Conducción Política es un texto en las antípodas de la idea de que el poder se justifica en sí mismo, sin fines trascendentes, como afirmaba el autor de El Príncipe.
Hace algunos años, le preguntaron a Joseph Page, un biógrafo nada tierno con el líder justicialista, si Hugo Chávez era un nuevo Perón. La respuesta -seguramente no esperada- fue un rotundo no. “Perón era un profesor, un hombre erudito”.
Esa erudición se la puede percibir a poco que uno se asome a sus escritos. ¿Cómo se entiende entonces que en las universidades argentinas no se lea a Perón? Para adherir o para disentir. Para entender.
Esta no lectura de Perón no es solo un déficit de sus adversarios. O de los no peronistas. Sucede incluso entre quienes se proclaman seguidores del General y con demasiada frecuencia hacen patente su desconocimiento de las tradiciones y categorías de pensamiento justicialistas.
Muchos lugares comunes o prevenciones quedarían descartados con sólo detenerse en la lectura de la frondosa producción -discursos, conferencias, ensayos, correspondencia- del hombre que marcó nuestra historia de modo indeleble.
Carlos “Chango” Funes, autor de Perón y la guerra sucia, un libro ineludible sobre el breve tercer gobierno del General, sostiene que uno de los motivos del desencuentro de los cuadros juveniles con Perón fue su escasa formación “justicialista”. Y agrega: “El prejuicio academicista y la censura antiperonista habían privado a toda una generación de estudiantes universitarios, políticos y militares, de un acceso sistemático a la doctrina justicialista (…) Los exponentes de una y otra corriente [liberales y marxistas] coincidían en descalificar al justicialismo ‘como materia no digna de estudio’”.
La doctrina de la Tercera Posición, por ejemplo, fue con frecuencia menospreciada como un invento reformista por los mismos que décadas más tarde se extasiaron con la efímera Tercera Vía de Tony Blair…
Del Congreso de Filosofía que convocó en Mendoza en 1949 surgió La Comunidad organizada, síntesis de un pensamiento filosófico equidistante tanto del marxismo como del liberalismo. “Yo leía a Perón antes de ser peronista. La Comunidad Organizada siempre me resultó un texto sumamente atractivo. Antes de transformarlo casi en una Biblia, antes de ser peronista…”, dijo en entrevista con este medio Juan Manuel Abal Medina, principal operador político del líder justicialista en su regreso al país en 1972-73 y autor del best seller Conocer a Perón.
La vocación por enseñar, por transmitir su conocimiento de la política -aunque hay que decir que también creía que la política era un arte y que al que no nacía con ese don le sería muy difícil el oficio- fue una constante en Perón.
En un tramo de Conducción Política, se diferencia en esto de los anteriores caudillos que dominaban la política argentina y que preferían mantener distancia y tener el menor contacto posible con la gente. “Porque el caudillo no era un adoctrinador, ni un maestro, ni un conductor”.
Fue constante su afán por formar y dar participación. A eso alude el famoso “bastón de mariscal en la mochila” de cada peronista. Las explicaciones permanentes que daba sobre lo que había hecho apuntaban a la emulación: quien se lo proponga puede actuar en política. Por eso el movimiento que creó tiene la impronta de la iniciativa, de la acción, de la realización. Mejor que decir es hacer. El justicialista que llega a una posición de poder, de responsabilidad, difícilmente no actúe o pase sin dejar huella. Podrá equivocarse, pero no será por no hacer nada.
Hay que decir que, pese a la escasa formación “justicialista” que señala Funes, en los 70 hubo una “peronización” de las clases medias. En la actualidad, no puede decirse lo mismo. La transversalidad predicada hace unos años, se tradujo en un entrismo de esos sectores con agenda y todo.
Pese a lo dicho al comienzo, cabe señalar que, en el último tiempo, está resurgiendo un interés por el estudio académico del peronismo. Y así lo demuestran algunos libros recientes como la compilación de trabajos sobre dirigentes de la segunda línea peronista, dirigida por Raanan Rein y Claudio Panella, o los estudios sobre la correspondencia de Perón con otros políticos argentinos publicados con el título El exilio de Perón. Los papeles del archivo Hoover, con la coordinación de José Carlos Chiaramonte y Herbert Klein.
Justamente Klein, que es estadounidense, decía a Infobae: “Estoy bastante sorprendido de que no haya un instituto peronista que guarde el archivo de la historia de Perón y del peronismo; sería fundamental”.
Esto es consecuencia de lo anterior: de la subestimación que lleva a no leer, se pasa a no preservar. Parafraseando a Carlos Funes, podemos decir que la censura antiperonista ya no existe, pero falta vencer por completo el prejuicio academicista.
EL MANUAL DE PERÓN
No siempre los líderes políticos tienen vocación, tiempo y oportunidad para dejar testimonio escrito de su pensamiento y experiencia. En Perón, esa fue una preocupación constante, y no sólo en el exilio, como lo prueba este manual, Conducción Política, que recoge el contenido de las clases que dictó durante su primera presidencia en la Escuela Superior Peronista. Actuar y pensar, como forma de escapar a la tiranía de la inmediatez.
