Los objetos personales que mantienen vivo el recuerdo de las víctimas de la AMIA

Paola Czyzewski, Andrea Guterman, Andrés Malamud y Noemí Reisfeld murieron la mañana del 18 de julio de 1994 en el ataque a la mutual judía. El testimonio de sus familiares, que escogieron una pertenencia para narrar sus historias

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Paola, Andrea, Noemí y Andrés eran personas con recorridos distintos, edades diferentes, no se conocían entre sí, pero compartieron una fatal coincidencia que las detuvo en el tiempo: las cuatro estaban en la AMIA a las 9.53 del lunes 18 de julio de 1994, en el trágico instante en que un coche bomba hizo estallar el edificio de la calle Pasteur. Ninguna salió viva de allí.

Paola Czyzewski (21), estudiante de Derecho, nunca había estado en el edificio de la AMIA. Ese día visitó a su mamá, que trabajaba allí. Estaba bajando a buscar un café que le traía el cadete de un bar del Once y se presume que la explosión se produjo cuando estaba en la puerta de la mutual. Andrea Guterman (28) tampoco había pisado nunca la AMIA, pero buscaba trabajo y, por sugerencia de su madre, fue a dejar un currículum. Tardaron casi una semana en encontrar sus restos. Andrés Malamud (37), arquitecto, diseñaba reformas en el lugar, quedó atrapado bajo los escombros. Y Noemí Reisfeld (36), empleada de la mutual, no iba los lunes. Sin embargo, aceptó cambiarle el día a una compañera que se lo pidió como favor.

Hace unos años, investigadores de la Universidad de York descubrieron que los humanos de la Edad de Hierro ya guardaban pertenencias de sus muertos para recordarlos, para atravesar el duelo sin tanto dolor. Hallaron en el asentamiento arqueológico escocés de Broxmouth -que data del 640 A.C. al 210 D.C.-, que las personas conservaban objetos cotidianos de sus seres queridos, como piedras para moler granos y cucharas de hueso, y que eso servía como un medio para mantener una conexión con la persona que ya no estaba.

Luis Czyzewski y el álbum
Luis Czyzewski y el álbum del cumpleaños de 15 de Paola

De Andrea, Sofía, su mamá, guarda un dibujo y un instrumento musical. De Andrés, Diana, su esposa, tiene una agenda electrónica. De Noemí, su hermana atesora un collar negro, que ella le había regalado, pero que no alcanzó a llevarse. “Otro día me lo llevo”, le dijo cuando Adriana se lo obsequió. ¿A los 36 quién puede imaginar que de repente ya no habrá “otro día”? De Paola, su papá, Luis, abraza el álbum de fotos de su cumpleaños de 15. Hay algo vital, una especie de presente continuo, que permanece entre los objetos. Un puente para que los recuerdos no se esfumen con el paso del tiempo.

Infobae entrevistó a cuatro familiares de víctimas de AMIA con la idea de que recuerden a sus seres queridos, 30 años más tarde, a través de esos objetos. “La recuerdo a Paola feliz y creo que la felicidad de Paola me quedó enganchada con su cumpleaños de 15 y no con otras cosas”, dice Luis Czyzewski.

“Conserva justamente lo que era ella. Así como es este collar: fuerte, brillante pero no tanto. Así era Noemí. Le gustaba brillar, pero era muy discreta”, describe Adriana Reisfeld, quien tras el atentado fue una de las personas en ponerse al frente de Memoria Activa, la agrupación que intentó que la causa no se perdiera en la impunidad.

Adriana y Noemí, que lleva
Adriana y Noemí, que lleva puesto el collar que le había regalado su hermana

Sofía Guterman mantiene la habitación de su hija intacta, tal cual estaba la mañana de aquel lunes, cuando salió de su casa en Villa Crespo, y tras dejar un CV en la sede de Osecac (la obra social de los empleados de comercio), entró a la AMIA. La mamá de Andrea arrastró la culpa de la muerte de su hija mucho tiempo, quizá demasiado: “Fui yo la que le sugerí que fuera a la bolsa de trabajo de la mutual. Ella me dijo que iba a ir si yo la acompañaba, pero yo ese día no pude. Cargué con eso muchos años”.

La mujer eligió un triángulo musical y un dibujo, elementos que usaba en las clases con sus alumnos del jardín de infantes de Obras Sanitarias, de donde la echaron cuando el gobierno de Carlos Menem privatizó la empresa del servicio de agua. “Uno guarda esas cosas, uno se aferra a esas cosas que son recuerdos. Tengo muchos recuerdos, pero el recuerdo más grande lo guardo acá”, comenta Sofía, y se lleva una mano a su corazón. En su corazón, pendiente, quedó el casamiento de su hija, previsto y soñado para el final de aquel espantoso 1994.

