Murieron al mismo tiempo, uno a pocos metros del otro, a las 9.53 del lunes 18 de julio de 1994 en la vereda de la AMIA. Cuando la Trafic blanca explotó su carga letal contra el edificio de Pasteur 633, Félix Roberto Roisman y Augusto Daniel Jesús transitaban esa calle. Y aunque hallaron el mismo horrible fin tan cerca, sus cuerpos fueron identificados con 22 años de distancia: la primera autopsia fue la de Roisman. Recién en 2016 se conoció el nombre de la víctima 85 del atentado terrorista, hasta entonces considerado un NN. Estaban, cuando los recogieron luego recibir la implacable onda expansiva, increíblemente intactos por la violencia del impacto, con excepción de una pierna faltante en el joven.
Sus historias también se distancian. Roisman era científico, Daniel vivía en la indigencia y caminaba junto a su madre, Lourdes Jesús, que también murió allí.
Félix Roberto Roisman
Leonardo Fainboim es un reconocido investigador argentino. En 1994 dirigía -lo hizo hasta que se jubiló- el Departamento de Inmunogenética en el tercer piso del Hospital de Clínicas, ubicado a una cuadra y media de la AMIA. Fue quien convenció a Félix Roisman que dejara su tarea en la Fundación CIMAE y comenzara a trabajar allí. “Recuerdo que era un tipo muy, muy reservado. Era tan cerrado que había cosas personales que solo se las confiaba a muy pocos, como a mi”, revela hoy.
Su muerte fue una puñalada del destino. Una moneda que cayó del lado equivocado. Fainboim lo guarda muy bien en su memoria. Él fue el protagonista de la identificación del cadáver de Roisman, que el 18 de julio había salido de su hogar, un departamento en un 7mo. piso de Acoyte al 500. “Ese día había una restricción para circular por el centro de acuerdo al último número de la patente del auto. Como no le correspondía, dejó su coche, un viejo Renault 12, en Corrientes y Medrano. Allí se tomó el subte B, bajó en Pasteur, tomó esa calle para llegar al hospital de Clínicas y pasó justo frente a AMIA cuando voló”, relata. A 30 años de la muerte de su compañero y amigo, todavía se emociona al hablar de ello.
Fainboim estaba en el subsuelo del hospital a esa hora, tomando examen, y escuchó la explosión. También la sintió: el edificio cimbró: “Salimos a ver qué pasaba y nos dimos cuenta de que Félix no había llegado. Él entraba entre las 9.30 y las 10.00. Al mediodía empezamos a buscarlo. No aparecía. Recuerdo nuestra desesperación mientras lo tratábamos de localizar en los hospitales de la ciudad y a través de la policía. Finalmente, el 19 de julio a las 10 de la mañana se me ocurrió ir a la morgue de la calle Junín, que estaba enfrente, y como médico me permitieron entrar. Lo encontré casi a la entrada, fue el único cuerpo que vi. Estaba como dormido sobre una mesa de mármol, entero, su cuerpo no tenía heridas visibles, todo indicaba que fue víctima de la onda expansiva. Hasta que yo lo vi, no estaba identificado”.
Allí, Roisman trabajaba como investigador en hepatitis B. Era Químico y Farmacéutico, profesor de la facultad de Ciencias Exactas y Naturales además. Alcanzó su doctorado en Ciencias Químicas en 1986, cuando en esa facultad defendió su tesis titulada “Mecanismo de acción de los compuestos de oro en la inflamación reumatoide”.
Ese trabajo, de 224 páginas, se lo dedicó a “Marta y Dina”. La primera, su esposa, Marta Ladizesky, santafesina y científica de renombre, que falleció el año pasado. Su hija, Dina Roisman, es artista. Al poco tiempo, su mujer presentó un escrito ante la Procuración General de la Nación y entabló una demanda contra la provincia de Buenos Aires y los policías bonaerenses Juan José Ribelli, Raúl Edilio Ibarra, Anastasio Ireneo Leal y Mario Roberto Barreiro -que en ese momento se encontraban procesados por el atentado-, para solicitar una indemnización por la muerte de su esposo. El 2 de octubre de 2000, la demanda fue derivada a la Corte Suprema.
