Daniela Cersosimo tiene 30 años y es sudafricana, pero por su forma de hablar y su apariencia física la confunden con una argentina. Motivos no le sobran. Su papá, Mario, nació en la Ciudad de Buenos Aires, trabajaba como empleado de comercio y en la década del ‘70 decidió emigrar a Johannesburgo por la “fiebre del oro” en busca de un mejor futuro. Allí conoció al amor de su vida, formó una familia y logró la estabilidad económica que tanto anhelaba. Sin embargo, una mala decisión lo llevó a volver al país y a quedar en ruinas, luego de 30 años de sacrificio.
“En Argentina perdimos todo”, recordó Daniela, quien volvió a instalarse en Sudáfrica hace 5 años. Hoy, vive en Ciudad de Cabo junto a Mariano Morel, su pareja argentina, de 41 años, y recuerda cómo fue su dura infancia en Mar del Plata: “De chica conocí lo que era pobreza”.
La historia familiar de Daniela es sorprendente ya que sus padres emigraron a la Argentina en dos oportunidades y ninguna de las dos resultó como esperaban. La primera vez fue en 1997, cuando ella tenía 3 años. Como su padre extrañaba mucho sus raíces, se instalaron en el barrio porteño de Villa Devoto. Primero compraron un departamento y luego abrieron una panadería.
“Al principio iba todo bien pero después el negocio no supo dar el suficiente dinero que necesitábamos para vivir como queríamos y a mi mamá le empezó a afectar mucho el clima. Era asmática y la humedad le hacía muy mal”, relató Daniela. Tres años después vendieron todo y volvieron para Sudáfrica.
El aumento de la criminalidad a partir del 2004 fue determinante para que muchos huyeran de Johannesburgo, donde se cometían unos 50 asesinatos diarios y el país ocupaba el segundo puesto en ranking mundial; después de Colombia. También ocurrían muchos robos y secuestros. Esa situación de inseguridad les hizo tomar la decisión de volver a instalarse en Argentina ese año, pero esta vez en Mar del Plata.
“A mi papá le gustaba mucho esa ciudad. Nos había contado que solía veranear allí en sus épocas de juventud y que había mar. En ese tiempo nos habíamos mudado a Ciudad del Cabo y nos aseguró que no iba a ser un cambio tan drástico como cuando habíamos vivido en Capital Federal”. remarcó.
Llegaron al aeropuerto de Ezeiza el 11 de febrero de 2004 y tras pasar la primera noche en la casa de los abuelos paternos, se tomaron el tren rumbo a “La Feliz”. Mario eligió la zona de Parque Camet porque le gustaba tener jardín, huerta y parrilla. “Eran dos terrenos en forma de L. Tenía muchos árboles frutales y mucho verde. La casa ya estaba construida pero había que remodelarla”, contó Daniela, a quien el paisaje le resultó bastante chocante. “No era una zona muy linda ni muy segura. Fue como un impacto visual diferente al que estábamos acostumbrados allá. Y a eso hay que sumarle que no entendíamos mucho el idioma”, agregó.
Mientras remodelaban la casa, Mario consiguió un trabajo como cocinero y se instalaron en un complejo de departamentos para turistas a unas cuadras de la casa que habían comprado. Como la plata no alcanzaba, sacaron un crédito. Hicieron la instalación de luz y agua a nuevo y llegó un momento en que se les hizo muy cuesta arriba afrontar todos esos gastos y encima pagar el préstamo. “Básicamente perdimos todo a los dos años de llegar a Argentina”, se lamentó la joven sobre los motivos que los llevaron a tener que vender la casa para cancelar las deudas y terminar alquilando un departamento.
“Mis padres la remaban para salir adelante pero fue muy difícil. Entre otras cosas no pudimos seguir en un colegio privado y pasamos a un colegio público”, contó.
En el año 2007 compraron un kiosco y a los 13 años Daniela empezó a trabajar allí para ayudar con la economía familiar. “Era la época en que se trabajaba muy bien la temporada y después la gente intentaba vivir con esa plata todo el invierno. Recuerdo que a nosotros no nos fue tan bien y al año siguiente ya no teníamos más el kiosco”, enfatizó.
