“Un repositor de supermercado chino no puede ganar menos de un millón de pesos”

Carlos Lin, descendiente de chinos, comparte su sacrificada experiencia de haber crecido en Argentina. El emotivo recuerdo de sus padres, que montaron uno de los primeros supermercados chinos en el país. El rol del fútbol para ayudarlo en la integración cuando era un niño

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Realidades - Carlos Lin

Carlos Lin, en una charla honesta en Realidades, se pregunta: ¿cuánto sabemos los argentinos sobre la vida de los dueños de supermercados chinos cuando bajan las persianas? Con franqueza, responde a todo.

Recuerda con melancolía cómo la leche chocolatada llevó a su madre a elegir Argentina como su nuevo hogar, evocando su infancia entre góndolas. A pesar de las dificultades iniciales, logró adaptarse y encontró su lugar en el país. Carlos reflexiona sobre la vida de su comunidad, cuestionando qué tanto conocemos los argentinos acerca de su día a día: ¿qué comen?, ¿cómo piensan?, ¿tienen tiempo para el ocio?, ¿viven solo para trabajar?

Enfrentando uno de los mayores mitos sobre los supermercados, confiesa la verdad sobre el rumor de que los chinos apagan las heladeras de sus locales. También aborda las dificultades de ser chino en Argentina, y nos revela cuánto dinero necesitan para vivir, explicando por qué un repositor de supermercado no puede ganar menos de un millón de pesos.

Finalmente, destaca el valor de la palabra y el potencial del turismo como un mercado por explotar: “El turista chino ama el fin del mundo; el simple hecho del título ‘fin del mundo’ hace que muchos gasten 15 mil dólares en un viaje a la Antártida. Hay chinos con capacidad adquisitiva para gastar hasta 50 mil dólares en cada visita”, asegura.

Un mundo desconocido, donde las exigencias, el sacrificio y el amor no encuentran traducción.

Carlos Lin: "El supermercado chino
Carlos Lin: "El supermercado chino es muy sacrificado, laburás es de 8 a 22, vivís para trabajar" (Foto: Candela Teicheira)

—¿Cómo es el mundo chino en Argentina? Yo solo conozco al chino del supermercado de mi barrio.

—Una pregunta que me solía hacer era: ¿cuánto saben los argentinos del supermercado cuando bajan las persianas? Nada. ¿Qué comen? ¿cómo piensan? ¿cómo se divierten? ¿existe algún momento lúdico para ellos? Vos los ves trabajando siempre, de lunes a lunes, feriados, desde la mañana hasta la noche, pero nada más.

—”El chino” siempre está abierto.

— Siempre. Es muy sacrificado.

— Vamos a hablar de tu experiencia. ¿Naciste en Argentina?

— No, yo vine a los dos años a la Argentina. Soy boliviano de Santa Cruz de la Sierra. Mis abuelos salieron de China y se fueron a la isla de Taiwán, del 48 al 49. En Taiwán nacen papá, mamá y toda la familia y de allí, en el año 79, viajaron para Sudamérica, porque estaban sufriendo una crisis económica como la del 2001 en Argentina, y la oportunidad estaba allí. Podrían haber venido a Argentina, a Brasil o a Bolivia, pero como mi abuelo tenía grandes amigos que habían ido a Santa Cruz de la Sierra, la parte rica en ese entonces de Bolivia, buscaron la oportunidad allí. Yo llegué a la Argentina en el 82, en plena Guerra de Malvinas.

— ¿Y por qué decidieron, finalmente, venir a la Argentina?

— Me trajeron por la leche chocolatada. A mi mamá le encantaba la leche chocolatada en Taiwán pero era carísima, no había leche, pero, mi abuelo, que trabajaba bien, una vez por mes traía leche chocolatada a casa. Cuando mamá llegó a Bolivia vio leche chocolatada, pero no era del todo higiénica, venía en bolsita de nylon. Cuando llegó a la Argentina, invitada por su mejor amiga que sí había venido a vivir a Buenos Aires, la llevó al supermercado para llenar la heladera, y cuando mi mamá entró al supermercado vio una fila de leche chocolatada envasada y con tapita, era La Vascongada, entonces lo llama a mi papá, que estaba en Bolivia trabajando y le dijo: “Creo que Argentina es un mejor lugar para nuestros hijos”, y acá estoy.

“Mis padres me trajeron a la Argentina por la leche chocolatada”.

