Aunque a priori parezca algo privativo de la intimidad, el proceso de formación de parejas también puede ser examinado desde un ángulo sociológico. La pregunta “de quién y por qué uno se enamora” parece ser un interrogante para ser respondido por la psicología o la literatura, por Freud, Sthendal o Flaubert. En cambio, las preguntas de “quien se casa con quién, o quién convive con quién”, ya parecen ser maleables al tratamiento sociológico. El primer interrogante (la efusión amorosa) se centra en el individuo, en tanto que el segundo (la construcción de la pareja) en el actor social.
Entre los sociólogos clásicos, quien más se detuvo a prestar atención a nuestro tema fue Georg Simmel; señalaba que el amor pertenece a las grandes categorías configuradoras de lo existente, pero que debe reconocerse que “el efecto amoroso disloca y falsea innumerables veces la imagen que los sujetos tienen de sí mismos”.
Luego del trabajo pionero emprendido por Gino Germani hacia 1950, dos grandes esfuerzos empíricos sobre la estructura social y el sistema de estratificación de la Argentina fueron los realizados por Susana Torrado y Jorge Raúl Jorrat. Para el caso nos interesa particularmente este último.
Jorrat señala que para medir el grado de apertura y modernidad de una sociedad no sólo hay que tomar en cuenta la movilidad ocupacional y educativa, sino también la movilidad que pueda provenir del establecimiento de lazos de pareja y/o connubio entre personas provenientes de diferentes estratos sociales.
Así, el autor plantea la cuestión del mercado matrimonial, y lo hace articulándolo con el sistema de estratificación. El matrimonio crea un lazo íntimo no sólo entre personas, sino también entre sus familias, y una sociedad en la que se verifican muchos matrimonios entre personas pertenecientes a distintas clases puede ser considerada como una sociedad más transparente y abierta que una en la que ocurren pocos matrimonios mixtos.
En el proceso de selección de parejas puede intervenir tanto una “homogamia” (donde predominan las semejanzas que puede ser de clase social, de nivel educativo) como una “heterogamia” (donde se verificarían disimilitudes sobre todo en el nivel económico), y que el proceso de apareamiento y/o matrimonio se orienta por estrategias que pueden privilegiar tanto las “similitudes” como las “diferencias”. De acuerdo con las primeras, las potenciales parejas buscan alguien de su mismo status, y según las segundas, buscan alguien de un status superior: en general, las primeras enfatizan en lo cultural y las segundas en lo económico.
La orientación en la búsqueda de parejas semejantes se sustenta en que la similitud (homogamia) cultural en relaciones de largo plazo “asegura una base común de conversación, provee confirmación de las propias normas y valores, y reduce la fricción que dentro del matrimonio puede surgir por diferencias de gusto”. En tanto que la búsqueda de parejas diferentes –de otro nivel social- suele estar inducida por la probable obtención de más altos niveles de recursos económicos y de prestigio social.
Se advierte que la homogamia disminuye con el incremento del desarrollo económico de los países, y los altos grados de industrialización resultan más propicios para el amor romántico, puesto que “el lujo del amor romántico puede resultar factible cuando decrece la necesidad de los padres de controlar las elecciones matrimoniales de sus hijos, decrece la habilidad de los padres para hacerlo y se incrementan los contactos entre personas de diferentes estratos sociales”.
En las fases más elevadas de crecimiento económico, con ingresos y salarios más altos y un sistema de seguridad bien establecido, donde disminuye la dependencia entre padres e hijos, ganará importancia el amor romántico y puede esperarse que la homogamia decrezca.
Escrituras sobre el amor
En años recientes se han realizado en Argentina algunos aportes sobre la estructura de los sentimientos por parte ciertos sociólogos y antropólogos que estudian las emociones y la intimidad de lo social. Pero estimamos que en rigor, para emprender el tratamiento de la cuestión amorosa también se debería convocar a una diversidad de contribuciones empíricas y encuadres doctrinarios de otras disciplinas, tanto los provenientes de un economista neoclásico como Gary Becker (sus temas incluyen la formación de parejas, el divorcio, el número de hijos, etc.), de un historiador neomarxista como E. P. Thompson o de semiólogos y filósofos estructuralistas como Barthes y Baudrillard.
Fuentes inagotables pueden ser proporcionadas por la literatura. Robert Nisbet considera a la sociología como una “forma de arte” y, en verdad, ella es, en el fondo, un género literario.
De tal manera, para incursionar en la temática siempre resulta recomendable la relectura de aportes ya clásicos, y permanentemente sugestivos, que pueden ir desde El Banquete de Platón hasta Fragmentos de un discurso amoroso de Barthes, sin prescindir, por ejemplo, del Diario de un seductor de Kierkegaard y los Estudios sobre el amor de Ortega y Gasset. Y también reflexiones iluminadoras se las encuentra en La fisiología del matrimonio de Balzac y en Sobre el amor de Sthendal.