Tramitar la residencia fue otro obstáculo que tuvieron que superar. “Fuimos a Migraciones y nos pedían muchísimos requisitos. La traducción de los documentos salía mucho dinero. Había que llamar a la Embajada, mandar a pedir los papeles a Sudáfrica y luego legalizarlo con notarios. Era todo carísimo”, recordó Daniela, quien cuando egresó del secundario ni siquiera tenía el DNI argentino.
A pesar de que siempre hablaban sobre la posibilidad de volver a Sudáfrica, nunca la pudieron concretar por la falta de ahorros. “A uno siempre le van a tirar las raíces y más aún en los momentos donde algo te desestabiliza”, aseveró.
“Mi papá llegó cuando estaba el Apartheid, pero a él mucho no lo afectó. Amaba mucho a su país y nos vivía hablando de Argentina. Era muy patriota. Recuerdo que seguía por radio los acontecimientos de la Guerra de Malvinas y se enfurecía cuando los sudafricanos celebraban las bajas de los soldados argentinos”, recordó.
Mario falleció de cáncer en diciembre de 2011 y dos años después la hermana mayor de Daniela se fue a vivir a Johannesburgo, donde se encontraba sus tías maternas. Ella, en cambio, permaneció en Mar del Plata junto a su mamá hasta 2018.
Una vez que terminó el secundario entró a trabajar a una famosa cadena de confiterías como moza, donde conoció a Mariano Morel -su actual pareja, de 41 años- que se desempeñaba como cajero. Meses después empezaron a salir y se fueron a vivir juntos.
En 2017 se fueron de vacaciones a Sudáfrica y Daniela sintió un cimbronazo muy fuerte al volver a conectar con sus raíces. “No me quería volver, lloraba. Me preguntaba por qué había estado viviendo tanto tiempo en Argentina. Se me quebró el corazón, tenía mucha nostalgia”, admitió. Ella no quería presionarlo a Mariano con emigrar, y sin buscarlo fue él quien le hizo la propuesta al advertir que podían tener un mejor estilo de vida que acá. “¿Y si nos vamos a vivir a Sudáfrica?, le preguntó. La respuesta fue un rotundo “sí”.
Finalmente, viajaron en octubre de 2018. Habían ahorrado 6 mil dólares, que era la mitad de lo que habían proyectado. “Justo ese año hubo una devaluación muy fuerte. El dólar estaba $17 y cuando nos fuimos había llegado a los $40. Así que con esa plata pudimos comprar un auto por 4 mil dólares y destinar el resto a alquilar un departamento”, relató.
Antes de que Daniela consiguiera trabajo, estuvieron vendiendo empanadas en una feria y el emprendimiento resultó un éxito. Tal es así que hasta les hicieron la nota para un diario local. Un mes después de su llegada, ella ya estaba trabajando en una empresa de informática, en el área de validaciones: “A pesar de que no tenía nada experiencia en el rubro, me contrataron porque necesitaban personas que hablaran español”.
Hasta el momento, su pareja está desocupada ya que cuenta la visa de acompañante y no puede aplicar para ningún empleo. “Recién a los cinco años puede pedir la residencia permanente y ya falta poco para que la pueda tramitar”, detalló Daniela.
Mientras, ambos están al frente de “Expedición Africa by Daniela & Mariano”, un canal de Youtube donde cuentan cómo fue emigrar a Sudáfrica y relatan su día a día en Ciudad de Cabo y otras ciudades que visitan.
Si bien por el momento pueden vivir solo con el sueldo de ella, la idea es que una vez que Mariano consiga trabajo pueda ahorrar para comprar una casa. Aunque todavía no saben dónde: si en Sudáfrica o Italia. Ese es un país al que ambos les gustaría conocer en el corto plazo y no descartan emigrar allí en el futuro, así como lo hizo su papá 50 años atrás en busca de un futuro mejor.