El 3 de octubre de 2012, Marta Ladizesky fue uno de los 21 familiares de muertos por el atentado que rubricaron una carta que decía lo siguiente: “Frente al diálogo bilateral iniciado con el gobierno iraní, las víctimas directas del atentado terrorista del 18 de julio de 1994, la AMIA, la DAIA y los Familiares de las Víctimas abajo firmantes, manifestamos que la única oferta aceptable de cooperación iraní, es la entrega de los acusados por el ataque ante los estrados judiciales de nuestro país, donde gozarán de todas las garantías del debido proceso y del derecho de defensa. Las autoridades iraníes no sólo se han negado reiteradamente a ello sino que han agraviado públicamente a las instituciones de nuestro país con calificativos inaceptables. Además, en una clara y arrogante burla a la Justicia argentina, han “premiado” a algunos de los acusados con importantes cargos en el gobierno iraní.”
Había publicado varios trabajos, como el “análisis del linfotropismo del virus de la hepatitis B a través de antígenos de superficie y core con las células mononucleares de pacientes infectados” junto a Alejandro Castello, Hugo y Leonardo Fainboim. También fue jurado, en 1989, del Premio Bienal FABA y del Premio de la Federación Bioquímica. En ambos casos, fue propuesto por la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.
El 20 de julio, a Félix Roberto Roisman lo enterraron en el Cementerio de La Tablada.
Augusto Daniel Jesús
Casi desde el momento en que se disipó el polvo de los escombros, el número de víctimas de la AMIA se estableció en 85. Aunque en algún momento se dijo que eran 86, se debió a una confusión: ese supuesto muerto vivía en Paraguay. Sin embargo, durante muchos años, en el cartel donde figuran los nombres en la vereda de Pasteur 633, sólo se leían 84. Y el que se percató del olvido fue un turista. La omisión duró 22 años: hasta entonces, fue un NN.
Recién en 2016, el trinomio que reemplazó al fallecido Alberto Nisman en la UFI AMIA (integrado por Sabrina Namer, Roberto Salum y Leonardo Filippini) logró corroborar la identidad del muerto que faltaba: Augusto Daniel Jesús. El mismo nombre de la cédula de citación a declarar que emitió el en el año 2002 el Tribunal Oral en lo Criminal N°3, que tenía el DNI del joven en su poder, cuando llevaba ocho años fallecido. Insólito.
Los triunviros de la fiscalía lograron determinar quién era a partir de los escasos restos que fueron conservados: un trocito de hueso y otro de tejido muscular. Y en su informe, escribieron que en 1994, “a los pocos días de realizada su autopsia se dio cuenta del seccionamiento de tres falanges, en presencia de personal del FBI autorizado por el ex juez Galeano, pero sin constancia alguna de que se hubieran realizado peritajes, o sobre el destino dado a tal muestra. Años más tarde (N. del R.: a finales de la década del ‘90), y sin mayores precauciones, el cuerpo fue ubicado en el osario común del Cementerio de la Chacarita”. Por segunda vez, insólito: el único cadáver NN del atentado a la AMIA, arrojado para confundirse con cientos de cuerpos.
La otra irregularidad del caso -se supone más por desidia y negligencia- fue la desaparición del DNI de Augusto Daniel Jesús. En 1994 fue hallado por la Policía Federal entre los restos de la calle Pasteur. Luego se extravió. Desde la UFI AMIA, dos veces, se le pidió al archivo del Registro Nacional de las Personas esa documentación. Sin resultados. En 1994 aún existía la Cédula de Identidad de la Policía Federal. Y lo único que se halló fue una ficha dactilar, sin foto.
Ese documento, fechado en 1993, contaba que Augusto Daniel había nacido en Capital Federal el 21 de diciembre de 1974 y que su DNI era el número 24.315.946. Es decir, en el momento de su asesinato tenía 19 años. Lo más sorprendente era la dirección que figuraba: Juncal 876. Allí se encuentra la parroquia del Socorro, donde había un refugio para indigentes. Y eran donde pasaban las noches Augusto y su madre.
Con los pedacitos recuperados de su cuerpo, el Equipo Argentino de Antropología Forense los cotejó con el ADN de los restantes fallecidos; y la división Huellas Digitales Genéticas del Cuerpo Médico Forense hizo el resto. La conclusión fue que Augusto Daniel era el hijo de María Lourdes Jesús, otra víctima del atentado.
Se cree que el joven acompañó aquel 18 de julio de 1994 a su madre a la calle Pasteur 633, donde ella habría asistido a un curso dictado por la AMIA para cuidar adultos mayores. Una vez que volvieron atrás, al repasar cómo se hallaron los cadáveres, el de madre e hijo estaban juntos.
