Llego a las 22.03 horas al teatro y logro sentarme casi pegada a la puerta, en una silla de plástico agregada sobre el pucho. Tres minutos después de la hora convocada, el Dumont 4040, en el barrio porteño de Chacarita, está completísimo. Tres filas, de punta a punta de la sala. Una persona pegadita a la otra. Y los y las impuntuales, como yo, en los márgenes.
Es viernes de principios de julio y el Servicio Meteorológico lleva días alertando sobre los peligros de una masa de aire polar que congela el país de punta a punta. Para cuando termine la obra nos estarán esperando afuera sensaciones térmicas por debajo del cero. “El David marrón”, sin embargo, agota todas sus presentaciones desde que estrenó en junio. A pesar del frío, de la crisis económica, de no situarse sobre la turística avenida Corrientes, la historia que David Gudiño escribió y actúa -con dirección de Laura Fernández- es un éxito absoluto.
“Siento que la gente tiene muchas ganas de ver otros cuerpos, otras caras y realidades. Ganas de acompañar proyectos distintos. ‘El David marrón’ cuenta una historia de amor entre dos varones, pero además es un amor interracial. Yo quería hablar de lo inexplorado que está el amor interracial en Argentina, porque hay muchas personas marrones indígenas que salen con personas blancas, rubias y te pasan cosas todo el tiempo. Muchas veces recibo mensajes donde me cuentan: ‘Mi esposo es rubio y yo soy marrón. Tuvimos un hijo, salió rubio, lo llevo a la plaza y me preguntan hace cuánto lo cuido’. O a mí me suele pasar cuando salgo con mi novio que el de seguridad de algún lugar me revisa para entrar y a él no. Las personas marrones vivimos situaciones así todo el tiempo. Es algo muy particular que no está contado”, dice Gudiño sentado en los sillones de la recepción del Dumont, con las revoluciones aceleradas tras el show.
La obra es una autobiografía ficcionada y el programa avisa al público que la puesta “incluye desnudo completo”. David -el actor en la piel marrón del personaje- se enamora de Juan -abogado, alto, rubio, regordete- en el baño de un museo de la ciudad de Buenos Aires. Con esculturas y cuadros alrededor, se miran, se besan, se tocan, se chupan, se prometen matrimonio.
En la vida real, una vez David -el actor en la piel marrón del personaje- se enamoró de un abogado rubio, alto y regordete en Coronel Díaz y Santa Fe. “Era el dueño de un barco en Tigre. Cuando nos veníamos me mostraba las fotos del barco, pero no me invitaba. Cuando me dejó, me destruyó. Me rompió el corazón”.
En la obra, el segundo David -el de yeso, la réplica blanquísima de Miguel Ángel; hegemónico, europeo, el cuerpo divino- es testigo involuntario de ese amor arrebatado e interracial entre varones, y a la vez el interlocutor del David de carne y hueso.
Los dos David, únicos parteners en escena.
- ¿Cómo se te ocurrió hablarle “al David”?
- No me gustan los monólogos, ni hablarle al público por hablar. Tampoco me gusta hacer que hablo con alguien que no existe. Necesitaba encontrar un interlocutor que estuviera en el escenario. Entonces pensé que en un museo puede estar “el David”, la obra de arte más icónica del mundo. Y empecé a preguntarme: ¿Me afecta llamarme David y que el ser más hermoso esculpido también se llame David y sea blanco? ¿Es importante querer ser bello o sentirse bello? ¿Me habría ayudado ver varones indígenas en la tele sintiéndose lindos y deseados? ¿Cuántos protagonistas marrones-indígenas conocemos? A mí me cambió la vida saber que soy marrón.
- ¿Un día supiste que sos marrón?
- Siempre supe que no era blanco, pero toda mi vida había pensado o me había llamado a mí mismo ‘morocho’, ‘trigueño’, ‘mestizo’. Hasta que en el año 2020, cuando fue el asesinato racista de George Floyd, vi un posteo del grupo Identidad Marrón con caras de chicos de distintas provincias argentinas asesinados por la policía. Ahí me acordé, me vino al cuerpo la vez que a mí me paró la policía. Entendí que no soy negro porque no soy afrodescendiente. Yo soy marrón. Hasta ese momento jamás había pensado en el color de mi piel. Es re loco. Comenzar a valorar el color de mi piel me hizo entender que este color y este fenotipo tiene una ancestralidad indígena.
- ¿Qué es Identidad Marrón?
- Es una posibilidad para las personas marrones indígenas que habitamos en la urbanidad, que no hemos crecido en una comunidad indígena, de decir ‘yo tengo esta ancestralidad’ y vivirla con orgullo. Acercarme a Identidad Marrón para mí fue también comenzar a comprender de dónde viene mi familia, por qué mi vieja fue precarizada toda su vida, entender mi cultura.
- En la obra mencionás que tu mamá te enseñó a no quejarte.