En lo estrictamente literario el yacimiento resulta tan vasto que preferimos sólo concentrar nuestras sugerencias en un subgénero, el de las novelas de iniciación y aprendizaje (Bildungsroman), donde se muestra la formación de un carácter, el desarrollo de un perfil espiritual –sobre todo amatorio- de personajes tan prototípicos y verosímiles como los que aparecen en Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister de Goethe, La educación sentimental de Flaubert, La infancia de un jefe de Sartre y El cazador oculto de Salinger.
En este aspecto el caso de Argentina presenta ciertas singularidades. Aunque escasos, se pueden mencionar aportes novelísticos en la temática de la iniciación y que transcurren en los tres países que integran la nación literaria argentina: Buenos Aires (El juguete rabioso de Arlt), la pampa húmeda (Don Segundo Sombra de Güiraldes) y el interior (Shunko de Jorge W. Abalos). Pero, en verdad, ni el aprendizaje sentimental, ni en términos generales, el amor, han sido intensos centros de interés de la narrativa argentina. Por diversas razones, y a diferencia de lo que acontece por ejemplo, en Colombia, Perú o México, pareciera que en Argentina el énfasis se hubiera depositado en la temática de la “identidad”, cuya búsqueda muchas veces se realiza en clave policial (v.g. Piglia). Y en materia de sentimientos, la amistad parece ser más reverenciada que el amor. En este y en otros sentidos, Juan Carlos Onetti y Andrés Rivera han resaltado las profundas diferencias de la novelística argentina (y rioplatense) con la de la mayoría de los países latinoamericanos. Asimismo, resulta claro en Argentina el predominio de cierto tipo de construcciones experimentales, cuyo más conocido ejemplo es Rayuela de Cortázar, y de lo que se conoce como “literaturas de segundo grado” (escrituras sobre la escritura, el narrador como objeto narrativo) que en Borges se quintaesencia y que tiene claros exponentes en Macedonio Fernández, Enrique Anderson Imbert y Ricardo Piglia.
De todos modos, son, sin duda, los poetas quienes parecen ser dueños de las claves para el acceso al conocimiento más íntimo y más trascendente del amor. Entre tantas posibilidades ilustrativas, elegimos un fragmento del poema Si el hombre pudiera decir lo que ama, de Luis Cernuda: “Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien / cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío; …./ Tú justificas mi existencia: / si no te conozco, no he vivido; / si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.”
Títulos, epígrafes y geometrías
Una de la novelas más celebradas de Goethe se titula Las afinidades electivas; en ella se muestran las superposiciones entre las fantasías y la realidad en una pareja que se ama y se desconoce. En dicho título están contenidos los términos apropiados y, al mismo tiempo, más sugestivos para propiciar una meditación sociológica sobre el amor, ya que ellos reflejan contigüidad y tensión.
Cada uno por su lado expresa diversos sentidos. Las afinidades: temperaturas de la pasión. Lo electivo: preferencias de la razón. Y enunciados conectivamente representan la dinámica del amor, claro está que entre las formaciones sociales más difundidas que son predominantemente homogámicas. Las afinidades electivas querrían decir que hay amplia libertad para la selección de la pareja, siempre que ella se realice entre afines, esto es, al interior de un determinado estrato social. El connubio o la nupcialidad entre personas provenientes de diferentes clases sociales, ya implicaría referirse a heterogeneidades (o desigualdades) electivas. Afinidad, elección: cada término pesa más según el grado de crecimiento económico; en las sociedades de desarrollo bajo o intermedio predomina el matrimonio entre similares, mientras que en las sociedades más desarrolladas existirían aperturas hacia el matrimonio morganático, es decir, entre desiguales.
En el último endecasílabo del Soneto del amor navegante de Leopoldo Marechal se señala que “Con el número Dos nace la pena”. Diversas connotaciones de los números. El “uno” es el de los niños y quizás de solitarios empedernidos y corresponde a una instancia pre social. Con el número “dos”, con la pareja, el individuo se convierte en actor social: el número Dos como salida hacia la sociedad.
Pero hay una instancia en que la aritmética se transforma en una geometría del amor. El paso desde las díadas a las tríadas: espacios topológicos trazados por Simmel. Como se sabe, y alguien que leyó estas líneas me lo recordó, en materia de amor, en realidad, “Con el número Tres nace la pena”.
Por ello, nuestra propuesta para futuras indagaciones consistiría en que la sociología examine no sólo las formas duales (la pareja, el matrimonio, el connubio), sino también las conformaciones geométricas del amor, desde las más evidentes (el triángulo, la infidelidad), hasta las menos perceptibles socialmente (el desamor).