La muerte de Evita: una operación tardía, el ocultamiento de su enfermedad y el funeral más largo de la historia

El 26 de julio de 1952, Eva Perón murió víctima de un cáncer. Cómo fueron los últimos meses de una mujer que desoyó los consejos médicos, el complejo operativo para mantener oculta la identidad del médico que la operó y las alternativas del velorio

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 En 1949 habían aparecido los primeros síntomas de la enfermedad. Sin embargo, Eva Perón continuó con su ritmo de trabajo habitual
En 1949 habían aparecido los primeros síntomas de la enfermedad. Sin embargo, Eva Perón continuó con su ritmo de trabajo habitual

Los técnicos del Senado se la vieron en figurillas para hacer lo más audible posible la grabación que debían pasar en el recinto. Era la voz de Eva Perón, quien hizo un esfuerzo tremendo para hacerse oír cuando alentó a los legisladores peronistas a mantenerse fieles “a la causa del líder” y que por ninguna razón abandonasen esa lucha.

En esa misma sesión, primera semana de julio de 1952, se aprobó el proyecto para erigirle un monumento en pleno centro porteño donde debían depositarse sus restos. La esposa de Perón, el alma mater de la fundación que llevaba su nombre, la denominada abanderada de los humildes, guía espiritual de la Nación y la candidata frustrada a la vicepresidencia en las elecciones de noviembre de 1951, se estaba muriendo de cáncer y el mundo peronista ya había empezado los homenajes anticipados para su inminente muerta ilustre.

17 de octubre de 1951: Eva se abraza a su marido. Sabe que es el último día de la Lealtad en el que estará presente
17 de octubre de 1951: Eva se abraza a su marido. Sabe que es el último día de la Lealtad en el que estará presente

Según sus allegados, ella nunca prestó atención a las cuestiones de salud, disimulaba sus dolores, no se alimentaba adecuadamente y su agenda desarrollada en las oficinas del ministerio de Trabajo y Previsión, en la actual legislatura porteña, siempre estaba atiborrada y volvía a la residencia presidencial de madrugada, casi cuando su marido se levantaba. Desde 1949, Perón la notaba cada vez más pálida y anémica.

Su salud empeora

El 9 de enero de 1950 el verano se hacía sentir en Buenos Aires. En un acto de inauguración de un local del sindicato de taxistas, a Eva la sorprendió un fuerte dolor en la ingle, al punto que le costó hablar. Cuando regresó a la residencia, el doctor Oscar Ivanissevich, su médico de cabecera, diagnosticó apendicitis aguda, y debía operarse lo antes posible.

La intervención fue al día siguiente en el Instituto Argentino de Diagnóstico y Tratamiento. La sorpresa fue cuando Ivanissevich descubrió que el apéndice estaba sano. Le examinó el abdomen y tocó algo raro en el útero. Tuvo fuertes indicios que estaba frente a un cáncer.

Hizo un gran esfuerzo para estar presente en la ceremonia de asunción de su marido en su segundo período presidencial. Hasta se le construyó un arnés especial, disimulado por el tapado, para que pudiera ir parada
Hizo un gran esfuerzo para estar presente en la ceremonia de asunción de su marido en su segundo período presidencial. Hasta se le construyó un arnés especial, disimulado por el tapado, para que pudiera ir parada

El 14 fue dada de alta. El propio Ivanissevich le propuso someterse a una operación de cuello uterino, pero ella sospechó que era parte de un plan para sacarla de la política y se negó rotundamente. Algunas versiones sostienen que hasta le revoleó la cartera al médico. Inútil fue explicarle que su mamá había sido operada dos años antes de lo mismo. La mujer, Juana Ibarguren, viviría hasta 1971.

Esa decisión la condenaría a muerte.

A partir de ahí sufrió pérdidas y la anemia pasó a ser una constante en su vida. Ella presintió que las cosas no iban bien. En un mensaje del 14 de junio de 1950 dijo que “creo que el mejor homenaje que a diario le rindo a Perón es quemar mi vida en aras de la felicidad de esos humildes…”

En agosto de 1951 se le practicó una biopsia. El diagnóstico fue el peor: carcinoma endofítico, avanzado y extendido. Ante ese oscurísimo panorama, la mamá y hermanas de Eva fueron terminantes: ella no debía saber que tenía cáncer. Perón estuvo de acuerdo. Su enfermedad pasó a ser una cuestión de Estado.