Su lectura despierta añoranza de tiempos en que los presidentes eran personas de gran erudición y cultura, más allá del color político.
Es un lugar común atribuirle maquiavelismo a Perón, pero en realidad su doctrina del poder está en las antípodas de la del autor de El Príncipe, quien, en palabras de Federico Chabod (en El método y el estilo de Maquiavelo; Revista de la Cultura de Occidente, 1966), afirma la “autonomía de la política, considerada como una forma de la actividad humana que existe per se, que no está condicionada por ninguna presunción o finalidad que tenga un carácter teológico o moral”.
El filósofo católico francés Jacques Maritain, citado por Perón en La Comunidad organizada, criticaba la deliberada ignorancia de Maquiavelo de “la trascendencia ética, metafísica y religiosa del proceso político”.
Esta dimensión trascendente de la política se ha perdido entre los protagonistas actuales de la cosa pública, no sólo entre quienes se proclaman herederos de Perón, sino en la dirigencia en general, y la política se ha convertido en algo autónomo de toda finalidad moral.
En Conducción Política, Perón combina erudición con experiencia, principios generales con ejemplos históricos o de su propia gestión y hasta anécdotas, todo en lenguaje llano y con una pizca de picardía criolla. Muchas de sus formulaciones son de carácter universal y no han perdido actualidad, como podrá apreciarse en esta selección de 15 de sus conceptos, que no sólo evidencian sabiduría política, sino también profundo conocimiento de la naturaleza humana.
1. Diferencia entre un caudillo y un conductor
El primero hace cosas circunstanciales y el segundo realiza cosas permanentes. El caudillo explota la desorganización y el conductor aprovecha la organización. El caudillo no educa, más bien pervierte; el conductor educa, enseña y forma (...) Si un conductor, después de haber manejado un pueblo, no deja nada permanente, no ha sido un conductor: ha sido un caudillo.
2. El hombre honra el cargo
Debe actuar en él desempeñándose de la mejor manera posible, porque si los cargos elevan o encumbran al ciudadano, el ciudadano tiene la obligación de ennoblecer el cargo. (...) Si pensamos que no seremos nosotros quienes serviremos a los pueblos sino que nos serviremos de ellos, no llegaremos muy lejos. (...) Cuenta la historia que cuando el famoso Epaminondas, por haber perdido una de sus batallas, fue degradado del ejército y encargado de la limpieza de la ciudad de Tebas, nunca esa ciudad estuvo tan limpia. (...) Lo que debe importarle (a un hombre) es actuar bien donde lo pongan.
3. Sobre el sectarismo y la intransigencia
Esto es lo que podríamos llamar una de las deformaciones de la conducción política: el sectarismo. (...) El sectarismo es el primer enemigo de la conducción, porque la conducción es de sentido universalista, es amplia, y donde hay sectarismo se muere porque la conducción no tiene suficiente oxígeno para poder vivir.
El conductor político nunca es autoritario ni intransigente. No hay cosa que sea más peligrosa para el político que la intransigencia, porque la política es, en medio de todo, el arte de convivir, y, en consecuencia, la convivencia no se hace en base de intransigencia, sino de transacciones. En lo que uno debe ser intransigente es en su objetivo fundamental y en el fondo de la doctrina que practica. Pero debe ser alta y profundamente transigente en los medios de realizarla, para que todos, por su propio camino, puedan recorrer el camino que les pertenece.
4. El conductor no debe mentir
El conductor no puede decir la primera mentira; el conductor no puede cometer la primera falsedad ni el primer engaño; debe mantener una conducta honrada mientras actúe, y el día que no se sienta capaz de llevar adelante una conducta honrada será mejor que se vaya y no trate de conducir, porque no va a conducir nada. Por eso digo que en la conducción no son sólo los valores materiales los que cuentan, y no es sólo la inteligencia del individuo la que actúa. Actúan también sus sentimientos, sus valores morales, sus virtudes. Un hombre sin virtudes no debe conducir, y no puede conducir aunque quiera o aunque deba. (...)
La sinceridad es el único medio de comunicación en política. Las reservas mentales, los subterfugios y los engaños, se pueden emplear en política dos o tres veces, pero a la cuarta no pasan. (...) Empleando siempre la sinceridad, quizá algún día desagrada, pero en conjunto agradará siempre.
5. Si no delinque, no formará delincuentes
El conductor debe ser también un maestro, debe enseñar, y debe enseñar por el mejor camino, que es el del ejemplo. No delinquiendo él, no formará delincuentes. Porque en la conducción, de tal palo ha de salir tal astilla...
6. El peligro de los cuenteros y aduladores
El gobierno es un pobre hombre que está buscando un objetivo lejano y marcha por su camino teniendo de un lado una legión de cuenteros, y del otro, una legión de aduladores, cada uno de los cuales tira para su lado.(...) Lo sabio está en no apartarse, en hacer una sonrisa y seguir.
