Su padre fue bombero. Su hermano mayor fue bombero. Y, como el destino estaba marcado, Daniel Capra también fue bombero. Entró a la Escuela de Cadetes de la Policía Federal a los 16 años. Y se retiró en 1996 como comisario inspector. Tiene 73 años, está casado, es padre de dos hijas y abuelo de dos nietas. En 1994 fue el jefe del operativo de rescate que se montó en la sede de la AMIA luego de que a las 9.53 del lunes 18 de julio, un coche bomba destruyera el edificio de la mutual de la colectividad judía.
Aquella mañana había comenzado de forma habitual para Capra. En tanto jefe de la Zona II prestaba funciones en el cuartel de Recoleta, en la calle Laprida al 1700, y además tenía a cargo los de Belgrano y Villa Crespo. Había saludado a su esposa y a sus hijas, por entonces de 17 y 13 años, que siguieron con sus actividades en el departamento donde vivían en Floresta. Era un día como cualquier otro.
Cerca de las 8.30 llegó a su despacho, luego del café matinal, hubo un par de reuniones con las novedades de la jornada hasta que un cimbronazo hizo vibrar el piso de su oficina. Primero escucharon la explosión y acto seguido se movió el edificio. El cuartel de bomberos queda a 1400 metros de Pasteur 633, la sede de la AMIA. Unos 30 segundos después del temblor comenzó a sonar la campana del cuartel de Recoleta.
Capra, en diálogo con Infobae recuerda cómo fueron las tareas de rescate que comenzaron por la mañana del 18 de julio de 1994 y que, en su caso, terminarían semanas más tarde.
¿Cuál fue la primera determinación que tomó aquel día?
-Como estábamos frente a una situación de explosión y derrumbe mandamos dos dotaciones en autobombas con una grúa. Y atrás salimos nosotros con una camioneta.
-¿Cómo fue llegar al lugar?
-Nos habían dado una dirección equivocada. Nos habían dicho Azcuénaga 633, no Pasteur 633. Pero en el camino nos corrigieron la dirección y fuimos al lugar correcto.
-¿Qué hace un jefe en un caso así?
- Los jefes no estamos para meternos de lleno en el lugar. Hay que ser muy objetivo. Yo caminé, en cambio el jefe del cuartel fue corriendo hasta la AMIA. Yo tenía que analizar la escena. Y entonces vi todo roto. La onda expansiva había tomado todo y veía rotura de vidrios y de puertas. Llegué a la esquina de Pasteur y miré a la derecha y vi el derrumbe. Entonces pedí cuatro dotaciones de refuerzo.
-¿Usted sabía qué era el edificio destruido?
-No. Cuando llegué a la base frente al edificio para mirar objetivamente me encontré con el que era presidente de la AMIA. Le pregunté qué era el lugar, me explicó y me dijo que les habían puesto una bomba. Entonces ahí empecé a subir por los escombros y Apenas llegué vi que era peor que lo de la embajada de Israel. Me comuniqué con un viejo Movicom con mi superior y se lo dije.
-¿Cómo recuerda la situación en el lugar?
-Había mucha desprolijidad. Porque demasiada gente se había acercado a ayudar y eso complicaba nuestra tarea. En los minutos que tardé en llegar desde mi camioneta a la AMIA, los bomberos habían rescatado unos 30 heridos. Muy rápido pero en medio de un caos de organización producto de la ganas de ayudar que tenía la gente. Los primeros 20 minutos son fundamentales. Ahí se tienen que tomar todas las decisiones. Costó mucho sacar a la gente del lugar y eso nos complicó un poco. Básicamente porque en los derrumbes tiene que haber mucho silencio para escuchar los pedidos de auxilio de los sobrevivientes. De hecho cuando subí por primera vez a la pila de escombros con el presidente de la AMIA, pisamos la mano de una mujer. A la que ya habían pisado los voluntarios. La rescatamos con vida. Pero esa fue apenas una muestra del caos -sin mala intención- que hubo. Sin embargo, así y todo encontramos a un hombre que había quedado encerrado dentro del ascensor que a su vez estaba lleno de escombros. Lo rescatamos y sobrevivió.
Capra explica que en 1992 cuando voló la embajada de Israel en la Argentina también habían tenido que lidiar con los voluntarios que, de buena fe, intentaban dar una mano. Que en aquel primer atentado tardaron unas tres horas en ordenar la situación y que mediante protocolos que crearon luego de la primera bomba, en la AMIA el tiempo que costó despejar la zona fue de apenas una hora y media.
-¿Qué sucedía con los heridos que rescataron?
- Dependía del estado de cada uno. Algunos se llevaban hasta las ambulancias y otros se les decía que se podían ir. Nosotros hacíamos una primera evaluación y decidíamos. Porque no había médicos en el lugar en los primeros instantes, así que la determinación era nuestra.
-¿Qué hizo luego de que revisara la superficie de la pila de escombros en búsqueda de sobrevivientes?
-Un jefe me mandó a dar la vuelta y entrar por la parte de atrás del edificio. Entré por una claraboya del teatro de la AMIA, bajé al escenario y desde allí fui hasta el subsuelo. Y entonces escuché que había tres personas que pedían ayuda.
¿Cómo hizo para avisar que había gente viva en el subsuelo?
-No había señal de nada. No funcionaba ni el celular ni el handy. Así que tuve que volver sobre mis pasos y convocar gente con las herramientas adecuadas para realizar el rescate en medio de un sector que podía derrumbarse en cualquier momento.