Recién llegados a la Argentina
Recién llegados a la Argentina en Plaza de Mayo. Papá, Lin Chan Shan (Enrique), su hermano Pablo Lin (Yun Chun) y Carlos Lin.

—¿Y cómo fue crecer en Argentina?

—Al principio difícil, muy difícil, yo sufría, no es un país que discrimina, pero sufría la diferencia, pero como lo sufre el anteojudo, el gordo, viste que te dicen: alto, flaco, bueno yo era “el chino”, y por ahí “el chino” en una época donde no había muchos chinos y yo lo sentía despectivo. Me han dicho “chino cochino” y yo me enojaba. Empecé a crecer y la genética permitió que mi hermano y yo jugáramos bien a la pelota, entonces, como éramos habilidosos en el colegio, el fútbol nos salvó de la integración. Sin embargo, a mis primos que no jugaban bien el fútbol y eran más del Family Game, de los jueguitos, les costó más.

Igual, si en Argentina te juntás entre chinos no la pasás tan bien, porque quedás afuera de la conversación, esa es la integración más difícil.

Hoy, pensá que una cajera de supermercado, un fiambrero, tiene una integración difícil pero porque tampoco entiende el idioma, ¿vos viste alguna vez a alguien que trabaje en un supermercado chino veranear en Mar del Plata? ¿viste alguna vez, en cualquier restaurante, chinos y argentinos comiendo todos juntos en una misma mesa?

—Cuando tus padres se instalaron en el país, ¿cómo comenzaron? ¿de qué trabajaban?

—Mi papá, por suerte, sabía hacer bijouterie. Entre el 83 y el 89 tuvo una pequeña fábrica de bijouterie en Saavedra, armó una fábrica de aritos y los vendía en el barrio de Once. Pero en el año 89, cuando abren las fronteras los propios aritos chinos vuelcan el negocio de mi viejo, o sea, se funde. Ya por suerte había comprado la casa fuera del barrio, en la calle Tronador.

—Y mamá ¿qué hacía?

—Mientras papá fabricaba aritos, mamá cuidaba a dos hijos. Yo tenía unos tres o cuatro años en esa época y Pablito, mi hermano, tenía un año. Sin embargo, no nos llamábamos Carlitos y Pablito… El tema fue que mamá nos llevaba a comer enfrente de la estación Saavedra y un mozo llamado Carlos, siempre le preguntaba a mamá cómo nos llamábamos. Ella le decía: “Wen Chen y Yun Chun”. Al segundo día lo mismo “Wen Chen y Yun Chun”. Tercer día se cansó y dijo basta, “a partir de ahora vos sos Carlitos y vos Pablito”.

Además, mamá se tomaba el colectivo 76, que iba hasta Chacarita, se tomaba el subte B y en Once bajaba y vendía los aritos. Un sacrificio para ella, porque no hablaba el idioma y tenía que vender, y yo escuchaba esa dificultad, por eso hablo tan bien español. Por ella. Yo hablaba por papá y mamá.

— Me impactó eso de que hablabas por mamá y papá. ¿Te acordás en qué momento tuviste que alzar la voz y hablar por ellos?

— Sí, a los 8 años. Si lo cuento me puedo emocionar. Se trató de una dificultad de mi vieja vendiendo los aritos. Cuando los vendía yo ya entendía español, entonces, en un ida y vuelta yo entendí que la estaban cagando, porque ella bajaba 10 bloques de aritos y esta gente le estaba pagando 7, entonces tuve que hablar por ella. Tenía 8 años, me acuerdo perfecto, ante esa situación me vi obligado a saltar por ella. Después, ya compraron el supermercado.

De hecho, uno de los primeros diez supermercados de Argentina lo tuvieron mi papá y mi mamá en Franklin y Valentín Virasoro, casi Díaz Vélez, año 89. Una familia se fue, se habían separado, y mamá era muy amiga de la señora cajera, entonces le vendieron el fondo de comercio y Enrique, mi viejo, y mi vieja, compraron eso, les quedaron 200 dólares y arrancaron.

—¿Y le fue bien?

—Sí, y sin idioma. Yo empecé a estudiar en un buen colegio y gracias a ese buen colegio, que era lo único que nos podían dejar, como siempre nos decían: “No le vamos a dejar más nada que buena educación”, me hice comunicador, me hice locutor. Empecé a hablar de manera más profesional, salté en el medio de muchos temas o conflictos del supermercado por mi viejo o por mi vieja, siempre me supe defender bien con la palabra…

— La palabra salva, ¿no?

