Buena parte de los que habitamos el cono sur intuimos que los que practican la fe judía y se afincaron en estas latitudes provienen de Rusia, de Alemania de Polonia, etc… Y todos conocemos, gracias al cine, lo hecho por Oskar Schindler en pleno Holocausto. No tan conocida es la historia ocurrida en una ciudad de Galicia que mantiene vivo el espíritu del Sefaradí. Una importante localidad de Ourense que supo ser capital del Reino de Galicia, donde hubo en ella varias personas que arriesgaron sus vidas para salvar a los judíos durante el nazismo.
Ribadavia es el nombre de la ciudad donde sucedieron los hechos. “Ribadavia, tierra de vides y vinos del Ribeiro; / de historias de meigas y de “santas compañas” y del castillo de los Sarmiento; / de judíos expulsos y de judíos conversos y de judíos que continuaron con su credo / Ribadavia, que duermes recostada sobre los ríos Miño y Ávia; / que la protege desde su ermita la Virgen del Portal patrona del Ribeiro/ la cual sostiene sobre sus brazos el cuerpo de su Sagrado Hijo ya muerto.”
En ese lugar se concentró la mayor población de los judíos gallegos. Se desarrolló en la ciudad una comunidad judía que se estableció en torno a la llamada “Porta Nova”, atraída por posibilidades para hacer crecer sus negocios. La población judía alcanzó un gran número y se presume que adquirieron una relevancia comercial notable en la exportación de productos vitivinícolas debido a sus contactos en el norte de Europa. Ejercieron oficios de artesanos como herreros, sastres, zapateros, etc. No fueron solo comerciantes. El Barrio Judío de Ribadavia fue declarado monumento nacional y todavía conserva sus características del medioevo.
En el año 1386, los ingleses, bajo el mando del duque de Lancaster invadieron y saquearon Ribadavia Tras un largo y épico asedio en el que los burgueses resistieron más que los caballeros, los ingleses ocuparon el pueblo durante nueve meses antes de ser vencidos. Los habitantes de la judería mostraron especial firmeza en la defensa de las murallas de Magdalena y Porta Nova. De todos modos sus hogares fueron arrasados con particular ensañamiento por parte de las tropas extranjeras.
En 1494, cuando los Reyes Católicos expulsaron a los judíos de los territorios, algunos mantuvieron el culto judío en secreto, como muestran los famosos hechos de El Malsín (Definición de persona cizañera y soplona). Así se lo conoció a Xerónimo Bautista de Mena, quien denunció al Santo Oficio, en 1606, una lista con 200 personas acusadas de mantener la práctica de la ley de Moisés a pesar de estar bautizados como cristianos. No dudó en entregar a su propia madre, Ana Méndez, y a sus hermanos y cuñados. En 1607 se practicaron la mayoría de detenciones, ya que muchos de los denunciados habían escapado en 1606. Ese mismo año Xerónimo Bautista de Mena, el acusador, apareció asesinado en una calle de Ribadavia, sin que se jamás se supiera quienes habían sido los culpables del crimen. En 1608 se celebró en Santiago de Compostela un gran auto de fe con 28 acusados de Ribadavia que fueron quemados en la hoguera. En 1609 se celebró un nuevo auto con siete personas más procedentes de la villa. Sin embargo, al final, las investigaciones del Santo Oficio hicieron que las sospechas recayeran sobre el propio acusador. Se desenterró su cuerpo y se quemaron sus huesos por herejía en 1610.
Pasaron los años y los siglos y los judíos de Ribadavia se convirtieron al cristianismo. Los Sefaradíes ribadenses adoptaron el catolicismo romano como su fe, pero hubo varias cosas que no olvidaron: sus raíces judías, su lengua sefaradí (“el Ladino”), sus fiestas y sus comidas. El barrio judío de la ciudad permaneció y permanece tal cual había sido en siglos anteriores. En la plaza de la Magdalena, se encuentra el edificio que albergó la sinagoga. Todo llevaba un ritmo tranquilo casi como las corrientes de sus ríos que besan sus orillas, la vida era interrumpida por fiestas y celebraciones. Los mayores cantaban canciones en Ladino que transmitían a los más jóvenes. El 4 de marzo de 1881, se inauguró la estación de ferrocarril de Ribadavia, paso importante de la vía férrea entre Vigo y Orense. Tiene una íntima relación con la historia que homenajea a Lola, Amparo y Xulia, las hermanas Touza-Domínguez.
