Lleva el ritmo en la sangre. Mantiene su humildad intacta. Y jamás pierde la sonrisa. Por eso, Jorge Rodríguez es el profesor que eligen los famosos de la Argentina cuando quieren aprender a bailar salsa. Nació hace 56 años en Santiago de Cuba. Y aunque amaba su tierra, en cuanto tuvo la oportunidad buscó una manera poco ortodoxa de emigrar para tratar de escapar de las carencias y ayudar a su familia. Así fue como, hace casi tres décadas, desembarcó en Buenos Aires, donde desarrolló una carrera ligada a la danza, que le permitió recorrer varios programas de televisión y entrenar a figuras como Graciela Alfano, Claudia Villafañe y Alberto Cormillot, entre muchos otros. Y hoy, además de dar clases en La Viruta y organizar eventos, se ocupa de animar las fiestas de las celebridades que lo aman.
—¿Cómo fue su infancia en la isla?
—Tuve una niñez feliz. Yo soy el menor de seis hermanos, hijos de obreros y campesinos. Y crecí en un hogar en el que había mucha música. Mis padres, Jorge Antonio y Emilia, siempre bailaban, sobre todo los domingos. Y yo tengo ese recuerdo muy nítido en mi mente. Así que fui un chico alegre. Además me gustaba practicar deportes y era muy sociable. O sea que fue muy linda la infancia que tuve.
—¿Llegó a pasar necesidades?
—En el momento en que yo nací, Cuba no estaba mal económicamente porque tenía excelentes relaciones con la ex Unión Soviética. Así que no había empezado ese “período especial” que sigue hasta el día de hoy. No nos sobraba nada, pero tampoco nos faltaba. Mi papá trabajaba como tornero y mi mamá era ama de casa, aunque después se empleó en una tienda de ropa. Y vivíamos bien.
—¿Aún no había comenzado la escasez?
—No, eso vino después. Fue a partir del año ‘89, cuando Rusia decidió no estar más vinculada políticamente con Cuba. Ahí es cuando empezó a sentirse la crisis. Pero, para entonces, yo ya era un joven de más de veinte años.
—¿A qué se dedicaba usted en ese momento?
—Estaba estudiando Ingeniería Mecánica, pero en paralelo realizaba actividades culturales que es lo que siempre me apasionó.
—Perdón, ¿por qué estudió Ingeniería mecánica entonces?
—Mi papá había comenzado a estudiar esa carrera pero no se pudo recibir porque tenía que trabajar. Así que, desde que yo nací, me dijo: “Tu tienes que ser ingeniero mecánico”. De hecho, me recibí, pero dejé el título en la casa de mi padre, que falleció hace un tiempo. Porque, después de un año de dedicarme a eso, le hice entender que no era lo que yo quería. A mí me gustaba la poesía, el arte y la danza. Además, pertenecía a la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba. Y había un evento muy lindo que era El Festival de la Cultura Caribeña en Santiago, del que yo siempre participaba. Por eso, aunque cumplí el mandato paterno, nunca sentí que vibrara con la ingeniería y la dejé.
—¿Qué pasó después?
—Obviamente, la situación general de Cuba empezó a empeorar. Había escasez de muchas cosas, desde alimentos hasta maquinarias y combustible. Porque Rusia era quien abastecía a la isla de todo. Y lo que se dijo en ese momento era que había que vivir con lo justo. De hecho, recuerdo que en un congreso de mujeres, Fidel Castro dijo: “Guarden esos vestidos que tienen porque el año que viene los van a tener que usar otra vez”. Como anunciando lo que se venía...
—¿Y qué fue lo que se vino?
—Cuba tuvo que empezar a vivir con lo que generaba, que era muy poco. Vendía azúcar, pero el precio había bajado y no alcanzaba con eso. Y, al caer la infraestructura, también decayó el turismo. Así que empezó un período muy duro.
—¿Cómo lo vivió usted?
—A mí me salvó la música y el baile, porque canalicé todo por ahí y no me dejé angustiar por la crisis. Así fue como, allá por el año ‘96, conocí a unos argentinos, muy simpatizantes del pueblo cubano, que habían ido de vacaciones. Y ellos me invitaron a hacer un intercambio. Yo obviamente, les dije que sí. Pero pensaba que no se iba a concretar, hasta que un día me llegó la carta de invitación con el pasaje para que viniera a conocer este país.
—¿Cuánto se suponía que iba a durar su estadía?
—Yo tenía que regresar a Cuba a los tres meses. Pero, estando aquí, vi la posibilidad de trabajar. Y empecé a dar clases de baile en una escuela que se llamaba Danzario Americano, que fue donde comencé mi carrera profesional en la Argentina.