 Hacía unos días que había sido operada, y llevaron una urna para que pudiera votar en las elecciones presidenciales del 11 de noviembre de 1951, la primera en la que votaron las mujeres
Hacía unos días que había sido operada, y llevaron una urna para que pudiera votar en las elecciones presidenciales del 11 de noviembre de 1951, la primera en la que votaron las mujeres

El ginecólogo Jorge Albertelli aceptó ser su médico y luego de revisarla, anestesiada, le advirtió a Perón que estaban frente un cáncer agresivo, localizado en el cuello del útero y, como estaba desarrollado, las posibilidades de curación eran mínimas. Por de pronto sería sometida a un tratamiento con radium, cuya primera dosis se la aplicaron en esos días convulsionados del levantamiento del general Benjamín Menéndez.

Cuando volvió de la anestesia y se enteró de lo que había pasado el país, quiso grabar un mensaje, que esa noche se emitió por radio.

Cuando el radium hiciese efecto, debía ser operada con los mejores cirujanos oncólogos, en base a un delicado operativo del que ella no debía sospechar nada. Si bien hubo ofrecimientos de países europeos, quienes pusieron a disposición a sus mejores especialistas, el doctor Canónico acercó al norteamericano George Pack, un oncólogo y radiólogo, a quien consultó con las mayores reservas del caso.

Frente del Palacio Unzué. Allí vivió la pareja y allí falleció en la habitación del primer piso. La construcción fue demolida por el gobierno de facto que lo derrocó en 1955
Frente del Palacio Unzué. Allí vivió la pareja y allí falleció en la habitación del primer piso. La construcción fue demolida por el gobierno de facto que lo derrocó en 1955

A Pack hubo que blanquearle que la paciente desconocía su verdadera enfermedad, que ella esperaba una intervención para extirparle un pólipo en el útero, y que en los papeles el cirujano sería Ricardo Finochietto, que en mayo de 1950 reemplazó a Oscar Ivanissevich como médico de cabecera de la paciente. Bajo ningún concepto debería saber que Pack la intervendría, cuya participación debería quedar en el anonimato total. Salvo el círculo íntimo de Perón, nadie supo de la existencia del médico estadounidense.

Cuando llegó al país lo llevaron a la residencia presidencial, donde el 22 de octubre revisó a Evita, a quien habían dormido. Comprobó que era un tumor grado 2 y que recomendaba un vaciamiento pelviano.

Se internó la noche del 3 de noviembre en una suite del primer piso del policlínico que llevaba el nombre de su esposo y que había sido construido por la fundación que ella lideraba. “Pensar que yo hice esto para mis grasitas, y ahora me toca venir a mi”, se lamentó mientras entraba.

El proyecto del Monumento al Descamisado, votado por el congreso. Llegaron incluso a esculpir algunas de las figuras (Diario Democracia)
El proyecto del Monumento al Descamisado, votado por el congreso. Llegaron incluso a esculpir algunas de las figuras (Diario Democracia)

El 6, Pack extirpó útero, trompas y ovarios y esperó en el Hotel Alvear para ver cómo evolucionaba en el postoperatorio. Nadie sospechó por qué en un acto en Casa de Gobierno, el presidente Perón le otorgó al médico la Orden del Mérito en el Grado de Gran oficial. El 5 de diciembre dejó el país con el convencimiento de haber hecho un buen trabajo.

El 9 Evita, desde su lecho de enferma, grabó un mensaje por las elecciones presidenciales que se celebrarían dos días después. “No votar a Perón es, para un argentino, traicionar al país”.

En esas elecciones nacionales, las primeras en las que votaría la mujer, llevaron una urna al policlínico para que pudiese emitir su voto. La gente, que desde días atrás hacía la vigilia rezando por su restablecimiento, pujó para tocar esa urna, sabiendo que era la que Evita había votado.

A los tres meses, la enfermedad reapareció y, de ahí en más, el proceso se aceleró. En mayo de 1952 le diagnosticaron metástasis en pulmón y ella volvió a quejarse de dolores en el vientre.

Desde que la enfermedad volvió a arreciar, Perón la llevaba a pasear los fines de semana. Manejaba él y había hecho hacer un almohadón especial para que estuviera más cómoda en el auto en los paseos por las calles y avenidas de Palermo.

La CGT impulsaba la candidatura a vicepresidente para Eva, pero su enfermedad ya se hacía sentir. El palco desde donde hablaría Eva Perón la tarde del 22 de agosto de 1951. Días después declinaría el ofrecimiento
La CGT impulsaba la candidatura a vicepresidente para Eva, pero su enfermedad ya se hacía sentir. El palco desde donde hablaría Eva Perón la tarde del 22 de agosto de 1951. Días después declinaría el ofrecimiento

Hubo un sinfín de homenajes y reconocimientos. Por una iniciativa del club Boca Juniors, la AFA decidió la suspensión de una fecha para que todos los equipos viajasen al interior a involucrarse en la recolección de fondos para la construcción del monumento aprobado por el Congreso, donde sus restos serían exhibidos protegidos por un cristal.

