“No sabíamos si la sociedad estaba preparada para escuchar el lado B de la maternidad, porque si nadie te lo cuenta, por algo es, pensábamos. Y dijimos ‘bueno, probémoslo’”. Johanna Gambardella y Victoria Pardo probaron. Sus hijas habían compartido pocos encuentros en el jardín cuando en marzo de 2020 la pandemia inauguró una nueva dinámica social: vivir encerrados, aislados, condicionando la interacción humana a los instrumentos digitales. Mantuvieron el diálogo por Whatsapp porque tenían un interés común: saber cómo estaba la hija de la otra. No se conocían en profundidad. Notaron una sinergia especial y descubrieron que el aislamiento había puesto su maternidad a prueba: eran diferentes pero estaban atravesadas por los mismos temas.
Fundaron Mami Tasking en Instagram (@mami.tasking), una comunidad que desde su génesis tuvo como objetivo exponer todas las aristas del lado B de maternar. Dicen ser embajadoras de la maternidad real y hoy son seguidas por 313 mil cuentas. Johanna tenía 34 años, una hija de dos y otra por venir. Victoria tenía 31 y una hija de dos. Una es publicista, la otra psicóloga. Empezaron con timidez y honestidad brutal. Se presentaron como dos mujeres que deseaban compartir su experiencia sin filtros, como dos madres normales e imperfectas, dedicadas a cuestionar el discurso dominante. “Teníamos claro que era necesario exponer lo que nadie te cuenta sobre cuando tenés hijos”, afirman.
“Cuando empezamos a lanzar esos posteos que eran polémicos, porque de repente uno de los primeros posteos era que yo había odiado dar la teta. Cuando te encontrás con miles de cuentas que favorecen la lactancia y que apoyan y que la idealizan y que te hacen sentir que es fácil”, dice Johanna y sostiene que la gente necesitaba leer situaciones por fuera de los cánones establecidos. “Se empezó a repetir mucho la frase ‘pensé que me pasaba a mí sola’”, agrega.
“Algo que a mí también me dio la pauta, más allá de los seguidores del alcance o del engagement, es la respuesta de las mujeres. En temas en los que quizás no todas vibramos o nos sentimos de la misma manera. Pero si el otro se siente escuchado y se siente valorado, siente que se desromantiza algo que está muy idealizado, me parece que le suma a todo el mundo porque te libera de culpas y empezás a maternar muchísimo más feliz”, sostiene Victoria.
Hacen foco en la idea de desromantizar la maternidad y desdramatizar los extremos, en contar la parte real del hecho de ser madre, en abordar los tabúes y pruritos. “Lo que más disfruto es acompañar a esas mujeres que atraviesan esos procesos, que se encuentren con sus propios gustos, con sus intereses, con esa mujer, además de esa mamá que dejaron ser”, retrata Victoria. Habla de mostrar el abanico entero: “El amor inmenso que le tenemos a nuestros hijos nadie lo duda, pero también está bueno ver que hay un montón de cosas en el camino que cuestan y que hay que atravesarlas, que acompañarlas y que sostenerte de un montón de mujeres”.
Y en esa mirada juzgadora, presa de las comparaciones y rehén de la crítica despiadada, Johanna habla de aquellas mujeres que se sienten malas madres. “Si te sentís una mala madre es porque no lo sos. La que es mala madre no se lo pregunta y probablemente ni siquiera se dé cuenta de lo que está haciendo mal, porque lo normaliza, porque el contexto no le ayuda. Creo que socialmente el sentirse mala madre tiene que ver con que siempre va a haber otra que pensás que lo está haciendo mejor que vos. Entonces eso inmediatamente te inhabilita a poder sentirte mejor madre. Eso también hace que muchas veces lo callan por vergüenza: ¿por qué yo voy a contar esto que estoy haciendo mal cuando va a haber otra que lo está haciendo mejor que yo y me va a juzgar por eso?”.
Define que mala madre no es darle de comer cereales con azúcar a su hija: mala madre tiene que ver con otra cosa. Y ahí radica el quid: no pretender ser perfecta, sino feliz. “Me pasó siendo madre -dice Johanna- que me di cuenta de que pretendiendo ser perfecta me perdí un montón de cosas que estaban buenísimas, que me permitían ser real, que me permitían alinear las expectativas”. “Cuando te definís ‘mala madre’ terminás siendo una mujer valiente, una mujer que está dispuesta a hacerse cargo de que quizás tiene algunos errores y que no es perfecta”, aclara.
En esa premisa de limpiar de concepciones tal vez vetustas y patriarcales, se permiten preguntarse “¿por qué uno no puede terminar odiando la maternidad, incluso amando a sus hijos?”. “Se da por sentado que uno tiene que amar a sus hijos y no quejarse por absolutamente nada, pero si vos estás en tu trabajo y no te gusta más, lo puedes cambiar. Si estás con una pareja que no funciona más, la podés cambiar. Ahora, si sos una buena madre, a tus hijos no los cambias. Me puedo quejar: me quejo porque eso me ayuda a ser una buena madre. Eso me ayuda a que ellos también el día de mañana puedan tomar decisiones con la verdad, con lo que sucedió, Y que puedan valorar el esfuerzo, que no es poco”, valora Johanna, a la vez que critica que el sistema te exige productividad como si no tuviese que criar a un hijo: “Tus hijos tienen que estar impecables, no les tiene que faltar nada, tienen que ser educados, tienen que comportarse bien, cumplir con todos los hitos esperables. Vos tenés que estar digna, regia, trabajar, ser exitosa y que tu pareja no se derrumbe. Entonces todo eso hace que sea inevitable que uno no termine ‘odiando la maternidad’”.
“Yo quiero que mi hija diga ‘yo me acuerdo a mi mamá cuidándose’, porque si queremos criar niños y niñas con autoestima el día de mañana, qué mejor que nos vean a nosotras también priorizándonos a los a nosotras mismas”, asume Victoria, quien considera cada vez más cercana la posibilidad de que sus hijos puedan tomar una decisión más genuina, más real, más íntima de querer tener hijos o de preferir no tenerlos.
Victoria cuenta, asimismo, discrepancias de involucramiento en la crianza y una presión enraizada que nace de una cosmovisión sociocultural que impone roles específicos a madres y a padres. “Me pasa algo muy simbólico -dice Victoria- que es que mi marido viaja muchísimo por trabajo y a mí nadie le pregunta con quién se queda mi hija cuando él viaja por trabajo, porque se espera que mi hija se quede a mi cuidado. Ahora, en seis años de mi hija, creo que me he ido dos noches y me han preguntado todas las personas con quién se quedaba mi hija, cuando la respuesta era con su papá a su cuidado”.
“Él va a un partido de fútbol y los amigos no creo que entre cerveza y cerveza le digan ‘che, ¿tu hija con quién está?’. Es inherente que crezcamos con esa culpa de no me lo merezco, no puedo hacerlo. Hay otro que se lo merece más que yo, por más que ese otro cumple un rol de igualdad en la crianza de nuestra hija. Tenemos que seguir rompiendo y trabajando muchísimo para que esta culpa no nos gane las ganas de hacer cosas que sí deseamos, porque la vida es muy corta”, invita y ruega porque las mujeres “tenemos que criticarnos menos y acompañarnos más”.