“Ese 18 de julio estaba yo en mi casa y vivía más o menos a unas 17 cuadras de AMIA. Escuché una explosión tan, tan fuerte que salí al balcón para ver si había ocurrido algo en la manzana de mi casa, y empecé a escuchar sirenas. Prendí la radio y enseguida me fui a la AMIA. Creo que fue una de las de las situaciones más horribles de mi vida. Empecé a caminar. Parecía una guerra. Estaba todo roto, todo destruido”, cuenta Diana Malamud. ¿Estaría Andrés en la AMIA?, se preguntó. “Fui al estacionamiento a ver si estaba el auto donde él dejaba mientras estaba en la mutual. Y estaba el auto. A partir de ahí me pareció que era imposible salir de ese lugar. Era una locura eso”.

Sofía Guterman y una foto
Sofía Guterman y una foto de su hija Andrea, que esa mañana había ido por primera vez a AMIA, a buscar trabajo

Sofía, su marido y el novio de Andrea se pasaron días y noches recorriendo la ciudad, los hospitales, las comisarías, cualquier lado, en busca de alguna pista que les permitiera sostener la ilusión de que Andrea nunca hubiera entrado a la AMIA.

“El novio repartió la foto de ella en todos los canales de televisión y en las radios. Se dio aviso a la morgue porque había que ir a la seccional de Policía que correspondía al barrio de Once y a la morgue. Empezamos a buscar en los hospitales y en los sanatorios, en las terapias intensivas y no la pudimos encontrar. Fue ahí cuando nos dimos cuenta que Andrea había fallecido”, narra su mamá. Y admite: “Andrea estuvo en el lugar equivocado a la hora equivocada. Yo sentí mucha culpa durante muchos años. A veces ahora lo pienso y también me invade la culpa. Ninguna madre manda a su hija a la muerte”.

Adriana tardó seis días en recibir la confirmación de que su hermana había fallecido en el atentado. Recién el sábado encontraron los restos de Noemí. “Falleció por aplastamiento. Esto dice el certificado de defunción. Nosotros decimos que por supuesto falleció por aplastamiento, pero tuvo que ver con la bomba y tuvo que ver con la desidia en el cuidado que se hizo de todo lo que era el área”, remarca Reisfeld.

“Elegí una agenda electrónica donde se supone, me imagino yo, que Andrés anotaba los teléfonos y las citas”, relata Diana. Su marido llevaba con él el pequeño aparato, que quedó intacto a pesar de la explosión y los derrumbes. “Cuando me la dieron con sus pertenencias estaba como sucia. No recordaba haberla limpiado, pero evidentemente en algún momento lo hice. También me fijé el otro día si prendía o no y obviamente no prende”, explica la mujer y responde a una pregunta que no llega a hacerse: “Tampoco sé si me interesa encenderla, sería como volver a ese momento”.

Diana y Andrés Malamud junto
Diana y Andrés Malamud junto a sus hijos, poco tiempo antes del atentado

Nadie quiere regresar a ese momento. “Una agenda marca el tiempo. También cosas que hizo, cosas que tenía para hacer y no hizo. Y la agenda quedó como él, detenida en ese instante”, dice Diana.

Adriana no recordaba que el collar que le había regalado a su hermana para el bar mitzvah de su sobrina lo tenía ella en su casa. “Cuando lo encontré me produjo realmente mucha emoción y mucha alegría. Porque dije bueno, me quedó el collar. Nos queda el recuerdo de una vida de ella, de muchísimos sacrificios”, se emociona. Lo toma, se lo prueba. Es bonito, oscuro, elegante. “Es como ella”, piensa en voz alta su hermana.

Los objetos sirven para aferrarse a algo. Una marca que sobrevive al muerto, un rescate, un ínfimo instante en el que, de alguna manera, se recompone el daño. “Es duro atravesar tragedias”, dice Malamud. “Es duro no tener respuestas. Es duro tener que dar respuestas, en este caso a mis hijas, vivir en un país donde había habido un atentado dos años antes en la embajada de Israel y no había justicia, y volvimos a repetir la masacre. Y estamos a 30 años y seguimos sin justicia. Todo lo malo que puede pasar en este país está todo metido en la causa AMIA”, enfatiza Diana, mientras acaricia los botones de la agenda de su marido.

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