Una de esas tres personas era Jacobo “Cacho” Chemauel, un hombre que realizaba tareas de maestranza en la AMIA. Los bomberos trabajaron más de 30 horas para rescatarlo. Tenía una pierna aprisionada por una columna y estaba atrapado por un tanque de agua.
-¿Cómo recuerda el rescate de Cacho?
-Fue una situación muy complicada. Porque la columna del edificio que lo apretaba debía ser rota con cuidado para evitar un derrumbe. Debido a que los caños de agua se habían roto los bomberos teníamos agua hasta la cintura. Y como Cacho estaba sentado y no podía moverse, el agua le llegaba a la boca. Así que le pusimos una manguera para que pudiera respirar. Empezamos a sacar el agua con bombas pero por la pendiente volvía a caer hasta que decidimos sacarla en otra dirección. Eramos como 30 bomberos allí abajo. Había que romper con cortafierro y maza. Y rotábamos para descansar y no parar nunca. Porque no se podía usar una pala mecánica porque se podía caer sobre nosotros toda la estructura que estaba debilitada. Y cada vez que golpeábamos escuchábamos que algo caía. No se derrumbó todo de milagro.
-¿Y cómo terminó?
-Todos los bomberos trabajaron de una manera excelente, muy profesional pero sin poder usar herramientas pesadas. A Cacho lo sacó Horacio Paz, que era muy chiquito e hizo una maniobra arriesgada para salvar al hombre. Después de más de 30 horas lo sacamos. Estaba bien. Golpeado pero bien. Lamentablemente murió porque le dio un coma diabético. Eso nos destrozó porque lo sacamos consciente y murió a los pocos días. Los médicos me dijeron que el coma diabético había sido causado por todo lo que había sufrido bajo los escombros.
Las primeras doce horas de Capra en la AMIA transcurrieron en la búsqueda de sobrevivientes. Cuando se hizo de noche lo mandaron a descansar un rato al cuartel para que volviera al día siguiente porque sus superiores sabían que el operativo iba a durar semanas. Llegó a Recoleta y llamó a su casa. Mientras saludaba a su esposa escuchó gritos desgarradores de sus hijas, que estaban ahí nomás del teléfono. La explicación de los gritos es que estaban viendo en vivo por televisión las tareas de rescate en la AMIA cuando se produjo el derrumbe de un techo Las hijas de Capra vieron a un bombero que vestía el mismo uniforme que su padre y pensaron lo peor. Que el derrumbe lo había encontrado allí. Pero el comisario inspector estaba en el cuartel, a salvo e intentaba hablar con su esposa quien no la escuchaba por los gritos. A raíz de ese episodio -en el que hubo varios bomberos heridos- Capra percibió cómo sufría su familia cada vez que él salía a trabajar. Pero jamás le habían dicho nada.
El 20 de julio, dos días después del atentado, llegaron al país rescatistas del ejército de Israel. Ya no había sobrevivientes. Fue Capra quien tuvo contacto con ellos a través de un argentino que integraba el escuadrón que había venido a ayudar en las tareas de hallas cadáveres sepultados bajo los escombros. Al principio la relación fue un poco ríspida. El general Zeev Livne, a cargo de las tropas israelíes, según se pudo reconstruir, desconfiaba del trato que le daban las fuerzas de seguridad argentinas a los cuerpos de los muertos. Eso hizo que la relación comenzara de manera poco amistosa
-¿Cómo fue la convivencia con los efectivos israelíes?
-Empezó con un roce porque ellos izaron una bandera de su país en el edificio demolido y nosotros dijimos que no era la embajada. Ese malentendido se solucionó inmediatamente. Pero había otras cuestiones a definir.
-Por ejemplo qué hacía cada uno...
-Claro. Y fue el juez Juan José Galeano el que dividió el territorio. Marcó una línea y dijo de un lado los argentinos y del otro los israelíes. Pero a nosotros nos quedó una zona donde no había cuerpos que rescatar. Así que le pedí al juez que nos diera otra tarea. Y entonces el juez dijo que ellos sacaban los cuerpos y nosotros los identificábamos legalmente. Así empezamos uno al lado del otro hasta que terminamos trabajando todos juntos. Y terminamos amigos.
-Se había señalado que había una cuestión con el trato de los cadáveres…
-Algo así se dijo. Pero nuestro trato siempre fue muy respetuoso. De hecho hubo fotos en conjunto y entrega de presentes por ambos lados. Terminó todo bien luego de un pequeño malentendido inicial.
Cuando fue el atentado a la AMIA Capra ya era pelado y tenía bigotes negros y llevaba 27 años en el cuerpo de Bomberos. En la actualidad tiene tanto la barba como el poco pelo de color blanco. Se retiró en 1996. Como había entrado a la Federal a los 16 años terminó la secundaria recién a los 29. Entre los 30 y los 35, mientras trabajaba como bombero, hizo la licenciatura en Sistemas de Protección de Siniestros. Le tuvieron que hacer dos by pass por el stress acumulado por sus años como oficial de la Federal. A los 59 se recibió de ingeniero en Seguridad Ambiental y asesora empresas en la materia.
Todavía vive en Floresta, en el mismo barrio del que salió aquella mañana del 18 de julio de 1994 para no volver por un mes. Porque era bombero y hasta que no estuvo terminada la tarea, se quedó en su cuartel.