Un 26 de julio de 2006 cayó granizo en la Ciudad y el Gran Buenos Aires que quedó grabado a fuego en la memoria, no solo por la destrucción sin precedentes ocasionada a lo largo de 20 interminables minutos en miles de autos, sino también por el daño psicológico. El miedo de que vuelva a ocurrir, sin previo aviso, como esa vez.
Poco antes de las 15.50 el cielo oscureció de forma repentina. Era un día como cualquier otro. Se esperaba una lluvia torrencial, como cualquiera de esas tardes en que anochece y se lucha con el paraguas contra el viento en las esquinas, pero esta vez no sucedió lo de siempre. El cielo descargó toda su furia con “piedras” de hasta 10 cm de diámetro, que generaron desesperación entre los automovilistas que circulaban por las calles en busca de reparo e hicieron interrumpir sus actividades a quienes fueron en busca de su vehículo estacionado. Las pelotas de hielo caían como proyectiles sobre los autos destrozando vidrios, hundiendo techos y capots. Era un día laborable, en un horario con mucho movimiento en las calles. La furia desatada también provocó reprogramaciones de vuelos en Aeroparque, y unos cinco aviones sufrieron abolladuras.
La caída de “piedras” y agua azotó con toda su fuerza en la zona de microcentro, macrocentro y otros barrios porteños distantes entre sí como Villa Lugano, Núñez, Palermo, Barracas y Caballito.
En esos 20 minutos que se desplomó el cielo 7.600 taxis sufrieron la rotura total de sus lunetas y parabrisas, mientras que otros 29.000 vieron dañada la chapa con abolladuras. También se vieron afectados miles de colectivos de pasajeros y automóviles particulares.
Lectores de Infobae tomaron contacto con la redacción para informar problemas en las comunicaciones telefónicas y en celulares, con llamadas que se entrecortaban. Del mismo modo, las operadoras de TV por cable experimentaron defectos en sus transmisiones.
Una vez que regresó la calma después del temporal y se silenció el ruido atronador, personal de Emergencias del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires debió trabajar para despejar las calles y auxiliar a los más afectados. Al día siguiente, ante semejantes destrozos, se observaron largas filas en talleres mecánicos y casas de repuestos de la Avenida Warnes temprano por la mañana, según las crónicas de los medios.
Después de la feroz tormenta de granizo se hicieron populares los sacabollos artesanales. El método que se ofrecía en los talleres mecánicos para devolver su forma a la chapa sin dañar la pintura original del vehículo. Algunos mecánicos cobraban por pieza y grado de golpe: bajo, mediano o muy golpeado. Pero en los casos en que el daño era mayor, muy profundo, no quedaba otra alternativa que hacer chapa y pintura. La tarde negra fue para muchos talleres hacerse el agosto.
Un granizo inspirador
El meteorólogo Eduardo Sierra explicaba a Infobae el fenómeno que se había producido por una masa de aire frío proveniente del sector cordillerano, que había ingresado con muchísima potencia. “En su avance, fue desplazando la masa de aire cálido y húmedo provocando tormentas, porque la hizo ascender”, agregó en esa oportunidad. El Servicio Meteorológico Nacional (SMN) había informado hacia el mediodía un estado de alerta meteorológico por probables lluvias y tormentas intensas en la Ciudad y Provincia de Buenos Aires, Entre Ríos, este de La Pampa, sur y centro de Santa Fe. Nadie escuchaba ni hacía caso tampoco ningún tipo de alerta.
El fenómeno habría inspirado la película Granizo, estrenada en 2022 . Una película de Marcos Carnevale protagonizada por Guillermo Francella, en el rol del prestigioso meteorólogo Miguel Flores que falla en el pronóstico, caen cascotes en Buenos Aires y el hombre se ve obligado a dejar la ciudad porque de amado pasa a ser odiado y cancelado. “El proceso de producción duró 10 meses y estuvieron en cada detalle del granizo, de la lluvia, del viento, fue maravilloso. Era la primera vez que se hacía cine catástrofe en Argentina. Pero nosotros ver todo lo que pasa en la avenida Corrientes, en nuestro Congreso, en nuestro Obelisco, era muy movilizante y había que estar a la altura”, dijo Francella, que destacó también el trabajo del equipo de efectos especiales.
El Servicio Meteorológico Nacional había pasado de manos en varias oportunidades. En 1954 pasó a depender del Ministerio de Agricultura y Ganadería por decreto. En 1957 quedó bajo el ala del Ministerio de Aeronáutica de la Nación. Y fue a raíz del evento del 26 de julio de 2006, que otro decreto, el 1689 con fecha 22 de noviembre de 2006 el SMN fue transferido a la actual Secretaría de Ciencia, Tecnología y Producción del Ministerio de Defensa de la Nación de la que hoy depende.
Además del cambio de cartera del Servicio Meteorológico, a raíz del fenómeno se produjeron cambios culturales. En primer lugar, aumentaron las consultas a las compañías de seguro en un 75 por ciento el día del granizo y en un 150 por ciento los días posteriores. Era un nuevo miedo. Hasta ese entonces, no todas las compañías cubrían este factor de riesgo. Todo esto derivó en la transformación del mercado asegurador, que tiende a ser uniforme, con la inclusión de esta cobertura con o sin cargo adicional. Algunas lo incluyen en seguros contra terceros completos, con cristales e inundación.
Algunas aseguradoras cubrían el reemplazo de parabrisas y lunetas por daños, pero no así los cristales laterales, cuya cobertura se restringía a los daños por intentos de robo. Al año siguiente del histórico evento era imposible que una compañía de seguros no ofreciera esa cobertura entre los servicios, ya sea como parte de la cobertura o como adicional. Y como contrapartida, no hay quien no pregunte por eso. Ni empiece a pensar dónde resguardar el auto cuando el cielo se pone demasiado oscuro.