Las paredes del barrio están pintadas con los colores que avisan que por acá la norma es ser hincha de Vélez y los carteles electrónicos de la avenida Juan B. Justo, en estas cuadras tan cercanas a la General Paz, advierten que hay “Cortes por San Cayetano”. Desde el santuario que honra al patrón católico del trabajo, la fila para celebrarlo duraba tres cuadras cuando todavía faltaba más de medio día para que el templo iniciara su máxima festividad anual. Esas tres cuadras eran un recordatorio de que cada 7 de agosto este rincón porteño es un punto neurálgico y también una fila mucho más corta que en años anteriores.
“Otros años hemos sido más, muchos más. Pero pasan dos cosas: por un lado, la gente joven viene menos, pero sobre todo, hay mucha gente que tiene motivos para pedir y para agradecer pero no tiene la plata que sale el colectivo hasta acá y lo que se gasta en pasar el día. Eso estamos viendo: la gente no llega por el dinero”, contó Patricia, integrante del primer grupo que esperaba en la fila rápida para ver la figura del santo, a Infobae. Es que sobre la calle Bynon, cada vez que se acerca el 7 de agosto, se forman dos colas: la que entra de a tandas al templo y pasa rápidamente, y la que entra y puede tocar la figura de San Cayetano. Esa circula más lento.
Graciela llegó hasta Liniers como llega todos los 7 de agosto: con una reposera para ella y otra para Eugenio, su marido. Empezaron a venir en 1975 para pedir un embarazo que no llegaba y que llegó al cabo de un tiempo. “Yo vengo sobre todo a agradecer. Que estamos bien de salud, que nos ha ido bien, que la familia tiene trabajo. Y siempre pido que sigamos bien y que el país pueda estar mejor”, dijo.
Las reposeras son apenas la punta del iceberg de la preparación del ritual: trajo frazadas para pasar la noche, cubiertos y vasos para comer el asado comunitario que hubo el fin de semana entre quienes se alternaban en la fila, una pequeña garrafa para que no falte agua caliente para el mate y almohadones para que las lumbares se quejen lo menos posible.
Graciela, de Loma Hermosa, es una de las tantas mujeres que, formadas en una de las dos filas, le contaron a Infobae que visitan el santuario el día 7 de todos los meses. A fines de julio empieza la novena religiosa dedicada al santo: hay celebraciones, misas y oraciones en los días previos a la llegada del 7 de agosto. “Ahí es que empezamos a turnarnos, según los horarios familiares y laborales de cada integrante del grupo, para estar en la fila”, sumó Griselda, que empezó a venir en 1994 y vive en El Talar. La primera vez acompañó a su hermana, que quería pedir una mejora para su salud. No tenía, literalmente, la fe depositada en esta celebración. La miraron raro cuando, conectada a su walkman, gritó un gol de River en medio de una fila que conversaba y cantaba sobre el santo.
“Pero al año siguiente ya decidí agradecer al santo y vengo todos los 7 de agosto. Algunos años estuve en la fila rápida y otros, en la fila lenta. Siempre pido y agradezco la salud y el trabajo. Si hay eso, todo lo demás tiene solución”, contó Griselda, que tiene 61 años y también reparó en la caída en la cantidad de fieles que se acercaban con el correr de las horas a Liniers. “Sólo pensar en el boleto ya es un dinero. Hay gente que venía de lejos y la ida y vuelta en transporte ya le queda lejos de su bolsillo. Ahora no hay plata para tomar el colectivo ni para comprar la yerba para la espera”, sumó.
Los alrededores del templo dan cuenta de que aquí se celebra a San Cayetano, aunque algunos comerciantes dan cuenta de la merma en la convocatoria después de la pandemia. “Ya no preparamos los packs que vendíamos hace algunos años. Bajó la demanda porque hay menos gente y porque hay menos plata para comprar”, explicó Gisela, que atiende su kiosco a media cuadra del templo, sobre la calle en la que se forman las filas cada año. En su momento, allí se vendían bolsas con paquetes de yerba, de galletitas y de sandwichs. Ahora lo más vendido es agua caliente para el mate -que cuesta 300 pesos-, agua embotellada y café -que, según el tamaño, cuesta entre 750 y 1.000 pesos-.
La panadería de la cuadra se llama Bendito Pan y algunas de las santerías allí dedicaron sus góndolas más visibles a pequeñas figuras del santo ofrecidas a entre 3.000 y 5.000 persos. Las espigas de trigo, ofrenda más frecuente al patrón del trabajo, cuestan 500 pesos. “En el último año cerraron dos santerías en la cuadra”, le dijo un comerciante de la calle Cuzco a Infobae, y agregó: “Ya no viene tanta gente como antes, rinde menos”. A diferencia de ediciones anteriores, hubo santerías que esta vez no apostaron tan fuerte a este 7 de agosto, e incluso dejaron sus primeras góndolas sin modificaciones: “Nos piden más objetos vinculados a la religión umbanda que a San Cayetano en este último tiempo”, contó un vendedor.
Alfredo es albañil, vive en Moreno y desde 1984 se organiza para no trabajar los 7 de agosto. Es un común denominador entre muchos de los que hicieron fila, que se reservan un franco laboral para la celebración del santo. “A veces hay más trabajo y a veces hay menos. Yo siempre vengo a agradecer y a pedir para mis hijos y para mis nietos. A mis hijos los traje varias veces cuando eran chicos y algunos años vinieron por las suyas, ya siendo más grandes. Pero después dejaron de venir. A los más jóvenes les cuesta más cumplir o comprometerse con esta fecha, me parece”, explicó. En la filas, había más mujeres que varones y una mayoría notable de personas mayores a los 50 años.
Alicia, que llegó el domingo a hacer la fila lenta para la celebración de este miércoles, también lleva décadas visitando el templo el 7 de cada mes y, con acampe de por medio, los 7 de agosto. Vive en Isidro Casanova y viajó hasta Liniers con Santo, su marido. “Vine por primera vez cuando mi hijita tenía tres años y la teníamos internada en el Hospital de Niños. Pedimos por su salud y mejoró, y nunca dejamos de venir”, contó. “Los 7 de agosto les exijo a mis hijos que vengan a agradecer, nunca está de más agradecer. Vienen, y una de ellas viene cada mes. Pero a los otros les cuesta cumplir. Dicen ‘paso otro día’ y al final no vienen. Creo que es una costumbre que nos quedó a los de nuestra generación”, agregó. Tiene 73 años.
Las horas de espera pasaron entre agujas de tejer -Patricia tiene la costumbre de armar una bufanda en cada espera anual, hacerla bendecir y regalarla-, rondas de mate y de mostrar fotos para dar cuenta de cuánto crecieron los nietos en un año, y oraciones. “A mí me hace bien agradecer cada año, ¿pero cómo hace el que necesita venir a pedir y no tiene ni para tomar el colectivo?”, fue uno de los debates en las rondas de mate. La fila enflaquecida, las santerías cerradas y las banderas umbandas en la vidriera confirmaban la reflexión.