Se llama Pompei, pero le dicen Pompa, una hermosa labradora retriever de pelo oscuro y brillante. Transcurre una tarde invernal de un martes soleado en el Hospital Dr. Pedro Elizalde para niños y Pompa es la estrella, la más esperada.
En la puerta de la institución de salud, una mujer que pasa por allí quiere acariciarla justo en el momento en que Yanina estaba poniéndole el chaleco. Titubea y la deja, no sin antes sacarle el pretal, que es lo que le indica a Pompa que es momento de trabajar. Después del mimo, vuelve a ponerle el chaleco, que lleva una inscripción: “Perros que Ayudan”.
Ese mismo día, durante la mañana, Pompa había ido a una escuela. Yanina y Melina, kinesióloga y psicóloga, respectivamente, conforman el binomio que la acompaña. Explican que llegado el mediodía, tiene un merecido descanso, para que la jornada no le resulte tediosa. “Tiene su mantita, le damos de comer y tomar agua. Después venimos para acá”, cuentan.
El plan se repite cuando le toca venir al Elizalde: Yanina es la guía de Pompa y Melina hace las actividades con los chicos. La rutina es importante para que la perra no se desoriente. Ese martes son pocos los chicos que se acercan a jugar con ella, pero eso es una buena noticia: a una de las nenas le dieron el alta la semana anterior, mientras que otra lo recibirá próximamente. Santino está en kinesiología y solamente Ema y Camila se sientan con Melina en la mesa redonda del segundo piso del hospital.
El juego es una suerte de Pictionary con lápices o plastilina, según el color del aro que les acerque Pompa cuando las chicas se lo indiquen. Ellas dibujarán o moldearán una escalera, un sol y una mariposa. Cada vez que la otra adivina, le pondrán un broche al chaleco de la perra y, cuando sumen tres broches, lanzarán el dado que tiene en cada una de sus caras los trucos que hace Pompa.
Ella y Toro, dos de los cinco “Perros que Ayudan”, comenzaron a ser llevados al hospital porteño el año pasado. El director de la institución, Javier Indart, cuenta que los chicos pedían que los visitaran sus mascotas: “Escuchábamos un pedido de los chicos”, explica.
“La tarde de los hospitales es un momento muy especial en el cual niños, niñas y adolescentes están solos, a veces están aburridos. Es un momento trascendente que los animales lo hacen único”, indica Indart. Las actividades están destinadas a todos los chicos de entre 3 y 17 años que permanecen internados por un tiempo prolongado.
“Perros que Ayudan” es un programa iniciativa de Mascotas de la Ciudad, en conjunto con la Fundación Bocalán. Nació en 2018 con el objetivo de brindarles acompañamiento a las personas mayores en las residencias del gobierno porteño y los pacientes en los centros de Salud Mental. Eventualmente, fue extendiéndose a los hospitales Elizalde, de Emergencias Psiquiátricas Alvear y de Clínicas José de San Martín, de la Universidad de Buenos Aires y al Dispositivo Protegido de la Ciudad al que acceden las personas mayores que atraviesan situaciones de violencia. En los últimos tiempos, desde el inicio de la gestión de Jorge Macri como jefe de Gobierno, los canes del programa también visitan una Escuela Integral Interdisciplinaria, a la que asisten chicos que presentan dificultades en el proceso de aprendizaje y requieren de flexibilidad en la enseñanza. En los seis años del programa se hicieron 3500 intervenciones con más de mil personas.
Pompa, como los otros cuatro labradores retriever que integran “Perros que Ayudan” (además de Toro, Aretha, Isidora y Zucchini), fue entrenada para cumplir una función terapéutica y, así, mejorar la calidad de vida de los pacientes. Las Intervenciones Asistidas con Animales (IAA) fomentan una mejor gestión de las emociones y ello repercute en el estado anímico: reduce el estrés, la ansiedad y el sentimiento de soledad. En simultáneo, promueven actividades para mejorar la coordinación, el equilibrio y la motricidad fina y gruesa.
Indart remarca el cariño de sus pacientes cuando cepillan a los perros, pero lo que más destaca es la interacción de los chicos: “Los animales los sacan del aislamiento para compartir un espacio con otros y les permite conocerlos”. “Todos responden con alegría cuando se encuentran con diferentes personas”, coinciden Yanina y Melina. Las frecuentes risas de Ema y Camila dan cuenta de ello.
El médico resalta el impacto positivo del programa. Asegura que vuelve a los chicos más solidarios: “Los pacientes empiezan a compartir y a ir a las habitaciones donde están otros. Con lo cual, el panorama de socialización que se pierde en un proceso de hospitalización se recupera con este tipo de actividades”. Con ese objetivo, también se hacen funciones de cine, obras de teatro y espectáculos de clown en los hospitales de niños porteños.
Pasa la hora y Pompa recibe los últimos mimos de Ema y Camila cuando la puerta del ascensor se abre y aparece Santino. La perra lo mira y mueve no solo su cola, sino toda su cadera. Se conocen desde el primer martes que Pompa visitó el hospital. Santino no habla mucho, pero enseña todos sus dientes y sus cachetes se inflan con una sonrisa, al tiempo que pide el cepillo para acariciarla.
Terminada la jornada, Pompa vuelve a su hogar con la familia que le brinda el cuidado diario. Su vida es lo opuesto a los cómics: a la noche descansa, es una perra más; durante el día, es una heroína.