El chico que pensaba que con esfuerzo lograría que lo amaran

El amor no es algo que conseguimos cuando nos portamos bien, cuando hacemos las cosas que los demás pretenden. Una historia para reflexionar

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¿Cómo no iba a estar muerto de celos si a mi hermano lo hacían sentir el más importante del universo y yo sentía que no existía? (Imagen Ilustrativa Infobae)
¿Cómo no iba a estar muerto de celos si a mi hermano lo hacían sentir el más importante del universo y yo sentía que no existía? (Imagen Ilustrativa Infobae)

El regalo que le dieron a mi hermano para el Día del Niño contrastaba con el mío. Mientras él había recibido una pista de autos espectacular, a mí me habían dado un sobre con el dinero para comprarme un modesto autito. ¿Yo qué culpa tenía de que mi madrina fuera jubilada?

-¿Y, Hernancito, qué te pareció la pista?, le preguntó Valeria.

Mi hermano estallaba de felicidad y, aunque su madrina parecía no advertirlo, yo estaba parado al lado. ¿Sería invisible?

Hubo mil situaciones parecidas hasta que en unas vacaciones que estábamos en la playa, frente a unos locales comerciales, le dije a mamá:

-Quiero comprar esta postal para mandársela a tía Valeria.

Mamá me miró sorprendida, tal vez preguntándose de dónde habría salido ese rapto de amor por alguien que vivía ignorándome. Ella era consciente de que su hermana ponía toda su energía en Hernán, comprándole los mejores regalos, armándole programas espectaculares, llevándolo a cuanto show había e invitándolo a viajes de todo tipo.

Mi madrina en cambio, era una tía abuela sin hijos y que quizás por esa razón un conciliábulo familiar me la endosó. Seguramente pensaron más en consolarla a ella que en analizar si era buena o mala para mí. Eran tiempos en los que nadie miraba las necesidades de los chicos sino solo las de los adultos. Mi madrina Titi era amorosa pero al ser anciana no podía hacer casi ningún programa ni mucho menos regalarme buenos juguetes. Pobrecita, se limitaba a darme un poco de dinero para mi cumple, Nochebuena, Reyes y el Día del Niño.

¿Cómo no iba a estar muerto de celos si a mi hermano lo hacían sentir el más importante del universo y yo sentía que no existía? La varita mágica había tocado al vecino y no había manera de no sentirse un desgraciado. No es fácil estar al lado del que se lleva todas las miradas, todos los mimos, todas las prioridades. Qué difícil debe haber sido la vida para Lalo Maradona.

Mamá compró la postal en cuestión y yo escribí unas palabras muy cariñosas y la firmé. Traté de ocupar todo el espacio para que mi hermano no pudiera poner ni una coma.

-Vamos a llevársela a Hernán así también la firma, dijo mamá.

-No quiero, le dije, poniéndome firme.

No sé bien qué cara habré puesto pero fui lo suficientemente claro para que entendiera el mensaje.

Algo contrariada la pagó y la despachamos.

Las vacaciones siguieron y yo estaba entusiasmadísimo, como alguien que planta un árbol o espera el nacimiento de un hijo. Con mis siete años estaba convencido de que si le mandaba la postal a Valeria yo solo, sin palabras de Hernán, aparecería en su radar, marcaría una diferencia. Confiaba en que al volver daría vuelta esa historia de invisibilidad. Tal vez tendría que haber mandado postales a mi padre que nunca venía a verme jugar al fútbol; a mamá, que desbordada por su trabajo no tenía energías para mí; o a mis abuelos que tenían predilección por su primer nieto. Todo un presupuesto en postales. Mejor empezar por la intensa madrina de mi hermano.

Volvimos de las vacaciones y yo estaba ilusionado con el primer almuerzo familiar de los domingos. Quería ver cómo Valeria reaccionaba a mi jugada. Llegó el día y al entrar a la casa de mis abuelos, ella abrazó a su ahijadito adorado con la efusividad de siempre. Yo esperaba mi turno confiado. Cuando terminó con Hernán me agarró de las manos y mirándome a los ojos, con ternura me dijo:

-Muchas gracias por la postal; es hermosa.

Me dio un beso y siguió saludando a los demás familiares.

¿Eso fue todo? No puede ser, pensé para mis adentros. Debe haber un error. Ya va a reaccionar. Seguramente en un rato o en unos días veré los frutos de lo que hice. En las vacaciones mi hermano ni se acordó de ella y yo en cambio le mandé una postal divina.

Pasaron los días, las semanas, los meses. Los domingos siguieron iguales que antes. No pasó nada, no cambió nada. La postal había llegado, pero su mensaje no.

Con el tiempo pude ver ese episodio con una perspectiva más amplia. Mi tía Valeria fue incapaz de percibir a un chico reclamando afecto. Que para colmo no estaba en África sino al lado suyo. Una pobre mujer.

A su vez pienso que sin proponérselo, Valeria me cuidó de algo muy peligroso: la idea de que el amor es algo a merecer. Su miopía no le permitió verme pero, ¿y si me hubiera premiado por lo que hice? Habría reforzado mi errónea creencia de que el amor es algo que conseguimos cuando nos portamos bien, cuando hacemos las cosas que los demás pretenden.

Tuve suerte.

Al igual que en otras situaciones en las que pensaba que la vida me negaba cosas, en realidad me estaba cuidando.

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En los parques acuáticos premian a las focas que hacen piruetas. Muchos de nuestros vínculos tienen la misma dinámica: hacemos lo que el otro quiere para que nos den nuestro “pescadito” (amor), y exigimos piruetas a los demás para premiarlos con nuestro “amor”. ¿Amor?

Juan Tonelli es escritor y speaker, autor del libro “Un elefante en el living, historias sobre lo que sentimos y no nos animamos a hablar”

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