Dos décadas atrás terminaba un proceso que había comenzado en 1980 cuando las comunidades maoríes iniciaron un reclamo para recuperar objetos de colección y restos humanos que, producto de saqueos, habían llegado a Europa y América durante los siglos XIX y XX. Fue en 2004 cuando el Museo Etnográfico Juan Bautista Ambrosetti, dependiente de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), devolvió -por iniciativa propia- a Nueva Zelanda, un toi moko, una cabeza momificada y tatuada que pertenecía a un guerrero maorí.
La cabeza fue llevada en 2004 desde Argentina al Museo Nacional de Nueva Zelanda Te Papa Tongarewa. El toi moko, que había ingresado a las colecciones del Museo Etnográfico en 1910, fue recibida hace dos décadas con una solemne ceremonia fúnebre por altos miembros de la comunidad maorí y directivos de Te Papa Tongarewa. El encargado de llevarla hasta Nueva Zelanda fue el reconocido arqueólogo José Antonio Pérez Gollán, a quien todos llamaban “Pepe Pérez” y estaba al frente del Museo Etnográfico. En crónicas periodísticas de 2004 -las hubo tanto en Argentina como en Nueva Zelanda- Pérez Gollán había dicho que: “Colocaron la cabeza que llevé sobre una tarima, cubierta con un manto de plumas de kiwi. Hicieron un funeral y cantaron en su idioma. Me recibieron como a un amigo”.
Pérez Gollán, que murió en 2014, escribió un artículo sobre aquella restitución junto a Andrea Pegoraro, quien es la actual directora del Museo Etnográfico. En el artículo publicado en 2004 en la revista Relaciones, de la Sociedad Argentina de Antropología se explica que: “Los antecedentes de la devolución se remontan principios del 2003 cuando en ocasión de la visita al Museo Etnográfico del Sr. Carl Worker, Embajador de Nueva Zelanda en la Argentina, le manifestamos nuestro anhelo de que la cabeza momificada volviera a manos del pueblo maorí. Las gestiones formales se iniciaron el 8 de abril de 2003 con una nota que se entregó a la embajada neozelandesa, solicitando la apertura del trámite oficial para la repatriación. Un año después se invitaba a unos de nosotros a viajar llevando el toi moko para dejarla en manos del equipo del Te Papa Tongarewa que es responsable del reclamo de los restos humanos maoríes que se encuentran fuera de Nueva Zelanda”.
Los maoríes llegaron a Nueva Zelanda hace algo más de mil años. Su cultura del tatuaje fue descubierta por los europeos en 1769, cuando el explorador inglés James Cook llegó a Tahití y exploró también la costa neozelandesa. Fue entonces cuando el naturalista Joseph Banks dio cuenta de la primera descripción de un toi moko, tal como se denomina el tatuaje facial maorí. Grabado en la piel con una técnica muy dolorosa, el “tatú” -como creyeron oír los ingleses- era compartido por los pueblos de la Polinesia, que lo extendían por todo el cuerpo. Pero los maoríes, pueblo guerrero, lo limitaron al rostro, y sólo de los hombres. Con espirales y diseños sutilmente diferentes, los toi moko se constituyeron en el sello de identidad de cada individuo, pues daban cuenta del linaje de cada uno y de la jerarquía social en la que estaban insertos. Cuando moría un jefe se embalsamaba su cabeza y se legaba de generación en generación. Pero también se guardaba, para insultarlo, el toi moko del enemigo muerto en combate. Estas cabezas se convirtieron en objetos de interés para coleccionistas y museos europeos desde el siglo XVIII, lo que impulsó un comercio que llevó a abusos y falsificaciones. La codicia de las entidades científicas y de los coleccionistas dio lugar a que, para vender los toi moko, los maoríes sacrificaran a sus pares de bajo rango y los tatuaran post mortem. Eso derivó en que en 1831, el gobierno colonial británico promulgara una ley prohibir su tráfico, aunque las prácticas continuaron por algún tiempo.
En 1905 la Facultad de Filosofía y Letras había fundado el Museo Etnográfico para promover la enseñanza y difusión de la prehistoria y etnografía americanas. Debía, además, cumplir con las funciones de un instituto de investigaciones y formación universitaria. Pero también debía convertirse en un centro para la educación del público en general. Juan Bautista Ambrosetti fue designado director en reconocimiento a la actividad que había desplegado para promover la creación del museo y, asimismo, por sus antecedentes como investigador y catedrático: en aquel momento ya era profesor suplente de Arqueología Americana en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
En aquel artículo publicado hace 20 años Gollán y Pegoraro se refirieron a William Oldman un destacado comerciante que ofrecía vender a través de catálogos ilustrados, ejemplares etnográficos de Oceanía y América del Norte. Los autores explicaron cómo fue el arribo de la cabeza momificada y tatuada al Museo Etnográfico: “En 1910 llegó a manos de Ambrosetti uno de los catálogos de Oldman con el listado de piezas, su precio y, en algunos casos, con una breve descripción y dibujo. Pero suponemos que resultaba poco menos que ilusorio pensar en incursionar en el mercado de arte inglés, cuando el austero presupuesto del Museo Etnográfico se destinaba casi por completo a cubrir los gastos de las expediciones arqueológicas. Ante una situación así, la única posibilidad que se presentaba era recurrir a alguien con solvencia económica e interesado en promover el saber y la cultura. Quien reunía todas estas condiciones era don Antonio Devoto, un empresario italiano que tenía campos en la pampa y exportaba carnes congeladas desde el Frigorífico Argentino de su propiedad. Ambrosetti se dirigió a él para `solicitar su ayuda patriótica en pos de una institución universitaria de alta cultura´, interesándolo por la compra de un lote de piezas de Oceanía que ofrecía Oldman; a cambio, le proponía que la colección llevase su nombre. Devoto aceptó el pedido y se ofreció para hacer la compra cuando viajara a Europa. El conjunto, que estaba integrado por 278 objetos procedentes de Polinesia y Australasia, se comenzó a exhibir con una placa de bronce que la identificaba como Colección Antonio Devoto durante las sesiones del XVII Congreso Internacional de Americanistas. Fue visitada con gran interés por el público general, investigadores y periodistas: la revista Caras y Caretas, para citar un caso, le dedicó un artículo profusamente ilustrado con fotografías”. Y agregaron que: ”La cabeza momificada se inventarió en el Museo Etnográfico con el número 11961, con la transcripción de la leyenda del catálogo de Oldman: `cabeza conservada de un jefe maorí, hermoso tatuaje Moko, estas cabezas son ahora extremadamente raras. Adorno de oreja hecha con un diente de tiburón-tigre que lleva cera roja adherida. Una parte del cráneo ha sido rapada. Va acompañada de un croquis del Moko. Nueva Zelanda´”.
La repatriación del toi moko que estaba en Argentina se enmarca en un movimiento global de restitución de restos humanos a sus comunidades originarias. En las últimas décadas, representantes de pueblos originarios han reclamado la devolución de los cuerpos de sus antepasados, que se encuentran en colecciones científicas de museos alrededor del mundo. En Nueva Zelanda, Te Papa Tongarewa ha liderado estas iniciativas, y entre 1985 y 2023 logró la repatriación de unos 850 restos de maoríes, incluidos varios toi moko. Esos restos llegaron desde Inglaterra, Alemani,a, Estados Unidos, Gales, Escocia y Australia entre otros países. Cuando Pérez Gollán devolvió el toi moko hace 20 años había dicho: “No puedo considerar un toi moko como un objeto del museo: es un antepasado de alguien. Yo no exhibo restos sino patrimonio, y una forma de interpretación del pasado”.