Mientras en los Estados Unidos se juega la Copa América y en Alemania la Eurocopa, aquí en Buenos Aires, 64 edificios porteños disputan palmo a palmo el “Mundial de Edificios”. La competencia comenzó el 23 de marzo en las historias de Instagram de la cuenta @fotos.antiguas.ba, que lleva adelante el divulgador urbanístico José Díaz Diez. El primer partido, por los 32avos. de final, enfrentó al Teatro Colón con la Estación Once. Lo curioso es que el principal coliseo porteño -que ganó fácilmente ese primer escollo con el 84% de las preferencias- sorteó todas las instancias y ya se ubicó en la final, donde se medirá con la Confitería del Molino, que tiene en su haber victorias en fila nada menos que contra el Obelisco, el Teatro Grand Splendid, el Hotel Majestic, el Palacio Barolo y el Railway Building, el edificio ubicado en Paseo Colón al 600 que fue el primer rascacielos porteño y hoy pertenece al Ministerio de Economía.
Pero antes de la final (a la que Díaz Diez no le pone una fecha exacta pero presume que comenzará en algún momento del fin de semana), entre este viernes 21 de junio y el sábado 22 se disputará el partido por el tercer puesto entre el Railway Building y el Palacio Aguas.
Entre los “competidores”, además de los nombrados, estuvieron entre otros la Catedral Metropolitana, los Tribunales de Talcahuano, el Café Tortoni, el Correo Central, la Casa Rosada, La Inmobiliaria, el Palacio Anchorena, el Palacio Aguas, la Torre de los Ingleses, la Estación Constitución, el Luna Park, el Obelisco, el Chalet Díaz, el Congreso Nacional, La Prensa, el Mercado del Abasto, el Puente Alsina, el Palacio Estrugamou, la Escuela Roca, el Palacio Paz, el Cabildo, las Galerías Pacífico, el Kavanagh y el Palacio Pizzurno. Dos de los participantes ya no existen, como el Pabellón Argentino, desarmado en 1933; y el Palacio Miraflores, demolido en 1941.
Díaz Diez es un entusiasta de la arquitectura urbana de Buenos Aires. Su cuenta de Instagram tiene 608 mil seguidores. Tiene 46 años, está casado con Olga Babaeva, una rusa a quien conoció en su época de profesor y bailarín de tango. Obtuvo dos títulos universitarios -es Licenciado en Administración de Empresas y Licenciado en Comercialización-, pero hace mucho tiempo que no ejerce. Durante 20 años se dedicó a enseñar tango en la Academia de Susana Miller, que al mismo tiempo fue su profesora. También organizó, durante 15 años, una “milonga” los lunes en El Beso. Y trabajó en el rubro gastronómico como encargado del restaurante del Club Hindú. Pero hoy, su pasión son los edificios porteños más clásicos. Esos que por el peso propio de su arquitectura no cayeron bajo la picota, aunque en un país que no suele respetar su historia, en cualquier momento el espacio que ocupan podría albergar un edificio gris de departamentos u oficinas. Barrios enteros, como Palermo o Belgrano, han visto desaparecer joyas construidas en la primera mitad del siglo pasado.
“Encontré algo que realmente me gusta -le cuenta a Infobae-. De lo que puedo vivir. Tengo un montón de ideas a futuro, proyectos que voy a hacer con esto. Al mismo tiempo voy aprendiendo, saco más fotos, tengo un montón de material”. Para él, el cuidado del patrimonio urbanístico en Buenos Aires “es bastante escaso en general, tanto por parte de los gobiernos como de la gente, de los propietarios. Hasta no hace muchos años no era importante, no se le daba mucha bolilla. Ahora, creo, empezamos a darnos cuenta un pco más de esa necesidad”. Además, en su opinión. “ya no se construye más con la calidad de antes. Sé que es caro, pero en algún momento se pudo, había guita para construir algo lindo. Vas a un barrio como Boedo, por ejemplo, y ves casas espectaculares. La gente quería vivir en una linda casa, que su vecino diga ‘mirá que casa tiene Juancito’. Hoy se le da más importancia a lo que pasa dentro de la casa quizás, la estética perdió con la funcionalidad. No sé si es algo bueno o malo, pero pasa”.
Su dedicación por los edificios no es nueva. “Hace mucho que me empecé a interesar, sobre todo a partir de estudiar la época de oro del tango, que fueron las décadas del ‘30 y del ‘40. Primero busqué fotos de Aníbal Troilo, pero después me llamó la atención la parte arquitectónica. Así comencé a buscar fotos antiguas de Buenos Aires en las redes y en todos lados. Y me puse a coleccionar, a investigar, a leer la historia de cada lugar. De a poco me fui metiendo, aunque nunca fue una carrera para mi. Yo no soy ni profesor de historia, ni historiador, nada de eso. Pero viste, cuando sos fanático de algo, terminás sabiendo”, subraya.