Antón Patiño Regueira en su libro póstumo, “Memoria de Ferro” (2005), se refirió por primera vez -públicamente- a las tres hermanas Touza-Domínguez. En uno de sus microrelatos se ocupa de exponer la red establecida por las hermanas para salvar a los judíos que huían de la persecución nazi y constituye el primer testimonio del Holocausto judío escrito y publicado en gallego. Patiño Regueira escribió: “Regentaban el quiosco de la estación de ferrocarril de Ribadavia y allí despachaban melindres, rosquillas y pavías de Beade y Vieite. También licor café y vinos del Ribeiro de renombre que les servían para ahorrar en el día a día y mantener la casa porticada de la calle del juez Viñas número 2. Allí vivían y de allí salía la masa de harina de trigo con destino al horno de la misma calle. Llegaban después las viandas al quiosco de la estación para hacer coincidir su venta todavía caliente con el horario de salida o de llegada de los trenes. Lola había tenido un hijo de soltera que crio con el apoyo de sus hermanas. Siempre estuvieron muy unidas en el seno de una familia numerosa…”
Y agrega: “Los malos tiempos del ´36 (la Guerra Civil española) los pasaron con la pérdida de alguna amistad por el camino, pero, curados del desastre mayor, sintieron llegar otro de Europa. Era el de los judíos perseguidos que las hermanas Touza-Domínguez, Lola, Amparo y Xulia se comprometieron a salvaguardar juramentadas en una red de apoyo. Ellas eran las que desviaban hacia Portugal a todos aquellos que escapaban del gaseamiento y de la persecución cuando llegaban a Galicia. Lola Touza tejió una malla clandestina con el concurso de un familiar taxista Xosé Rocha Freixido y de Xavier Míguez, también taxista con parada en Ribadavia. Con la llegada de un tren previamente señalado, de noche o de día, Lola siempre atendía a los viajeros en situación de auxilio. Escondía a los huidos en su casa y les daba de comer y descanso con la complicidad familiar de sus hermanas. En el silencio de la noche apuraba la conducción hacia la frontera. En el auto de Rocha o el de Xavier se enfilaban por Reza, Paixón, Arnoia y Meréns, encomendandose a la suerte hasta llegar a una frontera donde acercar a los huidos. Eran años de hambre, pero Lola, Amparo y Xulia trasvasaban sin miedo a judíos y perseguidos que venían ya marcados y contactados desde Monforte. Los enlaces los conducían hasta ellas y hasta su quiosco de la estación corriendo siempre con los gastos de los coches y de los guías que esperaban en la frontera de Portugal. Lola murió el 26 de junio de 1966. Amparo descansó el 6 de febrero de 1981 y Xulia desapareció el 6 de junio de 1983. Juntas vivieron y juntas están enterradas en el cementerio de Ribadavia. Los bolsos de las hermanas Touza-Domínguez siempre tuvieron fondo para sacrificarse por la honra de sus antepasados y por la libertad de los desconocidos”.
La historia de las hermanas Touza-Domínguez se había mantenido en secreto durante añares. Eso ocurrió porque las mujeres hicieron un voto de silencio. ¿Qué fue lo que desató el heroísmo de salvar la vida a más de 500 judíos? ¿Fue el hecho de vivir en una ciudad con profundas raíces y tradiciones judías? Tal vez, pero indudablemente fue el ser humanas por sobre todas las cosas.
El pequeño quiosco de la estación de Ribadavia servía de escondite, así como su casa, en la que fue construido bajo tierra un sótano de 20 metros cuadrados disimulado bajo un falso suelo. Allí se guarecían. Allí comían los refugiados con lo que las hermanas podían conseguir. Pero la tarea humanitaria de las hermanas no terminaba en las acciones de alimentar y esconder a los perseguidos. Cuando lograban que cruzaran la frontera, además, les daban algo de dinero -que no les sobraba- para que pudieran establecerse Portugal. Así lo relató uno de los sobrevivientes, que devolvió la moneda de plata que Lola Touza le había dado. Esa moneda, un símbolo inequívoco del agradecimiento de uno de los ayudados por Lola Touza la recibió Julio, su nieto.