- En la obra está mi vida y una versión de esa vida. Por ejemplo, tengo muy presente el recuerdo de mi mamá diciéndome ‘vamos a tal lado y comes lo que te dan sin quejarte’. O cuando empecé la secundaria mi papá me dijo ‘el docente habla y vos agachás la cabeza’. En otras familias se incentiva resaltar, tomar la palabra, decir lo que pensás. Mi educación, en cambio, fue ‘vos haces lo que tenés que hacer y listo’. Como una idea fuerte de no llamar la atención. Y así crecí. Pero Identidad Marrón me hizo entender esta cultura que tiene mucho que ver con la llegada a la ciudad.
- ¿Por qué?
- Con mi familia somos de Tartagal, Salta. Mi viejo trabajaba en Gas del Estado, pero cuando se privatizó quedamos en la pobreza total. Al tiempo mi papá consiguió trabajo en la ciudad de Río Grande, en Tierra del Fuego. Probó un año él solo y al segundo año vendimos todo y nos fuimos todos al sur. Pero en un momento a mi papá le tocó trabajar en Buenos Aires y me ha contado que se sentaba en bares y no lo atendían. Entonces agarraba el diario para que el mozo entendiera que sabía leer. A mí me pasó también cuando llegué a Buenos Aires: personas que cruzaban la calle cuando me veían, que me pare la policía, tener la plata para alquilar pero que las inmobiliarias no quisieran atenderme… y todo era como muy sorprendente pero yo las naturalizaba. Las auto-invisibilizaba. Identidad Marrón me ayudó a entender estas situaciones y a pensarme como un sujeto indígena urbano. Político.
- Una manera política de pensar la identidad marrón indígena...
- Claro, y para hablar en clave de derechos. ¿De qué color es la pobreza en Argentina? ¿Qué colores habitan las cárceles en Argentina? ¿De qué colores son los jueces en Argentina? ¿Por qué me siguen llegando castings para que haga de padre peruano? Esto me pasó ayer mismo: me llega un casting para que haga de padre peruano y no me llega un casting para que haga de padre argentino. Si fuera peruano, en Argentina tendría más trabajo como actor. Es muy loco. La Argentina blanca que se busca exportar y que se reproduce acá mismo fomenta la idea de que las personas que tienen mi nariz, mi pelo, mi color de piel no existimos. Las caras kollas, las caras aymaras no están en las pantallas y eso produce racismo, xenofobia, discriminación.
- Estudiaste actuación y sos profesor de Biología. ¿De dónde viene esa mezcla?
- Hice el profesorado de Biología por mandato familiar. Fueron los esfuerzos de mamá y papá para que no sea artista. Me podría haber recibido de cualquier cosa. Lo cierto es que ese título me habilitó una salida laboral inmediata. Ejercí como profesor de Biología en inglés en un secundario mientras cursaba la licenciatura en actuación en la Universidad Nacional de las Artes. Y cada vez que estuve en una situación económica complicada, salí a dar clases de Biología.
- ¿Por qué tu familia no quería que te dedicaras a la actuación?
- Es muy difícil para las personas marrones indígenas dedicarse al arte. Si ya es muy difícil y complejo en general, para nosotros no es un destino posible. Por eso mi papá y mi mamá no querían que actuara. Me lo dijeron: ‘Hicimos todo lo posible para que no fueras artista’. Pero no lo lograron. Ahora me vienen a ver al teatro, me siguen en las redes, les encanta lo que hago.
David Gudiño muestra una sonrisa contagiosa, grande, de dientes muy blancos. Es cálido para hablar, aunque lo que hable sea odioso.
- Para el mercado de la actuación una persona marrón e indígena solo puede hacer de policía, de gendarme o chorro. Cuando me di cuenta de que no iba a tener muchos roles como actor principal, comencé a escribir mis obras.
- ¿Cuándo tuviste ese registro?
- Estudiando en la facultad. Comencé a hacer castings y solo quedaba para personajes chiquitos, bolos de un minuto, un capítulo o dos. Incluso papeles pobres en el sentido actoral. Cuando estás en la facultad querés hacer Shakespeare, querés ser Ricardo III. Yo veía que mis compañeros progresaban, que estaban en una obra y después hacían otra y otra, y a mí no me pasaba. Así entendí que me tenía que poner a escribir y a dirigir porque sino no tendría trabajo. Es súper meritocrático. Tenés que escribir tu texto, tenés que producir tu obra… pero eso muestra el poco acceso que las personas marrones e indígenas tenemos al mercado artístico. Trabajar desde una perspectiva antirracista tiene que ver con abrir los espacios, brindar oportunidades, facilitar contactos y romper las paredes de cristal que nos impiden. A mí en las redes me dicen que soy planero, y hay muchas personas marrones indígenas que sufren agresiones continuamente. Los medios de comunicación, el cine, el teatro, son responsables de contar historias en las que haya otras posibilidades de existencia, y no ese final predestinado a que yo sea un parásito del país. No, yo trabajo, estoy cumpliendo mi sueño, me esforcé mucho y es importante mostrar que también existe esa posibilidad para nosotros.