Otro proyecto determinaba que su libro La Razón de mi Vida fuera texto de lectura en los colegios, norma que se extendería a todos los niveles de la educación, proyecto que se aprobó el 15 de julio.

Ya desde 1951, cuando su enfermedad se agravó, le insistió a su marido que quería ver su libro terminado. Perón se lo mandó a miembros de su gabinete para que revisaran los originales que había escrito el periodista español Manuel Penella de Silva, de acuerdo a lo que ella le relató. Quería tener cuidado por la mención de nombres y de detalles internos del gobierno. Lo devolvieron con muchas correcciones, aparentemente hechas por Raúl Mendé, director de la Escuela Superior Peronista y que escribía las columnas que Perón hacía publicar en el diario Democracia y otros textos. El libro se presentó el 15 de octubre de 1951 y según Evita, fue el hijo que no tuvo.

Sus últimos días

Para el 11 de julio los médicos le recomendaron reposo absoluto, y los rumores de que se había contactado a un especialista para que embalsamarla, alimentó la versión de que ya había muerto, sospechas se cobraban verosimilitud por los escuetos partes médicos que, día a día, repetían la misma información. Aseguran que la idea de embalsamarla fue del propio Perón unas semanas antes de producido el fallecimiento.

El 18, diputados y senadores le concedieron autorización para usar el gran collar de la Orden del Libertador, una pieza de oro, platino, diamantes, rubíes y esmeraldas que la joyería que la confeccionó lucharía años contra el Estado para poder cobrarla.

Ese día, cuando se creyó que había entrado en coma, llamaron a Pedro Ara, un médico español que vivía en el país desde 1925. Era profesor de anatomía en la Universidad de Córdoba y agregado cultural de la embajada. A las 23.30 recibió un llamado de Presidencia, avisándole que a medianoche iría el doctor Canónico con un mensaje urgente. Pero Evita reaccionó y al otro día, sentada en la cama, medio en serio y medio en broma les reprochó a los que la cuidaban que admitiesen que habían pensado que se moría.

Hacía tiempo que en el diario Democracia imprimían un número solo para ella, donde siempre había un recuadro en el que se informaba que su salud mejoraba.

El 20 fue un día frío y lluvioso y la CGT ofreció una misa en la Plaza de la República oficiada desde un gigantesco altar frente al Obelisco. Virgilio Filippo, párroco de la Inmaculada Concepción de Belgrano y diputado peronista entre 1948 y 1951, fue quien la ofició. El padre Hernán Benítez, el confesor de Eva, dijo que “Dios, al elegir a Eva Perón, nos ha elegido a nosotros para mártires, desde que su dolor es nuestro dolor”.

La misa se transmitió en cadena. Evita tenía una radio en la mesa de luz e hicieron de todo para que ella no la escuchase, ya que las evocaciones de los sacerdotes anticipaban su final. Terminaron cortándole un cable al aparato y sus asistentes exageraron las protestas de que en la residencia no hubiera un electricista que pudiera arreglar el desperfecto.

En las dos últimas semanas estuvo asistida por los cirujanos Ricardo Finochietto, Jorge Taiana y Abel Canónico; el cardiólogo Alberto Taquini, que había sido convocado por Finochietto; el ginecólogo Jorge Albertelli y el radiólogo Joaquín Carrascosa. María Eugenia Álvarez era la jefa del equipo de enfermeras que no se despegaban de su lecho. A Finochietto, Taiana, Taquini y Albertelli ella les regaló un reloj pulsera de oro.

Desde el 21 de septiembre de 1951 Albertelli se había instalado en la residencia presidencial y se las vio en figurillas para eludir los intentos de ella de hacerlo afiliar al Partido Peronista, aunque no pudo zafar de lucir el escudo partidario. Cuando salía a hacer visitas médicas, era vigilado y se lo hacían notar. Luego de la operación de Evita permaneció a su lado hasta el 31 de diciembre y lo reemplazó Joaquín Carrascosa.

El velorio más largo

El sábado 26 de julio estaba nublado y húmedo y todos siguieron el desenlace escuchando Radio del Estado, especialmente desde las 7 de la tarde cuando los partes fueron cada vez más pesimistas. A las 20 horas comunicaron que había perdido el conocimiento. Estaban junto a ella su marido, sus hermanos Elisa, Blanca, Erminda y Juan. También estaban Finochietto y Taquini, uno sosteniéndole la mandíbula y el otro tomándole el pulso. A las 20:23 los médicos comprobaron que había fallecido.

Tapa de Democracia, un diario que surgió en 1945 para apoyar la candidatura de Perón y que se transformaría en el principal difusor de la obra de Eva Perón y su fundación
Tapa de Democracia, un diario que surgió en 1945 para apoyar la candidatura de Perón y que se transformaría en el principal difusor de la obra de Eva Perón y su fundación

El subsecretario de Informaciones Raúl Apold mandó a escribir un comunicado de prensa señalando las 20:25 como la hora de su muerte, ya que para ese funcionario esos números serían más sencillos de imponer en los anuncios y en la propaganda oficialista.