—¿Qué pasó cuando se cumplió el plazo de su invitación?
—Yo me di cuenta de que era mi única oportunidad. Así que pregunté en la Embajada de Cuba cómo podía hacer para quedarme de manera legal. Y me dijeron: “Tienes que casarte y pedir un permiso de residencia en el exterior”. Con lo cual me puse en campaña para conseguir a alguien...
—¿Una novia?
—Más que una novia, una mujer que se quisiera casar a cambio de plata (se ríe). Era la época del uno a uno. Así que, a través de una amiga, di con una chica a la que le pagué mil dólares para que se casara conmigo. Ella no tenía ningún problema en contraer enlace y le venía muy bien ese dinero. Además, siendo mi esposa tenía la ventaja de poder estudiar teatro en Cuba con una beca en lugar de tener que pagar los honorarios de los turistas. O sea que era beneficioso para los dos. Y fue muy cómico, porque cuando fuimos al Registro Civil el juez empezó a dar un sermón diciendo que el matrimonio era la base de la sociedad...
—¡Qué momento!
—¡Imaginate! Nosotros nos mirábamos como diciendo: “Nada que ver, esto es un negocio”. Pero tuvimos que vestirnos de novios y hacer todo el acting, cuando yo a esa chica la vi solo tres veces en mi vida: el día que nos casamos, cuando nos divorciamos a los dos años que era lo mínimo que teníamos que estar juntos según la ley y, en otra oportunidad, cuando tuvimos que firmar unos papeles.
—¿Nunca se consumó el matrimonio?
—No, no, no...Nunca se consumó (se ríe).
—¿Cómo siguió su vida ya como residente argentino?
—Empecé a tener mucho trabajo con el tema del baile, los talleres, las animaciones y de los shows. También con las charlas de cultura afrocubana. Y a verdad es que se me abrió mucho el panorama laboral. Creo que tuve la suerte de estar en los momentos justos en el lugar indicado y de hacer las cosas bien. Así no solo me fue bien aquí, sino también en Punta del Este donde tuve la oportunidad de conocer a figuras como Ricky Martin o Valeria Mazza.
—Aquí se lo conoce como el profesor favorito de los famosos...¿A quiénes le dio clases de salsa?
—¡A un montón! Te puedo mencionar a Grace Alfano, a Catherine Fulop, al doctor Alberto Cormillot, a Claudia Villafañe, a Karina Rabolini, a Mora Godoy...
—¿Lo vienen a buscar porque quieren clases particulares o se unen a las grupales?
—Depende del caso. En general, los famosos odian las clases grupales porque no se pueden relajar. Así que coordinamos algunos días para que yo los pueda entrenar personalmente con ellos en un gimnasio. O, por ahí, arman un grupo pero con sus amigos, para que yo les de clases en su casa y puedan aprender a bailar y divertirse sin tener tanta exposición. Sin embargo, hay algunos que van a las clases multitudinarias.
—¿Por ejemplo?
—Puedo destacar el caso de Claudia, que se sumaba a clases donde había ochenta o cien personas sin ningún problema. Y bailaba con todo el mundo. La verdad es que es una mujer con una gran humildad y fue un placer trabajar con ella.
—¿Es verdad que también lo contrató para animar el cumpleaños de quince de Dalma?
—Exactamente. Es que yo le daba clases también a ella, así que me convocaron para la gran fiesta. Debo decir que Dalmita aprendió muy rápido y que Claudia baila muy bien. ¡Así que fue una noche tremenda! Y para mí fue muy emotiva, porque se hizo en la Bombonera a la que yo nunca había ido antes.
—¿Ahí lo conoció a Diego Maradona?
—Sí, de hecho soy la envidia de muchos porque también tengo una foto con él. La verdad es que fueron muchos los famosos a los que tuve la oportunidad de conocer gracias a mi trabajo.
—¿Y se acostumbró a vivir en la Argentina?
—Sí. Mira: yo encontré en este país mucha cultura y una muy buena recepción por parte de los argentinos. No sé si es por la historia que hay con Cuba, pero me sentí muy bien recibido. Me apodaron “el ingeniero de la salsa” por mi título. Y logré hacerme de muchos amigos que me ayudaron hasta que yo me pude integrar por completo. Así que fue fácil para mí adaptarme a vivir aquí.
—En general, a los caribeños les cuesta mucho el tema del clima...
—El frío es la parte más difícil, pero con una buena campera y un poco de salsa se soluciona.
—Después de su pseudo matrimonio, ¿volvió a formar pareja?
—No puedo vivir solo del baile...¡Soy un ser humano! Y sí, me enamoré y estuve seis años con una muchacha argentina muy capaz e inteligente, a la que admiro mucho. Pero, por esas cuestiones de la vida, la relación se terminó de buena manera. Y ahora estoy solo.
