comunidad y de Emanuel Dagfel, quien es conocido en Córdoba por encabezar causas solidarias, entre ellas, la que realizó junto a su familia: hicieron cuchas con cajones de naranjas para que duerman los perros callejeros.
“¡Fue un gran trabajo! Hace muchos años que queríamos una placita de juegos, pero no había suerte. Hace poco, y sin conocerlo, le escribí a Emanuel porque ya sabía que ayudaba en muchas causas solidarias porque lo sigo en las redes. Me disculpé por el atrevimiento de escribirle sin que me conociera, pero dijo que si era por los niños no había nada que disculpar... Finalmente, el 20 de junio la inauguramos y es un lujo”, resume la mujer de 36 años que dejó su vida en el paraje de Salsacate cuando le ofrecieron hacer una suplencia en Villa Viso.
Al contar cómo surge la idea de construir la plaza de juegos revela que los adultos mayores, que toda su vida vivieron allí, nunca tuvieron ese espacio y que sus hijos crecieron sin saber cómo era tener un lugar exclusivo para jugar fuera de la casa, algo tan fundamental a la hora de establecer los primeros vínculos más allá del núcleo familiar.
“El proyecto de hacer una plaza en la escuela nació para tener un espacio en el cual poder contener a los chicos, pero que a la vez fuera para la comunidad. Desde 2019 buscaba todas las maneras posibles para hacerla y no tenía suerte: Por eso, en marzo de este año me atreví a llamar a Emanuel, que es un vecino de Mina Clavero, una ciudad ubicada a 50 kilómetros de acá, y gracias a su gran ayuda la pudimos hacer realidad ese sueño, que no era sólo mío”, revive.
Mientras comenzaba a tener contacto con el vecino, Eliana inició un proyecto de reutilización y reciclaje de todos los elementos que pudiera servir para la placita. “Comencé a contarles a las familias la idea y el entusiasmo fue enorme. Cuando pudo venir Emanuel citamos a todas las familias de la localidad para que fueran parte del proyecto”, recuerda el momento en que todo comenzó a ser tangible.
En ese reunión, vecinas y vecinos de entre 40 y 50 años dejaron escapar sus lágrimas al imaginar que sus hijos podrían eso que ellos solamente soñaban. “Se sumaron llenos de ganas y mucha emoción”, asegura la directora que aún sorprendida cuenta que “se sumó también gente de Córdoba y de Rosario”.
“Hicimos un vídeo en el cual pedíamos que nos ayuden para poder construir la plaza y la respuesta fue realmente emocionante”, manifiesta sobre el espacio abierto a la comunidad que fue creado dentro del predio que pertenece a la escuela “por temas de cuidado”.
Allí, ya había una cancha de fútbol donde, décadas atrás, se disputaban campeonatos. “La placita quedó en una esquina y se ve desde la calle, que era lo que queríamos”.
Conmovida, la maestra cuenta que este fin de semana unas vecinas le contaron cuánto la estaban disfrutando. “Vinimos a la plaza con mi tía para tomarnos unos mate”, le contó la mamá de un alumno. “¿Sabés qué alegría enorme me dio poder escuchar esos comentarios? Veo que esto no fue en vano”, admite emocionada.
Enseñar más allá de la escuela
Eliana se recibió de maestra hace ocho años y hace seis se mudó a Villa Viso. Antes era suplente de otra escuela de Pampa de Pocho, un departamento cordobés ubicado al norte del valle de Traslasierra, y reconocido cuando fue “la capital del maíz”. En el pasado, las familias de esa zona se dedicaron durante siglos a ese cultivo milenario y a la actividad agrícola en general, pero desde finales del siglo XX la actividad decayó.
Esos son los recuerdos de sus habitantes adultos mayores, de entre 80 a 85 años. ”Ellos viven solitos, por eso, la escuela ha creado un espacio para ellos: un Café Literario. Participan, se acompañan y no se sienten solos. Están presentes con alguna actividad para los niños y para toda la comunidad. Son partes de la escuela”, detalla y con eso da cuenta de que esa escuelita, que en el patio tiene la base de un volcán, es más que el aula a la que llega a las 7.30, para abrir las puertas a las 8 de la mañana, dar clases de manera personalizada a cada estudiante, almuerzo por medio, y quedarse hasta las 14.
“Esta escuela es también la única institución que hay en la comunidad y cumple un papel muy importante porque no hay otra, no hay hospitales ni salitas de primeros auxilios, nada. Acá organizamos visitas de médicos, por ejemplo. Pero si hay una urgencia, el hospital más cercano está a 10 kilómetros”, revela y afianza la importancia de su trabajo.
Además, las madres más de una vez le piden consejos personales y ayuda para trámites burocráticos o cuando tienen que llevar a sus hijos a ver algún especialista médico.
“La verdad es que ahora que te lo cuento así, en detalle, me doy cuenta de la importancia de este trabajo que, sí, es mucho más que dar clases o enseñar a cada chico lo que tiene que aprender. Pero así se trabaja en las escuelitas rurales donde a veces hay dos alumnos o cinco. Quince ya me parece mucho, pero también tengo la ayuda de la auxiliares para la limpieza y la hora de servir la comida”, cae en cuentas sobre el valor de su propio trabajo.
Emocionada y agradecida, finaliza: “Espero que dar a conocer este trabajo y lo que se hace en las escuelas rurales sirva para lo que hay que mejorar. Acá no hay secundaria, cuando a fin de años mis primeros estudiantes de todos estos años egresen deberán irse a vivir y a estudiar en las escuelas rurales donde hay dormitorios. Y volverán a sus casas, con sus familias los fines de semana. Ojalá en todos los pueblitos haya plazas de juegos, son necesarias”.