El país se paró. Se decretaron dos días de duelo nacional y treinta de luto oficial. Todo permaneció cerrado: bares, confiterías, cines, teatros y lugares bailables. Las radios solo pasaban música sacra y si alguien deseaba escuchar algún otro tipo de música en su casa, debía hacerlo con el volumen bajo, a riesgo de ser denunciado.

Al rato llegó Ara a la residencia, que estaba rodeada de gente. Le indicaron que debía preparar el cadáver para ser expuesto en el velorio y luego en una cripta que se construiría a tal fin. Una vez que Perón aprobó las condiciones, puso manos a la obra en el dormitorio de Evita.

Así se veía los alrededores de la residencia presidencial (donde hoy se levanta la Biblioteca Nacional) cuando se conoció la noticia de la muerte de Evita (Diario Democracia)
Así se veía los alrededores de la residencia presidencial (donde hoy se levanta la Biblioteca Nacional) cuando se conoció la noticia de la muerte de Evita (Diario Democracia)

Hubo cortocircuitos entre Perón y su suegra: él quería depositar el cuerpo en la CGT y la madre que fuera enterrada en la Iglesia de San Francisco por las cercanías de Evita con fray Pedro, un franciscano que la había acompañado en los últimos días. Además fueron franciscanos los que los casaron el 10 de diciembre de 1945.

La mamá quería velarla un par de días pero el viudo tenía sus propios planes. Sería el velorio más largo de la historia argentina.

La capilla ardiente se armó en el primer piso del Ministerio de Trabajo y Previsión, en las oficinas donde atendía a la multitud que iba en busca de ayuda.

Las exequias fueron imponentes. Se la veló en el ministerio de Trabajo y Previsión y luego en el Congreso
Las exequias fueron imponentes. Se la veló en el ministerio de Trabajo y Previsión y luego en el Congreso

Al cuerpo de Evita le habían quitado su pijama azul y le habían colocado una mortaja blanca. Cuando a las 6 de la mañana del 27 Ara terminó con su trabajo, el peluquero Jorge Alcaraz, que hacía 13 años que la peinaba y que le tuvo que hacer prometer que lo haría después de muerta, le tiñó el pelo y se lo recortó, ya que la fiebre se lo había hecho crecer demasiado. Le hizo el clásico rodete y se guardó un rulo de unos treinta centímetros.

Cuando llevaron el ataúd de cedro con un cristal que dejaba ver su rostro, el lugar ya estaba plagado de coronas florales. Comenzaron las interminables colas para entrar. Eran de seis personas de ancho y hubo varias. Por ejemplo, una terminaba en Hipólito Yrigoyen y San José y otra llegaba a la avenida 9 de Julio.

Hubo otras integradas por la CGT, que terminaban en avenida Belgrano y Diagonal Sur y otra en Bernardo de Irigoyen y Alsina, mientras que aquellos de delegaciones gremiales del interior del país se concentraron en Chacabuco y Moreno.

Hombres, mujeres y niños soportaron largas  colas bajo el frío y la lluvia para darle el último adiós
Hombres, mujeres y niños soportaron largas colas bajo el frío y la lluvia para darle el último adiós

Se calculó que cada persona debía esperar unas diez horas. El ejército armó puestos en los que repartía comida caliente, la Fundación Eva Perón puso ambulancias y médicos, y también asistió la Cruz Roja; todo estaba plagado de vendedores ambulantes.

Ante la cantidad de gente que se congregaba, el gobierno anunció que el velorio se prolongaría hasta el 11 de agosto. Los partidos de fútbol se suspendieron por 3 fechas. Lo único abierto eran las iglesias. La consigna oficial fue que el velorio duraría “hasta que el último ciudadano pueda ver los restos de la compañera Evita”.

El 9 de agosto el velorio se trasladó al Congreso. El 11 fue llevado a la CGT escoltado por un grupo de “camisas blancas”, que simbolizaban a los “descamisados” que se habían hecho populares en la campaña electoral de 1946. Durante una semana debieron ensayar cómo tirar de la cureña con el ataúd.

A las 15 horas se inició el cortejo al compás de la marcha fúnebre de Chopin. A unos diez metros iba Perón con familiares de Eva y el gabinete nacional. Les demandó tres horas ir del Congreso a la CGT, donde se depositó el féretro luego de varios discursos.

A partir de ese momento, hubo una catarata de homenajes que se sucedieron en todos los ámbitos hasta el golpe de 1955. Cuando sus restos quedaron en la CGT, Ara continuó allí su tarea en un cuerpo que debería aguardar varios años para su descanso eterno.

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