La Gestapo llegó a patrullar Ribadavia varias veces, sólo para navegar en el silencio. Nadie sabía nada, nunca ocurría nada, nunca pasaba nada en Ribadavia solo el pequeño murmullo de los días que pasaban sin más. Entre 1941 y 1945 fueron más de cuatro las inspecciones de los nazis, pero nada… los ribadenses actuaban como los muros de un convento: cerrados a cal y canto. Hasta la Guardia Civil del gobierno de Francisco Franco ignoraba lo que sucedía en ese poblado. Pero todos los refugiados sabían de “Las Madres”, tal era el nombre con el que se las conoció a las hermanas
Pero la red de ayuda no se limitaba solo a las hermanas Touza-Domínguez, además estaba Ramón Estévez “el barquero”; los dos taxistas: Xavier Míguez y Xosé Rocha Freixido y un intérprete improvisado, Ricardo Pérez. La red era muy pequeña y guardaron el secreto. ¿Pero por qué ese gesto de heroísmo fue escondido bajo un hermetismo absoluto? Antón Patiño, el autor del Libro, conocía la trama, pero le había jurado a Lola en 1964 que no publicaría nada hasta el momento en que todos los integrantes del grupo hubiesen muerto.
El periodista Diego Carcedo, en su segundo libro sobre la actuación de los españoles que se enfrentaron al Holocausto, dedicó un capítulo a las hermanas Touza. En esas páginas se explica el riesgo que corrieron: “…Gracias a la personalidad persuasiva de Lola, todos ellos se prestaron sin reservas a ayudar y a asumir los riesgos que implicaba transportar extranjeros hasta la frontera. Su preocupación aumentó cuando corrió el rumor de que miembros de la Gestapo llegaban de vez en cuando y husmeaban por el pueblo en busca de sospechosos, prueba de que tenían indicios de que algo se tramaba por allí. Pero en tres años no consiguieron detener a ninguno ni identificar a quienes los protegían. Intentaban pasar inadvertidos. Solo les faltaba hablar gallego. Pero se les olía a la legua -recuerda un viejo contertulio del casino-. Aquí nos conocíamos todos. Nadie delató a nadie. Si alguien sabía alguna cosa, lo calló”.
Es verdad, toda la ciudad lo sabía, pero el pacto de silencio parece haberse sellado con sangre en cada uno de los ciudadanos de esa comarca. Aún en presencia de la Gestapo o de la Guardia Civil, nadie decía hablaba. Ante cualquier pregunta, solo encontraban el silencio, como si quien preguntara algo sobre “las Madres” lo estuviera haciendo en chino. La casa de las Hermanas Touza-Domínguez está ubicada a metros de la Plaza Mayor y frente al costado del palacio municipal, es decir que es de “Familia Noble y principal”, según los cánones antiguos. Mientras más cerca del centro, más importantes sus moradores. A ojos vista de todos. Parece que la horrible denuncia del “El Maslin” Xerónimo Bautista de Mena, que hiciera siglos atrás al Santo Oficio, todavía causaba repulsión a los habitantes de ese lugar.
Terminó la Segunda Guerra y cada cual volvió a lo suyo. España estaba bajo la dictadura de Franco. Las hermanas mantuvieron sus costumbres como si nada, como si nunca hubiese sucedido lo que sucedió. Lo mismo hicieron el barquero, el intérprete y los taxistas. Poco a poco fueron muriendo. Y ahí, liberado del pacto de silencio, se dio a conocer la historia.
En septiembre de 2008, el Ayuntamiento de Ribadavia colocó una placa en homenaje donde vivieron “Las Madres”: “A las tres hermanas Lola, Amparo y Julia Touza. Luchadoras por la Libertad”. Ese mismo año, el Centro Peres por la Paz plantó en Jerusalén un árbol, con el nombre de Lola Touza, para recordar su heroísmo. También se escribieron obras de teatro que recuerdan los hechos, como “Las Touza” en México o la novela de Emilio Ruiz Barrachina “Estación Libertad”.
Ellas permanecieron toda su vida en el anonimato. Salvaron personas con la colaboración de los taxistas, el intérprete y el barquero. Corrían por su sangre el lamento del judío expulsado por la intolerancia o el haber tenido que abrazar una fe para poder sobrevivir. Ninguna de ellas era practicante del Judaísmo, pero su ciudad y su fe fundían sus cimientos en la fe de Abraham, de Isaac y de Jacob, la fe de nuestros padres.