— El arte de la palabra. Por eso siempre le agradezco a Juan Alberto Badía, porque él me enseñó la palabra y hoy hablo por muchos chinos. Dentro de dos meses vamos a construir una radio en la entrada del barrio chino.

“A mí y a mi hermano, el fútbol nos salvó de la integración”.

Mamá Lin Meng Yu (Lucy)
Mamá Lin Meng Yu (Lucy) y Carlitos Lin, con un año, en el local de ropa oriental que abrieron al llegar al país.

— ¿Cómo es trabajar en un supermercado chino? ¿cuántos supermercados hay?

— Miles. Hubo 10 mil supermercados en Argentina, en la mejor época se hablaba de 15 mil. Ahora podemos hablar de entre 6 mil y 8 mil.

En estos 25 años que te estoy contando rápido abren tantos supermercados, primero, porque era fácil de trabajar, yo puedo venir hoy y llegar a la Argentina de China porque un tío tiene un super y mañana estoy trabajando sin saber el idioma, porque repongo la góndola, porque si tengo que hablar un empleado argentino que sabe le idioma lo va a resolver, porque si estoy en la caja solamente tengo que saber números, un código de barra o el precio. Pero también es muy sacrificado, porque el laburo es de 8 a 22, y así se genera que viven para trabajar.

—¿Y qué hacen cuando no trabajan?

—Vuelven a China para vacacionar, porque allá tienen a su papá, a su mamá, a veces tienen un hijo que volvió a estudiar, no desarrollan la vida social plena en la Argentina, estoy hablando en general, y eso nadie lo ve.

—¿Cómo se crían hijos en una situación tan sacrificada?

—Una mamá china que está atendiendo una caja que de última es empleada, no es dueña todavía de otro chino que está hace más tiempo, tiene un hijo con su marido, con alguien que conoció acá, otro chino, y ese hijo nace y no lo puede cuidar la mamá o se cría entre las góndolas como lo hice yo, ¿pero entre las góndolas cómo se cría un hijo? Por ejemplo, mi hermana, que nació en el 90, Susi, está en París ahora con su hija. Pero ella se crio en una cuna al lado de la caja donde trabajaba mi vieja en este famoso supermercado, “Lucy”, de Franklin 738 en Caballito, pero otros chinos después prefirieron que no se críe así, sino que vuelvan con los abuelos a China y aprendan la cultura, sepan el idioma. Decían que los colegios eran más rigurosos, entonces hubo una etapa, y creo que actualmente también, donde nacen los bebés y se los llevan, y la madre se queda sin el hijo, durísimo, lo sufre. Igual hay que entender que es cultural eso, sienten que no es lo mismo criarse a la deriva en una góndola en un supermercado a que lo haga una abuela que quedó allá.

— ¿Qué es lo que más les cuesta en la adaptación?

— Bueno, todo. ¿Sabes qué es todo? Desde la comida. Un chino no te come una milanesa a la napolitana, un pollo con papas fritas, ya desde la comida hay una lejanía. Desde la idiosincrasia, usos y costumbres, no vivimos como vive un argentino.

Muchos están acá de paso, piensan: “Estamos en Argentina, podemos ganar plata sin saber el idioma y más rápido que si estuviésemos en China”, porque en China la competencia es feroz. Estamos hablando de chinos que estando en China serían pobres, ¿por qué pobres? Porque no tienen la capacidad de formación académica o ágil como para hacer negocios al nivel que China te exige, entonces viniendo a Argentina pueden ganar el dinero que en China no.

— Argentina es para trabajar.

— Sí.

— ¿Y vivir?

— Voy a ser terminante, la Argentina es para facturar, ¿y vivir? Lo eligen después de un tiempo, los que terminan mimetizándose. Puede pasar que un chino se case con una argentina, porque también existe esa mezcla de culturas, aunque no sea la más común, pero por ejemplo es mi caso. De hecho, la comunidad china me mira a mí como argentino, yo para los chinos soy argentino, y para el argentino soy chino. Elegí Argentina por mi mujer…

Es que en realidad el chino tiene una máxima: “Donde hay una necesidad, hay un negocio”. Necesidades aparecen todo el tiempo en todos lados, el chino ve el negocio acá. Pero ahí se generan cosas insólitas y termina faltando siempre la verdadera comunicación, es ahí donde está mi valor. Te termino con este ejemplo: un multimillonario chino, multimillonario, importador, en el 2001 me dijo: “Mi hijo puede venir y pedirme una Ferrari o un paquete de caramelos y los dos se los compro por igual, me cuesta lo mismo, pero solamente hay algo que no le puedo comprar: la palabra, mi hijo no tiene la palabra que tenés vos, esa palabra yo no la puedo comprar”. Básicamente, enseñó que la palabra que yo tenía era multimillonaria.