No es la primera vez que Díaz Diez se embarca en un proyecto que rescata las raíces de la arquitectura y el paisajismo porteño. Sus fotografías que combinaron el antes y el después de lugares icónicos de la geografía ciudadana tuvieron mucho éxito. Él lo hizo, dice, para “mostrar la ciudad que fue, para que todos sepan lo que tuvimos y perdimos”.
También publicó un libro, llamado “Buenos Aires en el tiempo. El centro de la Ciudad” que fue declarado de Interés para la Comunicación por la Legislatura de Buenos Aires. Pero no le resultó sencillo publicarlo. “Lo hice, lo diseñé y empecé a venderlo yo porque las editoriales no le prestaron atención. Ahora lo llevo a una imprenta y cuando necesito más libros me los hacen. Me fue muy bien con eso. Lo más curiosoes que la mayor parte de mis seguidores son jóvenes y se sorprenden, sobre todo, con el lujo de los palacios que existían en Buenos Aires”, sostiene.
Este Mundial no es el primero que hizo en sus redes, aunque sí el que más repercusión tuvo. “Yo había hecho otro concurso igual hace tres o cuatro años, pero con menos edificios, fue bastante más rápido. Tenía menos seguidores, por ahí no le dieron demasiada bolilla”, cuenta. También hizo un Mundial de Barrios, que repitió el año pasado en sus historias de Instagram y ganó Villa Urquiza en una reñida final frente a Recoleta. “Estuvo muy bueno ese”, señala. Sus ideas no tienen un plan establecido. “Las cosas se me ocurren y las hago. A veces salen bien, a veces no tanto. Como todo, es cuestión de probar y darle para adelante”.
La elección de los 64 edificios que participaron fue, por supuesto, arbitraria. Después de todo, el concurso está en sus historias: “Obviamente se que había algunos que son importantes y no podían faltar. Otros los elegí medio al azar. Por ahí algunos no me gustan, pero sé que a mucha gente sí, y por eso los incluí”.
Por supuesto, no dejó a todo el mundo conforme. “Me escribió mucha gente para decirme ‘¿cómo no pusiste a tal?’. Y bueno, el próximo Mundial lo voy a hacer con 128 edificios. Pero tampoco voy a hacer una clasificación, jaja… Yo no quiero que nadie se ofenda. Es mucho laburo, y lo hago para divertirme”.
De todos modos, el fair play está garantizado. El edificio favorito de José era el Pabellón Argentino, que cayó derrotado por el Teatro Colón en cuartos de final. Precisamente, esa joya arquitectónica es una muestra cabal del desprecio por nuestras obras. Fue construido en el siglo XIX para ser presentado en la Exposición Universal de París en 1889, en ocasión del centenario de la Revolución Francesa. Allí, la Argentina ganó 12 premios. Luego, la monumental estructura de hierro y vidrio fue traída al país en barco (se necesitaron seis mil bultos para guardarlo) y se lo ubicó sobre la calle Arenales, en Plaza San Martín, donde estaba el Cuartel de Artillería de Retiro, una construcción colonial que fue demolida con ese fin. Durante 15 años fue la sede del Museo de Bellas Artes. En 1933, el intendente Guerrico, para ampliar la Plaza San Martín, decidió que el Pabellón Argentino fuera desarmado. Y así, como dice Díaz Diez, se convirtió en “la gran pérdida patrimonial porteña”.
La final
En cuanto al match decisivo, la piedra fundamental del Teatro Colón se colocó el 25 de mayo de 1890 y su construcción duró alrededor de 20 años. El proyecto fue presentado por el arquitecto italiano Francesco Tamburrini, que murió en 1891. La posta la tomó su socio, el arquitecto Víctor Meano, quien proyectó el Congreso Nacional y modificó la idea inicial del Colón. El plan era inaugurarlo el 12 de octubre de 1892, en ocasión del cuarto centenario del descubrimiento de América, pero la obra se demoró. Luego de la muerte de Meano en 1904, se encargó al belga Jules Dormal su conclusión. Éste, a su vez, introdujo cambios en el proyecto y le imprimió el estilo francés que hoy se disfruta en su decoración. La sala insigne de nuestra música se inauguró, finalmente, el 25 de mayo de 1908, aunque algunos salones, como el Dorado, aun no se habían concluido.
Por su parte, la Confitería del Molino, ubicada en la esquina de Rivadavia y Callao, frente al Congreso Nacional, fue proyectada por el arquitecto ítalo-argentino Francisco Gianotti. Se la considera una de las obras cumbres del art noveau en nuestro país y fue inaugurada el 9 de julio de 1916. Se destaca la calidad de los materiales que se usaron en su construcción, muchos traídos desde el exterior, como sus revestimientos de mármol y las obras de arte, importadas desde Italia, que engalanan sus históricos salones. En la segunda década de este siglo, el Congreso Nacional se hizo cargo de la puesta en valor de la confitería, que recuperó el esplendor de antaño.
Ahora la gran pregunta es: ¿quién dará la vuelta en el Obelisco?