Pero además del nombre, nada se conocía de quién había sido Augusto Daniel Jesús en su corta vida. Hubo que destejer una larga madeja. En 2016, cuando su identidad salió a la luz, sólo vivían dos de sus siete tíos: Ismael Torres Barbosa y José Barbosa Torres, hoy fallecidos. No hay un error de tipeo en el orden de sus apellidos: así los anotó su padre, un portugués con fama de cascarrabias llegado a nuestro país en 1937. Se afincó en Manuel Ocampo, cerca de Pergamino, y allí tuvo cinco hijos con Apolinaria Leonor Jesús. Pero el portugués sólo reconoció a los dos primeros. Por eso, Juan Roberto, María Lourdes (la mamá de Augusto Daniel) y Marta Angélica llevan el apellido materno. Con ellos vivían dos hijos más, de una relación anterior de Apolinaria: Rodolfo y Julio César.
María Lourdes nació el 2 de agosto de 1943. Y luego de la muerte de su padre, junto a Marta, viajaron a Mar del Plata. Según el relato familiar, cuando regresaron cuatro años después, la mujer traía a su hijo en brazos. Jamás se supo nada de su padre.
Sus tíos conocieron a Augusto Daniel, pero no tenían una sola foto suya. Lo recordaban como un chico corpulento, de tez cetrina, pelo negro, 1,75 metro de alto. Al que le gustaba dibujar y soñaba con ser arquitecto.
El tiempo y una relación no muy buena alejó a los hermanos. En un lento declive, Augusto Daniel y su mamá comenzaron a vivir en hoteles junto a Marta, que murió en 1990. Lourdes trabajaba en casas de familia, pero el dinero no les alcanzaba. A veces se acercaba hasta Grand Bourg para pedirle plata a sus hermanos.
Hasta ahí, lo único que había palpable de Augusto Daniel eran sus huellas digitales. Nada más. Con esa información, este periodista escribió una crónica sobre su vida en la revista Gente. A los dos meses, en un consultorio odontológico, una prima del muchacho, Cecilia Jesús Lower, traductora de inglés y dueña de una agencia de viajes, la leyó. “Fue una puñalada enterarme de todo, lloré mucho. Son cosas que generan un poco de culpa, porque no es justo que Lourdes y Daniel hayan terminado en el olvido teniendo familia. Nosotros no teníamos confirmación de la muerte de Daniel en el atentado, pero lo suponíamos, porque ellos estaban siempre juntos y nunca más tuvimos novedades de él. Pero jamás apareció en las listas de fallecidos. De la muerte de Lourdes nos enteramos a los siete meses de la bomba. Era gente que no había cómo contactarla, no tenían domicilio fijo”, contó entonces.
Y fue gracias a ella que Augusto Daniel Jesús, el muerto 85 de la AMIA, tuvo un rostro. En su casa tenía fotografías, un certificado de alumno de la Escuela N° 10 de Adultos y un cuaderno con tarjetas con mensajes amorosos del chico hacia su madre. Guardó todo durante años. Y así como el destino se confabuló en contra de Félix Roisman, en este caso algo inexplicable hizo que nunca arrojara a la basura esos recuerdos lejanos. “Cuando Lourdes murió hablamos con una tía de mi papá, Clemencia, o Chola, que falleció a los 96 años. Era la figura de más edad de la familia. Ella nos contó que hacía unos meses los había visto, que los habían desalojado del lugar donde estaban viviendo y le habían dejado unas bolsas con pertenencias, para buscarlas cuando encontraran un lugar fijo de residencia. Esas bolsas fueron a parar a mi casa. Había ropa y un álbum pequeño, de plástico, con fotos de Daniel y cosas personales. Vaya uno a saber por qué lo guardé”, contó emocionada.
Ella ignora -y quizás nunca se sabrá- dónde nació exactamente Augusto Daniel. Según le contó su madre, “Lourdes trabajaba como cocinera en la casa de una familia que tenía una residencia de verano en Mar del Plata y la llevaron. Lo que supo después es que volvió de allá con un hijo”. Al chico, Cecilia lo vio sólo un par de veces, cuando tenía alrededor de cuatro años y ella “nueve o diez”. Su aparición fue providencial: le dio un rostro a su primo, a una víctima del peor atentado en suelo argentino que el Estado olvidó durante 22 años.
Félix Roberto Roisman y Augusto Daniel Jesús -el primer y el último identificados de las víctimas del 18J- son las dos puntas de un hilo macabro que enhebró 85 muertos. Desde algún lugar, ellos también reclaman memoria, verdad y justicia.