—¿Cómo se llama tu mujer?

—Irma Pereyra.

—Quiero saber cómo te conquistó Irma.

— Nos conocimos en Mar del Plata de vacaciones, ella es de Banfield… Lo primero que pensé fue en papá y mamá, o sea, si bien no eran ortodoxos, querían que yo me case con otra oriental porque lo que se moría ahí era la comunicación. Papá decía: “Si vos estás con una argentina yo ¿cómo hago con la otra familia? ¿cómo me comunico? Es todo más difícil, en el casamiento van a querer bailar y no sabemos bailar”, cosas así.

“Yo hablaba por papá y mamá”.

Carlos junto a su esposa,
Carlos junto a su esposa, Irma Pereyra.

— Cuando con Irma se pusieron de novios, ¿cómo le planteaste todo esto?

— Vamos a empezar por el principio. Ser chinito en Argentina, tener 16, 17, 18 años y levantarte a una argentina era difícil, tenías que ser el Brad Pitt de los chinos, como me decía un amigo. Era imposible, no te daban bola…

— ¿Por chino?

— Sí, porque era raro ¿cómo una argentina va a estar con un chino? Yo iba al colegio La Salle, y cuando iba a los boliches de Costanera era muy difícil para mí hacer el encare que todos mis compañeros hacían, mucho rubiecito de ojos celestes…

— Ahí sí sentías discriminación.

— No discriminación, pero distancia. Yo me sentía menos. Era un proceso interno por el que estaba pasando, porque no era ni chino ni argentino. Como decía Facundo Cabral: “No soy de aquí ni soy de allá”, era un quilombo el tema de la identidad hasta que lo definí, creo que lo tengo definido.

— ¿Este tema se tocó o afectó a la relación de pareja?

— Con mi mujer lo hablamos mucho. Porque ella varias veces iba al super con mis hijos y la china decía “un bebé chino, mamá argentina”. Era chocante, no parecía la mamá de ese hijo, estoy hablando en la generalidad, porque en el mundo existe esto.

— ¿Qué es lo más difícil hoy de ser chino en Argentina?

— Me pongo ya como un paisano, la señora Chen Meiqin tiene un bodegón, Cisne blanco, en el barrio chino, y lo más difícil para ella es la comunicación. Muchas veces te ven chino y te quieren cobrar más, tenés guita o te va bien, no entendés, pero literal: un turista chino viene a Argentina, va al aeropuerto, si no fuese porque el sistema está buenísimo ahora que por una aplicación sabés cuánto te cobran, le cobraban el triple. Trabajadores de empresas chinas multinacionales, conozco todas, acá se suben a un taxi y los pasean por todo Buenos Aires para llegar a destino y si bien la otra calificada, académica, sube y no entiende Buenos Aires, llegó recién, un viaje de 3 mil pesos se lo cobran 10 mil y lo pagan. Igual ahí hay un poco de chino, que es más tranquilo, no te entra al choque, eso a mí me enerva.

Hay mucho prejuicio todavía sobre China, muchísimo.

— ¿Por ejemplo?

— Por ejemplo, voy a partir de una base muy graciosa. ¿Te acordás que decían que el chino del supermercado cortaba la cadena de frío? Eso es un prejuicio, porque es imposible que hagan eso porque si no te caería mal el yogurt o la leche, y ¿quién te va a volver a comprar? ¿para ahorrar cuánta plata de electricidad? nunca sucedió. Lo que pasó fue que un termostato de una heladera había fallado, entonces, el chino lo regulaba a ojo, pero a la noche se congelaba y él lo apagaba.