—¿Tuvo hijos?
—No.
—¿Le gustaría?
—Si se da, sí. Pero tampoco es algo que ando buscando.
—O sea que en la Argentina solo tiene amistades...
—Claro.
—¿Su familia está toda en la isla?
—Tengo a mi mamá y a mis cuatro hermanas, porque mi hermano mayor falleció.
—¿Y qué extraña de Cuba además de sus afectos?
—La playa. Y alguna que otra comida, como el arroz congrí o la ropa vieja que me preparaba mi mamá de niño y que hoy me sigue preparando cada vez que voy a visitarla.
—¿Cada cuánto va verla?
—Más o menos, cada dos o tres años. Mi última visita fue en junio. Y es duro, porque uno se encuentra con un país que está en una situación bastante difícil. La que vive ahí es mi gente. Y duele. Yo, obviamente, ayudo a mi familia. Pero a veces estoy aquí y pienso que me gustaría estar tomando un café con mi mamá, cuando ella está tan lejos.
—¿No intentó traerla?
—Sí, la traje hace unos años para ver cómo se sentía. Y no se adaptó. Se pasaba todo el día mirando la televisión y no quería salir. Así que, cuando yo me iba a trabajar, mis amistades trataban de acompañarla un rato. Pero yo estaba estresado pensando en que ella estaba sola y aburrida. Me decía que estaba bien porque no quería preocuparme, sin embargo extrañaba demasiado. Y yo me daba cuenta. Así que le compré el pasaje para que se volviera a Cuba.
—Convengamos que es otra idiosincrasia: acá no se ven las charlas en la calle, la música, la bulla...
—Y ella estaba acostumbrada a todo eso. Es un persona grande, va a cumplir noventa años. Y sintió mucho el desarraigo. Ojo, yo también lo sentí en su momento. Lo que pasa es que yo tenía un objetivo y sabía que esta era la oportunidad de mi vida, así que eso fue lo que me hizo más fuerte.
—Muchos creían que cuando ya no estuviera Fidel Castro el régimen se iba a terminar, pero siguió con su hermano Raúl y ahora con Miguel Díaz-Canel, incluso después de las manifestaciones del 2021. ¿Qué piensa de esta situación?
—Es una pregunta fuerte para mí. Yo pienso que mi país, mínimamente, se merece el derecho a elegir en qué sistema socio político quiere vivir. Y que, después de sesenta y pico de años, está claro que más allá del bloqueo el sistema no ha funcionado. Porque, si no, yo no me hubiera ido de Cuba. Así que, en el mundo actual, no tiene sentido seguir en lo mismo. Respeto a mis amigos que viven allá y piensan distinto a mí. Pero yo entiendo que al día de hoy, tiene que haber por lo menos otra opción. Y no la hay. Yo le agradezco a la Revolución porque, siendo hijo de campesinos y obreros, de lo contrario no hubiera podido estudiar. Pero después, a nosotros nunca se nos preguntó nunca qué queríamos como sociedad.
—Sucede que, una vez derrocada la dictadura de Fulgencio Batista, se terminó convirtiendo también en un gobierno autoritario...
—Es que en aquel momento fue genial. Pero por eso a mí me gusta mucho cuando Silvio Rodríguez dice que, a veces, a la palabra “revolución” hay que sacarle la “r” para que empiece la “evolución”. Porque estamos hablando de una revolución del año 1959 cuando estamos en el 2024 y el mundo es otro. Hoy hay otras generaciones que tienen nuevas inquietudes. Y por eso yo pienso que no se justifica que mi país no pueda tener el derecho a elegir su destino. Por lo menos el derecho, después veremos qué pasa. Pero yo, desde que nací, solo vi una opción que era la del Partido Comunista de Cuba.
—¿Sueña con poder volver a su patria en algún momento?
—Sí. Siempre digo que yo me fui de Cuba, pero Cuba nunca se fue de mí. Yo estoy regresando a Cuba todo el tiempo, porque estoy las veinticuatro horas conectado con la cultura, la música y los recuerdos. Pero, concretamente, me gustaría volver. En Cuba sale el sol todos los días y tenemos más de trescientas playas. Así que el cubano siempre quiere vivir en Cuba. Y si cambian las cosas, si se ve alguna apertura en cuanto a lo sociopolítico, claramente viviría en Cuba. Pero en esa Cuba que todavía no conocemos.
—¿Una Cuba libre?
—Exacto. Donde pueda estudiar como lo hice, pero también pueda emprender o pensar distinto. La palabra clave es “elegir”. Elegir qué quiero, cómo lo quiero. Si uno no puede elegir, Cuba puede ser muy linda pero los cubanos nos tenemos que ir.