“Yo siempre digo que la costura histórica es un arte. Que une pasado y presente. Este arte no solo trata de preservar la cultura y el estilo de épocas pasadas, sino también que permite una conexión con la historia a través de las telas, los hilos y la costura”, introduce en su temática la museóloga Agustina Tula, de 46 años, desde su casa en Adrogué, ciudad donde nació y eligió vivir toda la vida.
Agustina, una emprendedora que se define como “costurera histórica”, en su caso se dedica a la decoración textil del hogar, con la particularidad de que sus piezas, inspiradas en la época victoriana (1837) y eduardiana (1901 a 1910), las confecciona con viejas máquinas de coser, a manivela, que fue adquiriendo a lo largo de su vida. Hace cortinas, mantelería, blanquería, basada en moldes, patrones y técnicas de confección que estaban perdidas o en desuso.
“Yo soy licenciada en Museología y me especialicé en costura histórica de forma autodidacta. Esto sucedió cuando yo estudiaba Museología. Estuve viviendo unos años con las Hermanas Dominicas en el Hogar Santa Rosa de Lima y fueron ellas las que me enseñaron las técnicas de costura a mano. Fue algo que realmente cambió mi vida para siempre”, relata.
Además de llevar adelante su emprendimiento textil, Agustina ya puso fecha para talleres de costura histórica. El objetivo es que quienes asistan puedan transportarse a distintos momentos de la historia y aprendan sobre ese tipo de costura. “Sobre todo que tengan una hermosa experiencia. Yo siempre digo que son viajes en el tiempo. Uso maquinaria auténtica de los siglos XIX y XX, sin electricidad”, detalla.
La infancia entre costuras
Cuando Agustina habla de su pasado, el primer nombre que menciona es Amalia, su abuela, quien la educó “sentimentalmente” y despertó su interés por la historia. “Ella me llevaba a museos con mi hermana. Mi mamá era pianista y profesora de música. Siempre tuvimos de muy chiquitas muy presente la historia, la cultura y la música”, expresa. Tanto su mamá como su abuela solían coser en su casa. Era algo natural que todas lo hicieran, sin embargo, fue cuando se fue a vivir a La Plata para cursar sus estudios perfeccionó sus trabajos con aguja e hilo.
“Como yo estudiaba Museología, necesitaba quedarme en algún lugar en La Plata porque el viaje era muy cansador. Entonces me recomendaron el Hogar Santa Rosa de Lima. Fui a hablar con la Madre superiora y me quedé cuatro años viviendo con ellas. Fue un antes y después en mi vida. Fue una experiencia hermosa y siempre voy a estar agradecida con ellas porque me enseñaron un oficio”, explica la museóloga. En esos tiempos vio con claridad que podía unir la museología que amaba con la costura. Puntada a puntada, y con curiosidad, dio un paso más y se volcó a la costura histórica. “En la Argentina no hay una especialización para formarse. Por eso, hice todo de forma autodidacta”, aclara.
Los años en el Hogar Santa Rosa de Lima fueron trascendentales en la vida de Agustina que siempre fue creyente. “Yo siempre recomiendo que las conozcan porque son amor puro. Estoy tan agradecida, tanto por el oficio que me enseñaron, como en la parte espiritual y de ayuda al prójimo”, dice la costurera quien años después regresó a su lugar de origen donde está arraigada. “Yo amo Adrogué y voy a morir en Adrogué”, manifestó.
La máquina a pedal de la abuela
La primera máquina de coser con historia que llegó a sus manos perteneció a su abuela Amalia: una Singer a pedal. Más tarde, fue adquiriendo maquinaria en el exterior y también dentro del país con algo en común, todas que funcionan a manivela. “Eran las primeras máquinas de coser. Tengo de 1895 en adelante”, subraya.
Su emprendimiento nació hace 10 años, mientras trabajaba en una mueblería. De forma paralela comenzó con la confección a mano de almohadones y le empezó a ir bien. En 2018 abrió las puertas de su primer local comercial en el que vendía muebles de hierro, de mimbre y los textiles que cosía a mano con una máquina a pedal y todas las que fue comprando. Todo andaba sobre rieles hasta que llegó la pandemia y se vio obligada a cerrar. “Fueron tiempos muy duros”, cuenta la emprendedora, que está casada con Mariano y tiene una hija de 9 años llamada Antonieta, que ya sabe coser a mano y ahora está aprendiendo a usar las máquinas a manivela.
Como Agustina necesitaba seguir trabajando se le ocurrió abrir el taller en su casa. Empezó a teñir lienzos, a pintarlos, a bordarlos a mano, a coserlos. “Y me empezó a ir muy bien, gracias a Dios. En Instagram (@agustinatula.costurahistorica) me está yendo bastante bien. Un camino lento pero a paso firme”, detalla. Y le quedaba una cuenta pendiente, que eran los talleres. El 3 de agosto dará el primero, luego fijó fechas para septiembre y octubre. Está muy feliz por la recepción que están teniendo, a cupo lleno. “La verdad no lo puedo creer. Sinceramente por todo el amor que me están dando y las cosas hermosas que dicen de mi trabajo”, expresa.
Sin uso de electricidad, Agustina produce objetos textiles de uso cotidiano, como mantelería, cortinados, servilletas, inspiradas en el pasado. Dice que no puede hacer réplicas porque le insumiría mucho tiempo y porque además elevaría los costos y sería muy caro. De manera que le encontró la forma. La materia prima que busca se basa en fibras naturales (nada de sintéticos) y emplea muchas puntillas antiguas, francesas, inglesas, que compró y le regalan, además de tules bordados. Muchos de los diseños son suyos, y además, echa mano a patrones que encuentra en museos de Inglaterra, por ejemplo, que los dejan al alcance de la mano y de costureras históricas, como Agustina.
Ahora su objetivo es que quienes asistan a su taller aprendan a coser con estas máquinas. “Una piensa que son máquinas inservibles que se utilizan para decorar un rincón y no, uno puede hacer un emprendimiento con las máquinas de coser de 1895, por ejemplo”, concluye.