Otro prejuicio: el tema de la limpieza, el aseo. Uno siente que ya te juzgan antes de conocerte. Ayer le reclamaba a chicos de entre 19 y 27 años, hijos de papás que habían venido de la inmigración de los 90, que salgan a hablar, les dije: “Ustedes tienen que salir a hablar, tiene que tomar la palabra, hablan perfecto, nacieron en Argentina, hablen y reivindiquen a papá y a mamá, que la rompieron toda trabajando desde las 5 de la mañana hasta las 10 de la noche fabricando tofu”, que es el pan de soja chino en el Barrio Chino. Hoy ellos no tienen ningún problema económico, sin embargo a los chicos chinos hay que ayudarlos y enseñarles a tomar la palabra.

— ¿Cómo crecieron tus hijos y cómo creés que te ven?

—Mis hijos no tuvieron el conflicto de la identidad, ellos son argentinos, tienen un papá que es chino, tienen sangre china y a mí hijo por ahí le dicen “chino” y lo acepta, pero no debatimos eso. Vivimos en armonía y en paz porque, no sé si en general, pero ellos no tienen la distinción que yo tuve cuando era chico, ellos están totalmente integrados.

Ellos ven como que papá tiene un trabajo y hace muchas cosas de China. Hago de todo, yo te recibo al dueño de una empresa de televisores muy conocidos que son sponsors de Var, tanto en la Eurocopa como en la Copa América o en el fútbol argentino, a un magnate de ese nivel que viene en avión privado de Beijing para acá, así como hablo con la señora del bodegón que cocina el chau fan en el Barrio Chino. Mi mundo gira en torno a una China que necesita todo.

“No es lo mismo criarse a la deriva en una góndola a que te críe una abuela que vive en China”.

Cumpleaños familiar: Tiziana (9), Valen
Cumpleaños familiar: Tiziana (9), Valen (5), Bianca (2), Irma Pereyra y Carlos Lin.

— ¿Qué no se bancan los chinos de los argentinos?

— La super confianza. A veces son muy confianzudos. El tocar es una cosa, después lo aceptan, porque la distancia social del chino no es la misma que la del argentino. Pero muchas veces el chino es demasiado desconfiado. Los que hacen negocios con los chinos: bánquense la desconfianza, porque por ahí el límite es extremo, pero una vez que atravesás esa desconfianza y lográs la confianza, se tapa los ojos y te da las llaves de su casa.

—¿Qué consejos le darías a un chino que acaba de bajarse del avión en Argentina?

— El primer consejo que les doy es el tema de la seguridad, hay algo que te preguntan siempre: ¿cómo es la seguridad acá? Segundo, ¿qué es lo que tengo que conocer de Buenos Aires? Aunque ya vienen sabiendo de Caminito, lo típico, uno empieza a contarle otros lugares de Buenos Aires y que exploren la gastronomía, que recorran los barrios que no son los típicos.

Se espera que vengan a la Argentina, aproximadamente, 70 mil chinos para recuperar lo que había antes de cuarentena. Porque con los vuelos directos se puede quintuplicar al turista chino en Argentina, porque aman el fin del mundo, ese hecho del título “fin del mundo”, ahora muchos chinos gastan 15 mil dólares para un viajecito a la Antártida, aman Iguazú, maravilla del mundo. Esos chinos tienen una capacidad adquisitiva para gastarse 50 mil dólares por viaje, hay muchísimos, a ese mercado hay que apuntar.

El quinto viaje de todo chino es Sudamérica, van a Brasil, vienen a Argentina, hay que estar recibiendo ese caudal de turismo, por eso, para cualquier chino con ánimos de hacer negocios el turismo es lo que se viene. Fuertísimo.

—Si te encontrás con un chino que hace 25 años trabaja en Argentina, ¿qué creés que necesitan o quieren hoy?

— Muchos chinitos que están hace 20 o 30 años acá me preguntan: “¿Qué puedo conocer de la Argentina que no conozca?”. Tienen mucha plata, pueden viajar donde deseen, pero así y todo quieren seguir descubriendo a la Argentina.

Carlos Lin: "Un chino no
Carlos Lin: "Un chino no te come una milanesa a la napolitana ni un pollo con papas fritas. No vivimos como vive un argentino" (Foto: Candela Teicheira)

— ¿Cuánto factura un supermercado chino, promedio?

— Vamos a hablar en términos de dólares. A pesar de que el dólar sube y baja y a pesar de que siempre es fluctuante en la Argentina, el chino se queda porque gana más que en China, 5000 dólares tienen que ganar…

— ¿Cinco mil dólares por mes?

— Si, por mes, porque sino no es negocio estar en la Argentina. De 5000 para arriba.

—¿Cómo hace para facturar 5000 dólares por mes?

