Actualmente, podemos programar el despertador del celular para que nos levante de la cama con nuestra canción favorita, algún sonido de la naturaleza y también con el que simula el terrible sonido metálico del reloj a cuerda y campanillas que usaron varias generaciones. Eso fue antes de la llegada a la vida cotidiana el radio despertador o los relojes digitales.
Pero mucho antes de eso, las personas que debían despertarse muy temprano contrataban a otras para que cumplieran la difícil tarea de sacarlas de la cama para que comenzaran la jornada laboral.
Conocida como knocker-up (o knocker-upper), el de “despertador” fue un oficio que se desarrolló en Inglaterra e Irlanda durante la Revolución Industrial y las primeras dos décadas del siglo XX. La tarea que realizaban consistía en lograr que la gente saliera de la cama y llegara a tiempo a sus empleos.
La historia
La Revolución Industrial (1780 a 1850) produjo cambios estructurales que afectaron las vidas de las personas: buena parte de la población que vivía en el campo se mudó a las ciudades, e iniciar el día no dependía del momento del amanecer, sino del nuevo ritmo que la floreciente era industrial exigía.
Sin importar la estación del año, estuviera o no el sol arriba, el horario de la jornada de trabajo quedó desde entonces marcado por la fábrica o el taller donde trabajaban, que además exigía llegar puntual, requisito fundamental para conservar el puesto.
Y en algunos casos, lograr el cambio de rutina y estilo de vida representaba un problema, ya que aunque existían los despertadores mecánicos, éstos eran muy caros para el bolsillo de los y las trabajadoras. El reloj despertador fue inventado en el siglo XVIII, pero se popularizó en el siguiente y era un objeto de lujo.
¿Qué solución quedaba para los que necesitaban imperiosamente madrugar? Acudir al servicio de otra persona que los despertara. Esto generó un nuevo oficio, el knocker-up.
A la hora establecida, el “despertador humano” llegaba hasta la casa de su cliente con alguno de dos imprescindibles elementos: una vara o un palo corto para golpear la puerta o las ventanas de las viviendas en planta baja; o una vara larga, generalmente de bambú, para alcanzar ventanas o pisos altos. Mary Smith se hizo famosa en el oficio por usar una cerbatana.
El “despertador”, que cobraba por semana, no se retiraba hasta saber que su cliente se había despertado.
La tarea de despertar a otros comenzó a ser una de las más realizadas, especialmente en las grandes ciudades industriales como Manchester. Y solían ejercerla adultos mayores, pero también lo hacían los oficiales de policía, para así tener un ingreso extra mientras realizaban el patrullaje en horas de la madrugada.
Una de las mujeres que cobró fama por esta tarea fue Mary Smith, que por medio de su cerbatana tiraba pequeñas piedras, semillas, arvejas o lo que encontrara para que golpearan las ventanas. El ruido que producían los proyectiles despertaban a quienes le pagaban su semanalidad. Recorría desde tempranas horas las calles del East End, de Londres y su hija heredó su trabajo.
La mujer, que cobraba seis peniques semanales, pasó a la historia por su habilidad como “despertadora” y la afinada técnica: introducía pequeños elementos en la cerbatana, clavaba la vista en un punto, acomodaba su “fusil” y soplaba logrando el efecto de una bombardeo de porotos y siempre cumplía el cometido para el que había sido contratada: despertar a sus clientes. Nunca falló.
El fotógrafo John Topham fue quien fotografió a Mary en pleno trabajo y contó: “La señora se despertaba cada día, incluso los domingos, a las tres de la mañana para golpear las ventanas de los trabajadores usando un tirador de semillas”.
Este oficio también fue realizado por las personas que se encargaban de hacer las rondas para apagar las lámparas de gas de las calles, que era el alumbrado público de entonces. Usaban la misma vara con la que apagaban el gas de las farolas para despertar- a golpes en las ventanas- a sus clientes.
La tarifa que cobraban era variable. Los que trabajaban de despertadores establecían el costo del servicio según cuánto tiempo les llevaba llegar a la casa del cliente y de la hora acordada: así si debían llamarlos antes de las 4 de la mañana correspondía la tarifa más cara; desde las 6 en adelante el precio bajaba. Había dos modalidades de contrato. Por un lado eran las empresas las que podían pagar para que despertaran a sus trabajadores o eran los empleados los que abonaban el servicio.
La gran duda es: ¿Quién hacía madrugar a los knocker-up? Esa es una pregunta sin respuesta. Cumplieron esta tarea hasta que los relojes despertadores comenzaron a ser accesibles para los salarios de los trabajadores.
El reloj
Hoy, prácticamente desterrados como elemento fundamental y adorno de la mesa de luz, aquellos viejos despertadores llegaron a la vida cotidiana como objetos de lujo.
Hubo una época en la que el canto de los gallos cumplían la función de alarma en el campo, también las campanas de las iglesias servían como señal para iniciar el día, e incluso algunas personas adquirieron el habito de despertarse por llamado de la naturaleza.
Fue el relojero Levi Hutchins quien inventó el primer despertador mecánico en 1787, pero no se preocupó por patentarlo y se comenzó a fabricar en todo el mundo. Murió a los 94 años sin haber recibido un centavo por su invento.
“Entonces, la gente confiaba en el sol para despertarse, pero a las cuatro de la mañana, la hora en que se levantaba Hutchins, no había sol. Así que el relojero colocó una palanca en el número cuatro, que a su vez hacía sonar una campana cuando la manecilla llegaba a la hora”, cuenta el investigador Alfred López, que se dedica a divulgar curiosidades de la historia.
Sigue en su relato: “Cuentan que Leonardo Da Vinci hizo un diseño de reloj despertador que muchos consideraban más como una broma que como un proyecto serio. Constaba de un platillo redondo sostenido por un tubo que funcionaba como una palanca de dos brazos”, describe al objeto que en el otro extremo del tubo contenía un platillo plano con agua. “De este extremo salía una cuerda que se ataba a los píes del durmiente. Cuando el platillo redondo se llenaba hasta la mitad, resultaba más pesado que el plano, y hacía oscilar éste, vertiendo el agua a través del tubo hasta el platillo redondo y tirando violentamente de la cuerda atada al tobillo del ‘bello durmiente’”.