7. Conducir es una función de sacrificio
Un partido político cuyos dirigentes no estén dotados de una profunda moral, que no esté persuadido de que ésta es una función de sacrificio y no una ganga, que no esté armado de la suficiente abnegación, que no sea un hombre humilde y trabajador, que no se crea nunca más de lo es ni menos de lo que debe ser en su función, ese partido está destinado a morir, a corto o largo plazo, tan pronto trascienda que los hombres que lo conducen y dirigen no tienen condiciones morales suficientes para hacerlo. Los partidos políticos mueren así, porque ya he dicho muchas veces que los pescados y las instituciones se descomponen primero por la cabeza.
8. Los valores que debe tener un conductor
Napoleón definía así al genio: representando los valores morales por las coordenadas verticales y los valores intelectuales por la base, el genio es aquel que tiene la base igual a su coordenada; es decir, un hombre que tiene repartidos muy armoniosamente sus valores morales y sus valores intelectuales, o sea, que es capaz de concebir bien y que tiene fuerza suficiente para ejecutar bien. Esa era la definición que Napoleón daba del hombre perfecto para la conducción (...) Si carece de valores morales, no es un conductor, porque los valores morales, en el conductor, están por sobre los intelectuales, porque en la acción la realización está siempre por sobre la concepción.
9. El conductor trabaja para los demás, no para sí mismo
Hay dos clases de hombres: aquellos que trabajan para sí mismos y los que trabajan para los demás. El conductor que trabaja para sí mismo no irá lejos. (...) Porque si él se obsesiona con su conveniencia, abandona la conveniencia de los demás, y cuando ha abandonado la conveniencia de los demás, falta poco tiempo para que los demás lo abandonen a él.
10. No ir al choque. Persuadir, no mandar
El conductor político nunca manda; cuando mucho, aconseja; es lo más que se puede permitir. Pero debe tener el método o el sistema necesario para que los demás hagan lo que él quiera, sin que tenga que decirlo. Quien conduce en política de otra manera, choca siempre, y en política el choque es el principio de la destrucción del poder. (...)
Hay que distinguir bien lo que es mando (militar) de lo que es gobierno. (...) Bien se trate de la conducción política o de la dirección política, el método no puede ser jamás el del mando, es el de la persuasión. Allá se actúa por órdenes, aquí por explicaciones. Allá se ordena y se cumple. Aquí se persuade primero, para que cada uno, a conciencia, cumpla una obligación dentro de su absoluta libertad en la acción política. (...) De manera que el conductor militar es un hombre que manda. El conductor político es un predicador que persuade, que indica caminos y que muestra ejemplos y entonces la gente lo sigue.
11. La lucha no es personal
El conductor no lucha nunca en forma personal. Él lucha por una causa. Por eso, cuando algo anda mal, él no se debe ofender personalmente. El debe mirar, desapasionada, inteligentemente, cómo corregir el error en beneficio de la causa que persigue. Cuando algunos políticos reaccionan violentamente y luchan entre sí, no están trabajando por la causa de todos: están trabajando por la causa de ellos. (...) En política no hay por qué enojarse porque uno no persigue intereses personales.
12. El conductor debe tener bondad
Otra de las condiciones del conductor es la bondad de fondo y de forma. Hay conductores que son buenos en el fondo pero que en su manera de ser son ásperos para tratar a la gente. ¡Qué tontos: son buenos en el fondo y no lo demuestran! Hay otros que son malos en el fondo y buenos en la forma. Pegan una puñalada con una sonrisa.
13. Diferencia entre popularidad y prestigio
La popularidad es siempre local y circunstancial. El prestigio suele ser general y permanente, cuando es prestigio. La popularidad llega en un día, pero también es susceptible de irse en otro día. El prestigio se gana paso a paso, pero también se pierde paso a paso. (...) Para conducir, no es suficiente la popularidad. Para conducir es necesario el prestigio. Y, cuando ese prestigio se pierde, es necesario retirarse.
14. La inmoralidad no es permanente
No nos basamos en principios inmorales, porque la inmoralidad no tiene forma permanente en ningún aspecto de la vida. No hay nada inmoral que viva. Lo único que subsiste sobre grandes fundamentos de perennidad es el conjunto de los grandes valores morales. (...) Es inútil la habilidad cuando se está atrás de una mala causa; es grandiosa la habilidad, es grandiosa la capacidad cuando están detrás de una buena causa. Cuanto más inteligente y capaz es el que ejerce una mala causa más peligroso y más dañoso resulta para la sociedad.
15. Competir por ser el más capaz y el más moral
En política estaba el que le hacía la zancadilla mejor al otro, para que el otro cayera y él saliera adelante; esa era la escuela nefasta y negativa de ganar haciendo mal a los demás, en vez de ganar corriendo más ligero que los demás y siendo más capaz y más moral que los otros. Ese es el espíritu maldito del individualismo, carente de sentido social y de sentido político, que no sólo ha hecho de cada hombre un lobo, sino que ha hecho lanzar a unas naciones contra otras.