—Hay algunos que lo hacen por día en Argentina. Un supermercado chino no puede facturar de ganancia menos que eso. Me atrevo a decir generalidades, no conozco lo que facturan, pero no creo que ninguno baje de 5000 como mínimo de ganancia, sacando todos los gastos, el que menos ganas es un profesional.

Yo soy locutor, ¿cuánto ganaría un locutor?, por eso no soy locutor en un medio, aunque me encantaría, siempre soñé con presentar música en una radio, pero no lo hago porque no sería la ecuación que yo, con mi condición de chino, podría hacer, tengo que ganar más.

— El ingreso mínimo de un chino, ¿de cuánto sería?

— El chino siempre tiene que girar a China, a su familia, en dólares, entonces vos no estás hablando de menos de 2 o 3 millones de pesos por mes, pero estamos fuera de la ecuación lógica de un sueldo normal argentino.

La Ruta del Año Nuevo
La Ruta del Año Nuevo Chino en la entrada del Chinatown porteño.

— ¿Pero cuál es el sueldo mínimo de un chino hoy?

—Esa respuesta no se puede responder de una manera taxativa porque no hay un mínimo, no hay un convenio, todos son comerciantes. Entonces, no hay un ingreso para un comerciante fijo.

Un repositor de un supermercado chino, no puede ganar menos de un millón de pesos por mes. Ahora, ese no va a ser repositor toda la vida, a los dos años, se ahorró los 12 millones por año, en tres años 36 millones y eso se usa para otro supermercado chino con otro chino que ahorró también. Es otra forma de pensar la economía, son dueños rápido. Vos estás 15 años ganando un sueldo en Argentina y no llegás a nada, con todo respeto: es otra forma de pensar la evolución económica, es una inquietud para ganar más.

— Si una argentino quiere trabajar con chinos, ¿cuáles son los requisitos para hacerlo?

— Primero, ser totalmente decente, o sea trabajar, respetar a ese chino. Como te dije, vos tenés que ganarte la confianza del patrón, ese patrón va a ser muy bueno con vos y mucho más flexible cuando confíe, porque el chino necesita alguien que le ayude a resolver problemas. Si vos lo lográs, el chino no le tiene miedo al sueldo. De hecho, hay una frase china que dice: “No hay que tenerle miedo al sueldo, porque alguien puede preguntar ‘¿cuánto pretende usted ganar?’ y yo respondería ‘6 millones de pesos por mes’. Perfecto, vamos a ver cuánto usted me rinde a mí como empresa”. Si tu trabajo le rinde a la empresa 20 millones, te pagará los 6 millones sin problema.

“Muchos chinos gastan 15 000 dólares para un viajecito a la Antártida”<b>.</b>

Carlos junto a su familia.
Carlos junto a su familia.

— Siento que la palabra a vos te salvó, te guio, te potenció, ¿con qué palabra te definís o qué palabra te gustaría decirle a la gente que te está escuchando, viendo esta nota?

— Una palabra china que usamos para saludar o para despedir es “Xinkú”.

— ¿Qué significa “Xinkú”?

— Sacrificio, sacrificio. ¿Qué significa? Sin miedo al esfuerzo, sin miedo al trabajo, ir adelante contra viento y marea, eso es la garantía del éxito.

—Tu mayor sacrificio ¿cuál fue?

— Mi mayor sacrificio fue siendo muy chico ayudar y respetar a papá y a mamá, pero no es un sacrificio, es lo que más me costó siendo chico, sin embargo, es una obligación, y ahí me llevás a otra palabra china, “Xiáoshún”; es una palabra que no existe en español. Se dice “Xiáoshún hacia los padres y no significa respeto, pero habla de respeto; y no es admiración, pero también es admiración; no es amor, pero es amor, respeto, admiración. Cuando ponés en Google la palabra “Xiáoshún”, la traducción es: amor filial. ¿Cuántas veces en español vos vas por la calle y utilizás la palabra “amor filial”? Nunca, y sin embargo los chinos lo dicen todos los días, porque todos los días te comunicás con tu papá, con tu mamá, estés donde estés; tengas 44 años, las decisiones importantes las tomás con papá y mamá, y se las decís, porque nosotros toda la vida, hasta el último día, hacemos el “Xiáoshún”.

“Sin miedo al esfuerzo, sin miedo al trabajo, ir adelante contra viento y marea, eso es la garantía del éxito”.

Mirá la entrevista completa:

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